Cazzu está en el asiento de conductora. Se escuchan las balizas, está esperando a una amiga. También se escucha una canción de reggaetón. Cazzu saca el teléfono y le graba lo que está escuchando a su amiga que entra y se sienta de acompañante. Cazzu gira la cámara hacia adelante, va a manejar, y se ve, rápido en el paneo, los cuatro círculos entrelazados en la tapa del volante: el logo de Audi. Una storie de Instagram. Una storie que deben haber visto las 3 millones de personas que la siguen. Un auto que, tal vez, costó cerca de esos millones de pesos.
Ella habla poco en los medios, pero su historia la contó: se llama Julieta Emilia Cazzuchelli, nació en Fraile Pintado, Jujuy, el 16 de diciembre de 1993. Es la hermana mayor de tres hermanxs. De padres musicales y folclóricos, ella y su hermanx Flo tenían condiciones de cantantes. Juntas se fueron a vivir a San Miguel de Tucumán para estudiar. Se metió en cine y armó sus bandas. Cazzu dirigió algunos de sus primeros videos de los grupos de cumbia que tuvo, el último bajo el nombre de Juli K. Mientras ella ganaba nombre como cumbiera, siempre emo, siempre con look noventera, su hermane, Flo Cazzuchelli, se fue convirtiendo en une DJ de Tucumán que habita la movida autogestiva, feminista y queer. Pero le Dios del éxito musical habita en Buenos Aires y Cazzu armó su bolso cuando su proyecto Juli K estaba tomando vuelo. Empezó a trabajar con una reconocida banda de cumbia que ella no quiere nombrar, viajó por Europa con ellos, y se desencantó del desprecio que mostraban por lo que hacían. Volvió en crisis. Y de esa crisis nació su trap.
126 millones de visualizaciones después en su canal de YouTube, y tantos millones más en las canciones donde colabora con un featuring a otros artistas, Cazzu sabe que el trap se puede agotar pronto. Y ella es cantante. Tiene visión, ideales y equipo. No está sola, aunque lo parece. Es la única mujer en el cartel del Buenos Aires Trap, el festival que se hizo el 23 de febrero en el Hipódromo de Palermo. No es un dato menor, fue la coronación del género como suceso indiscutido en la música argentina. Y ella lideraba el cartel. Es nuestra QueenC, la jefa de la movida, ahí, rodeada de tipos, de gangstas argentinos del flow. ¿Por qué es la única que está ahí? ¿No hay más mujeres que trapeen? Sí, hay, pero con otra onda, hablan de cómo rivalizar para buscarse tipos, incluso algunas son antiderechos, y nada tienen que ver con su idea de mujer.
“Págame, págame, págame, que este culo se lo merece”, bebotea en el video-hit de Khea, Loca, esa canción que jamás pudimos dejar de cantar, la que tiene 382 millones de reproducciones en YouTube y parece que no tiene techo de audiencia. Ahí, vestida de rosa bebé, Cazzu marca la línea de lo que será su lucha: en el capitalismo salvaje las mujeres queremos trabajar para tener guita, para bancarnos nuestros lujos, para nuestra independencia, para salir con nuestras amigas. Si querés este culo, pagalo. Eso que llamás sexo, ella lo llama laburo. Y su visión empresarial está casada con su autogestión. Parece que pocxs saben entender el nuevo mercado de la música como ella. Sin atarse a ningún sello, Cazzu anda libre y administrando sus cartas como una jefa.

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Un par de besitos, filmado en San Miguel de Tucumán, lo dirigió Cazzu. En un boliche están escuchando rap yanqui, ella entra y su presencia hace que empiece una cumbia dark. Lo emo y rocker está en ella desde este video en 2014, cuando era Juli K. Esa imagen es la que imanta. Una chica sensible, medio depre, y peligrosa, con un cuerpo escultural, una especie de Harley Quinn que anda con un oso de peluche, una lágrima de Emoji en el selfi, el dedito en la boquita y el peligro de una asesina serial de tu corazón.
Si en Argentina una nunca deja de buscar el mango, aún cuando tiene éxito, porque en cualquier momento se puede perder, el mango fijo hay que buscarlo afuera. Su idea de negocio es bien clara: Cazzu no se casó con ninguna disquera local porque necesita estar libre para hacer asociaciones con músicxs de todo el mundo. Prefiere no estar nominada a los Premio Gardel pero irse a Puerto Rico a hacer una colaboración en el escenario con Bad Bunny, el trapero que se saca fotos con Rosalía y juega en las grandes ligas mundiales de la música urbana.
“No nos gustan las disqueras. Siempre hay problemas para colaborar y tenés que firmar millones de papeles. Nosotros somos re inmediatos. Un día grabamos una canción, otra un video y la subimos. Los sellos como que la quedan. Nosotros nos juntamos con los que queremos y hacemos plata. Pero también trabajamos una banda. Estamos en una era digital que la comprendimos y sabemos cómo usarla. Somos como diferentes artistas independientes. Económicamente más exitosos que muchos artistas que no son independientes. Es loco, tengo colegas que facturan más que Charly”, le dijo a La Nación Espectáculos hace unos meses.
