Lo que el viento de ultraderecha se llevó -y lo que trajo-
Aunque nos quieren hacer creer que las salas del cine nacional están vacías por falta de interés, cada encuentro en Mar del Plata reafirma que las películas, los conversatorios y los encuentros tienen un público amplio, fiel y diverso. Quien transitó el festival sabe que las entradas se agotaban y que frente a la pantalla no había solo público especializado o “de nicho”, incluso en las funciones curadas desde “el riesgo”. El cine tradicional, con sus lógicas de producción habituales puede estar en crisis, en todo el mundo y, más aún, en nuestro país. Pero no debemos olvidar que el organismo que tiene a su cargo la formación de audiencias, la difusión de la industria audiovisual y el incentivo a la producción y al resguardo y restauración de las películas ya producidas es, justamente, el INCAA. La preservación de nuestro cine y la exhibición ya era un punto débil en gestiones anteriores. Además, las formas de elaborar los borderó oficiales (conteo oficial de espectadores) siempre dejan afuera a las salas no comerciales, de circuitos secundarios y alternativos y a las proyecciones fuera del país. Es necesario revisar estas maneras de contabilizar a los espectadores y organizar un sistema que refleje la verdadera cantidad de audiencia que tienen las películas nacionales dentro tanto en las salas nacionales como en las internacionales.
La gestión actual del INCAA y su nueva “doctrina” -denominada así según sus propios comunicados de vocería-, pone el foco en esta lógica mercantil y no contempla el fomento de ninguna película cuya característica principal no sea su capacidad de competir comercialmente. El desafío que se plantea es hacer del cine una industria “competitiva, rentable y exitosa” en términos de taquilla -como si aún no lo fuera-. Pero, cuanto más se constriñen los festivales, se intentan vender salas históricas y se sigue recortando la posibilidad de difusión y el financiamiento de producción de un cine local, variado, amplio, original, lo cierto es que hay menos chances de que el propio cine sea consumido por audiencias más amplias y diversas. El interés y la sensibilidad audiovisual se construyen: nadie puede elegir ir a ver películas que no conoce y, mucho menos, amarlas, defenderlas o sentirse impulsado a hacerlas. Para conservar la calidad y la competitividad de nuestra industria, no solo es necesario incentivar y formar audiencias sino conservar a técnicos, artistas, gestores actuales en condiciones dignas de trabajo. El porcentaje de desempleo crece y muchos empiezan a optar por emigrar a países con beneficios laborales más favorables. También es necesario educar y alentar a las generaciones futuras para que sigan produciendo.
Pensar a los institutos de cine de cada país solo como una fuente de fomento de la producción cinematográfica es parte del error principal. No existen festivales clase A sin apoyo de sus estados. No existe difusión cultural, distribución y exhibición con identidad nacional sin subsidios, becas o concursos que vengan de presupuestos públicos. Esta falencia en el rol actual del INCAA implica un peligro mayor: para sustentar la realización, lxs cineastas salen a buscar fondos a donde los tienen, como plataformas internacionales, otros países o entidades privadas que abren sus fomentos a coproducciones extranjeras. Esto implica que el reconocimiento de nuestros proyectos se convalida en un universo estético globalizado o con miradas extranjeras -y extranjerizantes-. Necesitamos fondos propios porque necesitamos películas que reflejen nuestras identidades e historias, nuestra memoria, nuestra tradición y nuestro propio lenguaje cinematográfico.
Otra de las principales responsabilidades de este tipo de entidades es la conservación, restauración y preservación de las películas producidas en el pasado. Ya hace años que desde la industria audiovisual se denuncia que no existe Cinemateca Nacional, a pesar de que fue votada su creación por unanimidad ya dos veces por ley, e incluso reglamantada su implementación. Además, el INCAA tiene muchas otras funciones a su cargo: establecer y hacer cumplir las cuotas de pantalla de las películas nacionales, fomentar la distribución de la producción en todo el mundo y, especialmente, gestionar y administrar todo ese dinero que se produce justamente desde dentro de la industria audiovisual.
La directora y gestora cultural Amparo Aguilar afirma que “la lógica de la gestión actual es ejecutar la ley de cine de la manera más restrictiva que la interpretación de la ley les permita, siempre con la idea de achicar. Entre la detención total de la producción que generaron a principio de año y la lentísima activación a través de concursos para muy pocos proyectos, lo que instalan es una lógica caníbal dentro del propio sector: los juegos del hambre. En lugar de apoyar una actividad tanto artística como industrial y corregir lo que hiciera falta, para empeorarla, Pirovano está actuando de manera totalmente antieconómica”.
