Dora Seguel, la primera mujer que acusa de violación a los represores de Neuquén

En diciembre comenzó el séptimo juicio de lesa humanidad en Neuquén, conocido como “La Escuelita”. En 12 años que lleva el juzgamiento se lograron condenas por torturas, secuestros y desapariciones forzadas. Pero esta vez 5 represores llegarán a juicio acusados por violación. Emiliana Cortona y Shirley Herreros cuentan la historia de Dora, la primera mujer que acusa de violación a los represores de Neuquén.

Afuera Cutral Co disfruta de la siesta. No se escuchan niñxs, ni autos, solo a Dora Seguel frente a la computadora. Por más que se afine la mirada, no se leen los títulos de los cientos de libros que tiene en su biblioteca. Con rulos bien formados, flequillo planchado, labios y uñas de rojo confiesa su urgencia: “sabemos que nosotras tenemos fecha de vencimiento”. Acerca la silla y se pega a la pantalla para que se escuche con más claridad: “necesitamos que esto se sepa”. Tiene 60 años y está a punto de hacer historia. Es la primera mujer en Neuquén en llevar adelante un juicio que acusa de violación a represores de la última dictadura cívico eclesiástica militar.  

En diciembre comenzó el séptimo juicio de lesa humanidad en Neuquén, conocido como “La Escuelita”. En 12 años que lleva el juzgamiento se lograron condenas por torturas, secuestros y desapariciones forzadas. Pero esta vez 5 represores llegarán a juicio acusados por violación. “El caso de Dora es emblemático”, explica Bruno Vadalá querellante por la Asamblea por los Derechos Humanos (APDH) “se conocen muchos hechos similares, pero en la región este es el único juicio donde el delito sexual llega como autónomo al de tortura”.

Dora hoy es maestra jubilada y sabe que el tiempo la apremia. Desde que conoció a través de la militancia que el mundo podía ser más equitativo no dejó ni un solo día de exigir lo que cree justo. “La militancia influye en todo —se acomoda y mira alrededor—, en cómo educas a tus hijos o en cómo te cruzas con tus vecinos”, dice a LatFem. En cada uno de los juicios Dora desplegó la bandera mitad blanca, mitad celeste con una cruz roja en el medio, la del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).  “Ellos querían que nos avergonzáramos de nuestro partido, pero no lo lograron”, descarga.  “A mí”, dice Dora desde el living de su casa, “a mí no me van a callar, no hicimos nada malo, solo quisimos un mundo mejor”. 

Ese impulso de lucha, esa necesidad de reclamar por lo justo, viene de familia. Sus padres fueron campesinos y no tuvieron nada regalado. “Esa fuerza”, ensaya Dora, “debe estar en el ADN”. A los 15 años empezó a militar en la Juventud Guevarista, el ala juvenil del PRT y nunca más abandonó ese imperativo de trabajar por lxs que menos tienen. A los 16 años la última dictadura la secuestró. Estuvo menos de una semana detenida-desaparecida, el tiempo suficiente para dejarle marcas de por vida. 

Dora construyó con sus hermanas una relación de gran amistad. Ellas eran “las del medio” en una familia numerosa: Arlene, Argentina y Dora. Ni las más grandes “que andaban bolicheando”, ni la más chica que “andaba bajo la pollera de la mamá”. “Las del medio —describe— nos tuvimos que criar solas. Éramos las que estábamos sedientas de aprender, de leer, de música, de literatura”. Hacían prácticamente todo juntas. Desde tejer hasta teñir remeras y almohadones. Desde compartir un cigarrillo hasta tomar todas de la misma jarra de café. Desde prestarse ropa hasta cantar hasta las cuatro de la mañana canciones de Violeta Parra.

Pero esa complicidad cambió cuando Arlene, la más grande de las tres, se fue a estudiar Trabajo Social a la universidad en Neuquén. “Cada vez que venía —cuenta Dora con voz pausada— la notábamos distante”. Arlene salía y no las invitaba, tenía reuniones y no les contaba. Ya no se quedaba hasta la madrugada discutiendo con ellas los textos que traía de la universidad.

Un día tomaron coraje y la enfrentaron. “¿Qué te pasa? ¿Por qué no nos das más bola?”, le preguntaron. Eso fue a principios de 1975. En Argentina gobernaba Isabel Perón y ya estaba en funcionamiento la Triple A, incluso en la Universidad del Comahue. “Ustedes no pueden participar de esto”, les respondió Arlene, “esto no es para ustedes”. “¿Cómo qué no?”, le gritaron, “¿Qué te crees, qué somos unas chiquilinas?”

