Cuando pensamos en la idea del sexo, la programación sociocultural que opera en nuestras mentes es la de los cuerpos en roce, en contacto físico. Es decir, la idea de lo presencial como requisito constitutivo del ejercicio de una sexualidad “real” y no “imaginaria”. Pero también pensamos en lo genital. Y podemos afirmar que, según la cisheteronorma impuesta, inmediatamente pensamos en la penetración. Se trata de un problema gravísimo a la hora de considerar a lo “sexual” con semejante limitación.
Etimológicamente, “sexo” proviene del término del latín “sexus” y “secare”, que significan “cortar”. Es decir, que alude a la división entre macho y hembra en el clasicismo binario ya conocido. Por ende, decir “sexo” para referirse a la sexualidad, para empezar, es errado. La Real Academia Machista Española, asocia el término con la “actividad sexual” en su cuarta acepción, pero también introduce el modismo “sexo débil” como “conjunto de las mujeres” – aunque aclara que es “usado con intención despectiva o discriminatoria”-. O sea, mejor dejar de lado esta fuente.
Volviendo a la utilización de la palabra “sexo”, podría afirmarse que lo correcto entonces es hablar de “sexualidad”. Pero al buscar su etimología, nuevamente nos encontramos con que el sufijo “dad”, nos trae la idea de “cualidad del sexo; carácter de” y volvemos a su hilación con lo físico/genital una vez más. Busqué la palabra “sexualidad” en latín, intentando dar con un entendimiento omnicomprensivo y adicionar el componente psíquico, que normalmente se lo relaciona con el “erotismo”, la “fantasía” y lo “imaginario”. Tampoco tuve suerte y entendí por qué normalmente se asocia lo “sexual” con lo físico, con lo corporal, con lo activo – muscular. ¡El lenguaje ha sido muy restricto! Por supuesto que la razón por la que la penetración resulta de la misma manera, el elemento preponderante, no llamaría la atención.
Hasta que leí un reducto sobre la sexualidad entendida bajo la disciplina de la antropología y ahí me gustó más: “El significado de las conductas sexuales es resultado de la organización social”. También leí que “la sexualidad en conjunto es ideada socialmente. Las culturas dan forma y contenido a las conductas, a las experiencias y a los actos sexuales en sociedad”. Encontré el apoyo que necesitaba en esta obra, de 1975, que para mi sorpresa y felicidad, además es de una autora feminista, la antropóloga norteamericana Gayle Rubin.
El concepto cultural de “normal”, sin ser sometido al imperativo y preprogramación de lo biológico, también se expande. De hecho, la construcción social y cultural de la sexualidad proporciona herramientas de interpretación que horadan conceptualizaciones que quisieran ser fijas y estables. Así, se pasa de la perversidad sexual a la diversidad sexual. De la hipocresía de la doble moral, al reconocimiento de lo plural. Un nuevo diapasón afina la sexualidad. Ciertamente, cualquier sociedad constituye con sus poderes reguladores explícitos o implícitos, normativos o consuetudinarios, patentes o latentes, el ámbito de la expresión sexual humana, no sólo imponiendo límites y restricciones sino también placeres, prácticas, instituciones, rituales, éxtasis y delirios.
Ahora sí, abriendo el paso a hablar de la sexualidad virtual como una legítima expresión sexual humana de esta era, restaría indagar acerca de si las mujeres, lesbianas, travestis y trans podríamos lograr el esperado pie de igualdad en este ámbito. La respuesta se impone sin esfuerzo: no. No sólo por los ejemplos de violencia sexual digital machista como lo son la difusión no consentida de material íntimo y el envío de fotografías, sin contexto alguno, de sus penes erectos en nuestras redes sociales, sino también aludiendo al uso de coacción o amenazas – sutiles, suaves, indirectas o explícitas- para que nosotras tengamos actividad sexual virtual con ellos en el marco de vinculaciones afectivas o contactos remotos de toda índole. Aún cuando no queremos o no nos sentimos cómodas o no lo elegimos con ellos. En el plano virtual también opera la lógica del consentimiento con plenitud y paralelamente, también se ve diezmada por el machismo. No sorprende.
Pero en el mal llamado “sexo virtual” (ahora que sabemos la raíz del término), algo más se puso en evidencia: y es la dificultad de ellos para encontrar el cauce de una sexualidad que transgreda los cánones tradicionalmente físicos y los encuentre en la órbita del relato, de lo sugestivo, de lo misteriosamente estimulante y de lo no-carnal. Y no sólo respecto de otra persona sino también de sí mismos en su propia sensualidad o erotismo. El varón cisheterosexual parece limitado en el disfrute de todo lo que la sexualidad comprende, no sólo porque no se lo permitiera la cultura en que nació y creció, sino también por él mismo.
Las mujeres, lesbianas, travestis y trans impulsadas por el movimiento feminista, exploramos la connotación cultural de la sexualidad hace unas cuantas décadas y desde allí trabajamos cuestionándonosla y cuestionándola. Pero parecería que este diálogo entre ellos, aún no se despliega con fluidez.
“Las relaciones entre el feminismo y una teoría radical de la opresión sexual son similares. Las herramientas conceptuales feministas fueron elaboradas para detectar y analizar las jerarquías basadas en el género”, dijo en 1982 la jurista feminista norteamericana Catherine McKinnon.
