El universo creativo de Natalia Meta parece tener los mismos propósitos que su última película: cuestionar el orden de lo preestablecido y romper las barreras de muchos conceptos que entendemos como binarios. Cineasta pero también filósofa, sus ideas se basan más en generar preguntas que en dar respuestas, y sobre todo, en cruzar fronteras. No solo entre el cine y la filosofía, sino también entre lo femenino y lo masculino, la fantasía y la realidad, los sueños y la vigilia, lo propio y lo ajeno.
Con esa impronta que la caracteriza, tiene sentido que a la hora de encarar “El prófugo”, su segundo largometraje, Meta haya elegido tomar como punto de partida una novela de género. Más que ser fiel a los códigos del terror, el desafío en torno a “El mal menor”, hito literario escrito por C.E. Feiling en 1996, era hacer justamente lo contrario: deconstruirlo y proponer una lectura propia. Una obra que dialogue con el presente. El resultado es un thriller psicológico de interpretación libre, un híbrido entre lo inquietante y lo fantástico, donde el misterio y el deseo femenino se ponen en cuestión para abrir paso a nuevos significados y preguntas.
—¿Cómo surgió tu interés por llevar al cine la novela de C.E. Feiling?
—Cuando leí la novela, enseguida pensé que tenía que ser llevada al cine. Pero no me parecía algo que yo pudiera hacer, me resultaba muy truculenta y no me identificaba con eso ni con la cosmovisión del mundo que planteaba. No por esa obra en particular, sino por todas las películas de terror en general, más allá de que me parece que están buenísimas y que son muy respetables. Pero después, de alguna manera la novela se me instaló, la quise hacer, y le fui buscando una vuelta. Finalmente, en la película el género de terror se deja un poco de lado y se desarrolla un tono que tiene más que ver con lo inquietante.
—La transformación que va atravesando la protagonista de “El prófugo” plantea una reflexión profunda sobre el deseo femenino y el entorno social, que muchas veces se termina imponiendo sobre ese deseo…
—Ante todo, la película es una pregunta y una investigación. Justamente el esfuerzo que hice fue ese: intentar sostener la reflexión, las preguntas, y la dificultad de dar una respuesta unívoca. Para orientarse en el devenir de la protagonista, el deseo podría ser una buena guía. Sería como el hilo de Ariadna que una podría identificar. Por eso me pareció interesante sostener lo más posible el misterio y los interrogantes, para reflejar además esta situación de incertidumbre que no sólo las mujeres, sino todos los humanos estamos viviendo. Y más ahora en esta época de pandemia. Ahí también me parece que el deseo puede ser un buen hilo conductor, al igual que el amor en relación con el deseo femenino. El final de la película tiene muchísimo que ver con eso, la pregunta que se abre ahí es qué pasa con el amor cuando la mujer empieza a tratar de ubicarse respecto de su deseo. Qué pasa con el amor romántico, y cómo aparece eso pensado desde un contexto distinto, más actual y menos impuesto.
—En este caso, el deseo también funciona cómo un vehículo para intentar desarmar conceptos binarios como “hombre/ mujer”, “fantasía/ realidad”, “mundo interno/ mundo externo”…
—Sí, me interesaba la idea de poner en cuestión muchos de los universos binarios que se caracterizan por tener espacios topológicos, casi geográficos. No en el sentido de negar esa frontera, sino de tratar de quitar la jerarquía ontológica entre ambos.La posibilidad de traspasar esos mundos, y a la vez integrarlos, es algo que dialoga mucho también con el deseo, si se piensa al deseo como un gran motor para las fantasías. Algo parecido ocurre también con “los prófugos” de la película: son seres que habitan un mundo onírico y de alguna manera quieren atravesar el cerco que los separa de la vigilia. Esa era otra cuestión que me interesaba mucho de la novela, sobre todo por el desafío de pensar cómo llevarlo al terreno audiovisual. Trabajé mucho sobre la palabra, y sobre el sonido como vehículo de la palabra, porque creo que en su carácter incorpóreo hay una respuesta clave. Algo que tiene que ver con darle menor entidad a esas fronteras. Porque el sonido, justamente, tiene la capacidad de poder atravesar los espacios.
—Además de cineasta sos licenciada en Filosofía, y esa mirada se nota muchísimo en la película: no sólo planteás preguntas, sino que siempre tratás de ir un poco más allá de lo estrictamente racional.
—Es que una podría decir: “bueno está bien, está el deseo”. Pero la pregunta está en cómo surgen las fantasías, ese es el milagro. Habitualmente, dentro de un contexto más racionalista, una piensa en tratar de resolver las contradicciones, pero en realidad ese planteo probablemente es equivocado. Ahí, en esa raíz de cómo surgen las fantasías, hay un misterio que es muy cercano a esas contradicciones, a esas paradojas, a esas cuestiones enigmáticas e inexplicables que no deberíamos tratar de resolver, sino más bien reconocer y vivir.
