Vicki Freire: “No nos puede ganar la resignación o el miedo. Tenemos que insistir en un proceso de organización colectiva”

Una feminista del campo popular es candidata a legisladora porteña. Hablamos con ella para desentramar el aporte que se puede hacer desde una banca cuando el PRO tiene —y probablemente mantenga— mayoría automática.

El 22 de octubre, Argentina elegirá presidente, vicepresidente y representantes del Congreso nacional. Ese mismo domingo se definirá el gobierno porteño y sus legisladores. La ciudad más rica del país, pero también la más desigual y con mayor cantidad de personas en situación de calle, está en manos del PRO hoy Juntos por el Cambio— desde hace 16 años, con mayoría automática en su Legislatura. La sexta candidata porteña en la lista de Unión por la Patria es una joven feminista de larga trayectoria militante. Hablamos con Victoria Freire, socióloga, directora del Observatorio de Géneros y Políticas Públicas y referenta de Mala Junta en el Frente Patria Grande, para analizar el contexto electoral y los desafíos para la política feminista. En la conversación se impuso una pregunta: ¿Qué aporte puede hacer una feminista desde su banca en minoría? Su mirada aporta realismo, esperanza y dolor en partes iguales.

—¿Cuál es tu lectura de los resultados de las PASO?

—Creo que fueron un baldazo de agua fría porque, si bien veníamos advirtiendo que existía un nivel de malestar muy grande vinculado a la situación social y económica, creo que no esperábamos que (Javier) Milei sea el candidato más votado con la cantidad de votos que efectivamente reunió. No solo hay que entenderlo en este contexto, y en función de un estado de ánimo que probablemente exprese, si no que también hay por detrás un fenómeno que tiene una característica de reacción a la justicia social, a los derechos sociales. Esto lo expresa un sector y una base social que se está consolidando como lo nuevo, como una revolución de derechas o un movimiento de derecha reaccionario y conservador detrás de una propuesta liberal en lo económico.

—¿Es lo único que hay, para vos, detrás de quienes votaron a Milei?

—Hay un fenómeno que me parece que es muy importante poder leerlo. Además hay que poder hacer un trabajo de interpelación para recuperar algo de la base social que pudo tener el Frente de Todos en 2019 y que se perdió por la gran frustración que existe con esta gestión de gobierno, porque hay ocho años de malestar consecutivos que se expresaron en un voto que algunos lo denominan un voto castigo o un voto bronca, pero que también contiene un elemento de esperanza detrás de una utopía probablemente irrealizable que propone la derecha como salida a un contexto que es realmente muy crítico. Y es importante asumirlo desde ahí.

—¿Cómo se puede volver a enamorar, a interpelar en este contexto que describís? Porque es evidente que parte de quienes votaron a Milei en las PASO, antes votaron al Frente de Todos.

—Yo creo que hay dos cuestiones ahí, y tienen que ver con cómo construimos una campaña para llegar a octubre en mejores condiciones. Hay distintas miradas en relación a eso. Una dice que hay que construir una campaña del miedo, es decir, basada en la amenaza a los derechos que pueden ser cercenados. El miedo puede activar y movilizar a muchos y muchas que ven una amenaza cierta en Milei o incluso en su propia candidata a vicepresidenta, Victoria Villarruel, quien expresa una línea absolutamente preocupante en relación a nuestra propia historia, a los derechos humanos y el proceso de juicio y castigo. En este sentido, puede tener un efecto construir una línea que interpele desde el miedo, pero me parece que no es suficiente. 

—¿Cuál es el segundo componente?

—Es necesario proponer salidas a los problemas que tiene la gente y asumir que en el marco de la actual gestión no hemos logrado dar respuestas que puedan mejorar la vida de las personas. Desde 2022 a este año, en apenas un año, hay dos millones más de pobres y hay más personas en situación de indigencia –—para mencionar un indicador de gravedad, pero puede registrarse en un montón de aspectos que están asociados a los ingresos, inclusive en las medidas de devaluación reciente. Todo esto nos da cuenta de un escenario muy complejo donde es necesario construir medidas y propuestas de corto y de mediano alcance. Hay que hacer un plan de políticas que pueda generar un horizonte de certidumbre y de futuro, que pueda movilizar una expectativa y me parece que eso es un déficit de nuestro campo político. Tenemos ese desafío.