Cuando Arlene les contó que militaba en el PRT se quedaron con la boca abierta. “¿Qué es?, ¿Qué hacen?, ¿Dónde se juntan?”. No pasó mucho tiempo hasta que las tres empezaron a formar parte. Tomaron el riesgo aún sabiendo que el partido estaba prohibido y que tenían que  trabajar desde la clandestinidad. “El partido —repone Dora— nos pedía que estemos involucradas intelectual y laboralmente, entonces nos preparábamos de las dos maneras”.  “No fue por azar o por imitación, empezamos a militar por convencimiento, era en serio, queríamos cambiar la sociedad, trabajar para nuestro país”, remarca.

En su biblioteca tiene cientos de libros, algunos de aquella época, otros más actuales. Ahí, ordenados uno al lado del otro, confirman lo que Dora nunca abandonó: leer. Con El Combatiente (órgano del PRT), Estrella Roja (publicación del ERP), o Marx conoció otro mundo. Discutir y leer eran las actividades de la militancia que más le gustaban. “Sentías cómo se te abría la cabeza de una forma vertiginosa”. Dora reconoce que descubrió una realidad diferente a la de su casa, lo que aprendió en el partido era distinto.

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Cutral Co queda a una hora y media en auto desde Neuquén capital. La ciudad hoy es conocida por ser tierra de petróleo y de revueltas. Ahí sobre la Ruta Nacional 22, con olor a cubiertas quemadas y al calor de las ollas al fuego, en 1996 se produjo el primer piquete del país. 20 años antes, en 1976, el Ejército, la policía neuquina y otras fuerzas de seguridad pusieron en marcha una de las operaciones más violentas que el pueblo vivió durante la dictadura: “el operativo Cutral Co”. 

Entre la tarde del sábado 12 de junio y la madrugada del martes 15 de junio de 1976 los militares sitiaron la comarca petrolera. Tenían el objetivo de desmantelar una supuesta célula del Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP) en la región. Secuestraron al menos a 17 personas. Tres de ellas fueron Dora, Arlene y Argentina. 

Cutral Co en 1976 era un pueblo chico, no tenía más de 19 mil habitantes y se conocían entre todxs. Lxs militantes ya habían empezado a notar que había un auto marca Ford Falcon que vigilaba. El operativo fue rápido y fulminante. Habían hecho una inteligencia perfecta: sabían qué hacían, dónde trabajaban y qué lugares frecuentaban lxs integrantes del PRT.  

A Dora la secuestraron el lunes 14 de junio de 1976 cuando estaba en su escuela secundaria. Sentada en el aula, no se imaginó que afuera la manzana estaba rodeada. Había soldados armados, una camioneta del Ejército y un móvil de la policía. El preceptor entró y le dijo: “te necesitan en la dirección”. Dora se levantó, dejó los útiles y, por suerte, agarró el abrigo. “Te están buscando de la policía, tenés que ir con ellos”. Asustada, Dora balbuceó: “soy menor de edad, no me pueden llevar”. Nada impidió el secuestro. Cuando la subieron al furgón, un policía la obligó a abrirse el abrigo. Le tocó las tetas y la vulva. “Estoy viendo si tenés armas”, le dijo.

A partir de este momento, Dora fue trasladada a Neuquén Capital a la Unidad penitenciaria U9. Después, junto a otrxs militantes, entre ellxs sus hermanas Arlene y Argentina, fue trasladada en un vuelo clandestino a Bahía Blanca. Las tres sufrieron muchos golpes, forcejeos, patadas y zamarreos. Las denigraron: “no van a servir para nada”. Las insultaron: “sos la putita de los guerrilleros”, y las humillaron: “no vas a poder adaptarte a las sociedades, van a ser una lacra”, recuerda hoy desde su computadora en Cutral Co.

A Dora los represores la violaron más de una vez. La primera fue con ojos vendados y manos atadas en el camión celular en Cutral Co. Otra vez, ya trasladada a Bahía Blanca, en un descampado. Escuchó el llanto apretado entre dientes de su hermana Argentina cuando la abusaron. Y los forcejeos y gritos de otra mujer cuando la violaron en una habitación contigua.

Para Dora los abusos y los manoseos eran aleccionadores, no eran usados con el objetivo de ablandar, como la picana, “nosotras éramos posesiones, nos decían: yo quiero esta, yo quiero otra”. Juan Cruz Goñi es abogado de la APDH, para él la represión tuvo género. “Utilizaban las diferencias y asimetrías entre los sexos para producir más dolor”, cuenta desde su oficina en el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) en Buenos Aires. “Las violaciones no fueron un exceso”, enfatiza, “tampoco estuvieron motivadas por razones sexuales”. Los abusos, los tocamientos, las penetraciones formaron parte de un régimen político, enfatiza, “con mandato de disciplinamiento social, donde marcaban cuál era el rol que la mujer debía cumplir en el proyecto de la dictadura”. 

