Ontología del futuro: ecológico y no binario

Hay binomios peligrosos. Es imposible de abarcarlos todos, pero por nombrar algunos: hombre-animal, varón-mujer, comida-basura, máquina-humano, hétero-homo, civilización-barbarie. En este texto Elisa Palacio lee a Donna Haraway y a Philippe Descola con la pregunta por la superación de los binarismos como guía y comparte su derrotero.

Porque soy más parecido a un perro de la calle / o a la planta que fumo en casa / que a los que anhelan sin un gramo de arte / tener fama, dinero y salir en televisión. Pity Álvarez, Se fue al cielo

Estamos en un momento de crítica al antropocentrismo, a la idea de una especie que controla a todas las otras, en la era del Antropoceno, época geológica propuesta por una rama de la comunidad científica que se basa en que la Tierra está cambiando aceleradamente por la actividad humana. Asimismo, estamos también en un momento de crítica a los binarismos en donde el feminismo y su última oleada son grandes protagonistas. Sin embargo, para hablar de binarismos podemos tomar un ejemplo, un prototipo y una de las categorizaciones clásicas de las ciencias sociales y de la vida cotidiana: naturaleza y cultura. 

Para crear un otro se necesita generar un abismo entre el yo y ese otro.  Especismos, machismos, racismos, explotación medioambiental, etc… son formas de opresión que están conectadas porque se basan en una forma común de organización del mundo: el pensamiento binario. De esta idea se desprenden otros varios binomios peligrosos. Es imposible de abarcarlos todos, pero por nombrar algunos que se desprenden de la lógica de pensamiento que quiero seguir nombro algunos más: hombre-animal, varón-mujer, comida-basura, máquina-humano, hétero-homo, civilización-barbarie. 

Donna Haraway es una representante contemporánea, pensadora y creadora de mundos y manifiestos superadores de estos binomios. Después de ver el documental de Fabrizio Terranova Donna Haraway: Cuentos para la supervivencia terrenal, me embelecé con una frase ahí citada: “We are all lichens” (Todos somos líquenes). Me puse a investigar sobre el tema y llegué a —entre otras cosas como la teoría de la simbiosis y los hiperobjetos de Tim Morton— el concepto de holobionte. Un holobionte es un animal unido a un conjunto de microbios y organismos que viven con él. En este contexto de pandemia me pareció aún más genial: somos holobiontes. Esto es así porque contenemos en nuestro cuerpo una inmensa cantidad de virus, arqueas, microbios y hongos. ¡Tenemos 10 veces más bacterias que células! Además, estos microbios nos ayudan a vivir porque generan las vitaminas que nuestras células no pueden crear, entre otras cosas. Todos somos líquenes y los holobiontes nos llevan a pensar que los binomios humano y no-humano, humano-bacterias, humano-¡virus! y los límites corporales que le ponemos al yo antropocéntrico y a la otredad se ponen en duda desde la ciencia. La misma Haraway, en el Manifiesto Cyborg se pregunta “¿Por qué los límites de mi cuerpo deberían coincidir con los de mi piel?”.

Pero volviendo al punto de partida de cultura-naturaleza, y a la necesidad de superar su nociones de “pureza”, acudí a un texto antropológico contemporáneo, una ciencia que hoy parece estar en vías de cerrar su ciclo kármico colonialista. Philippe Descola escribió Más allá de la naturaleza y la cultura, un libro en el que nos hace pensar en este esquema dual ubicándolo como particular del occidente contemporáneo. Este binarismo tal cual lo conocemos, dice, sólo existe en las lenguas europeas y no sirve para pensar las prácticas de los pueblos no occidentales, ni para las nuestras hoy, en deconstrucción, agrego yo. Este sistema se llama Naturalismo y puede derrumbarse. Descola ensaya una explicación universal al tema de los humanos y su relación con el medio ambiente. Distingue cuatro principios ontológicos: el totemismo, analogismo, animismo y naturalismo.