¿Cómo es posible que los varones, criados en la cultura de la pornografía, usando lo gráfico como estímulo de sus primeros encuentros con la actividad sexual humana, hoy relaten que el sexo virtual no les atrae? ¿Cómo se entendería su rechazo a un intercambio que da la chance de llevar la intimidad a lugares inimaginables, si el patriarcado los ha hecho consumidores sin reparos de la sexualidad femenina representada en imágenes? ¿Acaso será que su resistencia o lo que no “les atrae” (a los que dicen aún no haberlo hecho), es su exploración propia, más profunda? ¿Se sentirán inseguros en la destreza para la cautivación de la persona del otro lado? ¿Temerán a una sexualidad con reglas distintas? ¿a descubrirse en su sensualidad y erotismo, históricamente asociado con la feminidad? ¿a saltearse la cisheteronorma del pene como protagonista y actor de reparto y camarógrafo y guionista de toda la película?
A partir de estas preguntas e interrogantes, durante el fin de semana hice una breve encuesta en mi cuenta de Instagram, sólo para sondear superficialmente la manera en que los varones vivenciarían una sexualidad disociada del pene, apelando a su confianza en el proyecto y a la veracidad en sus respuestas. De todos modos, intuyo que no todos fueron tan honestos.
Las preguntas apuntaron a revelar de qué manera pueden entenderse en un plano de sexualidad hétero, sin que les caiga la vara de la moral patriarcal encima. Aún así, las estadísticas son interesantes y traigo el resultado en la que consulté acerca de su visión sobre la represión sexual de las mujeres. La pregunta era “¿Creen que operan sobre nosotras condicionantes psíquicos y sociales o culturales en el sexo?”. En un 78,95% dijeron que sí. Lo que no pudieron contrastar fue su propio condicionamiento como sector poblacional, cuando en las preguntas relacionadas con la charla entre pares varones, se indagó sobre si se sentían incómodos o si incluso habían llegado a evitar temas por temor a burlas, como la autoexploración no convencional o el sexo anal. La amplia mayoría contestó que no. Ajám. ¿Mintieron o niegan?
En la pregunta que hice sobre si creían que las mujeres teníamos mayor apertura a hablar de sexualidad entre nosotras que ellos entre ellos, el 86,67% contestó que sí. Esto me generó una duda frente a la contradicción: ¿nos reconocen más predispuestas a la des-represión en el intercambio entre pares, pero a su vez ellos no se reconocen complicados en la charla con los suyos? No parecería que estuvieran dimensionando los condicionamientos culturales de la sexualidad hetero en sus despliegues cotidianos… aunque sí los reconocen sobre nosotras. Para pensar.
En el medio de las preguntas, dejé un mensaje a todos en torno al envío no consentido de las conocidas dickpics, alertando sobre el impacto negativo y el disgusto que nos genera a nosotras recibirlos. Por suerte, sólo dos de los consultados se mostraron molestos con este mensaje, diciendo que era “violento” y “chocante” que me dirigiera a los que lo hacen como “imbéciles”. La mitad reaccionó positivamente y la otra mitad, pasó de largo, sabiendo quizás las consecuencias de meterse a debatir lo indiscutido por nosotras, lo cual es muy bueno porque parecería que el autollamado al silencio funciona cada tanto.
Sigue dando vueltas la idea que una sexualidad plena sin contacto físico y/o sin penetración, no puede existir, incluso para nosotras, lo cual me preocupó bastante más. De hecho hasta leí por ahí en los comentarios de distintas redes sociales, la asociación del “sexo virtual” con la masturbación, como si la masturbación no fuese parte a su vez, de la sexualidad. Mucha confusión, mucha desinformación y muy poca concepción integral del universo humano en torno al disfrute psíquico y físico de la experiencia sexual. Algo que nos interpela desde el momento en que además, un anuncio oficial que menciona al “sexo virtual” nos hace debatirlo hasta el hartazgo – como si fuera un hecho totalmente ajeno al interés colectivo-, y hacerlo noticia nacional no por su entidad sino por su carácter “controversial”.
Lo que parece que olvidamos, por sobre todo, es que estamos hablando de derechos constitucionales que implican “disfrutar una vida sexual saludable y placentera”, por ejemplo, y el “vivir la identidad de género y la orientación sexual libremente”, dispuestos en nuestra normativa- marco argentina y devenidos de la interpretación conjunta de los Pactos Internacionales y Declaraciones de Organismos de Derechos Humanos a nivel global.
El ejercicio de la sexualidad libre es un derecho humano. Y el acceso a Internet y su aprovechamiento, también. Estamos en presencia entonces de un tema muchísimo más profundo de lo que parece a simple vista. Y debemos adicionar, para cerrar, que encima viene a poner en juego a los actos tradicionales de cortejo, copulación y técnicas infalibles que los varones cis han desarrollado desde siempre, con mayor o menor éxito. Si nosotras hablamos de sexo entre nosotras con una suerte de insatisfacción generalizada sobre lo que los hombres no saben hacer o no exploran por fuera de lo conocido, es nuestro momento para usar las tecnologías que nos asisten e instarles al cambio de paradigma. De paso, nos empoderamos digitalmente (que tan necesaria es hoy en día, la reducción de la brecha digital de género). Para ellos, llegó la ocasión de explorar(se) mediante el sexo virtual. Encontrar la mejor manera de recrear una sexualidad compartida, sin el recurso de lo explícito, torpe, genital y pene, y con el de la creatividad, la palabra, la sensualidad y la retórica. Aademás, estos nuevos recursos no se agotan por su uso ni pierden potencia con los años.
Con el ejercicio de la sexualidad virtual se ponen en juego tantas aristas interesantes, que negarlo o intentar subestimar su capacidad de transformación, no sólo es necio sino que también termina siendo una forma de mantenernos a la vera de grandes experiencias personales, interpersonales, de derechos humanos y tecnodigitales.