Mirar hacia adelante y por primera vez, siendo petisa, lograr ver el escenario sin que tengas a un gigante que te tapa todo, te empuja o te toca la cola. Es otra percepción de un recital. Poder volar con un solo o un riff y que acto seguido escuches a Marilina Bertoldi preguntar al público “¿y dónde están las lesbianas?”. Riffs y lesbianas, todo en una misma fracción de segundo. No nos damos cuenta de que 3 años atrás esto no tenía lugar en el registro de lo mainstream.
El Festival Grl Pwr tuvo lugar el martes 16 y jueves 18 de abril en Espacio Quality, de Córdoba capital. En Grl Pwr además de las artistas y músicas, todo el staff técnico y asistentes eran mujeres, sonidistas, fotógrafas, seguridad, la barra, la prensa.
“¿¡Cómo no nos dimos cuenta antes de que teníamos que hacer un festival donde tocáramos nosotras y fueran los chabones los que tenían que hacer fila y pagar para escuchar nuestra música!?”, dijo Barbi Recanati en charla con Gabriela Borrelli. La música y la escritora reflexionaron sobre cómo durante muchos años, los grandes festival de rock estuvieron manejados por empresarios machistas que sólo destinaban una sola silla para una sola mujer en la mesa de los grandes consagrados de la música. Y esa sola silla obligaba a la única mujer a tener que responder desde un lugar estereotipado y competitivo en caso de que otra mujer también fuera parte de ese festival. “Chicas, yo estuve en esa silla y créanme, esa silla es una mierda”, reconoció Recanati.
La escritora y locutora habló también sobre el cuidado que tenemos que tener las feministas para no comernos la curva de esto que estamos viviendo: “la respuesta es colectiva, no nos comamos la curva de que el empoderamiento feminista es un logro meritocrático individual. Venimos a hacer una revolución colectiva y nuestra revolución es también estética”.
El horizonte feminista
Una revolución -estética, musical y colectiva-, pudo vivirse y experimentarse en Grl Pwr. Viajar a Córdoba con una amiga nueva que conociste por Instagram (si muy millenial) y hacerlo sin miedo y confiando en que si ambas coincidieron en una marcha por el aborto legal, estás segura. Después de escuchar a Marilina arengar a las lesbianas, a Barbi despatriarcalizar el rock, caminar hacia un escenario y perrear hasta abajo con Mi$sil o Ms Nina cantando/recitando un reggaetón, enseñando que no hace falta “cantar bien” para destacarse.
Algunas músicas bancaron fuerte el trap y el reggaetón como forma de liberación, y otras, como Ana Tijoux, sostuvieron que no hay que olvidarse de que existen otros ritmos y estilos de música, que el reggaetón puede tornarse, a veces, una especie de “dictadura” musical de nuestra época, que nos impone el mercado a las mujeres, que nosotras también podemos hacer y escuchar música clásica, rock o folclore. Tijoux calentó la marea rapeando con sus letras anti capitalistas y anti fascistas, señalando, sin embargo, que les artistas podemos acompañar las luchas sociales, pero que lamentablemente el arte no puede cambiar hoy por hoy el mundo.
La horizontalidad feminista fue parte de la dinámica del festival, podías cruzarte en los baños, como una más, a Juana Chang, a Marilina o a la Piba Berreta, conversar y sacarte fotos, ¡sí, claro, en modo fans-ídolas!, pero eso sí… sin que nada de ese intercambio suponga alguna situación de abuso de poder o abuso sexual. Y después irnos todas juntas al pogo.
En diferentes partes del predio se podían ver carteles que advertían la no tolerancia de actitudes machistas, misóginas, capacitistas, homo-lesbo-bi-trans-gordo odiantes. Si de pronto estabas con alguien que te estaba haciendo sentir incómode, podías ir a la barra y decir “café con leche” y ésa era la señal para pedir ayuda. Una estrategia de autocuidado que ya funciona en varios espacios culturales.
El abanico de propuestas que acompañaba los shows incluyó: una femiferia con puestos de fanzines (del colectivo cordobés Ctrl-P), un taller de ilustración con La Cope, talleres de Autodefensa, Twerk, pibas Roller derbys y varias charlas. Una de ellas fue la de Señorita Bimbo, quien leyó parte de su libro Bimbotiquín y habló, entre otras muchas cosas, sobre experiencias y visiones relacionadas al amor a une misme, a les otres, a las trampas del amor romántico y las nuevas formas de vincularnos y la responsabilidad sexo-afectiva.
Una chica le consultó a Bimbo, cual psicóloga de barrio, que había estado con chicas y ahora con un chico y que no podía llegar al orgasmo y menos a la eyaculación o squirt. Esas preguntas, que siempre pertenecieron al campo de lo privado, ahora se escuchan colectivamente, en voz clara y fuerte, las pensábamos entre todas y eso también se puede interpretar como nueva música. Ofelia Fernández habló de política para las pibas y las no tan pibas, discutiendo y exponiendo su visión sobre la militancia y la política nacional con el mismo gesto de quien canta trap.
Crudas y filosas
El show más rockero lo dieron las “She-Devils”, banda punk emblemática e histórica del under formada por Pat Pietrafesa, Pila Jackson e Inés Laurencena. Agitaron al público con sus canciones de tres acordes y mucha distorsión, recordando las viejas épocas de recitales en antros y lugares que hoy no existen más. Pat tomó el micrófono y dijo: “hace muchos años que tocamos y antes a nosotras nos trataban re mal en los festivales. ¡Qué bueno estar acá donde hoy todo es distinto!”. Estaba emocionada y fue una especie de reparación histórica verlas tocar y ser reconocidas por les más jóvenes, como pioneras de este movimiento power chicas que hoy es tan masivo. En otro escenario Hienas y Las ex sonaron crudas y filosas.
Sara Hebe vestida de rojo como un personaje animé industrial saltó, cantó, pronunció mil palabras en un minuto, se tiró al piso, bailó e invitó a otres a bailar y a mover el culo, levantó una bandera que alguien le tiró al escenario, decía “Ni una menos en las cárceles”.
El cierre fue a pura cumbia y tops transpirados, Miss Bolivia y Las Kumbia Queers. Claramente no había manera de terminar este festival sino era bailando y festejando la toma de los escenarios por parte de las pibas y les pibis, las viejas rockeras, las latinas y les identidades disidentes. Sin ser telonerxs “de” o teniendo que demostrar “que”.
El martes 16, primer día del festival, arrancó con las Pussy Riot, que dieron un show mezclando protesta social, frases computarizadas en ruso, cantadas susurrantes y aniñadas y estallando con un punk electrónico soviet. Las máscaras pasamontañas recordaban a las zapatistas y se agregaban a esos rostros tapados, pañuelos verdes y naranjas. Sobre las pantallas, se recortaban a contraluz las figuras de las bailarinas, una especie de avatars transgénero con pollera y trenzas que bailaban frenéticamente, como si bailar fuera una estrategia para moverse rápidamente, escurrirse y dominar el miedo, la parálisis y la tristeza.
Si algo dejó en claro este festival es que no falta talento o bandas de pibis, lo que faltan son más movidas como ésta que destronen de una vez y para siempre el monopolio sobre el rock que los rockeritos supieron rosquear. El rock estaba en su fase terminal hasta que llegaron las feministas.