—La identidad, la búsqueda de la voz propia, la autopercepción, son cuestiones que también aparecen reflejadas en el largometraje, ¿por qué te interesó trabajar sobre eso?
—Sí, esos temas fueron claves. También me gustaba la idea de plantear las cosas con mucha ingenuidad, esa es una cuestión maravillosa que tiene el cine: permite jugar con cierta ingenuidad. Me gustó esa idea inocente de trabajar con la voz, cosa que en la novela ya estaba planteada. Me parece que ahí ya hay un cuestionamiento, un planteo sobre cómo la mujer puede incorporar elementos a su feminidad que provengan de lo que una podría llamar masculino, o que no sean tan catalogables. Recomiendo leer la novela, no voy a decir nada, pero ahí hay un truco clave que tiene que ver con la voz a nivel narrativo. Yo tomé eso y busqué transportarlo a la película.
—De hecho, elegiste trabajar con las voces verdaderas de los actores, inclusive para el coro…
—Es que sentí que la voz tenía que tener algo genuino también, por eso utilizamos sus voces. Hicimos un trabajo muy cuidado en ese sentido, porque si bien tanto Érica como Nahuel tienen muy linda voz, no son cantantes profesionales, entonces tuvieron que entrenarse para poder hacerlo. Y eso también tiene mucho que ver con las identidades. Además en la película hay un ajuste del personaje respecto de su expectativa, porque en base a sus deseos y su devenir, de alguna manera ella incorpora o modifica cuestiones en relación con su voz. Y al principio eso parece un problema, pero creo que después la última escena habla por sí sola.
—La película rompe con muchas convenciones, y no solo desde lo cinematográfico. La escena del coro cantando cumbia es un claro ejemplo de eso, ¿cómo fue ese trabajo?
—Ese fue otro gran desafío, porque plantearle a un coro que canta música académica que interprete una cumbia para mí fue algo bastante significativo. Al principio había muchas cuestiones en relación a eso, porque sabíamos que era algo jugado en cuanto a cómo hacer los arreglos musicales, cómo se iba a hacer esa canción, etcétera. Pero finalmente logramos que se pueda cantar sin que se pierda la identidad de la cumbia, de lo popular, que es lo que termina irrumpiendo en esa escena.
—“El Prófugo” se estrena en un momento en el que la participación desigual de las mujeres y las diversidades en la industria del cine pareciera que, después de mucho tiempo, comienza lentamente a revertirse ¿Cómo te imaginás un cine verdaderamente inclusivo?
—En principio me parece que poder filmar hoy es un verdadero privilegio. Ahora, en Argentina, hay muchísimas mujeres que están formando parte del mundo del cine, y eso también me alegra muchísimo. Incluso empieza a haber una oportunidad para que esto se abra mucho más gracias a los streamings y a un montón de plataformas y tecnologías nuevas que están surgiendo. Pero obviamente, tanto acá como en el resto del mundo, hay todavía un camino muy importante por recorrer. Y hay que garantizar que eso se de a todo nivel, porque está buenísimo que haya más actrices en roles protagónicos, o más directoras, pero también es importante que haya más guionistas, fotógrafas, directoras de arte… y no sólo más mujeres, sino que todas las identidades estén representadas. En ese sentido las políticas públicas son fundamentales, pero pienso que un esfuerzo solamente a nivel del Estado no es suficiente. Es importante que se fomente esa inclusión sobre todo desde la industria, porque ahí es donde se toman la mayoría de las decisiones.
—Volviendo un poco a la filosofía, ahí también pasa algo similar, porque históricamente siempre fueron los filósofos hombres quienes tuvieron el mayor reconocimiento, ¿no?
—Claro, pero en este último tiempo no solo han surgido mujeres, sino que también se han recuperado muchísimas cosas. Y además, la verdad es que la filosofía en ese sentido abrió bastantes caminos importantes. Diría que durante todo el siglo XX se vino planteando un cuestionamiento de todo lo que una podría identificar como netamente masculino. Eso es algo que se puso en cuestión en casi todos los ámbitos, y en la filosofía también se hizo un trabajo desde una perspectiva femenina muy importante, más allá de quiénes hayan sido los sujetos. Donde había grandes certezas, sobre todo certezas a nivel de la ciencia, ahí apareció de vuelta la incertidumbre, que también tiene mucho que ver con el misterio. Y todos esos elementos, si bien no son necesariamente propios de las mujeres, sí diría que son muy afines a todo lo que está relacionado con cuestiones profundamente femeninas.