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Desde la parte trasera de un auto, a Dora y su hermana Argentina las tiraron a un descampado. Aún con el motor encendido les advirtieron: “si se mueven o gritan antes de contar hasta mil, las matamos”. Estaban en las afueras de Bahía Blanca y cuando lograron desatarse, lo único que hicieron fue correr. Encontraron una estación de servicio y llamaron a la policía. Un tío les dio asilo y lograron ponerse en contacto con su mamá que las fue a buscar desde Neuquén.  A partir de ese momento para Dora comenzó  otra historia: la de buscar a su hermana Arlene —que aún sigue desaparecida— y conseguir justicia.

Volver a Cutral Co fue tanto o más difícil que superar lo que vivió. Cuando caminaba por las calles sentía la mirada de sus vecinxs, incluso algunxs se cruzaban de vereda cuando la veían. También tuvo que lidiar con las secuelas de las torturas y de las violaciones. Se acuerda de una de las primeras medidas que tomó apenas la liberaron: 

 “¿Me acompañas al hospital? —le preguntó a Argentina—noto algo raro”. Ninguna de las dos se lo había contado a la otra, tampoco a sus padres. “Les dijimos que nos habían zamarreado y cacheteado, pero nada más”. Cuando llegaron al hospital Dora se registró con el nombre de su mamá. Tuvo miedo de que quedaran registrados en la historia clínica los estudios que iba a pedir. Cuando se quedó a solas con la médica le confesó: “mentí porque quiero que me digas si estoy embarazada”. En aquel momento no lo dudó, y hoy lo confirma: “no sé cómo, pero hubiese abortado, no hubiese sido capaz de criarlo”.

 “¿Cómo medís el tiempo?”, se pregunta Dora. Estuvieron menos de una semana detenidas  desaparecidas, pero las consecuencias fueron de por vida. Argentina se deprimió, dormía todo el día. A Dora la atravesó una especie de anorexia: “un té y una manzana era lo único que comía en todo el día. Después, la manzana me empezó a dar asco y solo tomaba agua”. Cuando volvió a la escuela, se sintió desfasada de sus amigxs, tenía la sensación de que había duplicado la edad. Recién cuando ellxs cumplieron 30, concibió que estaban a la par. 

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El abuso sexual, las violaciones, los manoseos y desnudez en los juicios por delitos de lesa humanidad eran concebidos como parte del tormento. Pero en 2010 hubo un quiebre. Se condenó al genocida Gregorio Molina por las violaciones que perpetuó en el centro clandestino “La Cueva” de Mar del Plata. A partir de este momento las mujeres en los juicios comenzaron a exigir que se contemplen los abusos sexuales de forma independiente de los tormentos y torturas que padecían lxs detenidxs.

Desde 2012 el Ministerio Público Fiscal de la Nación impulsó la persecución penal de los crímenes de violencia sexual, como delito autónomo, ocurridos durante la última dictadura militar. Del registro de 241 sentencias en causas de lesa humanidad, 31 contemplan delitos por violencia sexual. En cantidad de condenas, únicamente el 11% fue por violación: de las 968 personas condenadas, 108 fueron sentencias por cometer delitos de violencia sexual: 103 resultaron condenadas y 5 absueltas.

Tres años después del secuestro, en 1979, Dora logró por primera vez hablar de los abusos. Fue cuando Noemí Labrune, dirigente de la APDH, fue a Cutral Co a visitar a su familia. Les contó quela Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) llegaba a la Argentina  y buscaba testimonios para relevar la situación que se vivía en el país. “Éste es el momento”, pensó Dora. Le hizo señas a Argentina y la llevó a la habitación. Ahí, en voz baja, compartieron los padecimientos que habían sufrido y decidieron que Noemí tenía que saber, pero no sus padres, “no queríamos que sufrieran más”. 

En 1982 Dora tuvo una pérdida muy importante: su hermana Argentina falleció en un accidente de tránsito. Desde entonces supo que ella tenía que conseguir justicia para las tres. En 1985 dijo lo que pudo en un juzgado federal, pero en 1986 se derrumbó de nuevo: la sanción de las leyes de Obediencia Debida y de Punto Final le quitó las fuerzas para exigir justicia. Ni siquiera la reapertura de las causas federales logró conmoverla; pero en 2008, cuando centenares de personas se concentraron afuera del Tribunal Oral Federal de Neuquén para escuchar la primera sentencia contra los militares, recobró el impulso de exigir justicia.  

