Una ley que profundiza las desigualdades sociales

“Ninguna trabajadora (ni trabajador) es responsable de la no realización de los aportes previsionales. Son las empresas y empleadores quienes tienen la obligación de cumplir con la legislación vigente”, dice la socióloga Victoria Freire en esta nota y suma su voz al análisis sobre este diciembre de reformas que excluyen del sistema previsional a las mujeres, protestas en las calles y represión policial.

Una ley de reforma previsional que aumenta las desigualdades sociales y recorta 150.000 millones de pesos a la seguridad social, pero que además tiene un impacto diferenciado negativamente hacia las mujeres, lesbianas, travestis y trans. Establece una diferencia de ingresos entre quienes aportaron en blanco y quienes accedieron a una moratoria previsional, que empobrece a 2 millones y medio de personas entre las cuales el 86% son mujeres. Son nuestras viejas, amas de casa, trabajadoras en negro, con changas, ocupándose del cuidado de todxs nosotrxs sus hijxs. El 62% del total de las y los jubilados son mujeres. Ellas son mayoría entre quienes cobran la jubilación mínima porque la moratoria que este gobierno canceló les permitió acceder a un ingreso básico para quienes dedicaron su vida al laburo. Ellas, las más perjudicadas por la evasión fiscal de los empleadores y las que percibieron -y percibimos- menor remuneración entre la población ocupada. Solo para un machista esto puede ser fruto de la falta de mérito individual, pues ninguna trabajadora (ni trabajador) es responsable de la no realización de los aportes previsionales. Son las empresas y empleadores quienes tienen la obligación de cumplir con la legislación vigente.

Son nuestras hermanas, hijas, amigas quienes van a sufrir en mayor medida la desocupación. Sobre todo las más jóvenes: ellas tienen un porcentaje mucho más alto de desempleo que el general (9%), alcanzando un 22% que se eleva hasta el 29% en algunas regiones del país como el conurbano bonaerense.

Son nuestras hermanas, hijas, amigas quienes van a sufrir en mayor medida la desocupación. Sobre todo las más jóvenes: ellas tienen un porcentaje mucho más alto de desempleo que el general (9%), alcanzando un 22% que se eleva hasta el 29% en algunas regiones del país como el conurbano bonaerense.

Son todas las que perciben la Asignación Universal por Hijx, más de un 90% de mujeres, que dedican mucho tiempo de su vida, el doble que los varones, a las tareas domésticas y de cuidado de otros y otras. También son las que cobran un sueldo por hacerlo, pero en condiciones precarias: el 20% de las mujeres argentinas trabaja de empleada doméstica con un 76% en la informalidad laboral.

Pero la ley no es novedad. Se suma al paquete de medidas neoliberales que viene desarrollando Cambiemos, como la deuda externa, la liberalización comercial, la quita de retenciones al campo y las mineras. Pero es la segunda fase de una avanzada furiosa, respaldada en los resultados legislativos, que nos quiere quitar lo que tenemos, lo que supimos conseguir. Constituye un punto de quiebre en la pretensión por transformar las relaciones de fuerza entre empresarios y el pueblo trabajador. Pero en este país la planificación económica es difícil, más aun cuando no incluye derechos para lxs que menos tienen.

A ciencia cierta, tampoco es nueva la complicidad de las cúpulas gremiales que fueron y serán parte del acuerdo. Que ya se han sentado a la masculina mesa de negociación para establecer los términos de la reforma laboral. Desde los inescrupulosos defensores del saqueo, hasta aquellos que convocaron a un paro entre gallos y medianoches (literal) porque no les quedó otra. Todos decidieron dejarla pasar, con la honrosa excepción de aquellos gremios que se convocan en las calles una y otra vez contra este gobierno.

Para que haya hegemonía neoliberal en nuestro país tiene que constituirse un consenso que involucre una oposición dialoguista. Tanto en el plano sindical como entre los representantes políticos. El gran desafío de su proyecto es que la oposición esté representada por figuras como las que fueron parte de la mayoría que logró Cambiemos para sancionar la ley. Por el momento se trata de otro plan decidido, pero que rechaza más de un tercio de la población que votó opciones electorales antagónicas a su modelo.

La mayor sorpresa, el mensaje más importante que se expresó durante estas jornadas, brotó del hondo bajo fondo donde el barro se subleva. El pueblo argentino demostró una voluntad de resistencia que anida en nuestra historia colectiva. Sin dudas nuestra mayor ganancia en tiempos de ingresos depreciados es haber construido ampliamente un repudio hacia la reforma que ni las encuestas pudieron obviar. Con un poder político que sabe recurrir a la gimnasia de la comunicación y la opinión pública, el sentido común es un campo de batalla que suele fallarnos muchas veces en contra. Esta vez, a los ojos de todas y todos, la reforma es ajuste. El costo para el gobierno es difícil de cuantificar, pero existe, lo comprobamos en la calle y será puesto a prueba por la historia.

La movilización del miércoles 13 de diciembre de las trabajadoras y trabajadores de la economía popular auspició la marcha del jueves, que logró levantar la sesión y nos dio más fuerzas. El lunes éramos muchos y muchas más convocándonos al Congreso. La represión sostuvo solo por algunas horas la foto de la plaza desalojada. La cacería que ya habíamos experimentado el 8 de marzo y a un mes de la desaparición de Santiago Maldonado, esta vez fue mayor y los videos que recrean la brutalidad de las detenciones también se ubican en ese punto de quiebre: definitivamente estamos atravesando un cambio de etapa.

Pero nuestras resistencias son la llama viva de la esperanza. El cacerolazo que se citó en múltiples puntos de la ciudad y del país no menguaba su ruido el lunes por la noche y comenzó una larga marcha hacia la plaza. Miles de cómplices callejeros nos encontrábamos en el trance que provoca sabernos unidos y unidas. “Para no perder lo que tenemos y que tanto nos costó saber que nos corresponde”, me decía una mujer que se acercó mientras caminábamos a la altura de Once, remitiéndose a su propia experiencia de 50 años para transmitirme su aprendizaje, “hoy estamos todos aca”. Como decía una señora muy anciana, que antes de partir en caravana pidió que la escuchemos en la esquina de Carabobo y Rivadavia: “Vamos a defender nuestro país cueste lo que cueste”.

La reforma se aprobó con sabor amargo de profecía autocumplida. Porque lo indicaban casi todos los pronósticos, “está todo cocinado”. Lo que no era advertido, lo que se salió de los libretos, fue el inmenso y sonoro rechazo que se volcó a las calles y retumbó en el Congreso, que gestamos con la unidad entre quienes nos oponemos al neoliberalismo, en la calle y en el recinto. Incluso asumiendo la derrota sobre la ley y celebrando la resistencia colectiva porque en ella radica la posibilidad de construir una nueva mayoría popular que logre nuestras victorias. En esa amalgama popular, nosotras también escribimos la historia y anotamos deseos. “¡Qué las mujeres conduzcan la CGT!” decíamos en el primer paro que le hicimos a Macri en 2016. Que las feministas seamos gobierno, podemos agregar, para hacer las reformas laborales que necesitamos. Hasta que los convenios incluyan licencias igualitarias, políticas contra la brecha salarial, prevención y acompañamiento contra la violencia machista, un sistema de cuidados público, derechos sociales para nuestras viejas y viejos, trabajo para todas las travas y una vida digna para todas las pibas.