Maurice Halbwachs nos regaló hermosas nociones para pensar la memoria y su relación con la idea de comunidad. En su obra podemos indagar sobre el modo en que las sociedades producen una red sumergida de recuerdos que la mantienen unida. Esas memorias subterráneas, socavadas y silenciosas van saliendo a la luz y develando el espíritu de tensiones que mantiene unido a las sociedades. Nuestra comunidad de travestis, transexuales, maricas, gays, lesbianas y homosexuales tiene sus propias redes y narrativas subterráneas, y a la vez marginales. No existe en los anales de la historia un capítulo sobre nuestras prácticas, nuestros yires, nuestra desfachatada experiencia. La hemos escrito con nuestra propia letra, a veces a mano alzada, a veces con sangre, a veces con glitter. En sintonía con Halbwachs, Pierre Nora advierte la necesidad de las comunidades de pensar su historia vinculada a los lugares, a los espacios habitados y gozados que le dan una carnadura a la historia. Stonewall Inn, representa una síntesis de esta necesidad común de convertir nuestras trayectorias en una narrativa común que nos contiene y atraviesa.
Fue un 28 de junio de 1969 cuando los gays, transexuales, lesbianas y drags queens reunidas en un bar de Greenwich Village, en las periferias de New York, dijeron basta. La zona habitada por poetas, artistas beat, estudiantes y hippies fue el lugar escogido para escapar de la vida conformista de la metrópolis. También fue el blanco de la vigilancia y el control estatal. El Stonewall Inn era asediado permanentemente por razzias policiales que acechaban a sus habitués y buscaban desalentar la sociabilidad de los homosexuales y sus “pervertidas inclinaciones”. La noche del 28 de junio sencillamente se colmó el vaso y quienes estaban dentro del bar resistieron los ataques de la policía e iniciaron una rebelión que años después sería configurada como el inicio simbólico del activismo LGBT. Sin embargo las señales de cansancio y malestar con el régimen heterosexual tienen sus raíces clavadas aún más profundamente y se extienden por las periferias de la experiencia urbana. Pensar y recuperar los hechos que acompañaron o debatieron con Stonewall en el sur global nos permite revalorizar y dimensionar las tensiones, complicidades y diálogos que encendieron la hoguera de más de medio siglo de luchas.
En este artículo la propuesta es transitar por el lado de afuera de las grandes narrativas históricas y revisitar los modos en que los homosexuales de Argentina, México, Brasil y otros países latinoamericanos se apropiaron de los discursos sobre la liberación y el gay power en una clave regional, que se produjo enredado con los activismos norteamericanos pero que disputó y produjo sentidos propios. Este ejercicio significa desprenderse de prejuicios e ideas que actualmente nos resultan útiles para pensar nuestras experiencias y comprender la manera en que aquellos activistas construyeron su propia voz, muchas veces utilizando discursos y nociones que para nuestra actualidad resultan superados. Por ejemplo, es importante notar y comprender que los modos de nominar la propia identidad vigente en aquellos años, dista de los modos en que actualmente lo hacemos, alejándonos de los binarismos y optando por formulaciones de una especificidad abrumadora. Por aquellos años la categoría “homosexual” encerraba una enorme multiplicidad de experiencias y tenía un sentido crítico que se corría del término anglosajón “gay”. Esta será una de las primeras diferencias con el norte global, pero no la única ya que la elección de la categoría homosexual era una forma más de evidenciar el descontento latino con las políticas gringas de intervencionismo y colonialismo sobre las periferias del mundo. Los años 60s y 70s fueron tiempos tumultuosos, de intensas rebeliones que se enredan e imbrican de modo rizomático. Carlos Fígari señala en su texto “En búsqueda de una identidad”:
El final de la década de 1960 fue una época de particular efervescencia en la cultura y sociedad mundial. El orden vigente parecía “deshacerse en el aire”: el Mayo Francés y los movimientos estudiantiles, protestas contra la Guerra de Vietnam y consternación ante la Primavera de Praga, difusión del ideario hippie, pacifismo, consumo de marihuana, Beatles y conciertos multitudinarios, píldora anticonceptiva y Guerra Fría. (…) La visibilidad del movimiento gay se entronca con el “contexto de contestación cultural” de los años 1970, en el que también comienzan a organizarse los negros y las mujeres.
