Regina José Galindo (Ciudad de Guatemala, 1974) cobró visibilidad mundial en 2005, cuando fue galardonada con el León de Oro al mejor artista joven en la Bienal de Venecia, convirtiéndose así en el primer artista latinoamericano en ganar dicha distinción. Es considerada en la actualidad como una de las mejores performers del mundo: en 2003 en su país hizo Quién puede borrar las huellas, donde mojaba sus pies descalzos en un líquido similar a la sangre y luego iba caminando por las calles. En 2017 en México hizo Desecho, donde se veía un cuerpo dentro de una bolsa de residuos siendo transportado por un camión. Otra de sus obras la tiene el Museo del Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba).
Pero Galindo no es sólo es una performer, es una artista en el amplio sentido de la palabra. El año pasado publicó en Chile La nación más mala del mundo (Ediciones Libros del Cardo), una antología que aborda veinte años de escritura y donde conviven poemas y pequeños cuentos. Pero incluso aquí, en la literatura, el tema parece ser el mismo que en su arte: la violencia del patriarcado. Si el patriarcado propicia todas las desigualdades, la violencia patriarcal se nutre y opera con todas las desigualdades: género, etnia, recursos económicos, etcétera.
Ya desde su primer poema se puede leer esta violencia: “Salgamos a las calles a violar niñas /que hoy es día de fiesta /agarre la que más le guste /la más tiernita /ábrale las piernas sin pena /y disfrute el festín del dolor. //Salgamos a los pueblos a matar indios /que hoy es día de feria /no gaste plomo que no es necesario /arránqueles la vida a patada limpia /sáqueles los ojos /quíteles las uñas /ya verá que de poquito en poquito /se van a secar”.
Pese a que confiesa no haber leído Los niños perdidos, de Valeria Luiselli, que habla de la realidad de los niños que, sin padres y mayoritariamente sin familia, llegan a Nueva York para lograr quedarse en Estados Unidos y no volver a sus países, se puede establecer un nexo con la autora mexicana. Sólo que Galindo se refiere a aquello de lo que escapan esos niños. No es una poesía amable con el lector la de Galindo, resulta por momentos incómoda, como incómoda es la realidad que vive su país, la nación más mala del mundo. Pese a ello, la autora sigue viviendo allí y no planea moverse por el momento.

—El libro en sí es una recapitulación de muchos años, son poemas escritos desde finales de los años 90 hasta el año de la pandemia, entonces no se trata de por qué hiciste el libro o cómo lo hiciste, sino por qué se escribe lo que se escribe año tras año y pasa el tiempo y se sigue escribiendo sobre lo mismo, es decir estamos mostrando una realidad durísima, latente e interminable, y no se trataba de que el libro tuviera una intensidad de tal o cual manera, no, ésa es la forma básicamente en la que me comunico, a través de estas palabras directas, que reflejan mi realidad y la realidad de muchos otros países, porque hay textos que bien podrían ser escritos o interpretados desde una mujer en Argentina o Chile, creo que es desde esa sororidad, desde esa empatía, que el libro puede encontrar su lugar
—Pese a que el libro es tan válido en Argentina o en Chile, también hay poemas muy marcados por la realidad guatemalteca.
—Este libro tiene la peculiaridad de que incluye narrativa y hay piezas, como el cuento ‘Perra’, que es bien local, porque habla de una situación de pandilla, de una realidad, que podría ser también la realidad salvadoreña, pero que sí está muy localizado.
—Da la sensación de que hay poemas que fueron pensados para una acción performática y otros que parecen que fueron pensados para una lectura silenciosa. ¿Los pensaste así?
—Yo hago mucha diferencia entre mi trabajo como artista visual y mi trabajo como escritora. O mi oficio, perdón, no quiero usar la palabra trabajo. Por ejemplo, en mi oficio de artista visual yo no me permito jamás hablar de mí misma, de mis historias, lo que hago en ese campo es un trabajo contextual, que acontece en Guatemala o sobre los países en los que me toque trabajar. Y en el campo de la poesía, ya sea en narrativa o en poesía, yo sí hablo de mi vida en muchos casos y en otros casos hablo de Guatemala como apéndice de mi vida. Por eso si las piezas que te parecen a ti que fueron hechas para una performance, no es así, fueron hechas, fueron escritas para que estuvieran en el libro.
—Y sin embargo tanto en tu arte como en tu poesía está bien presente el tema del cuerpo.
