Hacer la América
La llegada a la Argentina de la familia Lanteri, en 1879, coincidió con la Revolución del ’80, en la que la provincia de Buenos Aires y el resto del país se disputaban el poder. Culminó con la derrota de los bonaerenses, la federalización de la ciudad de Buenos Aires y la creación de la ciudad de La Plata, donde se instalaron Julieta y su familia.
Julieta ingresó a la Facultad de Medicina en 1896, con menos trabas que las pioneras Cecilia Grierson y Elvira Rawson, que le allanaron el camino. Años más tarde, Julieta, Cecilia y Elvira serían, además de colegas, compañeras en la militancia feminista.
Defendió su tesis en 1907 bajo la dirección de Mariano Paunero y ante importantísimos testigos. Entre ellos, Pedro Lagleyze, quien unos años antes en su posición de decano de la facultad la había autorizado a trabajar en la maternidad del Hospital de Clínicas, aunque sin remuneración.
En 1909 solicitó la adscripción a la cátedra de neurología de la facultad, pero se la rechazaron. La investigación y la docencia universitarias estaban reservadas a los ciudadanos argentinos y ella, aunque había vivido la mayor parte de su vida en nuestras pampas, aún era legalmente italiana.
Si no podía trabajar porque no tenía la ciudadanía argentina, la alternativa era conseguirla. Con la ayuda de Angélica Barreda (otra pionera, que ostentaba el logro de ser la primera abogada del país), presentó el pedido de nacionalización ante la justicia federal. Tras fallos y apelaciones, el fiscal de Cámara Horacio Rodríguez Larreta (tío abuelo del actual político porteño), se pronunció a favor de su naturalización.
Un mes después, volvió a pedir la adscripción a la cátedra de neurología y, nuevamente, fue rechazada. Esta vez sin más explicación.
No estamos solas
Entretanto, una revolucionaria convicción comenzó a movilizar a Julieta y a muchas otras argentinas: la equidad entre varones y mujeres debía incluir el reconocimiento del derecho a votar, a compartir la patria potestad de hijos e hijas y a administrar su propio dinero. Julieta formaba parte del grupo de pioneras que intentaban abrirse paso profesionalmente. En 1904 muchas de ellas formaron la Asociación de Universitarias Argentinas, en la que luchaban por el ejercicio de sus profesiones.
En 1910, esta y otras agrupaciones organizaron el Primer Congreso Femenino Internacional, que finalizó el 24 de mayo con una proclama por los derechos civiles y políticos de las mujeres, la educación laica, igualdad de salarios por el mismo trabajo y reclamos que aún hoy están presentes en las manifestaciones feministas latinoamericanas.
Una letra, un mundo
La sentencia que le otorgaba la nacionalización decía “se le reconozca, haya y tenga por tal ciudadano de la República Argentina”. Sí, “ciudadano”, en masculino. Aunque no le dieron la adscripción en la facultad, su periplo no fue en vano porque, como ciudadano argentino, había adquirido un derecho inesperado que no tenía como mujer: el de votar.
En la oficina del Padrón Municipal, con su carta de ciudadanía en mano, exigió que se la reconociera como habilitada para votar. El empleado de turno, perplejo y sin un buen contraargumento, la tuvo que inscribir. Así fue como el 26 de noviembre de 1911, 36 años antes de la ley de sufragio femenino, Julieta se convirtió en la primera mujer en emitir el voto en Buenos Aires.
Al año siguiente, se incluyó explícitamente como requisito para votar el haber hecho el servicio militar, con lo que volvía a perder el derecho al sufragio. Julieta llegó a pedirle al mismísimo Ministro de Guerra que la dejara enrolarse. Como era de esperar, su petición fue rechazada.
Aunque ahora ya no podía votar, ninguna ley le impedía ser candidata. En 1919 fundó el Partido Feminista Nacional, con el que se presentó a las elecciones para ser diputada. Sin que pudiera votarla ni una sola mujer, obtuvo más de 1700 votos. No ganó la banca, pero eso no le importó: su objetivo era político, presionar por el reconocimiento de los derechos de las mujeres. Y no le iba mal: en 1920 ya no era la única mujer candidata. En la lista del Partido Socialista de Alfredo Palacios, el tercer lugar era de Alicia Riglos de Berón de Astrada. Entre ambas duplicaron la cantidad de votos dirigidos a mujeres en el año anterior. Para Julieta, allí estaba el éxito.
Julieta se presentó a todas las elecciones que pudo y contribuyó a naturalizar el espacio de las mujeres en la vida política. Las sucesivas candidaturas nunca la llevaron al Congreso, pero erosionaron en cambio su patrimonio y su relación con su hermana Regina, cansada de que Julieta dilapidara su poco dinero en campañas sin éxito.
Que florezcan mil Julietas
En 1930, el gobierno radical fue derrocado por una dictadura militar, lo que dio inicio a lo que conocemos hoy como Década Infame. El presidente de facto José Félix Uriburu encarceló a Yrigoyen en la Isla Martín García y en la Penitenciaría de Las Heras se amontonaron los presos políticos. La Legión Cívica Argentina, grupo paramilitar que contaba con el visto bueno del jefe de la policía Leopoldo Lugones (hijo del célebre poeta), sembraba el terror en las calles.
En este convulsionado contexto político, Julieta decidió retirarse de la vida pública y se refugió en la atención de su consultorio. Pasaron dos años hasta que consideró seguro volver a organizar el feminismo. Pero nunca llegó a hacerlo: el día anterior a ese mitín fue atropellada por el auto de David Klappenbach. Sufrió una fractura de cráneo y murió dos días después. La periodista Adelia di Carlo dejó en claro que Julieta temía que algo le pasara: la Legión Cívica, a la que pertenecía Klappenbach, ya la tenía entre ceja y ceja.
Hasta hoy, su muerte es considerada oficialmente un accidente.
Cuando Julieta murió dejó deudas por aproximadamente 3000 pesos. Para pagarles a los acreedores que se presentaron a reclamar ese dinero, se subastaron sus pertenencias: una silla, un reloj, unos cuantos libros, pares de zapatos, una plancha y una máquina de fotos. En total se recaudaron $104,20.
Cien años después de la conformación del Partido Feminista Nacional, su herencia inmaterial se ve en las conquistas ganadas y en las luchas presentes: por la autonomía de nuestros cuerpos, contra la segregación laboral, por la equidad y la representación justa de mujeres, lesbianas, travestis y trans en todos los ámbitos.
Julieta y sus compañeras siguen presentes en cada grito, en cada lucha. El movimiento feminista contemporáneo late con fuerza. Más temprano que tarde, el patriarcado se va a caer.
*Científicas de Acá es un proyecto colaborativo y solidario para narrar y visibilizar la historia de las mujeres en la ciencia argentina. Cada entrega corresponde a un capítulo del libro ilustrado, que se publicará en marzo de 2021. Mientras tanto, pueden seguirnos en Instagram, Twitter y Facebook.