Nadie sabía qué hacer con los sobrevivientes, nosotros tampoco sabíamos qué hacer con nosotros mismos. Algo así dice uno de los testimoniantes en la Megacausa ESMA. Ahora está en el escenario del teatro Picadero. No es él, el sobreviviente. Es un espectador que hoy, un sábado a la tarde, vino a la función de Cuarto intermedio —la obra que, con humor, se presenta como una guía práctica para audiencias de lesa humanidad— y, en determinado momento, convocado por Mónica Zwaig y Félix Bruzzone —autores e intérpretes— subió al escenario a representar el papel de testigo en un juicio. Quizás él también sea un sobreviviente. Quizás, de alguna manera, lo seamos todxs.
Decir eso, como decir “Nunca más” para cualquier cosa como “nunca más una milanesa con nervios” convierte inmediatamente a la consigna de peso histórico en una empanada hueca que se puede rellenar con de todo. Unos días después de la función y dos días después del 24 de marzo, Mauricio Macri la dice y la repite en su discurso de renuncia a la candidatura presidencial por redes sociales. Es domingo a la mañana y se nos revuelve el café con leche.
A Mónica y Félix les gustó que se dijera que el suyo es un “show de lesa humanidad”. Les gusta el filito del humor ácido y está muy bien. Miran Comodoro Py y los juicios para los costados, miran los baños que no funcionan, los anteojos copados que venden los feriantes en Retiro, las máquinas de café. Pero es bueno pensarlo: ¿qué sería un show de lesa humanidad?
Tal vez, el espectáculo que fui a ver el otro día, Resurrección, la Segunda Sinfonía de Gustav Mahler, en la puesta de Romeo Castelucci con la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires bajo la dirección de Charles Dutoit (aparentemente, ex cancelado). También creo que fue un show de lesa humanidad. Primero aparece en escena un caballo blanco que, como un perrito sabueso, olfatea algo en la tierra. Después, hay cadáveres. Llega un equipo que bien podría ser el Equipo Argentino de Antropología Forense.
Y mientras la música suena en todo su trágico esplendor —la de Mahler es una obra sobre el sentido de la vida, la muerte y qué pasa después—, en el escenario cubierto de tierra, se realiza la incesante tarea de desenterrar cuerpos y clasificarlos. Son cuerpos sin rasgos personales, son cuerpos en una fosa común, restos inidentificables. Hombres, mujeres, jóvenes, niños, bebés. Desenterrar y ordenar. Nada más que eso. En el fondo del escenario, dos puertas permanecen abiertas a la realidad, como un llamado: ahí se ve un recorte del predio de la Sociedad Rural Argentina, donde la obra se monta. Durante la puesta, alguna gente, no poca, se levanta y se va. El espectáculo se hace repetitivo, interminable, agobiante. Como la repetición en el poema de Perlongher, “Hay cadáveres”. Lesa humanidad.
Ahora no me puedo sacar la frase de la cabeza. Camino por la calle, es 24 de marzo, y mientras marchamos ordenadxs hacia la Plaza en un ritual aprendido, incorporado, un nenito de 7 revolea el cartel de una desaparecida. ¿Será qué? ¿Su bisabuela? Espectáculo de lesa. Que una cadena internacional lo filme y el mundo lo vea, que nos vea. Esto es hoy, no 1985.
Termina de hablar Estela y los 30 mil desaparecidxs presentes, ahora y siempre, de la multitud y las columnas se retiran ordenadamente. Por supuesto, suena el Indio. Camino y miro al costado, una montaña de mantas, piernas y caras. Hace calor. Son personas acumuladas en el zaguán de un edificio estatal. Parecen los muñecos de trapo de la obra de Mahler. No se acerca a olerlos ni un caballo. No están en el escenario del Picadero, están en la picadora. Qué importante, como hacen Mónica y Félix, mirar siempre lo que hay al costado.