Foto de portada: Sol Avena
El martes 23 de abril, Sonia Alesso estuvo en Buenos Aires en la marcha federal en defensa de la universidad pública. Primero concentró con la columna de la CTERA. Había tanta gente que entre varios compañeros la sacaron a los empujones y la llevaron a la cabeza de la marcha. A las seis de la tarde, cuando todavía había sol y las columnas ya no podían entrar a la Plaza de Mayo, habló en el escenario. Tenía un papelito en la mano con una frase subrayada del Manifiesto de la Federación Universitaria de Córdoba, de 1918, que fue la base de la Reforma Universitaria Argentina.
—Desde hoy tenemos para el país una vergüenza menos y una libertad más.
Y agregó:
— Es una cita de honor estar acá defendiendo el presupuesto universitario, el presupuesto de las escuelas y la inversión educativa, necesitamos las leyes que mejoren el presupuesto para la educación. ¡Fuerza, compañeros y compañeras!
Los guardapolvos blancos, del frigorífico a la escuela
Lo primero que le dijo la abuela cuando empezó a trabajar fue que se tenía que afiliar al sindicato. Sonia Alesso tenía veintiún años y había entrado como preceptora en una escuela del norte de Rosario. La abuela había sido obrera en el frigorífico Swift y entre las máquinas procesadoras de carne había visto a las mujeres trabajar hasta el día antes del parto. Sin aguinaldo, vacaciones, ni ningún derecho. Y ahí también había visto las cosas cambiar con el peronismo. Alesso quiso hacerle caso a la abuela pero no pudo. Era 1981 y los derechos sindicales estaban prohibidos por la dictadura militar. Recién tres años después, en democracia se pudo afiliar a la Asociación del Magisterio de Santa Fe (AMSAFÉ).
—Me tomé el colectivo y fui sola. Lo venía hablando con mis compañeras de la escuela y muchas habíamos decidido hacerlo. Era un momento muy potente. Con la vuelta de la democracia, las asambleas eran atractivas y multitudinarias. Se discutía de todo en todos lados. En la facultad, debatíamos los planes de estudio y en el gremio había unos oradores muy interesantes. Se hablaba de pedagogía, de política, de cultura.
Pero Alesso no quería ser sindicalista. Había llegado a Rosario en el ‘78, en plena dictadura, con diecisiete años para estudiar historia en la universidad pública. Venía de una familia donde se hablaba de política todo el tiempo. Madre peronista, padre radical y un pueblo del sur santafesino impregnado por las gestas rebeldes del grito de Alcorta, con dirigentes socialistas y una Federación Agraria fuerte. Había visto desaparecer el centro de estudiantes de su escuela secundaria y al mudarse, encontró la facultad intervenida. Los militares le revisaban el bolso y cursaba con miedo. Mientras tanto, se acercaba a las primeras organizaciones de derechos humanos, soñaba con ser profesora, investigar, escribir libros y hacer teatro.
Recién en 1988, cuando se encontró en medio de una marea de guardapolvos blancos, pensó que tal vez ahí, en la militancia sindical, podía hacer todo lo que quería.
Optimista de la voluntad
Alesso sale de una oficina del gremio docente en Rosario. Tiene 62 años, es la secretaria general de la Confederación de Trabajadores de la Educación de Argentina (CTERA), y una de las sindicalistas más importantes del país. Con Griselda, su amiga y compañera de militancia, buscan un bar para tomar un café cuando dos jóvenes le pegan un grito desde la vereda.
—Che, ¡qué flojo AMSAFÉ! ¿Para cuando el paro, Sonia? Estamos jugando para el gobierno de turno siempre.
Uno es docente en escuelas secundarias y el otro, en terciarios.
Es marzo de 2024 y Javier Milei cumple los primeros tres meses de gobierno con una inflación acumulada de más del cincuenta por ciento, una caída del poder adquisitivo sin precedentes, la paritaria nacional docente suspendida y el recorte del Fondo Nacional de Incentivo Docente (FONID) a las provincias. En todo el país, los gremios negocian paritarias pero no llegan a acuerdos.
Sonia se da vuelta, se les acerca y hace lo que hace siempre: debatir y convencer.
—No, chicos, estamos jugando con inteligencia. Se viene el presentismo y el descuento de días. Hay que ser inteligentes para pelear porque acá hay que ganar.
—¿Pero qué podemos ganar en este contexto?
—Tenemos que organizarnos porque esto va a ser largo, muchachos. Hay que tener un plan de lucha a largo plazo y a nivel nacional.
La discusión sigue. Los dos le llevan más de una cabeza, la escuchan, le dan la razón. También le retrucan que están bajo la línea de pobreza. Sonia les habla de la Carpa Blanca y de ir paso a paso. Sabe, lo dice todo el tiempo, que Argentina vive uno de los peores y más inéditos momentos de su historia. Pero se mueve con una frase de Antonio Gramsci que la acompaña desde que la leyó por primera vez: ella es una optimista de la voluntad.
