Fotos de portada e interior: Dafna Alfie
Para hacer la revolución se necesita una amiga,
y otra y otra.
A diferencia del amor de pareja(s), el amor entre amigas tiene permitida un amplio espectro de intensidades. No se pregunta incansablemente por lo que es ni necesita reafirmarse continuamente. Roland Barthes ha escrito al respecto que “como una mala sala de concierto, el espacio afectivo tiene rincones muertos, donde el sonido no circula. El interlocutor perfecto, el amigo, ¿no es entonces el que construye en torno nuestro la mayor resonancia posible? ¿No puede definirse la amistad como un espacio de sonoridad total?”. En línea consonante, se preguntan Ludditas sexuales: “Si Spinoza tiene razón y un afecto no puede ser reprimido ni suprimido sino por medio de otro afecto contrario y más fuerte, los celos, la monogamia, la envidia, inmanentes al amor-romántico solo podrán ser superados por algo contrario y más fuerte, por ejemplo una buena amistad”.
Retomamos nuestra reescritura de Simone Weil: La amistad en el caso de alguien que es feliz, es querer compartir el sufrimiento de la amiga desgraciada. La amistad, en el caso de alguien desgraciada, consiste en verse colmada solo con el gozo de la amiga, sin tomar parte en tal cosa, ni tan siquiera desear hacerlo. Creo cierto que esta frase reescrita se vuelve más posible si la dejamos de pensar en términos amorosos y la pensamos en clave amical.
La amistad hoy nos ofrece la potencia de que se espere menos de ella, en el sentido de que no se espera encontrar todo en una misma amiga. La amistad, además de la gama variada de afectos, permite la multiplicidad y es en esta línea que la frase reescrita de Weil se vuelve posible. La amistad es promiscua. No esperar todo de alguien, nos posibilita la compañía sin que sea una relación totalizante.

Las relaciones amistosas hablan menos el lenguaje del amor, o mejor dicho, en algunos casos hablan un dialecto. No están siempre plagadas del discurso masivo del amor como sí lo están las relaciones románticas o familiares. Claro que en la amistad opera el discurso amoroso, pero se cuelan otras palabras. La amistad permite intermitencia. Si una amistad cambia su frecuencia y amigas pasan de verse una vez por semana a una vez por mes, la asunción primera no será necesariamente “no me quiere más”, justamente porque no se encuentra en primer plano todo el tiempo el amor. Se podrá considerar que hay nuevos y distintos intereses, que está compartiendo más tiempo con otras personas, incluso que comenzó un noviazgo. Ese cambio en la intensidad no hace necesariamente considerar si la amistad se termina. Que sean relaciones degradadas socialmente les otorga la posibilidad de usar otras herramientas, las que se encuentran en los márgenes, en los rincones oscuros, en las partes traseras de los reflectores hollywoodenses del amor.
Podemos considerar que la amistad es un espacio de sonoridad mucho más amplio, con menos rincones muertos, y claramente más potente, pero no se trata de defenestrar un afecto o un tipo de relación y enaltecer de manera absoluta otros. No hay interlocutorxs perfectxs, no hay incondicionalidad posible en la amistad. La amistad, al igual que el amor, no es necesariamente para toda la vida. No nos interesa una amistad romántica, a toda costa o de cualquier modo. La amistad merece que la pensemos de manera ética. Pensarnos en la amistad, desde la amistad, pensar cuáles y cómo son las amistades que
queremos para y en nuestras vidas.
Al principio de este trabajo dijimos que nos interesaba explorar aquellos lugares que podemos inventar a partir de nuestra incomodidad, a partir de la imposibilidad de habitar lo esperable. Esos mundos que por momentos aparecen como trinchera o como refugio. En este punto, coincidimos con Sara Ahmed en que si lo que estamos construyendo lo estamos construyendo sobre un territorio que no es nuestro, lo que construyamos será inevitablemente frágil (2018). La amistad es sobre todo una morada frágil. A diferencia de la familia, no es incondicional, no viene con mandatos ni es inevitable, no viene por defecto. Continúa Ahmed: “No es sorprendente que, si necesitamos hacer añicos los cimientos sobre lo que construimos algo, lo que construimos sea frágil.”

La amistad se encuentra sobre estas coordenadas, se construye sobre un terreno que pertenece y se disputa a las lógicas amorosas, heterosexuales y familiaristas. La crononormatividad sexuada también comprende lo que se espera de las relaciones afectivas, sus calidades y los afectos. Estipula un lugar relegado a la amistad en la adultez, comparada con la familia, la pareja y les hijes que se ponen siempre
en primer nivel de importancia. La gran mayoría de las ficciones amorosas, no heterosexuales y heterosexuales repiten hasta el cansancio la misma historia: la figura de la amiga solo aparece como
complementaria, testigo y acompañante de las desgracias o triunfos o buenos pasares de las historias que sí cambian la vida, apasionan y nos afectan que son las del amor.
Si bien en los últimos años hay una retórica en los feminismos sobre la amistad que explora sobre todo las ideas de camaradería, compañerismo y no rivalidad, un territorio de conquista especialmente importante para quienes no somos varones cis, vale también prestar atención a que el “estoy enamorada de mis amigas” suele aparecer no casualmente frente a una ruptura amorosa y no tenemos a mano representaciones suficientes de amistades entre mujeres, lesbianas, bisexuales y no binaries que
funcionen como pilares vitales fuera del marco del desengaño amoroso. La mayoría de la teoría sobre amistad está publicada por varones cis, y no basta con cambiar una letra de la palabra para apropiarnos sus conceptos, es necesario que pensemos cómo queremos significar la amistad en nuestras vidas. Más allá de los clichés discursivos que reivindican la amistad de una manera romántica. Significar la amistad: darle espacio, darle tiempo, darle caricias, darle casa, darle comida, darle fiesta, darle aguinaldo, reconocerla.

Es necesario contar otras historias, no solo eso, permitirnos vivir historias diferentes. Redistribuir los afectos y cuidados, visibilizar y dar importancia política a los vínculos amistosos que también nos cambian y salvan la vida. Si lo que molesta al poder no son las relaciones lesbianas, sino la amistad, hagamos entonces el ejercicio de entrenarla.