—Sí. Y esto siempre fue muy evidente en mi oficio como escritora, de hecho mis primeros poemas eran un descubrimiento, una exploración corporal, eran mis transgresiones en ese momento, y ahí se podía leer el papel prioritario que tenía el cuerpo dentro de toda esta investigación de palabras, y lo sigo sintiendo así en mi trabajo presente.

—Hay poemas dedicados a otras personas y que dialogan con una realidad que aconteció, como es el caso del poema dedicado a Mónica Casco, que fue víctima de violencia de género, pero que terminó ella asesinando a su victimario.
—Fue un caso muy interesante, porque nosotras, y aquí incluyo a mis compañeras, nos enteramos por los medios del caso de Mónica, y de ahí nos acercamos a su abogada. Mónica había logrado la libertad condicional, pero tenía que pagar una cantidad muy alta para salir de prisión. Entonces por las redes hicimos una convocatoria y conseguimos el dinero para que pudiera cumplir con la prisión domiciliaria. Fue como un proyecto, ¿no?, de solidaridad. Pese a que no la conocí personalmente (sólo a través de la abogada), yo le escribo un poema muy conmovida por la situación, porque además que no era la primera vez que estos casos sucedían: matar en defensa propia y después pagar en prisión una pena. El caso de Mónica tenía mucha violencia, porque su pareja la estaba golpeando a Mónica junto con el bebé.
—En varias partes del libro con distintas modulaciones, hay una cuestión que se resume más o menos así: el futuro de una mujer puede ser la muerte o la violación. En cualquier parte del mundo esto no constituye un futuro, y sin embargo ahí se da esta paradoja que planteas, pero que es una realidad por lo que entiendo.
—Creo que sí, hay una visión nefasta de las cosas. Es un libro muy pesimista, hay un solo poema con una nota alta, que es el de la guerra ha terminado. Ahora ninguna de las artes puede ser capaz de reflejar el horror de la realidad. Imagínate lo que fue el caso de Mónica, le costó su vida, y el poema no puede retratar el horror de lo que ella vivió. El arte se acerca a la realidad, pero siempre la realidad lo supera. Esto es evidente. Claro que hay que entender que el libro es una recopilación de textos escritos en estados anímicos tristes, entonces no son poemas de unos meses, sino de un estado palpable, latente de una descomposición social que ha ido lentamente agravándose. Yo en este momento en Guatemala me encuentro bien, estoy pasando un momento optimista, pero me parece que el libro es, como ya dije, pesimista.
—Además de la dedicatoria a Mónica hay tres o cuatro para tu hija.
—Todos los que están escritos para mi hija tienen un poco más de ternura. Hay un par de poemas de amor también dentro del libro: uno para mi hija y otro para mi esposo. No podía faltar el poema de amor.
—Leyendo La nación más mala del mundo, es inevitable preguntarte en qué te ha cambiado como persona o como artista el feminismo.
—Creo que me cambió como ser humano, me abrió la conciencia. Los despertares más importantes de mi vida fueron la memoria histórica de Guatemala y el feminismo. Y por supuesto que modificó mi forma de vida y mi forma de ser como artista. El feminismo al fin de cuentas es la manera en que pienso, la manera en que me acuesto, la manera en que crío a mi hija, la manera en que desarrollo mi oficio como artista, la manera en que me desarrollo con los otros y con las otras. El feminismo es mi camino, es el estandarte de mis pensamientos, es mi lucha constante. Y no le dedico pocas horas, es un estado de vida y me acompaña 24/7.
Los despertares más importantes de mi vida fueron la memoria histórica de Guatemala y el feminismo. Y por supuesto que modificó mi forma de vida y mi forma de ser como artista.
—Rita Segato, en una conferencia digital que dio en octubre de 2020 y que el Malba la publicó como libro recientemente (Feminismos: debates pendientes), dice que el feminismo no debe centrar tanto sus demandas hacia el Estado, porque si bien “hemos alcanzado victorias inmensas en el campo de la letra –las leyes, las políticas públicas–”, esto no ha incidido “en la sociedad porque no consiguió ni siquiera amesetar los números de la violencia contra las mujeres”. ¿Qué opinas de esto?
—La legislación bien operada podría tener alcances mucho mayores, y hay diferentes casos. Pongamos el de Guatemala: se crea una legislación en el 2008, que es una de las más poderosas de Latinoamérica y, sin embargo, no existe sistema judicial adecuado que opere este sistema legislativo que ya existe. Pero pongamos otro ejemplo: en Alemania hay una mujer asesinada cada tres días y, si vemos estas cifras, se nos hacen cercanas en nuestros países, pero cuando las escuchamos del otro lado del charco, nos sorprende. Y este es un tema que se maneja como un gran tabú en Alemania. El feminicidio no está tipificado, son homicidios desde una perspectiva no de género.