Este contexto de disputas dará lugar en América Latina a experiencias de desobediencias sexuales con fuertes vínculos con las izquierdas (en particular con el trotskismo), el anarquismo, los movimientos culturales y artísticos, los feminismos, los movimientos anti-racistas y de trabajadores. Estas alianzas serán incómodas y están repletas de contradicciones, pensarlas pone en dimensión los conflictos que actualmente atraviesan nuestros feminismos y movimientos disidentes y nos permite aventurar salidas, rupturas y quiebres para tejer una nueva red.
Liberación homosexual
Las experiencias de los activismos homosexuales de los años setenta estuvieron atravesados por el lema de la liberación sexual. Tras la estela del libro fundamental de Kate Millet “Sexual Politics” los feminismos y activismos homosexuales de la época entendieron la necesidad de politizar el sexo y entenderlo como una noción central en donde se condensan las opresiones capitalistas y patriarcales. Así como era necesaria la liberación de los vínculos coloniales y de todo tipo de sujeción a los gobiernos, también el sexo, el deseo y la corporalidad debían ser liberados del control estatal ejercido a través del matrimonio heterosexual, la familia patriarcal y el sexismo. La liberación representó una clave de sentido para los activismos homosexuales de la época que ponía en diálogos sus demandas con los partidos de izquierda y los movimientos de mujeres, estudiantes y trabajadores. En New York tras los disturbios de Stonewall Inn se conformará el Gay Liberation Front, un emblema de la lucha de los gays por sus libertades sexuales que dialogará con las luchas contra el racismo y el imperialismo, en el contexto particular de convulsión social por la guerra de Vietnam.
En Argentina y en México los frentes de liberación homosexual representaron experiencias radicales de lucha en dos contextos distintos y entre tensiones complejas. Ambos movimientos dialogaron con los feminismos y las izquierdas en búsqueda de alianzas que permitieran politizar el deseo y debatir el estatus del régimen heterosexual. Se organizaron en un contexto represivo, perseguidos por la policía y acechados por la represión estatal. Sin embargo, dialogaron en distinto grado con los discursos producidos en los Estados Unidos y terminaron sus trayectorias en contextos sociales distintos. La dictadura militar puso fin al movimiento en Argentina, mientras en México sucumbieron a las presiones internas de las organizaciones. Patricio Simonetto abordó estas experiencias en un texto que compila las estrategias comunes de los movimientos de liberación homosexual de Argentina, México, Brasil, Colombia y Chile.
El Frente de Liberación Homosexual Argentino surgió de la confluencia de distintas organizaciones. Previamente en 1967 se conformó en Gerli el Grupo “Nuestro Mundo” cuando Héctor Anabitarte, un militante sindical del gremio del correo (FOECYT), fue sancionado, enviado al psiquiatra y finalmente expulsado del Partido Comunista Argentino (PCA) por proponer un debate sobre la homosexualidad entre los jóvenes. Como reacción, Anabitarte fundó el Grupo Nuestro Mundo (GNM) junto con un militante gremial de la Unión de Personal Civil de la Nación (UPCN), un vendedor de máquinas de escribir que tenía esposa e hijos y un joven vendedor de seguros, entre otros. En 1971, el GNM confluyó con el grupo “Profesionales”, fundado en 1970 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), en el que militaba el escritor Néstor Perlongher, ex militante del grupo trotskista Política Obrera sentando las bases del Frente. En México, el Frente de Liberación Homosexual Mexicano fue liderado por la cineasta Nancy Cárdenas y un puñado de intelectuales que reinterpretaron el marxismo en clave sexual, para impugnar las presiones y persecuciones a las que eran sometidos por habitar un deseo a contramano. Cárdenas fue retratada por Carlos Monsiváis de esta manera:
¡Qué necia eres, Nancy, pero qué necia eres! El 1 de octubre de 1978 hablamos de la matanza de Tlatelolco y discutimos largamente sobre tu participación en el contingente gay. Quedaste en no ir para no precipitar otro capítulo de la historia de tu linchamiento moral, una activista predilecta de la derecha. Al día siguiente, ¿a quién veo encabezando al grupo gay? Claro que a ti, divertida, energética. Ese día entendí a fondo tu procedimiento básico, te doblegas ante la prudencia y luego te cansas de su tiranía. Y cómo te emocionaron los aplausos (que sí se dieron) al anunciarse en el micrófono el arribo de los gays a la Plaza de las Tres Culturas.
