Un trabajo que alcance para vivir, el sueño de una generación joven

Hay una ruptura con la tradición argentina del laburo, les jóvenes quieren plata y la quieren ya. ¿Es el trabajo un fin en sí mismo o un mal necesario para conseguir otro objetivo? Laila Fleisman, una estudiante de periodismo, habla con sus pares para retratar lo que piensa quienes serán el futuro del país.

Basta de Community Managers y streamers, necesitamos plomeros y electricistas. 

Mi mamá a los 26 años era madre. Yo a su misma edad estoy endeudada después de haberme comprado una gaseosa de dos litros.

Nada sintetiza más una época que un par de memes. En la red social X —antes llamada Twitter— abunda contenido ácido que interpela las aspiraciones y los trabajos de la juventud argentina. Pero, después de las risas llegan las dudas.

Entre mis amigxs, lxs que todavía no terminaron la carrera se preguntan qué sentido tiene llegar a cumplirlo, si es que llegarán a su objetivo, mientras que lxs que laburan de lo que estudiaron se angustian: “¿Realmente me gusta esto?”. Sin importar la clase social, todxs se hacen la misma pregunta: “¿Estoy ganando bien? —o en todo caso— ¿en algún momento voy a ganar bien?”.

Para los que nacimos alrededor de los 2000, durante los primeros pasos en el mundo de la adultez cuestionamos de manera colectiva los vínculos amorosos y amistosos, nos preguntamos si de verdad queremos formar una familia o hacer una comunidad con los afectos. Nos adueñamos, como generación, de etiquetas sexuales y de género no binarias. Fuimos “la revolución de las hijas” con el #NiUnaMenos y estuvimos en las calles por la legalización del aborto del 2018. Pero nunca vivimos esto. En 2024 estamos conociendo nuestra primera crisis económica. El meme sería el del payaso con los globos invitándote a la fiestita. A eso se suma la media sanción en diputados de la Ley de Bases impulsada por Javier Milei, que propone una reforma laboral. Entre sus muchas modificaciones, hay más flexibilización laboral –ampliación del período de prueba y eliminación de las multas a la patronal que no cumpla con sus obligaciones, además de la implementación de la figura de colaborador de tu jefe en una empresa de 5 empleados–, la postergación cinco años más de las jubilaciones para las mujeres y la eliminación de las moratorias previsionales que le dieron la jubilación a nuestras abuelas.

En un contexto donde las universidades públicas -aquellas instituciones que garantizaban el ascenso social de la clase obrera- están en peligro y entre las conversaciones con los amigxs siempre alguien recomienda “hacer un curso de programación” para tener más ingresos, se está esbozando una nueva figura del trabajador mediada mayormente por el mundo digital. Pero, al mismo tiempo, con aspiraciones y conflictos diferentes a los de las generaciones anteriores. ¿Queremos trabajar tanto como nuestrxs padres y madres? ¿Para qué? ¿Con qué y en dónde satisfacen sus necesidades y deseos ?

“Te ofrecemos un trabajo flexible”

Julieta tiene 26 años y trabaja toda la noche. Para llegar a fin de mes, tiene tres empleos que mantiene desde 2021, el principal es un nocturno de siete horas. “Mis ingresos vienen mayormente por ese, soy front desk, que es ser asistente virtual para una empresa de hotelería. Es 100% home office por lo cual no tengo que moverme de mi casa”, cuenta.

Su rutina es la siguiente: de 11 de la noche a 7 de la mañana está en el escritorio de su casa en Caseros, partido de Tres de Febrero del conurbano bonaerense, atendiendo clientes por la computadora. En esas horas de la madrugada a veces  “les hace el aguante” a sus amigas que se quedan estudiando hasta tarde. Dos días de la semana, de 9 a 3 de la tarde, es recepcionista en una veterinaria en la Ciudad de Buenos Aires. El último empleo es como peluquera canina y lo hace “en cualquier momento del día” porque es independiente. 

“En mis tiempos libres intento dormir. Cuesta desconectarse pero trato de hacerlo.  Veo series, películas, juego algo en la compu. Es lo único que hago porque no tengo la energía para hacer nada más”. 

