Hay en Il sol dell’avvenire (2023), último largometraje de Nanni Moretti, un interludio brillante acerca de lo que podríamos considerar un signo de época: la normalización de la violencia como entretenimiento. Un joven director comparte productora con su alter ego, Giovanni, en la realización de una película que incluye (es todo lo que vemos) una escena de persecución automovilística a gran velocidad, masacre con metralleta y, más tarde, un fusilamiento en el que el agresor, de pie, dispara a centímetros de la cabeza de su víctima, que aguarda en silencio y de rodillas. Giovanni (Nanni) asiste a estas escenas como espectador ocasional, siempre tras los pasos de Paula, productora también de sus películas –de Giovanni– y su compañera de vida. Y llega un momento en que no tolera más el regodeo en la violencia que, como la Gotita, que todo lo pega, o el cosito del coso, se constituye en pieza narrativa universal: vale para todo, en todo momento y lugar, indiscriminadamente. Usa fama, conexiones y ascendente para detener la filmación de su joven colega y explicar porqué cuando la violencia se vuelve entretenimiento, el arte hace rato ha abandonado la escena.
Gracias a una estructura flotante, flexible y heterogénea, que permite la incorporación de todo tipo de anécdotas al saltar entre la película que Giovanni filma y las problemáticas de su producción, a esta reflexión sobre arte y violencia –que incluye consultas con arquitectos, matemáticas e, incluso, un llamado a Martin Scorsese, con la intención de indagar cómo cambió su manera de filmar y entender la violencia desde Taxi Driver a hoy– sigue una escena que se explaya sobre la estridente violencia simbólica que implica la globalización de los modos de producción audiovisual. Ante tres ejecutives de Netflix –perfectamente inclusives en cuanto a representación de colores de piel (étnica)–, Giovanni y Paula intentan conseguir los fondos necesarios para terminar su película sobre la reacción de una sección del Partido Comunista Italiano a la Revolución húngara de 1956, de espíritu antisoviético. Obtienen por respuesta la declaración, repetida hasta la náusea, de que Netflix “vende sus productos” en “160 países/190” y que al guión le falta “plot twist” y “momento what the fuck”. Es la misma línea que despliega con brillantez y agudeza Lucrecia Martel cada vez que se refiere a este tema: “El financiamiento para las narrativas audiovisuales no viene de gente que comparte los problemas con vos o tiene las mismas angustias y las mismas decepciones acerca del país. Las decisiones están a cargo en las plataformas de gente que ni siquiera es de cine o de televisión. A veces puede haber un milagro y aparece algo bueno, pero lo más probable es que el 90 por ciento del dinero que se invierte desde esos lugares para la Argentina sea intrascendente en términos de valor cultural para la comunidad […] Estoy en contra del discurso hegemónico que se impone, maneja un modelo narrativo muy preciso y hace desaparecer las alternativas” (la nota completa aquí).
No se desanima Gianni (Nanni) ante la imposibilidad de diálogo con les representantes de una hegemonía globalizadora sin fisuras ni lugar para el florecimiento de lo local, el aire necesario para oxigenar una historia que pivota en torno del amor por Roma, los paseos en monopatín eléctrico (actualización de la Vespa), el Partido Comunista Italiano, el cinema italiano, sus actrices y actores, la canzone italiana. Tampoco baja los brazos Paula que, de pronto propensa a la acción, aprovecha el envión para comunicarle que tras cuarenta años de matrimonio ha decidido dejarlo y al mismo tiempo consigue apoyo de un grupo de coreanes para reanudar la filmación.
Nada es trágico en Il sol dell’avvenire porque su paso amable –que, sin llegar a la carcajada instala una sonrisa en quien especta expectante a lo largo de todo el largo– abre un espacio de discusión política, pero también sobre el lugar del arte en esta coyuntura histórica, la explotación de la violencia con fines de entretenimiento, las formas de producción que parecen inevitables (Gianni/Giovanni/Nanni exclamando como un mantra, casi para sí: “Non c’è bisogno! Non c’è bisogno!” de concurrir a la reunión con les ejecutives de Netflix —a la que finalmente concurre) y las obras que se realizan como se puede. Y aquí, de vuelta, Martel: “No se puede atar la vida de uno a la crisis de un país, menos a las crisis económicas”. Entre medio, el ridículo de la vida, que sigue adelante con su parsimonia y sus días y sus noches.