Cuando la fotógrafa Claudia Ferreira llegó a su primera marcha de 8 de marzo, en 1988, en Río de Janeiro, se quedó boquiabierta. Miraba a un lado y veía una mujer disfrazada de príncipe con un caballito de madera y una pancarta que decía “busco princesita para cuidarme”; al otro lado estaba la princesita con su pancarta diciendo “no sé si soy princesa o esclava”. Era un parque de diversiones para una fotógrafa.
Claudia suele decir que llegó al feminismo por estética. Y cubriendo marcha tras marcha, reunión tras reunión, poco a poco construyó su lugar propio dentro del feminismo y se dio cuenta de su objetivo. “Yo quiero ser el Malta de las feministas brasileñas”, dice a LatFem por Zoom y se ríe. Claudia se refiere a Augusto Malta, el principal fotógrafo urbano de Río de Janeiro del siglo XX. En parte gracias a sus fotos sabemos cómo era la ciudad, y cómo cambió en ese período. Y gracias a Claudia Ferreira se puede ver uno de los acervos más completos de imágenes del movimiento feminista brasileño desde finales de los ochenta.
Empezó a sacar fotos cuando era niña. Su madre era fotógrafa amateur y siempre estimuló el interés de su hija por fotografiar. A los 10 años tuvo su primera cámara. Pero no tenía claro que sería fotógrafa profesional. Al terminar la escuela, eligió la carrera de historia. Siguió fotografiando mientras estudiaba y, al final, rechazó la idea de ser profesora y empezó a colaborar como fotógrafa para periódicos. Aunque no haya seguido el camino de la historia, hoy está claro que las dos, la fotografía y la historia, se combinan en su obra, en su proyecto de construir memoria colectiva y feminista a partir de la imagen.
Al feminismo Claudia se acercó un poco por casualidad. Era el año 1987. Brasil había salido hacía poco de la dictadura. El feminismo crecía desde los 70. Claudia, con sus 30 y pocos años, se identificaba con las causas feministas, pero no se veía como una de ellas. En ese momento, se ganaba la vida haciendo fotos para periódicos como freelance y, su gran placer, fotografiando el cine y el teatro. Hasta que un día recibió una propuesta para hacer un ensayo fotográfico de una profesora. La persona que la contrataría, la presidenta del Sindicato de Profesores y feminista Hildezia Medeiros, quería saber si Claudia era feminista. No quería trabajar con una fotógrafa que no lo fuera.
Claudia se puso a pensar. Por un lado estaba de acuerdo con todo lo que reivindicaban quienes adherían a esa lucha. Por el otro, no pensaba que era parte de su responsabilidad empujar esa causa. Con Hildezia, Claudia empezó a frecuentar las reuniones que tenían lugar en el centro de Río de Janeiro. Fue allí que participó de su primera marcha del 8M, en 1988. “La marcha era totalmente diferente de cualquier otra, mucho más interesante y divertida”, se acuerda ella 33 años después. Desde ese momento, Claudia no se perdió más que una o dos protestas de cada 8 de marzo.
Al año siguiente de su primer 8M, en 1989, cubrió el Encuentro Nacional Feminista, en la ciudad costera de Bertioga. Allí quedó a la vista, para ella, el estereotipo de feminismo que tenía en su cabeza, que era de mujeres blancas, de las clases altas de la sociedad. “Yo no sabía para donde mirar”, cuenta sobre el encuentro de Bertioga en el libro Mulheres e Movimentos, que reúne sus fotos de 1989 hasta 2002. “Había tantas mujeres, tan diversas (…) Las feministas eran de todos los ámbitos de la vida, de diferentes niveles intelectuales, edades, etnias y tenían diferentes experiencias de vida. Allí descubrí que yo era una de ellas y comencé a seguirlas (…) Realmente creía que podríamos cambiar el mundo y mi mayor contribución sería registrar nuestra historia con los ojos de alguien que participaba de cuerpo y alma”.
Las fotos del Encuentro muestran mujeres en reuniones y talleres, pero también en momentos íntimos, fotos que solo una participante podría sacar, de mujeres sentadas en una mesa al aire libre tomándose una cervecita, en fiestas, celebrando.
Los lazos de Claudia con el feminismo se estrechaban cada vez más. Luego empezó a trabajar como coordinadora de una ONG que participaba del movimiento. Hacía las tareas de coordinadora siempre con su cámara al cuello. “Cuando iba a una conferencia, por ejemplo, fotografiaba durante el intervalo del almuerzo. Y claro siempre me iba a comer los sandwiches que estaban más lejos de mi mesa, para que pudiera fotografiar todo en el camino”, dice riéndose. Como era una de las pocas que registraban los encuentros, se convirtió en una referencia y empezó a ser llamada por organizaciones que querían registros de sus encuentros.
En sus archivos de los años 90 se ve un movimiento más internacional: imágenes del Encuentro Feminista de América Latina y el Caribe, en Argentina; del Congreso Mundial de Mujeres Por un Planeta Saludable, del Planeta Femea, un espacio de mujeres en la conferencia de la ONU ECO-92; de la Conferencia Mundial sobre la Mujer, en Beijing, China. Se ven muchas de diferentes nacionalidades en marchas, reuniones, con micrófonos en las manos.
Desde 2000 Claudia fotografía la más grande – y poco conocida – marcha de trabajadoras del campo de América Latina, la Marcha de Las Margaridas, que tiene lugar en Brasilia, la capital de Brasil. Cada tres años, decenas de millares de mujeres ocupan la Explanada de los Ministerios, delante del Congreso, con sus sombreros de paja, uno de los símbolos de la marcha. “Cuando supe de la marcha, me compré un billete con millas, pedí a una prima que me alojara en su casa y me fui. No tenía idea de qué haría con las fotos, pero sabía que no me la podía perder”, cuenta. Volvió en la siguiente edición, y en la siguiente y en la siguiente. Hasta que se dio cuenta de que tenía un material precioso y logró obtener apoyo para hacer su segundo libro, Marcha das Margaridas, publicado en 2015. Dice que su carrera fotográfica siempre fue así. Registra porque siente que tiene que hacerlo, y más tarde intenta darle algún destino a su producción.
Claudia describe su trabajo como fotografía documental. “En el fotoperiodismo se llega a un sitio, se saca una buena foto y ya está, te vas. En el documentalismo, cubres un tema con frecuencia, conociendo los personajes. Se acumula información todos los días y eso se refleja en el tipo de foto que haces”, dice.
Claudia Ferreira hoy tiene 65 años y vive en Río de Janeiro. Se dedica a organizar su acervo de más de 100 mil imágenes para transferirlo a una institución pública y de esa manera ayudar a construir la memoria sobre los movimientos sociales brasileños, principalmente el feminista.
“Claudia es una historiadora visual pública”, dice a LatFem Ana Maria Mauad, profesora del Departamento de Historia de la Universidad Federal Fluminense y investigadora del Laboratorio de Historia Oral e Imagen de la UFF. “Ella se dio cuenta de que tiene un papel en la historia”, suma.
Desde que empezó a cubrir el feminismo no hubo un momento más urgente que el de hoy para recordar las conquistas de los movimientos sociales, dice Claudia. Brasil tiene un presidente de extrema derecha, Jair Bolsonaro, cuyo gobierno ataca los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y un movimiento cristiano conservador que crece rápidamente. Dice: “Hoy Brasil pasa por un borrado de los procesos civilizatorios que tuvimos en las últimas décadas, entonces la memoria, acordarnos de quien somos, de nuestras capacidades, es fundamental”.