—¿Quién puede tomar ese rol de planear, organizar una campaña y llevar un mensaje claro cuando el candidato a presidente es el ministro de Economía?

—Es una tarea muy difícil poder entusiasmar desde esa candidatura de quien hoy está a cargo de gestionar en un contexto de tanta adversidad. Pero también podemos pensar que, por el contrario, existe una capacidad de agencia de quien hoy detenta una responsabilidad fundamental en el actual gobierno de tomar una serie de decisiones que puedan impactar directamente en el mejoramiento de las condiciones de vida de las personas.

—Entre los recientes anuncios de Massa está el pago de una suma fija. Ustedes desde el espacio de Juan Grabois vienen pidiendo hace mucho es el Salario Único Universal. ¿Es suficiente?

—Desde el Frente Patria Grande, o con la candidatura de Juan y de muchas compañeras que nos sentimos representadas dentro de lo que denominamos el feminismo popular, señalamos y planteamos la urgencia que tenemos respecto a un salario básico universal o un ingreso básico universal que pueda garantizar una suma que permita la alimentación básica y estar por encima de la línea de indigencia. Es el sector más urgente sobre el que actuar, que además es un sector en el cual existe una mayoría de mujeres, incluso mujeres a cargo de hogares monoparentales, a cargo de pibes y de pibas, que se encuentran en el decil de menores ingresos en mucha mayor proporción. Además, son las que están afectadas directamente por las políticas sociales, es decir, sus ingresos dependen fundamentalmente de las políticas sociales y que en un contexto como este, por supuesto, que están en la situación más difícil y por lo tanto debería plantearnos una urgencia. 

—¿Cómo se puede financiar eso?

—Hay medidas de mediano plazo o de largo alcance como puede ser un aporte permanente de las grandes fortunas que podría financiar las políticas sociales que necesitamos. Por otro lado, hace falta atender los mayores niveles de desigualdad que se fueron pronunciando en este último tiempo. Es decir, no solamente estamos señalando que existe un mayor nivel de pobreza entre las mayorías sociales y los sectores de menos recursos sino que existe un mayor nivel de ganancias de aquellos sectores que se encuentran en la élite o en los deciles más altos de la población y me parece que las medidas redistributivas tienen que, por un lado, garantizar el acceso a los recursos para quienes están en peores condiciones, pero también afectar los intereses de quienes se han visto beneficiados por esta situación en la que estamos durante este último tiempo.

No solamente estamos señalando que existe un mayor nivel de pobreza entre las mayorías sociales y los sectores de menos recursos sino que existe un mayor nivel de ganancias de aquellos sectores que se encuentran en la élite o en los deciles más altos de la población.

—La derecha diría que estas medidas significan engrosar el gasto del Estado, que no es generar empleo sino prolongar una dependencia, ¿qué respondés a esta idea tan establecida anti-estado?

—Para mí hay dos cosas en ese sentido, el salario básico universal lo que haría es reconocer y remunerar un trabajo que se desempeña fundamentalmente en las tareas de cuidado, en las tareas domésticas, en lo que Evita en 1948 denominaba “un trabajo monótono y desgastante que llevan adelante las amas de casa”. De ese momento, hoy podemos hablar de las trabajadoras de casas particulares, de cuidar a los chicos y a las chicas, garantizar su comida, llevar adelante un hogar, etcétera. Esto desde el punto de vista del feminismo, pero también la economía popular viene a plantear que existe en un montón de trabajos que hoy no tienen un lugar en el mercado formal y que sin embargo garantizan la reproducción de la vida de una amplia porción de la población, entre la que se encuentran los informales.

—¿Sólo los pobres son beneficiados por el Estado?

