Hace un año, en un asado, un vecino del oeste del conurbano, donde vivo, me dijo que había vuelto a ver una película de Alberto Olmedo y Jorge Porcel en el canal Volver. Lo dijo asombrado: “vi una película de Olmedo y Porcel y me di cuenta de que jugaban al acoso y al abuso y que hacían de eso una situación graciosa”. También me dijo que ahora no se podía reír de eso. Y que no sabría explicar por qué.
Tampoco podría explicar muy bien por qué mi vecino de sesenta años piensa y desestabiliza–más allá de lo que pueda o no poner en palabras- su educación sentimental, y por qué otros vecinos no lo hacen. Al fin y al cabo, viven en el mismo barrio, y todos se rieron de Olmedo y Porcel encerrando a mujeres semidesnudas en un rincón. Y todos chapotean en el canal Volver.
Un recuerdo: en mi casa de infancia, cuando aparecían esas películas, se cambiaba de canal. Muchas veces se ponía “Polémica en el Bar”, en donde la mesa de machos que debatía temas importantes era decorada por la entrada o salida de una mujer pulposa de atuendo apretado que le frotaba el culo o las tetas a alguno que otro, jugando al sin querer. Hubo días en que pensé por qué se me vedaba una cosa y se me permitía otra: no era la violencia lo que asustaba en mi casa, sino el nivel de sexualidad y desnudez.
No quiero jugar a la pacata. Culos, tetas y pitos, no me parecen ni mal ni bien. Ya sabemos que el problema no son los cuerpos, ni las desnudeces, ni mucho menos la sexualidad. El problema es reírse de lo que se vulnera. El problema es que lo que cause gracia sea el sometimiento. El problema es que mi vecino se haya educado riéndose de la trola o de la bruja. Que trola y bruja sean lo que se viola o lo que se ignora. Que las minitas seamos el rouge o el rulero.
Ayer, en el grupo docente con el que intentamos abordar la Educación Sexual Integral desde la lejanía de internet, una compañera mandó una tira humorística publicada la semana pasada en el diario Clarín. La tira es del dibujante Sendra. En ella se ve, en la mesa de un noticiero, a un conductor que anuncia la decisión de que el 50% de los directorios de las empresas sean integrados por mujeres. En la misma viñeta pero al lado, otro conductor agrega que “será obligatorio que antes de cada reunión se hable de George Clooney, tampones y dietas”. No le sigo el derrotero a Sendra. Y no es que espere demasiado de Clarín, pero también, me pregunto: dado este tiempo de debates, dada esta etapa de la historia ¿no habrá habido por allí algún editor (es inevitable que siga pensando en masculino) más o menos avivado que dé cuenta de la vejez de un discurso que ya no da risa?
Me resulta inverosímil pensar que a los editores de Clarín se les pasó tremendo significado por alto. Me cuesta pensar que no se dieron cuenta. Y no es que me horrorice coquetear con la incorrección política. Porque esto no se trata de incorreción política. Una cosa es pelotear al margen del sistema. Y otra, como en estos casos, es jugar a sostenerlo. Viendo cómo vuelan las piedras en las redes, calculo que les habrá resultado una estrategia de marketing exitosa.
Esta mañana reenvié al grupo de chat de docentes el descargo de Sendra. Es un texto publicado en Clarín. En el primer párrafo juega a reírse del lenguaje inclusivo, otro chiste que perdió la capacidad de gracia porque se ha transformado en lugar común, y habla de la tolerancia y el respeto. “Tan de época”, dice una compañera, “el discursito de que toda crítica es antidemocrática”. A mí lo que me llama la atención es que en el texto Sendra diga que él se parece a él mismo a los 17. No sé cómo era Sendra a los 17. Pero estoy casi segura que recibía la misma educación sentimental que mi vecino, que veía a capo cómicos disfrazarse de “viejas chotas” o perseguir vedetes que jugaban a “la nena”. La diferencia es que a mi vecino no le causa gracia repetirse.
No soy especialista en humor. Del filósofo del lenguaje Mijaíl Bajtín me acuerdo más por el trabajo sobre géneros discursivos que por su análisis del carnaval. No me sé ningún chiste de memoria. Pero creo que si pienso un poco puedo darme cuenta de qué es lo me causa gracia: algo de lo inesperado pero en grande, lo que se ríe de lo sórdido, de lo establecido, de lo malvado. Del sistema. Del poder.
En la capacidad corrosiva de la risa vive su potencial político, prefigurativo. Quizás lo único bueno que puede aportarnos este derrotero de chistes malos sea esta pregunta: y vos, ¿de qué te reís?