El mundo se agota y el capitalismo patriarcal en su estadio tardío y gore provoca una crisis severa que filtra todo segmento de la sociedad e ingresa por cada recoveco de las casas. Nadie sale ileso de aquí. Aquí es la ciudad usina de la fuerza política que propone el compromiso del cambio: la Buenos Aires capital de entrado el siglo XXI, donde las cosas empiezan verdaderamente a cambiar, una vez “llegado el momento” y de una manera insólita. Este es el universo que narra la nueva novela de la escritora argentina Ana Ojeda (1979-), Furor Fulgor (Buenos Aires, Random House, 2022), un título que anticipa, mediante la rima consonante, la “F” anafórica en posición inicial y la arquitectura bisílaba de cada parte del sintagma, el juego verbal que va a sostenerse sin fisuras a lo largo de las casi ciento cincuenta páginas. Aunque, sin dudas, es mucho más que un juego: se trata de una libertad compositiva dada por la invención de un idioma poético, la teorización del funcionamiento de la lengua, el armado de un archivo de emoticones y un tratado de referencias literarias tan erudito como caricaturesco.
Como todo se cae, el lenguaje también se cae y es así que los cambios afectan en primera instancia a su materialidad propiamente dicha y hacen de las suyas entre la morfología y los sentidos de las palabras. Es más, el lenguaje pierde el referente o, mejor dicho, la función referencial se emancipa y deja de convocar un afuera verbal. Ante este panorama, ¿qué pasa entonces con las enseñanzas de los lingüistas estructuralistas sobre las relaciones inmanentes del signo lingüístico y su traducción externa? ¿Dónde queda el legado de un ala del formalismo ruso que identificaba las funciones del lenguaje según cada elemento del esquema comunicacional? ¿Qué hacemos ahora con el concepto y la imagen acústica, el significado y el significante, el plano del contenido y el plano de la expresión; las palabras y las cosas; las cosas que se hacen con palabras?
Estas preguntas por el porvenir surgen de las otras formas que impone la nueva normalidad que sigue a toda determinación de un final, que en esta ocasión es precisamente el final de un uso (el que le había ganado a la norma), como es el caso del lenguaje no sexista. Ese mismo que tuvo su origen en la broma machista fácil, en la hipercorrección, en la gentileza cosmética de intención inclusiva, en la lucha feminista y de las disidencias; y, que se expresó mediante un cúmulo de variantes fonémicas y alofónicas, tales como la “x” (hasta que se evidenció su cariz excluyente en su ocurrencia escrita para la comunidad no vidente y se asumió la imposibilidad de enunciarla en el registro oral), las variantes -a/-o/ -as/ -os, la inclusiva –e y hasta la creativa -i. Aquel mismo, entonces, que venía a cuestionar el universal masculino muere “en tanto código común a la cuerpa social” y pasa a convertirse en el lenguaje prohibido, ilegal, despreciable.
En la gestión de esta etapa terminal de la lengua, a la anarquía lingüística reinante la va a combatir el GATO (Gobierno argentino de tipo ornamental) y lo hace mediante un decreto, por el que impone el uso obligatorio del femenino en todo el territorio nacional: todo decir flexiona en –a y si así no ocurriere se sufrirá persecución y cárcel. Un mandamiento que pretende ser originario alcanza también a la cultura impresa: no puede haber hechura ni circulación de libros sin el etiquetado frontal en femenino; y si así no ocurriere que el Estado se lo demande con secuestro, censura y quema pública como fallo ejemplar. En relación con los libros ya publicados el Index Librorum prohibitorum et derogatorum se encargará de establecer qué material deberá desaparecer.
El Decreto de necesidad y urgencia se nombra “El idioma de las argentinas”, en un claro homenaje paródico a Jorge Luis Borges -padre, patrón y patrono de las letras nacionales-, también se encarga de reabrir las venas de América Latina, celebrando a Eduardo Galeano, a la vez provoca guerra y paz (aquí, Tolstoi) entre femenino/masculino, oralidad/escritura, antes del fin/después del fin, y se entra en disputa real con la Real Academia, en extremas discusiones con su vocera Artura Páraz-Ravarta (sic). El gobierno del cambio que, en la novela es igual al Estado que es igual al patriarcado, es tan pero tan bueno que hace una entrega oficial y pública de la lengua a las revolucionarias que se atrevieron a dar vuelta el reparto de lugares, voces, imágenes, presencias en el espacio de lo común. Y en vez de orden y progreso lo que va a despertar es un clima faccioso con levantiscas a favor y en contra de esta medida, incluso dentro del movimiento feminista.