En 2011 la llamaron de testigo en el juicio por la desaparición forzada de Mónica Morán, su guía en la militancia en el PRT. Ahí, en Bahía Blanca, fue la primera vez que logró contar cómo padeció la violencia sexual. Tomó coraje y nuevamente pensó que era el momento. Describió sin retaceos todo lo que vivieron y padecieron con sus hermanas. “¿Quiere denunciar la violación como delito de lesa humanidad?, le preguntaron los fiscales. Ella no lo dudó ni un segundo: “por supuesto”.

Después, declaró en la fiscalía de Neuquén y sintió que no le creían. La citaron porque había declarado la violación durante el secuestro en Bahía Blanca pero no la padecida en Cutral Co. “La mente se bloquea para sanarse, para curarse, para protegerse”, le explicaron lxs psicólogxs a Dora. Se puso firme: “acá estoy, soy yo, la misma que declaró en 1985, y ahora lo denuncio de nuevo”, les dijo. Como muchas víctimas, con una justicia que en la mayoría de las veces no tiene perspectiva de género, debió contar de nuevo los lugares, los momentos, las formas en las que fue violentada. 

Cuando hizo público su testimonio, muchas mujeres le agradecieron y le dijeron que su declaración fue un impulso. A partir de ese momento fueron varias las que denunciaron también los abusos vividos cuando fueron detenidas desaparecidas. Y también le contaron de las secuelas. Algunas le confesaron que no pueden tener hijxs, otras que tienen bloqueos y otras que no pueden mantener relaciones sexuales. 

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El séptimo tramo de este enjuiciamiento se inició el 9 de diciembre de 2020 en Neuquén. Se busca demostrar la relación funcional de la represión en el Alto Valle de Neuquén y Río Negro con los mandos en el V Cuerpo del Ejército de Bahía Blanca. Además, lleva a juicio a 5 represores que llegaron acusados por violación.

foto: Matías Subat

“Todos los perpetradores en este juzgamiento, son varones. La violencia sexual se analizará como sistemática dentro de un plan general de exterminio, es un delito de poder que ejercieron los varones”, cuenta Bruno Vadalá, el abogado de Dora en el juicio, y destaca que “hubo toda una estructura pensada y diseñada para que estos delitos se llevasen a cabo de forma sistemática, y además, quedaran impunes”. El abogado también explica que los hechos son juzgados con la ley que regía en su momento, es por esto que se aplicará la tipificación que establecía el Código Penal antes a la violación: “delito contra la honestidad de las personas”. 

Uno de los policías que abusó de Dora, Amador Luengo, quedó fuera del juzgamiento por insania. Los otros 5 represores acusados por el delito de violación son: Oscar Reinhold, Sergio San Martín, Jorge Molina Ezcurra, Jorge Di Pasquale y Osvaldo Páez. 

De lxs 20 denunciantes por las que se hace el juicio en Neuquén, 10 son mujeres. Cecilia Vecchi, Susana Mujica, Alicia Pifarré, Mirta Tronelli y Arlene Seguel (hermana de Dora) siguen desaparecidas. 

Los jueces Alejandro Cabral, Alejandro Silva y Simón Bracco son el Tribunal Oral Federal. En las audiencias realizadas en diciembre, con protocolo Covid-19, la fiscalía y querellas asistieron al recinto y presentaron sus acusaciones. Gran parte de las defensas y los acusados siguieron el juzgamiento por videoconferencia. El debate se reanudará en febrero y será el turno de las indagatorias a los imputados.

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Dora se siente fuerte. Sabe que pudo revertir el padecimiento: “estaban equivocados cuando me decían que no iba a servir para nada, que iba a ser una lacra”. Dora enumera y repasa sus logros como quien presenta su prueba: “estudié, tuve alumnos que quise y que me quieren, pude organizar una familia, tengo hijos fantásticos, amigos, gente que me quiere y valora mucho”. 

En Neuquén, Dora será la voz de las mujeres que fueron violadas en los centros clandestinos de detención al sur de Bahía Blanca. De las que no lograron decirlo, de las que no están y de las que no se animan. Dora no sabe cuándo será su turno para declarar, pero ya tiene preparada la bandera del PRT. “La llevo a los juicios y la estiro para que se vea”, dice. Siente que es una reivindicación para sus compañerxs, “nosotros éramos del partido y queríamos un mundo mejor”,  insiste orgullosa. Afuera el viento patagónico lo revuelve todo.

“De las tres hermanas, hoy soy la única”, y se apura a terminar la frase, “si estuviéramos las tres, no pararíamos hasta conseguir justicia”.

Después de 44 años Dora se siente entera, y cada vez que flaquea, repite como un mantra: “no van a poder conmigo”.  “Esa necesidad de destruirme”, se acomoda en la silla frente a la computadora y confiesa sin titubeos, “a mí me dan fuerzas para seguir”.