—Ese es otro punto que creo que puede conectar con el planteo de Milei, con el sentimiento de muchísimas personas de que existen sectores privilegiados en el Estado, y son los jueces y las juezas. Hay un sistema de justicia que tiene sueldos muy elevados que parten del erario público y que no están sujetos a las mismas condiciones que el resto de los trabajadores y trabajadoras de nuestro país, como puede ser pagar ganancias. Es decir, creo que es importante identificar que el Estado tiene un rol y una tarea igualadora que, justamente, el mercado no garantiza: poder reducir las brechas entre los sectores que más tienen y los que menos tienen. Entonces, creo que las medidas que exigimos de que estén orientadas a las políticas sociales y a garantizar derechos también tienen que ir acompañadas de medidas que puedan afectar y poner un límite a la ganancia exacerbada de los sectores más poderosos de nuestro país, de quienes ni siquiera conocemos sus nombres ni votamos cada dos años como ocurre con la política. Y son sectores que se ven beneficiados por una situación de pobreza y de malestar social que es insostenible y que es el caldo de cultivo para discursos muy reaccionarios. Esos sectores conectan su discurso con ese malestar para proponer salidas absolutamente regresivas, donde el mercado es en definitiva la propuesta de gobierno, es decir, un gobierno de mercado donde se generan mayores injusticias.

“El Estado tiene un rol y una tarea igualadora que, justamente, el mercado no garantiza: poder reducir las brechas entre los sectores que más tienen y los que menos tienen”.

—Hay dos palabras que están cada vez más discutidas. Los derechos, como si trajeran consigo una injusticia para quien no es sujeto directo de esos derechos conquistados, y el Estado como garantía de igualdad. ¿Cómo se pueden discutir esos discursos y recuperar estos términos?

—Creo que hay dos cuestiones ahí para hacer autocrítica. Una es que hemos provisto a la política institucional de una serie de conceptos y de narrativas que son muy valiosas —sobre todo para nosotras, pensando desde el movimiento feminista— que no han sido acompañadas de transformaciones profundas y reales, y que por lo tanto se convirtieron en un discurso que muchas veces está lleno de contenidos que rápidamente pueden ser puestos en cuestión. Tenemos que pensar en una perspectiva hacia el futuro que pueda proponer políticas, que genere una expectativa sobre la base de una transformación real y no meramente discursiva. Además, hay algo de lo cual se alimenta la derecha que es este sentimiento bastante miserable de compararse con quién está peor que yo, para poder reconocer y reivindicar el mérito que tengo sobre una persona que se encuentra en otras condiciones.

—Y con una valoración de la individualidad exacerbada. 
—Por supuesto. Todo reforzando una salida individual como perspectiva y punto de valores, pero nosotros y nosotras somos parte una historia y un recorrido de una sociedad que tiene un amplio proceso de organización de lucha, de conquistas de derechos, de transformaciones reales, de construcción sobre la base de la solidaridad y de la universalidad de los derechos. Tenemos que poder valorar y ponerlo en perspectiva. Recuperar nuestros valores para contraponerlos, para discutir este acervo de valores que viene a proponer esta ultraderecha como solución a los problemas. Que además sabemos que efectivamente no constituyen ninguna solución, sino todo lo contrario. Me parece que es importante que nuestro campo tenga la capacidad de generar, de movilizar, desde la esperanza y no solo desde la defensa de lo conquistado, porque hoy la defensa de lo conquistado está puesta en cuestión desde una realidad que es muy dura y sobre la que tenemos que tener registro, no podemos fingir demencia.

Ante la violencia política, organización colectiva

—Asumiste un lugar en la lista de Unidos por la Patria como candidata a legisladora porteña cuando Ofelia Fernández decidió dar un paso al costado de su rol institucional porque siente que su poder se diluye, ¿por qué creés que pasa esto? ¿Por qué creés necesario que haya una feminista ocupando una banca en la Legislatura?