Sabe de negocios, sabe que volver su discurso y su habla neutral, con vista a toda Latinoamérica, será la puerta de su éxito a largo plazo. Su primer gran éxito, 14 millones en Spotify y 42 millones en YouTube, fue Chapiadora, una palabra caribeña, de uso cotidiano en República Dominicana. Chapiar es cuando hacés que el chabón te pague todos los caprichos y ahí Cazzu mete un beat rapidísimo y dice, en la jeta, “estoy enseñándoles que hay poco tiempo para hacer plata”. No sólo lo tiene clarísimo, lo canta, y nosotras lo perreamos. “Soy inteligente, no negocio con giles, no quiero ma’ amigo, quiero ma’ miles”, dice, y ese estribillo que a las feministas nos sonó como una alerta, ruidosa, ojo, acá hay una compañera, esto es un himno, una bandera, el sonido de nuestra lucha:
Chapi, chapi, chapi, chapi
Pensando en el money, papi, a todas horas
Tengo una gata que cuenta billetes todo el día, parece contadora
En la cartera va un rímel, labial, perfume y una calculadora
Chapi, chapi, chapi, chapi
Las que cuentan money son las que no lloran
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“La imposición de las ideas y de “CÓMO PENSAR” me lo espero del patriarcado, no de una corriente que lucha por lo mismo que yo y hoy me impone que sea de TAL manera”, twitteó Cazzu en diciembre pasado. Sí, dijo la palabra patriarcado, y sí, salió a defenderse de las feministas abolicionistas de la prostitución que veían en sus letras una defensa del trabajo sexual y de excitación al capitalismo. Y lo hizo a su modo, con la certidumbre de su camino recorrido: para ser mujer en un ámbito tan machista como es el de la música, donde sólo lideran tipos o pibes, hay que saber defenderse y proteger la guita con uñas y dientes. Uñas brillantes con strass, pero su guita.
Y dijo más: “A la ley no le conviene que sea legal el trabajo sexual porque desaparece el morbo de la trata que alimenta la mayor enfermedad del macho. A mí me tocó algo que nunca esperé, y es que las trabajadoras sexuales siempre se acerquen a mis shows con entusiasmo de conocerme. ¿Quién soy yo para ir en contra de una labor que ellas mismas eligieron? Antes de quitarles esa posibilidad prefiero pensar si mi país podría ser como otros países que me tocó visitar donde la ley ampara, y por lo consiguiente está regido el lugar, tanto los stripclubs como los que incluyen más servicios. Eso sería más seguro. Sólo en nuestro país eso se ve cómo trata, porque jamás les han permitido ejercer su labor legalmente y siempre se mantuvo la tranza con la policía y el gobierno para permanecer en la calle, y en el peligro que eso implica. No nos sumerjamos en tomar una contrariedad LIBERAL VS. RADICAL charlemos dentro del respeto y la experiencia, nos lo debemos. Esta lucha NO ES de nosotras contra nosotras. Es contra el PATRIARCADO escuchémonos con respeto y tolerancia somos aliadas”.
Esto pasó hace seis meses y Cazzu no rompió nada, sólo movió el avispero, se colocó en un lugar, se diferenció y tomó un compromiso. Hasta logró que Malena Pichot le pidiera disculpas después de hacer una generalización desafortunada sobre el compromiso de las traperas en la lucha feminista.
Sin una gran formación académica en el feminismo, sin pertenecer a una organización, Cazzu plantó bandera en uno de los parteaguas más fuertes del feminismo, y no dudó. En su entorno, que es un equipo de mujeres amables y amigas, hablan de que la exposición la obligó a pensarse en determinados parámetros. “Creo que la vida misma y el lugar donde trabajamos hace que te aferres mucho más a los ideales que uno construye en el paso de la vida”, comentaron.
Si las trabajadoras sexuales se acercaron a la trapera fue como fans, porque Georgina Orellano, secretaria general de AMMAR, advirtió que no tuvieron un contacto oficial con ella. Cazzu tampoco parece querer ocupar un rol de activista, sólo expresó lo que piensa y de qué lado de la grieta feminista está. Orellano dice: “Que alguien tan popular como ella hable de la autonomía económica, de cobrarle al patriarcado, de ser dueña de nuestra putez es otro mensaje, otra voz, para un montón de chicas. A muchas de nosotras la música que nos llegaba en nuestra adolescencia reforzaba el amor romántico, el régimen heterosexual. Ver ahora pibas tan jóvenes entonar esas letras es un cambio cultural”.
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Emo, bruja y ansiosa. Mientras lxs haters se concentran en atacarla por los conceptos que elige para cantar (¿les pasa lo mismo a los músicos? no creo), ella se concentra en ampliar su sonido a esas influencias que trae desde lejos. En C14TORCE II, la canción que sacó el Día de los Enamorados, el 14 de febrero, aprovechó para lanzar su “emo club”, el nombre de su comunidad de fans. Fue después de un testimonio sobre violencia a su novio CRO, donde tomó una postura muy cauta, sin comunicarse con sus fans. La canción ya no es rapeada, Cazzu pone su voz al servicio de una balada dark y triste, que habla de la ansiedad, de la decepción, del corazón roto. Hace remeras con esas frases, pero recibe miles de mensajes haters acusándola de que lucra con una “enfermedad mental”, que en realidad es un trastorno, nada nuevo: otra vez le exigen a una mujer que pida permiso para hablar de lo que quiera, para hacer guita con lo que quiera. Cazzu los manda a cagar. Todo lo transforma en algo más poderoso para su proyecto. Brujería es el último tema, un video superproducido, con sonidos árabes, con ella mirando directo a lxs enemigxs, al corazón de su voluntad.