Para seguir pensando el paro del 9M 2020

El 9 de marzo de 2020 las mujeres fuimos a la huelga bajo el lema “Vivas, libres y desendeudadas nos queremos. Aborto Legal ya”. Uno de los objetivos de la huelga fue mostrar el valor del trabajo no remunerado que hacemos mayormente las mujeres. ¿A cuánto asciende el valor económico del cuidado? ¿Qué pasaría si las mujeres dejamos de hacer esa tarea? Eva Sacco te cuenta cómo temblaría la economía.

La economista feminista Katrine Marcal, se pregunta en ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith? Una historia sobre las mujeres y la economía: “Si el trabajo no remunerado que llevan a cabo las mujeres no se incluye en los modelos económicos, nunca comprenderemos hasta qué punto esa labor, sin el reconocimiento que se merece, está directamente relacionada con la pobreza y la desigualdad de género”. En la Argentina, el 9 de marzo las mujeres -además de las identidades lesbianas, travestis, trans y no binarias- hicimos huelga, entre otras cosas por la injusticia que representa un sistema económico que depende de que dediquemos la mitad de nuestro tiempo a trabajar gratuitamente. No sólo se desconoce esta desigualdad: ni siquiera somos dueñas de decidir o no poner a disposición nuestro cuerpo, tiempo, proyectos y anhelos. El aborto legal, seguro y gratuito es apenas una de las demandas y lo mínimo que puede exigirse para comenzar a revertir y compensar la desigualdad estructural en la que vivimos.

Algunas privilegiadas habrán podido faltar a su trabajo en una oficina, en un aula o en un hospital, sin poner en serio peligro su trabajo y su sostén económico. Recordemos algunos números dolorosos sobre el mercado laboral femenino: el 11% de las mujeres estamos desocupadas y el 24% de las jóvenes de hasta 29 años. Además, el 38% de las mujeres tenemos trabajos no registrados, por lo cual no nos amparan los mismos derechos laborales. Pero aun para las que estamos en mejor posición es muy difícil dejar de cuidar: el patriarcado, que nos moldea a todos y a todas desde el momento mismo en que nacemos determina que naturalmente las mujeres cocinamos, limpiamos la casa, tomamos la fiebre a lxs que se sienten mal, llevamos a la escuela a lxs hermanitxs menores y acompañamos a la suegra al médico. En definitiva, somos las mujeres las que cuidamos: en promedio 46 horas de trabajo semanal dedicado a tareas de cuidado, mientras que los hombres sólo 17, según la encuesta de uso del tiempo del INDEC para el año 2014. Una diferencia diaria de 4 horas y 15 minutos, los 7 días de la semana sin feriados, vacaciones ni fines de semana.

Si las mujeres pudiéramos cobrar aunque sea el magro salario de una empleada doméstica con cama adentro ($155) por el trabajo doméstico que realizamos de manera no remunerada, el valor total de lo producido por todas las mujeres argentinas de entre 18 y 65 años ascendería a la friolera de $5.223 miles de millones anuales. Si el 9M las mujeres no hubiésemos realizado las tareas de cuidado diarias, en un solo un día la economía perdería el equivalente a $14.309 millones o, medido como porcentaje del PBI, el 0,05%. Un PBI que claramente se encuentra subestimado, porque el trabajo doméstico no remunerado también está invisibilizado de la contabilidad nacional.

En realidad, si las mujeres decidiéramos no realizar todo ese conjunto de tareas invisibilizado y no remunerado durante un día, el perjuicio iría aún mucho más allá de los cálculos matemáticos: si no hacemos lo que la cultura patriarcal asume como natural, como responsabilidad primaria de nosotras, ¿quién se haría cargo? Ellos no se hacen responsables de la parte del cuidado que les corresponde y el Estado no provee servicios suficientes de guarderías, jardines maternales y escuelas de doble escolaridad. Cuando se enferma unx familiar o un amigx, no hay suficiente personal en sanatorios y hospitales y es imprescindible acompañarlxs. Literalmente, la reproducción de la vida depende desproporcionadamente de nosotras. Y eso es demasiado injusto. Es el trabajo doméstico no remunerado e invisibilizado que realizamos las mujeres es lo que determina que tengamos menos horas para trabajar por un ingreso propio, para proyectar, para distraernos, para nosotras mismas. Y no podemos olvidar que cuanto más pobres somos, mayor vulnerabilidad: mientras que una mujer profesional de clase media o clase alta puede conseguir su relevo en el mercado a través de niñeras, acompañantes para adultos mayores, guarderías y servicio doméstico, esto es inaccesible para la clase baja: son ellas quienes prioritariamente necesitan de la presencia del Estado.