Irene Gruss, la que le pidió peras al olmo y las saboreó

Un fantasma recorre la poesía argentina. Es el fantasma de Irene Gruss, que con su voz contralto recorre las páginas y las vidas de quienes la leen y quienes la conocieron. La escritora, poeta y ensayista Daniela Pasik la invoca en este ensayo exquisito en el que cuenta cómo fue escribir la biografía de Gruss: El corazón del asunto.

Foto de portada: Silvina López Medín

Escribo y viene. Escribo una nota, un poema, hasta un mail y la escucho. Todavía. Pregunta, siempre poniendo en cuestión lo que salió sin pensar, como invitación a pensar cada palabra: “¿Y eso a quién le importa?”. Le contesto en mi cabeza algún fundamento, reordeno las palabras, reformulo esa idea y siempre queda mejor si le hago caso. Dice, en realidad (desde los 20 años en el mítico taller De Lellis hasta los 68 en su casa donde recibía a amistades, colegas, alumnos y alumnas para hablar de poesía): “Y a mí, eso, qué me importa”. Después se ríe. Es un “já” seco que antecede a una carcajada que, depende la respuesta, se convierte en una cascada cristalina o tajante. 

Releo lo que escribí, acomodé, y mi respuesta es que a nadie le importa eso. No es cuestión de cambiar un orden sintáctico ni un ritmo. Hay que ir al fondo, replantearse algo, todo. Me obsesiono. Escarbo. Son minutos, horas o días hasta que sale otra cosa y le aviso, en voz alta: “Ahora sí”. Entonces, salta con: “¿Estás segura?”. Y así las cosas. 

Hacer una biografía de Irene Gruss hizo mucho más intensa esa charla, que igual ya estaba desde antes en mí. El proceso de investigación, entrevistas, escritura y edición para armar El corazón del asunto fue subirle el volumen. Pasear por Almagro, su barrio. Tomar café. Fumar. Como ella. Volver a su casa, donde ahora ya no están sus libros. Notar los pajaritos, escucharlos. Ver los colores. El rojo, el verde, el amarillo. Conocer a —o profundizar vínculos con— su gente. Darme el permiso de aceptar que también fui un poco, un rato, su gente. Y releerla. Deslumbrarme otra vez con su forma de ver las cosas y el modo en que captura eso puntual y puntiagudo que hace poema. O mail. O comentario al paso. Se afina el oído. Se borronea la vista y en el fuera de foco aparecen otras cuestiones. 

Prefiero dejar chicatos los datos formales, porque se pueden googlear. Intento que quede nítido lo demás. Me es muy difícil escribir sobre Irene. Pero siempre hay algo más. Ideas que surgen. Nueva información. Espacios a donde meter, infiltrar, eso. Por ejemplo esto, acá. No es que está en mi memoria. Viene de visita y se instala. No es que la recuerdo. Aparece. En el libro, el hilo conductor es que Irene es un fantasma y conversamos. Es un gesto literario, claro, pero a veces tengo que creer que por ahí es cierto. ¿Cómo, si no, sigue tan presente, la guacha?

Un fantasma pide, demanda, una y otra vez, algo. Más folclóricamente, que encuentren la causa de su muerte o que llegue un mensaje que no pudo entregar. Lo más difícil de escribir El corazón del asunto fue aceptar que no podía fijarla. Que Irene no se deja(ba) atrapar. Que, incluso cuando pareciera que hablo de ella, es ella la que aparece, la que interrumpe, la que pregunta, la que cuestiona y la que pone en duda. Lo supe después, y ahora necesito volver a recordarlo: no se puede escribir sobre un fantasma sin hacer la invocación. Hay que hacerse cargo y conjurar.


En la antropología contemporánea el fantasma ya no se define como fenómeno esotérico, sino que es una figura que favorece pensar en lo no resuelto. Es lo que insiste. Terrenalmente hablando, es una propuesta introspectiva, la señal de que hay algo que no fue dicho del todo. O de la forma que mejor le queda. En ese sentido llamo a Irene todo el tiempo cuando escribo. Y viene. Como aparecida, no reclama piedad ni gloria. Solo empuja a hurgar en las ideas, pensar en las palabras precisas para desenterrar ese corazón de cada asunto. 

En la poesía, la figura del fantasma se vuelve más potente. No es una simbología de lo que falta, sino de lo que no deja de estar. En la escritura de mujeres, y en particular en la de Irene, esa persistencia se conjuga, en mayor o menor medida, en lo que no termina de estar cómodo, o de acomodarse. Entonces y por eso incomoda. No es fácil ser una mujer en el mundo. Pero, tomando a Gruss en uno de sus grandes hits, “Una mujer sola frente al mar/ es más majestuosa que él”. Si el mar fuera el mundo.