“La industria es rentable, produce entre seis y siete pesos por cada peso que se invierte desde el fondo público”, continúa Aguilar. “Esta lógica que se está aplicando no solo restringe el mercado de trabajo sino que también produce un estancamiento de la actividad del sector que afecta a otras actividades conexas. El próximo año las filmaciones estarán prácticamente detenidas. Este riesgo es algo que veníamos advirtiendo desde gestiones pasadas. Tanto la Ley de Cine como la derogada Ley de Medios quedaron viejas frente al vertiginoso cambio que la industria audiovisual viene transitando a nivel global. Pasamos por un momento de shock y de autocrítica pero ahora no podemos quedarnos quietxs, hay que hacer propuestas.”
Desde el Espacio Audiovisual Nacional, que nuclea a asociaciones de directores, productores, autores y distribuidores se viene trabajando hace 4 años en un nuevo proyecto de ley que busca aplicar los gravámenes vigentes a las plataformas que exhiban imagen en movimiento, no implicaría la creación de impuestos que no existían, sino simplemente la ampliación de los existentes a los nuevos medios de exhibición que surgieron con las formas de producción y los medios de reproducción audiovisual de la actualidad. Planteando un instituto más eficiente, más federal (con la asignación directa de un 25 por ciento de los fondos a las provincias para que definan en qué aplicarla en relación al audiovisual) y acompañamiento del audiovisual nacional en todas sus etapas: desarrollo, producción, exhibición y preservación.
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Desde que Fernando Juan Lima dejó su cargo como presidente del Festival, rechazando el ajuste que le imprimió el Ministerio de Capital Humano, dentro del equipo organizador hubo una renovación casi total tanto en el equipo de programadores como en otras partes del organigrama. Muchos de los técnicos, artistas y cineastas con largas trayectorias vieron en la ceremonia de apertura un evento frívolo, extraño, declarando en off que “los que hacemos cine hace años no estábamos ahí, no sabemos quiénes son la mayor parte de los invitadxs este año, pero no vamos a abandonar a nuestro festival”. Este año, varixs periodistas culturales y críticxs especializados llegamos a Mar del Plata para cubrir el evento a pesar de no estar acreditadxs para el festival oficial por primera vez desde que trabajamos en medios.
Para la ceremonia de clausura y la entrega de premios se esperaron apreciaciones similares. Las asociaciones de técnicos y trabajadores de la industria agrupados en la Federación de Asociaciones de Profesionales de la lndustria Audiovisual Argentina (ASA, ADF, AADA, EDA, SAE) emitieron un comunicado en el que anunciaban el retiro de los premios que otorgaban. Ahora quedan los de la premiación oficial, a los que se sumaron premios de patrocinadores privados como Banco Galicia y cuatro premios independientes.
Contracampo: esto no no es un festival
A pesar de contar con mesas debate y muestra cinematográfica, el espacio Contracampo no pretende competir ni boicotear al festival oficial. Se definió como un lugar de encuentro para el cine argentino, donde dar lugar a la discusión sobre las problemáticas del sector y volver al corazón de lo que solía ser esta época del año en ediciones anteriores: un momento de volver a ver a colegas, abrazarse o discutir con el público, compartir.
Contracampo contó con dos sedes: El Gran Pez, una librería icónica de la ciudad, y el Teatro Enrique Carreras. Ahí se proyectaron las 32 películas argentinas contemporáneas que vienen de distintos rincones del país y están producidas con diversas lógicas: independientes, industriales y marginales, tal como las definen sus programadores. Además, en fílmico, también se pueden ver cuatro películas de la historia de nuestro cine. En este espacio, el pasado y el presente del cine conviven y se nutren mutuamente y este ecosistema audiovisual, entre pantallas, política cultura, charlas, acuerdos y desacuerdos, es parte fundamental de la construcción del cine que vendrá.
En El Gran Pez todos los encuentros fueron a sala desbordada. Lxs asistentes excedieron la capacidad prevista y llenaban también la terraza de la librería y las escaleras. Dentro del espacio de debate se abrían cuatro preguntas centrales: ¿Qué festivales necesitamos?, ¿Un cine sin pasado?, ¿Un INCAA para quién?,¿Dónde se pasan y dónde se ven nuestras películas?
En estos conversatorios se puso sobre la mesa el proceso actual de transnacionalización de la exhibición y distribución. Por otra parte, se cuestionó el rol de la prensa, que muchas veces ignora a los films que no están en multicines, distribuidos por las majors. Pero también se advirtió de un riesgo mayor, el de la transnacionalización de la realización y producción, hoy en día es cada vez más difícil conseguir inversiones nacionales, tanto públicas como privadas. Queda en puerta una única chance que es la coproducción con las plataformas o con productoras extranjeras. Hay un consenso respecto de que la industria audiovisual debe seguir yendo hacia un horizonte sustentable, generando sus propios recursos y realizarse de la mejor forma posible para llegar a la mayor parte de la población nacional e internacional. Aún así, el debate sobre las películas con “salas vacías” fue una conversación candente. Por un lado, hay películas que aún sin espectadores merecen hacerse, merecen financiarse y merecen ser exhibidas en salas. Esas estéticas son parte de las posibles vanguardias y de la renovación artística.
