Los dolores empezaron a ser parte de la rutina de María en agosto del año pasado. Para ese entonces tenía 25 años y el cáncer se había instalado en su cuerpo cuando trataba de escapar de una ex pareja violenta. Primero fue en el pecho. Lo trató y creyó que había logrado desalojar a la muerte pero había hecho una metástasis ósea y ella no lo sabía. En agosto de este año llegó al Hospital Sanguinetti, de Pilar, al norte del conurbano bonaerense, con una molestia en la espalda. Ahí le dijeron que la enfermedad había avanzado y la derivaron al Hospice Buen Samaritano de cuidados paliativos, desde 2009 esta institución brinda cuidado gratuito, humanizado y profesional a personas que sufren graves y avanzadas enfermedades y no tienen la plata para pagar por un acompañamiento y cuidado. María estaba prácticamente sola con su hija, lejos de su familia en Bolivia y en medio de una pandemia global.
“Siento que me estoy muriendo y no sé que voy a hacer con mi niña”, era la frase que más repetía a las enfermeras y profesionales que la trataban. Los últimos días de su vida ella los quería pasar con su mamá, sus hermanas y así dejar a su hija de cuatro años al cuidado de ese matriarcado en Bolivia. El deseo de María, que hacía una década vino a la Argentina a trabajar en quintas, era que Araceli pueda crecer jugando en un contexto libre de violencias distinto al que había nacido. Con el cierre de las fronteras, parecía un sueño inalcanzable. Sin embargo, las redes entre el territorio y las feministas en el Estado se fueron tejiendo para acompañar ese deseo por una vida digna aún cuando la muerte era casi inminente desde una perspectiva sanitaria y de cuidados interseccional.
Con cada consulta médica María tenía que dejar a su hija sola en la pieza en la que vivían porque no se autorizaba el ingreso de niños y niñas al Hospital por las restricciones que impuso la llegada del Covid-19. A ella la angustiaba mucho saber que se quedaba encerrada y sola pero no tenía otra opción.
¿Si ella no sobrevivía al tratamiento quién cuidaría a la niña? El deseo de María era que su hija no quedara al cuidado de un padre que había sido agresivo. María y Araceli llegaron a Pilar esquivando las piñas, los golpes y el maltrato sistemático de su ex pareja y padre de la nena. A pesar de que se habían separado cuando Araceli era una beba de ocho meses, él y su familia seguían hostigandolas en La Plata, donde vivían. Con los puesto, se fue de la ciudad de las diagonales sin un destino certero. Lo único que sabía era que sería bien lejos, lo más lejos posible, donde él y su familia no pudieran encontrarlas. Así llegó a Villa Rosa, en Pilar. No conocían el barrio, ni la zona, ni a nadie que viviera ahí. Vivían en una habitación alquilada donde tenían solo una cama y una televisión. Compartían el baño con otro inquilino.
Cuando llegó al Hospice Buen Samaritano María ya no sentía las piernas. Necesitó un andador y silla de ruedas. Las enfermeras del Hospice las iban a visitar martes y jueves con medicación y atención profesional pero también con cuidados amorosos: le compraban el yogurt que a ella más le gustaba. “Ella llega para que le entreguemos la medicación. No pensaba que le podíamos dar más de la medicación. Nosotros brindamos un cuidado competente y compasivo. Trabajamos con la idea de dolor total. No solamente es dolor físico lo que la persona necesita sanar”, explica la trabajadora social del Hospice Valeria Fernández a LATFEM.
Salud, cuidados territorio y feminismo
Los cuidados paliativos son una necesidad pero también un derecho. No abarcan solo al paciente, sino que incluyen a la familia o al entorno, ya que se busca dar un cuidado desde un enfoque multidimensional que involucra todas las dimensiones de la persona, desde lo físico, psíquico, emocional, espiritual y social.
Desde el Hospice empezaron a articular una red de apoyos para María y Araceli: un centro de salud para que le acerque mercadería, un comedor barrial para que no les falte un plato de comida. María y Araceli no tenían nada y de a poco se rodearon de elementos básicos para una casa: heladera, mantas, estufas, agua caliente, una cama para la nena, juguetes y ropa para ella y hasta un lavarropas. También le gestionaron cinco sesiones de rayos de urgencia para evitar que María quede postrada y sin movilidad en sus piernas. Ese día fueron a conocer el río de La Plata.
Hasta que dieron con la Red de Mujeres del barrio de villa Rosa, por sugerencia de la secretaria de Desarrollo Social local. “Empecé a acompañar, ir a la casa, cocinar, limpiar. La asistía”, dice a LATFEM Kelly Nuñez tiene 36 años y hace 6 que milita en La Cámpora. “Mi sueño es irme a casa para que me cuiden mi mama y mis hermanas”, le dijo un día María a Kelly y ella siguió tejiendo la red que ya rodeababa a María y Araceli de forma amorosa. La contactó a Lucía Portos para pedir ayuda al Ministerio de Mujeres, Políticas de Géneros y Diversidad de la provincia de Buenos Aires. “Tener un Ministerio con empatía con tanta empatía a veces nos sorprende”, dice Kelly.
“Cuando me contaron la historia y la situación recurrí a las compañeras de la Subsecretaría de Políticas Contra las Violencias por Razones de Género, a cargo de Favia Delmas y ellas lo pusieron entre los casos que se destacan por la acción necesaria del Estado. Los más urgentes. La vida de María estaba comprometida. Ella quería resolver por el futuro de su hija. Lejos de la posibilidad de ser criada por un violento. Acá en Argentina no tenía otra familia. Consiguieron el pasaje para María para que pudiera volver a Bolivia. Gestionaron todo lo que tiene que ver con el permiso de viaje. No hubo necesidad de judicializarlo. El no quería firmar y las compañeras lo consiguieron”, cuenta a LATFEM Lucía Portos, Subsecretaria de Políticas de Género y Diversidad.
El equipo de trabajo del organismo consiguió que el agresor firmara el permiso de salida del país. Además articularon con Salud, con Jefatura de Gabinete de la Nación y Cancillería. No fue fácil: además del cierre de fronteras, en ese momento no había ni siquiera vuelos sanitarios por la pandemia. María necesitaba el permiso del padre de la nena y que una familiar pudiera asistirla y acompañarla en el vuelo.
El último 4 de septiembre el deseo de María se hizo realidad. “Esta es la manera en la que las redes feministas con el acompañamiento de un Estado presente a nivel municipal y provincial pueden resolver las problemáticas de las mujeres y proporcionar tranquilidad y felicidad a pesar de la adversidad”, dice Portos.
“Nunca pensaba llegar donde mi familia y ahora estoy con mi mamá y mis hermanas. No tenía a nadie ahí y es un sueño que me cumplieron. Contenta y agradecida”, dice María a LATFEM desde Cochabamba. Su mamá, Andrea, tiene 68 años y sus cinco hermanas también tuvieron hijos e hijas que hoy juegan con Araceli. La nena nunca más estará sola si su madre tiene un control oncológico o necesita atención hospitalaria. María no sabe cuánto más le permitirá vivir esta enfermedad pero tiene la certeza que Araceli crecerá rodeada de la familia que ella eligió como mamá para su hija.