Es como si cada poema supiera lo que puede hacer, entonces lo hace sin pedir permiso. En lo que escribía Irene, además, está el tema del tono. Es lo que dice y cómo lo dice. Directa, al grano, objetivista de lo existencial y ay, jaja, ya la escucho diciéndome “qué te hacés la académica” y la corto, porque tiene razón. Además, no lo soy. Soy sólo una mujer sola frente a una idea. Ah, bueno, ahora el latigazo llega por el lado de que no sea cursi.  Por supuesto que le hago caso. Lo que pasa es que otra vez me encuentro acá, en el mismo conflicto que cuando escribí la biografía. Quiero mostrarlo todo a la vez que sé que es una tarea imposible. 

La contundencia de los poemas de Irene es tan rotunda que me tienta ponerlos enteros. El fantasma dice que no, que vaya al hueso sin tanta aclaración. Pero —como pasaba cuando corregía mis poemas con ella, en su casa, café de por medio, tabaco y sus gatos merodeando— a veces me planto y le discuto. Ella proponía y nos trasmitió a tantas y tantos a lo largo de tres décadas de dictar talleres tener un fundamento que responda al texto y no a lo autoral. No es personal, un capricho o muleta. Necesito poner el poema completo porque lo exige la idea. Lo digo y no soy capaz de defenderlo. Así que le hago caso. En realidad, encuentro un punto medio.

Perdón, doña, por explicar, va a ser breve. Sí, acuerdo en que lo que escriba en un ¿ensayo?, ¿una coda? debe sostenerse solo, pero también son lindas las notas al pie, los epígrafes, el paratexto en general. Vos usabas mucho ese recurso. Esto es un paratexto, un pequeño pensamiento lateral, nomás. Dejame que diga que el título de ese poema es Movimiento. Está en su primer libro publicado, La luz en la ventana, de 1982. Tiene un cierre resplandeciente y desolado que no necesita análisis ni contexto:

El viento suena alrededor

de la mujer

y la despierta:

ahora se trata de la playa sin luz, una mujer,

el sol caído, el sonido del mar,

carpas levantadas,

el viento que lo da vuelta todo.

Foto familiar

En el prólogo de De piedad vine a sentir, el libro póstumo, de 2019, Jorge Aulicino dice: “Irene logró hacer de la trayectoria por sus vastedades una épica, en la que late la fuerza indecible de quien quiere vivir pese a todo. Esta aventura tiende, está claro, a abrir por completo la causa personal, la zona de dolor, el vivir íntimo —el punto débil, la vulnerabilidad— y hacer del intimismo una cosa que a todos importe. Una epopeya”. Tomo esa definición certera de su amigo, colega, compinche porque —como Gruss— es preciso, filoso, genial.

En general, las escritoras interrumpen. Llegan con sus bagajes a un lugar en el que no son esperadas. Se tienen que hacer lugar a los codazos. Irene era feminista, pero no de título. Se lee en su obra, en cómo ve las cosas, pero no es panfletaria. Le discutía al término. Su interés era la escritura, decía, y se escapaba de la “etiqueta del género”. Ella era una mujer que escribe, “no una escritora-mujer”, acota el fantasma. En el mismo sentido que, en mamushka de referencias posibles, dijo su amiga y referente Hebe Uhart: “No se nace escritor, se nace bebé”, algo que podría dialogar con el “No se nace mujer, se hace”, de Simone de Beauvoir. 

Sí, doña, me fui demasiado por las ramas otra vez. Ya me rescato. Hay que redondear, cerrar y, otra vez me pasa, no quiero dejarla ir. Mientras escribo sobre Irene, estoy con Irene. Pensaba que sería por el cariño y la admiración. Pero no, es que me gusta, necesito, que me pinche, haga burlas, reírnos de pavadas, debatir por una coma, pensemos un título, con la misma gravedad que se piensa una cirugía cerebral.

Es muy difícil escribir una biografía. Más, de alguien querido. Aún más, de alguien como Irene. ¿Cómo escribir sobre una poeta que no quería ser bronce? No se deja narrar fácil. Hay que estar a la altura. Yo soy una enana alta nomás. Ella combatió con su escritura, pero también con gestos, toda solemnidad. Sigue apareciendo. El tema, el espacio, ella. Así que acá estoy. Con resistencia, pero también lealtad, que es la forma de ternura que nos dio. ¿Oyen esa carcajada explosiva, como una cascada, que parece irse en fade out? Es ella. Se va yendo hacia ningún lugar. A ver cuándo vuelve a aparecer. Ok, en un rato la llamo. 

Quién me quita lo bailado

Pido peras al olmo. Las saboreo:
son deliciosas.
He pedido gato por liebre;
me lo han dado.
Me han contado historias libidinosas
a medianoche;
gozaba, con cada palabra,
con cada gesto.
He amado la noche
cuando amanecía,
amé la muerte, y
soñé
con la realidad.