—Pensando más allá del caso particular de Ofelia, me parece que hay un hecho que generó un antes y un después para pensar justamente esto, el costo de asumir lugares de responsabilidad, de poder, siendo mujeres, siendo diversidades o, inclusive más aún, teniendo una perspectiva no sólo feminista sino de defensa de intereses populares y de las mayorías. Ese hecho tiene que ver con el atentado que sufre Cristina Fernández de Kirchner, que cumplió ahora un año, que marca un antes y un después porque es un mensaje aleccionador no solo hacia su persona, de una violencia explícita, no metafórica, sino también que es un mensaje aleccionador a todos y a todas aquellas que asumen lugares de responsabilidad en defensa de los intereses populares. Hay un mensaje explícito de cuál es el costo respecto de la propia integridad y de la propia vida que significa asumir esas batallas y hacerlo al lado del pueblo.

—¿La violencia política es una herramienta de disciplinamiento?

—Sí, y está siendo utilizada fundamentalmente contra nosotras, mujeres, dirigentes feministas, dirigentes sociales que defienden los intereses populares. Tampoco es casualidad que Milagro Sala haya sido la primera detenida durante el gobierno de Mauricio Macri y que no hayamos logrado su libertad aún hoy. Es decir, son las referentes populares las que cargan con esa violencia, siendo el foco de la violencia, y creo que ese hecho, ese atentado, constituye un elemento que parte de una carrera de violencia y de persecución llevada adelante por la justicia y por los actores de poder que también determinó que el escenario electoral hoy esté tan corrido a la derecha. Es un hecho constitutivo, así como es un elemento determinante y constitutivo que esté el Fondo Monetario Internacional discutiendo cuáles deben ser las políticas y cuál es el nivel de ajuste que debe llevarse adelante con vencimientos cercanos a la fecha de elección, con una clara intención de de afectar o de interceder en la agenda política.

Creo que este escenario en el que estamos hoy es aún más alarmante. Es decir, las feministas siempre señalamos la violencia como un ejercicio que es parte de las relaciones de poder y que es histórica, que existe desde hace muchísimo tiempo, mucho antes de esta coyuntura que vivimos hoy, pero sí creo que en esta coyuntura hay discursos de odio que fomentan esa violencia y que constituyen un escenario mucho más alarmante sobre el cual vamos a tener que estar organizadas, sosteniéndonos colectivamente. Esa siempre es la respuesta, esa siempre es la certeza y es la respuesta ante estos ataques.

—¿Para vos la respuesta a la escalada de violencia es más organización?

—Por supuesto, sí, ante más violencia más organización y más respuesta colectiva.

—¿Cómo ves al feminismo hoy en este contexto de ataque coordinado en su contra?

—Me parece que es fundamental poder identificar que hoy los feminismos somos el blanco de ataque de los discursos conservadores reaccionarios de derecha que se están posicionando acá y en el mundo. Eso, por supuesto, también genera un retroceso de posiciones que hemos conquistado en la agenda o en el debate público. Que esas críticas muchas veces incluso atraviesan a nuestro propio campo nacional y popular. Y hubo muchas veces que el feminismo tuvo que pagar los costos de malos resultados, siendo como el chivo expiatorio de una realidad mucho más amplia, que nos excede y en la cual no hay una responsabilidad directa. Creo que hoy es insostenible, por ejemplo, esa hipótesis en relación al resultado de esta elección. Sería muy necio endilgarle al feminismo la responsabilidad sobre la realidad en la que estamos, pero efectivamente esos ataques lo que hacen es generar un retroceso en estas posiciones que logramos en el debate público. Dejamos de estar presentes en el mainstream mediático, por ejemplo. Y ser una referencia de lo políticamente correcto, inclusive, tiene un costo respecto de la llegada y el alcance que hemos logrado construir en otros contextos donde efectivamente contribuimos a una escala de valores básicos vinculada a nuestra trayectoria de derechos humanos, contra las violencias y por los derechos de todas las personas. 

—¿Qué podemos hacer para reagruparnos?

