Si de entrada el mundo y la vida diaria nos ofrecen escenas tenebrosas o que queremos olvidar, episódicas o inquietantes, por qué no convertir lo inenarrable en literatura. Ese es el impulso de Gabriela García Cedro, echar un conjuro literario a lo que la rodea para teñirlo de una belleza que lo haga aceptable. Pero también otro, hacer aparecer lo siniestro en una escena bucólica, en el vínculo profesional-discípula, en la transgresión fuera de código de la clase social.
A dónde van los que no creen va hilvanando cuentos como despejando fantasmas. Cómo entender la muerte joven de un padre, qué hicieron les personajes, cómo pusieron palabras en las junturas de lo banal con lo trágico de aquél momento. El cansancio en el alma durante el (des)gobierno de la Alianza es el clima de “Elecciones laborales”, en donde ni siquiera los libros prometen una fuga decente, tal vez solo Farenheit 451. “Zona Oeste” puede leerse con otros cuentos de la literatura argentina en donde los desencuentros del deseo con la clase se traducen en crueldad. En “Quiroga”, alguien tiene que gritar para modificar un escenario aplastante. Un remedo de Annie Wilkes sobreadaptada aparece en “¿Querés qué…?” para saldar cuentas con uno de los varones poderosos que la miró como nadita.
Con un estilo particular, para seguir explorando, los cuentos reunidos en A dónde van los que no creen forman el primer libro de narrativa de la autora. La mirada de García Cedro no se cansa, busca lo extraordinario y lo hace literatura para desmentir que la vida es un gris contínuo.