Nació en Villa Lynch, también en la provincia de Buenos Aires, en la zona oeste, y ahora alquila sola un departamento en Caseros. Si bien al principio le costó irse de la casa materna, el proceso fue genial. “Siempre fui muy independiente. A mis papás no les pedí ayuda nunca, a ellos les nació darme mercadería en caso que lo necesitara”, relata. 

Julieta se recibió hace pocos meses de la tecnicatura en Traducción y ahora está buscando trabajo como freelance. Y sueña. “Para mí, el trabajo ideal es en el que pueda tener mis propios horarios o tener unos establecidos y que se respeten”, dice, aunque va por más: “Que el sueldo sea siempre acorde a lo que uno hace para no tener que cargar con más de un trabajo a la vez”. 

Julieta tiene 26 años y tiene, como mínimo, tres empleos fijos. Se sacó una foto para mostrarnos su lugar de trabajo.

No es un sueño muy original, todo parece indicar que proviene de una preocupación compartida con muchxs de su generación. Lo mismo le pasa a Danilo, de 30 años, que arranca a trabajar a las 6 de la mañana con su moto.

Tiene todas las aplicaciones instaladas en su celular, desde las de reparto de comida hasta las de transporte de pasajeros. Sale de su casa de chapa ubicada en el barrio 31 de Retiro –un asentamiento humilde en el centro de la Ciudad de Buenos Aires– y toma el primer pedido del día. Observa que en la pantalla de su celular la aplicación le marca 10 corazones. Por cada “falla” que tenga –pedido mal entregado, llegada tarde a destino, etc.– pierde uno y, si se queda en 0, le bloquean la cuenta. 

Parece un videojuego, pero no lo es. 

Las apps de delivery no le dan una obra social, vacaciones o aportes para una jubilación y de esos corazones depende para alimentar a sus tres hijos. 

Cuando piensa en las condiciones de sus empleos, Danilo se angustia. La plata no le alcanza y cree que por fuera de las apps no hay alternativas mejores. Lo sabe porque se lo comentaron conocidos en el rubro gastronómico y también porque trabajó en una fábrica textil a los 16 años. La crueldad era cotidiana: “A veces el jefe tomaba helado y nos regalaba lo que quedaba en el cucurucho”, recuerda.

“Eso es lo único malo que tiene el trabajo de repartidor. Después me da mucha flexibilidad: yo elijo mis horarios de la semana y los fines de semana. Además por la noche puedo ensayar con mi banda”. 

Los discursos que valoran la flexibilidad por encima de otros criterios no distan de los requisitos que piden los reclutadores por LinkedIn, la red social para buscar trabajo online. Las empresas quieren un trabajador flexible que, según sus atractivos flyers del tipo “te estamos buscando”, piden que la persona sea desde un “code monkey” hasta proactivx, pero, si hay contrato, a veces no pasa los 6 meses, no garantiza un puesto en relación de dependencia, ni tampoco una indemnización por despido. 

Crisis, pero a qué costo

Atravesado por la pandemia de covid, el teletrabajo y el avance de la derecha en Argentina, el mundo laboral al cual se enfrentan los jóvenes es irreconocible al que existía hace más de 10 años. “Desde 2012 que Argentina ha tenido problemas de crecimiento económico y con ello poca creación de empleo. En consecuencia, los chicos y las chicas de ahora, que son ingresantes recientes al mercado laboral, encuentran problemas cuando quieren trabajar”, explica Ana Miranda, investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) Argentina y doctora en Ciencias Sociales de FLACSO.

Los datos oficiales lo confirman. En Argentina, los más afectados por el desempleo fueron los jóvenes de entre 14 y 29 años, según el último informe del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) sobre Mercado de trabajo.Tasas e indicadores socioeconómicos (EPH) del cuarto trimestre de 2023. Para esa franja de edad, la tasa de desocupación fue del 13,4% en mujeres y 11,5% en los hombres. 

A su vez, según Miranda, hay un proceso acentuado de precarización laboral que permite la existencia de empleos más inestables, de baja calidad y con poco acceso a los ingresos necesarios para la independencia económica o habitacional. A todo esto, se suman los pocos beneficios asociados a la figura del trabajador o trabajadora.

