Tecnologías de excitación: sexo virtual en tiempos de pandemia

Es una tentación situar la creciente incitación al sexo virtual en un escenario porno-futurista de expansión de libertades sexuales mecánicamente habilitadas. Emmanuel Theumer se pregunta ¿qué cuenta cómo “virtual” en esta sexualidad? ¿Cómo funciona este tecnovivivente conectado a circuitos de excitación y control? Esta ventana posdoméstica, ¿opacará las jerarquías sociosexuales que delinean lo deseable o, por el contrario, recrudecerán los dispositivos de vigilancia y gestión psicopolítica del sexo?

Las noches de aislamiento social, preventivo y obligatorio parecen ser noche de incitación al “sexting”, una de las prácticas de comunicación multimedia que caracterizan el cortejo sexual de inicios del nuevo milenio: chats de alto voltaje, intercambio de fotos tomadas desde ángulos estratégicos, videollamadas porno-amateur. Esta intuición personal adquirió rasgos societales cuando a mediados de abril el Estado argentino recomendó el “sexo virtual” como una modalidad de prevención para la pandemia desatada por el virus SARS-CoV-2. Por medio de una conferencia de prensa, el infectólogo vocero del Ministerio de Salud de la Nación remarcó que no existen evidencias de que el virus se elimine a través del semen o a través de secreciones de la vagina y el recto. Aconsejó la higiene para las parejas convivientes y presentó la opción de sexo virtual como una práctica segura ante el avance del virus. El sexo virtual, un novedoso no decible y vergonzoso de la sexualidad del siglo XXI, amanecía como una cuestión de salud nacional al servicio del cuidado de la población.

Pero, ¿qué cuenta cómo “virtual” en esta sexualidad? Podría afirmarse que la pandemia ha acentuado los rasgos de un conjunto de prácticas sexuales que, aunque históricamente novedosas, ya estaban teniendo lugar. Los tiempos del aislamiento social parecen haber acelerado el ultraconsumo de páginas web pornográficas e intercambio de “nudes” a través de apps como Grindr, Telegram e Instagram.  El disciplinamiento de la mano masturbatoria parece hoy disiparse ante la desmaterialización de la sexualidad, la digitalización pornográfica del cuerpo y la circulación del deseo en bucles de algoritmos. El desanclaje espacial y la interacción simultánea-multimedia rigen esta reciente experimentación del placer. Tanto Donna Haraway como Paul Preciado serían importantes docentes en una posible educación sexual microinformática que tome al cuerpo como un tecnovivivente conectado a circuitos de excitación y control. 

No han faltado recomendaciones de prevención para un sexo virtual “seguro” que reparan en evitar la revelación del rostro o limitarse a partenaires de confianza. Como si la totalización visual de un desnudo fuera un límite para la exteriorización de lo que cuenta como íntimo, un bien a conservar ante las siempre complejas consecuencias de toda calentura. En el sexo virtual se ponen en juego otras torsiones. El sexo virtual ofrece la posibilidad de conectar los órganos a una multitud de ciberusuarixs, una incitación capitalista a la masturbación que en tiempos de la Covid19 convive con relatos que remarcan el valor social-sanitario de la pareja conyugal bajo el resguardo de los muros domésticos. Aquí conectar la cámara es abrir una ventana posdoméstica al ciberespacio, hacer estallar la interioridad. En tales formas de experimentación on-line del placer de lo que se trata es de pixelizar la intimidad y espectacularizarla a través de la imagen multimedia. La pose de este servidor sexual multiconectado no es vertical sino el reposo. Desde la cama linkea el movimiento ocular dirigido a la pantalla con su tejido eréctil. Al igual que en el mundo off-line, este tecnoviviente ha de negociar su deseo dentro de una distribución desigual del capital erótico.

El ambiente abierto por el confinamiento social, ¿fomentará la generación de comunidades on-line capaces de opacar las jerarquías sociosexuales que delinean lo deseable?, ¿avanzaremos hacia formas de apropiación crítica-colectiva de estas tecnologías de excitación?  O, por el contrario, ¿profundizará la estética de distinción social que toma por referencia la industria del porno como parte de un recrudecimiento de los dispositivos de vigilancia y gestión psicopolítica del sexo? Constituye una tentación situar la creciente incitación al sexo virtual en un escenario porno-futurista de expansión de libertades sexuales mecánicamente habilitadas. Pero nuestra viscosa ventana al ciberespacio tiene lugar en un presente enigmático. ¿Podrán lxs confinadxs a la pantalla encontrar mejores modos de suspirar juntxs?