Entonces, ¿cuál es el problema? Si el problema es la educación, miremos lo que sucede en Uruguay, que tiene un alto nivel educativo, y pese a ello, hay una denuncia por violencia de género cada quince minutos. Algo similar pasa en Alemania. Yo creo que, por un lado, debe haber educación, pero también debe haber una justicia que opere una legislación adecuada. Muchas veces los operadores judiciales, aquí me refiero a jueces y fiscales, siguen pensando como si rigiera la antigua legislación.
—¿Lo que dices es que el problema entonces es multisistémico y no basta con una ley?
—Por supuesto que no. Y yo diría que es un problema de magnitudes históricas, pero también hay que entender que el capitalismo está sustentado en el patriarcado, y el nivel de profundidad de ese problema es importantísimo.
—En esa misma conferencia Segato dice que “si cae el patriarcado, se desequilibra todo el edificio de las desigualdades”, y uno de las principales desigualdades es el capitalismo, que es lo que tú señalas.
—Es básicamente lo que te estaba diciendo, y yo diría más: el capitalismo es el patriarcado. Entonces la lucha del feminismo no es solamente contra el patriarcado como tal, sino que también es una lucha económica. El feminismo es una lucha que va contra todas estas desigualdades, como dice Segato.
—Diamela Eltit dijo, por otra parte, que los economistas ya tienen estudiado cuándo las mujeres van a ganar lo mismo que los varones, y eso son ochenta años, es decir que habría que esperar al próximo siglo. ¿Eso es una esperanza real o una promesa boba?
—Yo creo que es una realidad, quizá ahora puede sonar a una aspiración lejana, pero es un objetivo muy claro y muy preciso. Hablar de fechas determinadas es un riesgo, porque no sabemos si existe el mañana, así que las mujeres vamos a ganar lo mismo que los hombres cuando tenga que suceder.
—¿Cuál es la principal lucha del feminismo en Guatemala hoy?
—El aborto con las tres causales podría ser una gran lucha del movimiento feminista en Guatemala. Otra de las grandes luchas es que se aclare un crimen de Estado que sucedió en 2017 contra unas niñas que estaban viviendo en un refugio, resguardado por el Estado, y el 7 de marzo de ese año estas niñas, que eran más de cien, escaparon. El gobierno se encargó de buscarlas y las encontraron en un barranco, no a todas, sólo a 56, que devolvieron al refugio y encerraron en una pequeña habitación, sin ventanas, sin aire y sin baño. A la mañana siguiente, en esa habitación con 56 niñas se da un fuego, y 41 niñas mueren instantáneamente, y las restantes quedan con heridas para el resto de sus vidas. Es un crimen que no se ha aclarado, porque cuando los cuerpos de esas niñas llegaron a la morgue se descubrió que algunas estaban embarazadas, por lo que se supone que había detrás un negocio de trata.
—Por último y parafraseando a Adorno, ¿después de estas tragedias se pueden seguir haciendo arte y haciendo poesía?
—Yo creo que sí, precisamente para transmutar esas tragedias, para transmutar el dolor y el horror, no para modificar las tragedias. En el momento en que yo escribí los textos de La nación más mala del mundo transmuté lo que sentía y lo convertí en poema.
Yo nací en el 74
Yo nací en el 74. Después fue el terremoto. Las desapariciones. Los golpes de estado. Los tanques en las calles. El bombazo del parque en el 82. Después vino Lucas, después los domingos con Ríos Montt sermoneando en la tele. Después fueron los fusilados. Los pueblos arrasados sin que nadie dijera algo, sin que muchos supieran algo. Después llegó el cable. Llegó el break dance, las antenas parabólicas. Las iglesias evangélicas. El usted ponga la otra mejilla y bienaventurados los pobres porque ellos tendrán el reino de los cielos. Después no llegó nunca la calma. Se firmó una paz pero no llegó. Después llegaron los muertos. Llegaron las maras. Llegaron los narcos. Llegaron más muertos. Llegaron las Hummers. Llegaron más muertos. Llegó de nuevo el ejército. Llegaron más muertos. Llegaron los mutilados. Llegaron más muertos. Llegaron las violadas. Llegaron más muertos. Llegaron los bombazos. Llegaron más muertos. Llegó la desesperación.
Después llegará otra cosa. Algo llegará. Se tocará fondo para tomar impulso y salir a tomar aire. Se tocará fondo y desde arriba se verá otro cielo. Dejará de ser todo tan gris, en Guatemala después, será posible la primavera. O no será posible nada.