Claro que el pretexto del femenino marcado dice ser el de la reparación histórica tras siglos de subordinación, pero bien sabremos que será la excusa perfecta para que las nuevas autoridades sancionen el uso del lenguaje no determinado oficialmente o repriman cualquier revuelta popular de las “cuerpas” en la calle: sea la revuelta de los “onvres” que viralizan el hasthag #Novaadurar; la de las pro aborto clandestino (así se las denomina en la novela y no las del pañuelo celeste o las defensoras de las dos vidas); la de las troskas que eligen retomar el masculino cuando se obliga al femenino; la de las progres que usaron casi desde antes de nacer el inclusivo.
Pero al mismo tiempo en que la lengua pone en carne fresca su condición mutable y se entierran sus expresiones anteriores al fin del masculino hegemónico, un desconocido grupo femihacker ataca lo que en la novela se describe como “el centro emocional del capitalismo” y destruye la red informática mundial (la web) y el blanco principal de embestida es el célebre buscador. ¿Cómo es una vida después de google y en femenino obligatorio? Como si fuera poco, en esta novela que coquetea con retazos de tradiciones consolidadas (las distopías o las ficciones de después del final; la novela urbana; la novela del lenguaje; la picaresca; la retórica del barroco, las sátiras disparatadas y provocativas al estilo Copi o Juan Filloy, por situar algunos emergentes) también se decreta otro final. Una micropolítica que esté en concordancia con la crisis estallada general y la lleva adelante Tootoo Baobab, que, como la China Iron de la novela de Cabezón Cámara, # HARTA del yugo, abandona hogar, marido, hijo, no para reconquistar afectivamente la pampa virilizada sino para lanzarse a las revueltas feministas urbanas. Mientras la última China de gaucho cantor se va para un lado a vivir aventuras sexoafectivas en libertad y a relocalizar el territorio nacional en terrenos fluidos y en comunidades antiespecistas, la protagonista de Ojeda se planta como una simple mujer de a pie (la contraria a los hombres de a caballo) o la ÚLTIMA AMA DE CASA, en una comparación desbalanceada de sus términos, para seguir el deseo de cambiarlo todo.
¿Cómo se posiciona la narradora (la pregunta por la autora queda en el plano extradiegético) que acompaña y le inventa a la protagonista estas andanzas picarescas, lingüísticas, aventureras, de supervivencia? En el año 0, estipulado por hechos históricos tan importantes como el nacimiento del hijo de Dios o la aparición de tecnologías como la escritura, la imprenta, y que aquí se debe a la caída de google y la ofensiva al patriarcado, la narradora anda a los saltos (como bien se profesa al final del libro). Ese salpicado se advierte tanto en la creación de neologismos, en los huecos que deja una sintaxis díscola y dislocada del orden oracional sujeto + verbo + objeto + circunstancias como en la construcción de una trama deriva. La narradora (¿la autora?) se convierte en la buscona que le roba a Quevedo uno de los recursos de la sátira que más se le atribuyen, pero le cambia el contenido: el buscón anda mal de ropas, la buscona anda mal de normas. No las acepta: ni las viejas ni las nuevas.
Si el patriarcado tiene un inicio en la historia, dice el epígrafe de Gerda Lerner, la historia también puede acabar con él. Pero no importa tanto aquí si definitivamente #Yasecayó, no importa tampoco que la narradora no opte por una forma puntual del lenguaje no sexista, sino que vale entregarse, como forma de resistencia, a esa búsqueda nómada, fluida, vivificante. El reinicio de la humanidad implicará repartir y dar nuevo, lo que lleva a contar, con –o, con –a, con –e, con –i o como se nos antoje, a la patria de otra manera.