Con respecto a los nuevos empleos de categoría informal, como el que tiene Danilo, Miranda especifica: “Ya en el periodo de pandemia, un poquito antes, hubo un auge de las plataformas asociadas a tareas de reparto pero también encontramos una mayor segmentación de las ocupaciones”. Si bien algunos de estos trabajos son muy bien pagos –por ejemplo los de programación que suelen ser contratados por empresas extranjeras con sueldos dolarizados– otros tienen una “baja segmentación”, como en el caso de los repartidores.

Las mujeres ¿facturan?

Sofía tiene 25 años, es de la ciudad de Neuquén y está en el cuarto año de la licenciatura en Publicidad. Además se está preparando para obtener a fin de año el certificado del First Certificate en inglés.

Tiene dos empleos fijos que considera una “mera ayuda” para poder terminar la carrera. Uno de ellos es en un local de ropa interior masculina y otro como community manager de un estudio de arquitectos. También tiene un emprendimiento de pastas y hace trabajos esporádicos como moza y fotógrafa en eventos.

“Soy súper consciente de que más allá de mis privilegios, si yo fuera varón, mi realidad sería otra y mis oportunidades también. De todas formas considero que llegar a fin de mes es una cuestión de suerte”, expresa Sofía.

Sofía, se sacó una selfie en la tienda en la que trabaja en Neuquén.

La brecha de género entre varones y mujeres en Argentina es del 25,4% para el cuarto trimestre del 2023, según los datos del INDEC sobre Evolución de la distribución del ingreso (EPH). Lo que significó tres puntos más arriba en comparación al trimestre anterior, cuando rondaba el 22,6%.

El contraste con estos números que presentó el INDEC los últimos cuatro años. “Si se observa la tasa de ocupación en términos de evolución puede distinguirse que, post pandemia y hasta el año pasado, a las mujeres les fue mejor que a los varones en el mercado de trabajo”, explica Miranda. Sin embargo, la socióloga añade: “que no se presenten diferencias tan acentuadas como en el pasado puede deberse a que las mujeres están accediendo más a empleos precarizados”.

Cuando es consultada sobre el destino de sus ingresos, Sofía responde que ahorra para viajar –recorrió Argentina, Chile, Perú y Brasil–  y también para mantener a su perro. “No tengo ni dos muebles en mi casa porque realmente no le doy ni un poco de importancia a gastar parte de lo que gano en eso. Mis gastos pasan más por mi momento de disfrute, la comida y viajar”, detalla.

Más allá de las diferencias de ingreso y acceso a las ocupaciones entre varones, mujeres y no binaries, incluso quienes pueden trabajar de lo que estudiaron siguen encontrando dificultades para insertarse en el ámbito laboral que eligieron. 

Laila, la autora de esta nota, estudiante de periodismo, en la redacción donde está haciendo una pasantía.

Ese es el caso de Lucia, de 24 años, que reparte su tiempo entre terminar la tesis para recibirse como animadora de cine en la Escuela Da Vinci, colaborar en proyectos creativos de sus compañeros y también trabajar en una empresa de realización audiovisual. “En este país es difícil entrar en el mundo del cine y uno termina buscando cosas para afuera. Es una industria donde siempre están los mismos apellidos y arrancar desde abajo, como una persona nueva, es complejo porque te explotan mucho”, explica.

Con respecto al desfinanciamiento de las instituciones de cine nacional –el cierre “temporal” y el despido del personal del complejo de Cine Gaumont– Lucía cuenta que ve una situación complicada. “Entre nosotros festejamos cada pequeña victoria. Hace poco uno de nuestros proyectos ganó el Fondo Nacional de las Artes y el Mecenazgo, concursos que nos permiten hacer lo que nos gusta”, relata. Aunque nadie sabe si seguirán, si tendrán fondos, si son planes de fomento que se mantendrán para incentivar la industria audiovisual.

Apostar por lo que a unx le gusta

La filósofa y escritora Tamara Tenenebaum, escribió en una de sus columnas en elDiarioAr sobre el boom de las apuestas online y la idea predominante en la juventud de que no invertir la plata es “literalmente perderla”. “Yo soy joven, en algún sentido, pero en otro ya no tanto, y no puedo evitar preguntarme cómo será ingresar a la adultez en este mundo en el que toda la gente parece decepcionada y descreída del trabajo”, reflexiona.