—Necesitamos volver a pensar cuáles son las reivindicaciones por las cuales tenemos que pelear y luchar hoy. Necesitamos volver a contagiar y convencernos a nosotras mismas de que es importante no bajar los brazos, que no nos gane el derrotismo, la resignación y el miedo. Es importante pensar nuevamente estrategias colectivas que no tienen quizás resultados inmediatos, el proceso de organización de este tiempo —que fue amplio, plural, diverso, masivo— tuvo una gestación que fue insistente y persistente durante años y muchas veces en muy malas condiciones, por eso creo que hoy no nos puede ganar la resignación o el miedo, que tenemos que poder insistir en un proceso de organización colectiva. Necesitamos volver a colectivizar y volver a confiar en nuestros procesos de asamblea, de debate público, de garantizar espacios para todas, para todes. Espacios donde se pueda plasmar la voz, se puedan plantear las demandas, donde puede haber una escucha. Necesitamos volver sobre esas herramientas sobre las que pudimos construir para salir a la calle a demandar lo que creemos, lo que necesitamos hoy para que la realidad sea mejor y para que haya una perspectiva de futuro.

“Necesitamos volver a contagiar y convencernos a nosotras mismas de que es importante no bajar los brazos, que no nos gane el derrotismo, la resignación y el miedo”.

—¿Cómo analizas las asambleas y espacios de encuentro que se dieron después de las PASO?

—Lo que empezó a ocurrir es una necesidad de volver a recuperar el espacio de encuentro y de construcción política de nuestro movimiento, de construcción reinvidicativa, y las asambleas —que fueron fomentadas después de las elecciones PASO— fueron una primera respuesta para volver a activar y construir una una política desde el movimiento feminista que contrarreste los discursos de odio y la amenaza del recorte de derechos que propician hoy tanto Milei como (Patricia) Bullrich, y para nosotras contruir ese horizonte de derecho, de vida mejor, es seguir levantando las banderas y reivindicaciones para una vida mejor.

Una feminista para la Legislatura

—¿Cuál es tu proyecto para la Legislatura? Va a ser una Legislatura donde Juntos por el Cambio probablemente tenga mayoría, ¿cómo pensás encarar el trabajo desde una minoría?

—Tengo muy en claro que el lugar que pueda obtener después de octubre en la Legislatura es resultado de un trabajo colectivo y militante. Por lo tanto, mi tarea más importante es poner mi banca a disposición de la militancia organizada, de los movimientos sociales, de los conflictos existentes en un distrito donde hace 16 años gobierna un modelo de exclusión. Un modelo que favoreció el mercado inmobiliario; que recortó derechos en todos los órdenes que tienen que ver con lo público y que además respondió con represión o anulando toda capacidad de diálogo a todas aquellas voces que se levantaron en su contra o para plantear sus necesidades y demandas. Pienso en la comunidad educativa;  pienso en las enfermeras y los enfermeros que reclaman ser reconocidos como profesionales; en la tarea de las promotoras de la salud durante la pandemia; en el sistema de alimentación en los colegios que es absolutamente paupérrimo, y que eso trae consecuencias en la vida de los pibes y de las pibas —algo que Ofelia Fernández hace tiempo viene denunciando—; en la falta de vacantes año tras año denunciadas por la comunidad educativa; en la violencia institucional que sufren las trabajadoras sexuales.

Pienso también en este proceso, quizás más invisible pero persistente, de dificultades en el acceso al alquiler y de la dificultades en el acceso a la vivienda que convive con un proceso de construcción de megatorres permanentes, una especie de caja de ahorro en dólares de aquellos que más tienen, sin ninguna herramienta como puede ser un impuesto a la vivienda ociosa, que incida o que le ponga un límite, un freno a la especulación inmobiliaria, para contar con recursos para fomentar parques públicos de vivienda. 

Vivimos en una ciudad que es inhumana, insensible, y creo que esa es la agenda más importante de quienes vamos a tomar un rol de oposición: poder atender esas necesidades que hoy y hace 16 años se vienen negando, rechazando e invisibilizando. Seguramente, y lamentablemente, la composición de la Legislatura va a seguir siendo hostil a la respuesta a esas demandas, entonces creo que es aún más fuerte la necesidad de redoblar esfuerzos para que esos lugares sean un puente de visibilidad de los colectivos y de los sectores que están siendo excluidos del debate público sobre la ciudad que queremos.