Un mes después, el presentismo llega a Santa Fe bajo el nombre de premio. El gobierno provincial anuncia incentivos para quienes tengan el cien por ciento de asistencia y el gobernador Maximiliano Pullaro evalúa descontar los días de huelga. En todo el país miles de jóvenes, estudiantes, docentes, no docentes y trabajadores de todo tipo marchan para defender la universidad pública y gratuita.
Alesso veo cinco actores fundamentales en la pelea: el movimiento de derechos humanos, el sindicalismo, el movimiento estudiantil, los feminismos y la cultura.
—Si se mezclan junto con muchos otros va a dar resultados. Estamos en una etapa de programas mínimos. No tenemos que coincidir en todo. No es un manifiesto de setenta puntos. Hay que ir de a poco. Cinco puntos: todos a la calle. Tres puntos: todos a la calle. Argentina tiene un activo consciente y una militancia diversa, esa es nuestra mayor riqueza.
La triple M: maestras, mujeres y madres
Alesso se crió entre maestras. Mucho antes de empezar la primaria, de aprender a leer y a escribir, incluso de hablar y caminar, vivía la escuela como si fuera una extensión de su casa. Su mamá era directora de la primaria de Máximo Paz, un pueblo del sur de Santa Fe, donde creció. Su tía y su hermana eran docentes allí. Las amigas de todas ellas, también. Desde chiquita las escuchaba discutir sobre los problemas que tenían como maestras, trabajadoras, mujeres y madres.
—Era feminista sin saberlo. Vengo de una familia matriarcal donde trabajaban todas. A mi mamá nunca le gustó planchar, cocinar ni limpiar. Eran todas mujeres con mucha fortaleza que despotricaban contra las tareas domésticas.
Al hablar, con cigarrillo industrial en mano, voz ronca, rulos oscuros cortos sobre la cara y lentes gruesos, siempre nombra a las que la precedieron. Se define como parte de un linaje de trabajadoras, feministas, sindicalistas. Desde su abuela hasta las compañeras de militancia.
Al feminismo como identidad llegó a fines de los ‘90, cuando en la Central de Trabajadores y Trabajadoras de la Argentina (CTA) asumió Mabel Gabarra como la primera secretaria de género. Alesso empezó a ir a los Encuentros Nacionales de Mujeres. Incluso, fue organizadora del de 2003 en Rosario. Y quedó a cargo de la secretaría de género provincial. Cuando se lanzó la campaña por el aborto legal en 2005 y se presentó el primer proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo en 2007, CTERA fue el único gremio que acompañó.
—En los sindicatos hay muchas amigas. No es fácil para ninguna mujer este lugar. Tenemos otras formas de vincularnos en un ambiente mayoritariamente masculino. Y siempre nos cuesta todo cinco veces más.
Alesso quedó al frente de CTERA cuando murió una de sus amigas y referentas, Estela Maldonado. Desde 2014 ocupa el cargo máximo de la central, que representa a 500 mil afiliados y afiliadas en todo el país. La mayoría son mujeres. En las primarias, el 82 por ciento; en secundarias y terciarios, el 70. Recién se emparejan en las universidades.
Maestra luchando también está enseñando
Cada vez que Alesso habla de los ‘80 los recuerda como una etapa formativa. En esa década estudió, trabajó y militó sin parar. Historia, magisterio, teatro en El Discepolín con la Chiqui González, clases en la escuela integral de Fisherton, asambleas en el gremio, la movida cultural rosarina. Todo se mezclaba en el ambiente efervescente de la recuperación democrática.
Pero, en 1988, un conflicto docente la hizo dar un giro. Ella venía participando de las discusiones, paros y asambleas. Sin embargo, no se planteaba ser delegada. Ese año se organizó la marcha blanca en Buenos Aires.
—Era por lo mismo que peleamos ahora: el desfinanciamiento educativo, el fondo para la educación, la paritaria docente y el salario unificado en todo el país.
Alesso viajó con otros docentes. Cuando llegaron a la Plaza de Mayo, se encontraron con 200 mil personas, todas con guardapolvos blancos. Avanzaron hasta el escenario y escucharon el discurso de Marcos Garcetti, el entonces secretario general de CTERA. Alesso no se acuerda qué dijo pero sí lo que sintió.
—Me acuerdo de pensar esto: coincido en todo lo que dice este hombre. Ahí me definí por la actividad sindical.
Su militancia fue de a poco pero sin parar. Primero, se convirtió en delegada de la escuela. Participaba en una agrupación que habían armado con compañeros y compañeras, la Celeste y Blanca, que hoy conduce tanto AMSAFÉ provincial como la CTERA. Era una época dura para trabajar en la educación pública. Los sueldos estaban por el piso, tenía compañeras que no tenían para comer y otras a las que los padres las ayudaban con cajas de comida. Ella se casó y tuvo dos hijos. No les alcanzaba para pagar el alquiler. Además, sentía que era un momento oscuro. Veía a una sociedad que apoyaba las privatizaciones, la persecución a los docentes y el ajuste en educación.
—Las consecuencias las pagamos muchos años después y dar vuelta esa situación llevó mucho tiempo. Teníamos mucha información de lo que se venía en educación, como ahora, pero a la gente no le parecía posible que eso pasara.