Los influencers en las redes sociales promocionan las apuestas y predominan en el mundo de los clubes de fútbol. Hace poco, se viralizó un video familiar del futbolista brasileño Neymar jugando al poker desde su celular en medio del cumpleaños de su hija. La idea de que se puede ganar plata fácil se propaga como un virus en una generación de varones.

Según Ana Miranda, la emergencia de las apuestas online es consecuencia de “millones de regulaciones que se fueron quitando a partir de los años 70 en el mercado financiero”. En Argentina no hay medidas ni proyectos de ley nacional para regular estas incipientes prácticas digitales. 

Entre los 19 millones de aficionados, está Laureano, que vive en el barrio porteño de Villa Urquiza. Tiene 20 años, estudia la tecnicatura en Organización de Eventos en la Universidad del Siglo XXI y trabaja en la oficina de su madre que también se dedica a lo mismo. 

Pero complementa sus ganancias por medio de las apuestas en casinos online y el booking de videojuegos. “Básicamente es jugar por otras personas. Se acercan a mí porque quieren conseguir algo dentro de un juego, puede ser un tipo de personaje, un aspecto o lo que sea”, explica. Si bien los considera “pasatiempos”, también se refiere a ellos como un trabajo más.

Su horario para hacer las apuestas es a las 5 de la mañana porque es cuando arrancan los partidos. “Apuesto 1.000 dólares aproximadamente para tener un ingreso bastante grande en lugares donde es seguro que gane”, detalla.

Gracias a sus “hobbies virtuales”, Laureano gana en criptomonedas y dólares. El destino de esos fondos son las salidas con amigos pero principalmente la inversión. “Es una inversión que me parece muy interesante para el plazo fijo. Siempre teniendo en cuenta la economía del país y si combina o no”, dice.

Las formas en que lxs jóvenes ganamos dinero cambiaron, eso está claro. Sin embargo, entre todxs los consultados se asomó la misma crítica hacia los trabajos tradicionales de oficina, presenciales y de 8 horas. 

Para Laureano y también para Lucia, si bien consideran que los empleos en oficina son “cómodos” preferirían un modo “híbrido”, como el que se empleó durante la cuarentena de covid. “Yo creo que hay trabajos de oficina que no necesitan de la presencialidad. Para los trabajadores es mejor estar en casa, donde es más fácil, cómodo y sencillo hacer las labores. Además ahí estás menos estresado porque no te comiste el problema del tránsito”, opina Laureano.

Danilo es repartidor, pero también da clases de rap en el barrio. Su lugar de trabajo es la moto y la calle.

Danilo, el repartidor, es hijo de inmigrantes paraguayos, y en su casa esperaban que los dos hijos menores estudien y aspiren a trabajos de oficinistas. “Mis hermanos mayores tuvieron que trabajar desde muy chicos y no terminaron la escuela. Solo nosotros tuvimos la oportunidad de estudiar”, comparte. 

Pero sus aspiraciones personales difieren de lo que sus padres esperaban de él: además de hacer delivery con la moto, hace talleres y eventos de rap en Buenos Aires. “Mi idea a futuro es seguir con esto”. 

¿El futuro llegó hace rato?

Sin capacidad para ahorrar a futuro, lxs jovenes terminamos atrapadxs en un presente continúo de trabajos precarizados, inversiones a través de plataformas online y satisfacción inmediata de deseos (vinculados a la comida, el viaje, y lujos materiales). En el mientras tanto, la plata está cada vez más devaluada.

“¿En dónde te ves dentro de 5, 10 años?”, suelen preguntarnos en las entrevistas de trabajo y siempre genera dudas pensar una respuesta. La capacidad para imaginar un futuro es una tarea complicada cuando no encontramos de qué sostenernos en un mundo que se siente volátil. 

En el caso de Danilo, por ejemplo, su sostén es la música, porque ahí encontró una comunidad y también un propósito: enseñar para los pibxs del barrio. “Escribir letras sobre lo que se vive acá en la 31, sobre lo que ves en el día a día y compartirlo con otros te cambia la vida”, dice.

Tal vez no todo en la vida sea la plata.