El naturalismo, dice el antropólogo, se basa en la idea de que sólo los humanos están dotados de vida interior. Las plantas, las piedras y los animales están privados de ella. La vida interior es la línea divisoria: creadora y clasificadora de cultura. El animismo, por lo contrario, postula que los no humanos están dotados de la misma vida interior que los humanos y tienen una vida social y cultural. Descola pone el ejemplo de los jíbaros, con quienes estudió durante años. Ellos mantienen relaciones sociales con variaciones de parentesco con los animales y las plantas. En el totemismo, los humanos y los no humanos comparten clasificaciones de tipo físicas y morales puede ser el color de la piel, la morfología u otras características particulares y, de acuerdo a ellas, se agrupan mezclados. Por ejemplo, un hombre podrá decir que un perro es exactamente igual a él basándose en un principio común del cual ambos descenderían. El analogismo, finalmente, se basa en un mundo percibido como infinidad de singularidades, todas diferentes entre sí. Es el ejemplo chino de un mundo compuesto por 10.000 esencias. Modelo más común en el mundo, sobre todo en Asia, África del Oeste y en las sociedades andinas, antes de que se impusiera el naturalismo.

Asimismo, Descola se alínea a muchxs filósofxs antiespecistas y ecologistas que afirman que el concepto de naturaleza per se no es aplicable a muchas culturas y no es compatible con la ecología, que prefiere llamarla ambiente, ya que considera que el concepto naturaleza encierra el antropocentrismo en su definición, ya que queda por fuera y lejos de lo humano.

La cosmovisión imperante del naturalismo engendró una ruptura impermeable entre ciencias de la naturaleza y las de la cultura. Unas se consagran exclusivamente a los organismos, los agujeros negros o los campos magnéticos; y las otras, al estudio de las costumbres, las instituciones o las lenguas. Es cierto que, en un punto, esa división fue eficaz, ya que le permitió a Occidente alcanzar un enorme progreso en el conocimiento, también condujo a estudiar la otredad, o a los pueblos no modernos, con esta lupa dualista y colonizadora.

Haraway, por su parte, desde su formación como bióloga, filósofa-feminista y escritora de ciencia ficción, y con su Manifiesto Cyborg desde los 80, explora la oposición binaria entre lo vivo y lo tecnológico, entre otras cosas. Asimismo, en su más reciente, Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno, crea un espacio tiempo donde humanos y no humanos se encuentran unidos relacionalmente a través de experiencias y acciones tentaculares, un hacer-con y un volverse unx junto a otrxs. Haraway inventa mundos en los que llama a que aprendamos a seguir con el problema de vivir y morir en una tierra herida.

Descola estudia el pasado y Haraway, como buena escritora de ciencia ficción y feminista, va por el futuro. Haraway postula al compostaje como una nueva ontología relacional y el antropólogo historiza ontologías pensando que estamos, por fin, rompiendo con el naturalismo binario. 

Un dato de color es que tanto Haraway como Descola (estadounidense y francés, respectivamente) basan sus estudios aquí citados en ejemplos argentinos. Donna, para “los niños del compost” se basa en comunidades agrícolas de resistencia cultural y Philippe inicia su investigación con el ejemplo del Museo de Ciencias Naturales de La Plata que le sirve para mostrar cómo se ha ido construyendo el conocimiento sobre el mundo, separando ciencias naturales y ciencias de la cultura. Ambxs son pensadores blancos del primer mundo; la primera, la futurista, encuentra su historia en las comunidades rurales anticapitalistas; el segundo, ve un ejemplo colonizador en un museo, una institución del tercer mundo. Nos falta trabajo aún para descolonizarnos y para pensar y habitar este mundo de desequilibrios atmosféricos, de poder, de distribución y de consumo de una manera menos binaria y opresora. Pero como vemos con Donna, y prestando más atención a culturas alternativas, a los pueblos originarios, a la Constitución boliviana y la ecuatoriana que consideran a la madre tierra un sujeto de derecho en vez de un recurso a explotar, y más ejemplos poéticos, futuristas y reales, podemos inspirarnos para seguir y sobrevivir de manera tentacular con nuestro ambiente.