¿Y si dominamos la tecnología para dominar nuestra reproducción? La pregunta siguiente se debe referir a quién tiene el pleno control de la medicina reproductiva (la corporación médica, claro, es decir: los hombres), y quiénes deciden que la menstruación, el ciclo, la concepción, el embarazo, el parto y el aborto sean idolatrados desde la concepción “natural”, aislándolos de intervenciones científicas que pudieran darles a las personas gestantes el pleno control de su cuerpo. Menor dolor, mayor intervencionismo.
Las preguntas que dispara Xenofeminismo, Tecnologías de género y políticas de reproducción de la inglesa Helen Hester interrumpen la lectura a cada rato. Su antinaturalismo nos enfrenta a la postura ancestral que heredamos. ¿la tecnología, acaso, no es producida por lxs humanxs?
El texto es la profundización a una arista que se presentó en el manifiesto Xenofeminismo: una política por la alienación que publicó el grupo feminista Laboria Cuboniks en 2015. Y esa arista es el problema de la reproducción, tanto biológica como social. Hester patenta desde las primeras páginas que el libro -editado en la Argentina por Caja Negra- “se construye como un texto polémico, una provocación”. Y sí que lo es.
Pero… ¿qué es el xenofeminismo? El prefijo xeno viene del griego y significa extraño o ajeno, característica indivisible del futuro que este libro propone. Las seis mujeres artistas e intelectuales inglesas que forman Laboria Cuboniks piensan en la ciencia ficción, en Mad Max como un camino inexplorado donde la tecnología y la mujer no se dejaron unir por el sistema capitalista y patriarcal. “El xenofeminismo es un feminismo tecnomaterialista, antinaturalista y abolicionista de género”, se posiciona Hester en el primer capítulo. La tecnología es una herramienta para el activismo, dice la autora, aunque entiende que no es neutra, que puede ser diseñada para controlar a la población pero alienta el hackeo feminista, la apropiación para crear un nuevo sistema: la tecnología es social y la sociedad es tecnológica.
Y es la reproducción el campo de batalla. Hester sostiene que la tecnología tiene la capacidad de ampliar la libertad humana; por ejemplo, “por medio de distintos avances hacia la autonomía reproductiva que nos permitan tener cierto control sobre lo que les ocurre a nuestros propios cuerpos. Esto supone entender la naturaleza no como el basamento esencializado de la corporalidad o la ecología, sino como un espacio de conflicto atravesado por la tecnología”. Discute a quienes adoran la alienación natural que propone el no intervencionismo del cuerpo embarazable, y resalta el peligro de esa postura: la romantización del dolor y el sacrificio femenino por la naturalidad del parto.
Ellas mismas en el manifiesto xenofeminista lo dicen: “la glorificación de “lo natural” no tiene nada que ofrecernos a lxs queer y trans”. La naturaleza y lo natural son campos de confrontación dentro del ámbito de la política. Por eso mismo el abolicionismo de género es el futuro por alcanzar al mediano plazo, porque es ineludible para la transformación emancipatoria que lleva adelante el feminismo.
Hester investiga un caso de las feministas norteamericanas de la segunda ola para ejemplificar su punto: el dispositivo de extracción menstrual Del-Em, diseñado por mujeres en los setenta. No sólo te quitaba la menstruación, también era un método abortivo de las primeras semanas que las feministas realizaban de manera colectiva, en tribus. El uso del Del-Em tenía un protocolo que fue girando por el mundo para que las mujeres pudieran formarse y domar la tecnología para realizar estas intervenciones ellas mismas. El protocolo fue adaptándose a las tribus que lo implementaron, modificándose como un código abierto, fue la tecnología puesta al servicio del feminismo transversal.
Algo similar analiza Hester con la organización Jane de ayuda socorrista, que nació como orientación y asesoramiento para el aborto en el Chicago de los setenta, antes de la legalización en Estados Unidos. Ahí, un grupo de mujeres pasó rápidamente a la acción: la corporación médica, liderada por hombres, impedían el libre acceso a la interrupción voluntaria del embarazo. Se capacitaron y lo hicieron ellas mismas.
Más cerca en el tiempo: la autoadministración de hormonas en Francia para las personas trans también grafica la tesis de Hester. La experimentación sin regulación estatal -que encorseta y cataloga las sexualidades- es el camino que eligieron lxs francesxs.
“¿Por qué hay tan poco esfuerzo explícito y organizado por redirigir las tecnologías hacia fines políticos progresistas de género?”, se pregunta Hester. ¿Por qué “lo natural” de la maternidad, los vínculos sanguíneos de parentesco, el futuro representado como “salvar a nuestro Hijo”, la heroica proeza de las mater-paternidades heterosexuales capitalistas para dejarle un mundo mejor al Hijo, no se someten al dominio tecnológico? Internet y el hackeo es una herramienta para molestar y apropiarse, pero Hester insiste: “Es preciso complementar las disruptivas prácticas de hackeo de género del estilo hágalo usted mismx con otro tipo de intentos que busquen asegurar un cambio más extenso y duradero”. Hay que crear otro sistema donde el acceso a la salud reproductiva esté al dominio de la soberanía de los cuerpos gestantes, y la tecnología a su servicio.
Un libro de alto impacto, indispensable para entender la discusión del futuro y las armas que el feminismo tiene para que usar: el infinito de la tecnología.