Al ajuste le siguieron los despidos por todos lados. En el barrio donde vivía cerraron muchas fábricas y vio cómo los obreros abrían quioscos con la indemnización y duraban pocos meses. En varias provincias los gobiernos dejaron de pagar sueldos. Y ahí apareció la creatividad que le puso un freno al modelo menemista.
—La Carpa Blanca no surgió porque estábamos a la defensiva sino por la desesperación.
Era fines de los ‘90 y los docentes de varias provincias llevaban meses sin cobrar el sueldo. El paro ya no era una medida de fuerza posible porque directamente no había clases. Fue ahí que surgió la idea de instalar una carpa blanca en la Plaza de Mayo.
Un grupo de treinta docentes se turnaba para ayunar como forma de protesta. A las semanas era reemplazado por otro de otra escuela. La protesta duró 1001 días, desde el 2 abril de 1997 hasta el 30 de diciembre de 1999. Participaron miles de docentes de todo el país y fue visitada por tres millones de personas. Terminó con la derrota de Carlos Menem, la derogación de la Ley Federal de Educación y la aprobación de la ley del Fonid, bajo el gobierno de De la Rúa.
La carpa no sólo mostró la crisis en la educación por el desfinanciamiento. Fue la caja de resonancia de los conflictos sociales de ese momento. Iban los organismos de derechos humanos, las abuelas y madres de Plaza de Mayo, artistas, trabajadores, desocupados y desocupadas. Y fue una experiencia federal inédita porque los docentes viajaban desde cada provincia. Tocaron músicos como Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez, Divididos, Victor Heredia y Teresa Parodi. Iban actrices y actores famosos y dio una charla Eduardo Galeano. Hasta los periodistas iban a apoyar y sacarse fotos. En esos años, Alesso conoció a delegadas y delegados que hoy son dirigentes sindicales.
—Fue un gran proceso de debate de la militancia sindical docente. Para organizar semejante monstruosidad hacía falta mucha discusión política porque todos los días pasaba algo dramático. Hoy el contexto es más grave. El proyecto de Javier Milei incluye violencia, ataques contra los derechos humanos, las conquistas de género y la agresión contra quien piensa distinto. En ese momento podíamos instalar una carpa en la plaza, hoy nos reprimen. Pero tenemos que poner toda la creatividad, que nos sobra, al servicio de la lucha y de no abandonar la calle.
En medio de ese proceso de lucha, entró por primera vez a la comisión directiva de AMSAFÉ. Fue elegida secretaria de prensa, después adjunta y finalmente secretaria general.
Del sindicato al mundo
La CTERA fue el lugar donde Alesso hizo muchas de las cosas que soñaba en la juventud. Y las consiguió junto con otras y otros. Encararon investigaciones sobre educación que son referencia para Latinoamérica, publicaron libros de historia y de pedagogía, y hasta organizan eventos culturales con obras de teatro.
La central también le dio proyección nacional. Hoy es una de las figuras más fuertes del sindicalismo argentino y tiene un lugar en la mesa chica de la CTA. Siempre está en los actos, es una de las pocas mujeres que se ve en los escenarios. También la ubicó en el mapa internacional. En abril fue elegida como secretaria general de la Internacional de la Educación de Latinoamérica, que nuclea a 36 organizaciones afiliadas en 19 países de la región, y viaja por todo el mundo haciendo política con dirigentes de distintos países. Cuando habla nunca se le escapa el panorama internacional, los conflictos en otros países, la mirada latinoamericana e internacionalista. Es una dirigente impregnada por los debates del siglo XX, que se define marxista y presta todo el tiempo atención a las nuevas discusiones sobre educación.
CTERA es también una aliada para las izquierdas y los progresismos de la región. Cuando en 2019 fue el golpe de Estado en Bolivia y Evo Morales se exilió en Buenos Aires, la central le prestó las oficinas para ir a trabajar todos los días. Él y Sonia pasaban horas conversando y se hicieron amigos. Lo que más recuerda es que el primer día Morales llegó al gremio a las seis de la mañana.
—Evo, escuchame, en Argentina hubo peronismo, los trabajadores vienen a las ocho a trabajar—le respondió Alesso.
En los diez años que lleva al frente de la CTERA, vio cómo compañeras de todas las provincias llegaban a ocupar lugares clave en los gremios. El año pasado vivió una nueva conquista en CTA. Antes del congreso donde se renovaban las autoridades, Sonia planteó cambiar el estatuto y poner la paridad de género. Hasta ese momento era 40 y 60. Perdió la discusión.
—Les dije que se iba a armar quilombo en el congreso. Dicho y hecho. Apenas empezó las compañeras de las provincias lo plantearon. Lo miré a Yasky y le dije que esto iba a terminar en una revuelta.
Un café después, la paridad fue aprobada. Ese día recordó cómo era la mesa de la CTA años atrás. Todos varones y unas poquitas compañeras de CONADU, CTERA, AMMAR y ATE. Ahora en cada reunión son miti y miti, dice. Y le encanta la discusión que se arma.