Quizás sea necesario también defender a esas producciones que “nadie ve” porque justamente son esas las que pueden convertirse en las películas de culto del futuro. No hay que alentar únicamente la difusión de producciones que ya llenan salas, se debe ejercitar la divulgación de esos films que asumen apuestas estéticas, ideológicas y formales. El crítico, programador y cinéfilo Diego Trerotola resaltó que “las películas microscópicas sufren hoy las mismas lógicas de exterminio que las llamadas minorías sexuales”. Incentivó a la audiencia a no darle argumentos a la derecha para que siga manteniendo la lógica del merecimiento, el exitismo y la meritocracia. “Queramos a esas películas chiquitas, de cinco espectadores, hay que sostenerlas así. El estado es un canal necesario que tiene que salirse de la lógica mercantil. Ese apoyo del público frente a una proyección de nuevos realizadores que se la juegan por hacer algo distinto y original es el mismo que tiene ese realizador frente a su propio material. Los festivales se tienen que programar con una mirada curatorial propia, amplia y disidente. Eso es lo que los convierte en eventos formativos”.
Entre el público de las charlas, una mujer que se presenta como una “simple espectadora” pide el micrófono para señalar que en Mar del Plata siempre existieron diversidades en la audiencia, las entradas se agotaban porque el público general se interesaba en el festival que estaba curado, pensado; había confianza en que lo que íbamos a ver era de calidad”. Las salas no se llenaban solo de gente “del cine” sino que se mezclaban todxs en las butacas: compartíamos espacio con lxs famosxs “jubilados” y con estudiantes que venían a través del Programa País, desde todas las provincias. Puntualizó también su sensación en una de las proyecciones a las que asistió uno de los nuevos directores del festival y un realizador extranjero: “Sentí vergüenza como público, no solo por no decir nada cuando estaban ahí al frente, sino también por el spot oficial que es intencionalmente confuso sobre el origen del festival, ocultando su año de creación durante el peronismo.” El primer festival empezó el 8 de marzo de 1954, bajo la presidencia de Juan Domingo Perón, y fue llamado Festival Cinematográfico Internacional.
Muchas preguntas quedan sin respuesta, en el tintero, incluso dentro de los encuentros alternativos, el debate parece ser de largo aliento. ¿Qué pasará, por ejemplo, con los compromisos asumidos con otros festivales internacionales de clase A en cuanto a cuotas de pantalla para directorxs que no se asuman como masculinidades cis? Si nos estamos preocupando por cosas básicas, como producir películas y financiar festivales, estos objetivos que tienen proyección no solo en nuestro país, sino en todo el mundo, quedan muy por detrás en la lista de prioridades. Hay un gran retroceso en cuanto a perspectiva de género en la exhibición. Por otra parte, la no implementación de la ley que establece que se cree la Cinemateca Nacional amenaza día tras día a esas películas que requieren conservación. El cine del pasado se pierde y así también queda abandonado el cine del futuro. Sin historización y sin memoria, la industria puede estancarse, puede inmovilizarse, puede ser que esa potencia creadora se anule y quedemos huérfanos de nuestras propias referencias, temas y tópicos. Incluso si quisiéramos oponernos a cierta estética o propuesta ideológica de nuestra tradición es necesario conocerla.
Por otra parte, los dichos cargados de violencia y burla de los funcionarios a cargo del sector preocupan y, al menos, retrasan una posible apertura de un diálogo con los cineastas. En el canal de streaming Carajo, Carlos Pirovano, director actual del Festival, se refirió a los despidos en el INCAA, sosteniendo que el organismo era “un aguantadero de empleo público que no servía para un carajo, literalmente”. El actual interventor del Instituto dijo: “Una de las cosas que yo digo es que si se portan mal, les voy a pasar un continuado de las 100 películas que vieron menos de mil personas. Es una gran tortura”. La consistente audiencia en las salas marplatenses parece desmentir estos dichos. Desde las butacas, los espectadores aplauden, sonríen, sostienen al festival oficial y a la muestra alternativa como un espacio de refugio. No se lxs ve sometidos a ningún tipo de tortura, sino resistiendo, esperando a que los aires de “La Feliz” vuelvan a ser los que eran, o incluso, después de las tormentas, lleguen tiempos aún mejores.