Los diálogos entre los frentes de liberación homosexual y los movimientos obreros y sectores partidarios tuvieron diferentes resultados. En Argentina el FLH se acercó al peronismo sin demasiado éxito, ya que la presencia de los homosexuales era discutida y rechazada pues controvertía el estereotipo masculinista del militante sindical y peronista. Los amaneramientos y conductas homosexuales no tenían lugar entre la representación varonil de la lucha obrera. Anabitarte recuerda “Llevábamos con timidez una pancarta que nos identificaba. Las columnas que venían adelante y atrás dejaron un espacio para no confundirse con nosotros, los putos. Vivíamos de marginación en marginación”. En las manifestaciones les cantaban “No somos putos, tampoco faloperos, somos hijos de FAR y Montoneros”. Esa frontera trazada entre los homosexuales y el peronismo acercó al FLH al trotskismo y los movimientos feministas. La conformación del Grupo de Política Sexual evidenciaba esta unión entre la Unión Feminista Argentina (UFA) y el FLH, de esas entrañas surgieron reflexiones poderosas, plasmadas en revistas, panfletos y acciones subversivas.
La edición de revistas será una práctica común entre los movimientos de liberación homosexual de la época. El grupo Nuestro Mundo editó sus ideas en algunos discontinuos ejemplares. El FLH editó la revista Somos y un dossier especial del Grupo de Política Sexual llamado “Sexo y Revolución”. El FLH méxicano publicaba la revista “Nuestro cuerpo” y en Brasil se editaba “Lampião da Esquina” entre 1978 y 1981 donde se abordaban temas referidos al movimiento homosexual.
En Brasil también los movimientos homosexuales estuvieron anudados a las experiencias de izquierda. “Facción Gay” fue un espacio de activismo de lesbianas y homosexuales dentro del partido trotskista Convergencia Socialista. También dentro del Partido de los Trabajadores se conformaron espacios de activismo gay que, con distinto éxito, disputaban sentidos al interior de los movimientos obreros. Sin embargo el activismo gay se observaba con recelo y de reojo, se consideraba que quienes la sostenían tenían un activismo político desdoblado, por una parte dentro de las estructuras partidarias de las izquierdas y otra en los movimientos de homosexuales. Se entendía que la primera lucha debía ser de clase y que el clivaje sexual era secundario. Estas disputas expresan las tensiones que atravesaron los movimientos y expresan una crítica abierta a las izquierdas y demás movimientos radicales que aunque supieron discutir las opresiones de clase, de raza y demás adoptaban una política sexual conservadora. En su texto “El sexo y la revolución” Rafael de la Dehesa rescata este fragmento de entrevista realizado a Fernando Gabeira ex guerrillero e intelectual de izquierda en 1979:
Si una persona está pensando en su felicidad sexual, no puede esperar 70 años para tener un orgasmo cuando la izquierda haga la revolución… El homosexual coloca la cuestión de la felicidad aquí y ahora, ¿entiendes? […] Como no formuló una política sexual, [la izquierda] terminó adoptando la política sexual burguesa. En este sentido es que creo que existe una gran importancia en los movimientos de mujeres y de homosexuales, en el sentido de traer a la escena una política sexual de izquierda, pues ellos, en su desdoblamiento, según entiendo, ya serían esa política.
Este texto trae a la reflexión la red sumergida de diálogos y experiencias que sostuvieron las bases de los activismos LGBT. Reconstruirlas es difícil, pero desafiante. Nos invita a pensar en la radicalidad de aquellas acciones que desconfiaban del Estado y desafiaban las políticas tradicionales. En nuestra experiencia actual a veces estos horizontes se desdibujan, se tiñan de institucionalidad y marketing. El “pride” es colorido y brillante, pero sin matices no se le puede valorar debidamente. La apuesta de este sucinto texto es teñirlo todo de confusión e invitar a reflexionar sobre la necesidad de retornar a la desobediencia.
En 1982 Caterina Koltai, socióloga y activista del partido de los trabajadores en Brasil exhortó a cuestionar todo tipo de autoridad en un panfleto provocadoramente titulado “DESOBEDEZCA”, que fue censurado. La respuesta de Koltai ante la censura encierra claves que debemos recuperar: “La prohibición de DESOBEDEZCA, por lo tanto, sirve para ilustrar el tenor de mi programa. Creo que el poder que nos oprime en la sociedad no es sólo aquel que es visible, el Ejército, la Policía, el patronato, los Ministerios cerrados a nosotros, sino también instancias menos visibles, aunque no por eso menos poderosas, instancias morales y culturales.”
El 28 de junio es tiempo de celebración sin dudas, pero también es una invitación a la desobediencia, a la rebeldía y a la contestación. Ya pasaron los tiempos de silencio y oscuridades, pero todavía hacen falta que se oigan nuestros gritos, nuestra incomodidad con lo establecido y la necesidad de alterar las calmadas aguas de la confianza en las instituciones.