La Negra está en la esquina de Mariano Acosta y Riestra, recostada sobre un poste, fumando como una compadrita. Tiene los ojos chinos por el sol. Llegó a las siete de la mañana de Santa Fe y, cuenta, no pegó un ojo en el micro. Nos encontramos en la cooperativa “¡Che, qué rico!”. No es su barrio pero acá todos la conocen y la saludan. No es su barrio pero es un barrio, y la Negra conoce la mecánica de su funcionamiento, como si fuera un televisor al que le puede desarmar y volver a armar los circuitos. En este barrio, el Fátima de Villa Soldati, al sur de la Ciudad de Buenos Aires, hace unos días apuñalaron a un pibito. Por el delito hay otro menor detenido y un periodista importante de la televisión habló del hecho como si hubiera ocurrido en el conurbano bonaerense. No es la primera vez que pasa. Los bordes de la Ciudad quedan lejos, en un borde difuso para los que hablan en los medios hegemónicos.
Caminamos con la Negra hasta el comedor “Ni un pibe ni una piba menos”. Hoy es viernes y, como ya sabemos, la cocina la lleva Petrona. Faltan dos horas para la comida pero ya hay trabajadorxs de la limpieza del barrio que se acercan a oler el humito. “¡Señora!”, le dice una chica joven que está sentada con un compañero. “¿Usted sabe qué es el mondongo?”. Entre la Negra y lxs compañeras le explican. Se nota la pasión didáctica de esta mujer de rojo y negro que viajó toda la noche para que le hagan preguntas.
María Claudia “la Negra” Albornoz nació en Chalet, un barrio al suroeste de Santa Fe, cerca de la cancha de Colón. Un barrio pobre, o empobrecido como prefiere decir ella. Hija de Elvira y de Horacio, aprendió de ella a que nadie se queda sin su plato de comida —la casa estaba siempre abierta para quien lo necesitara— y de su padre, sindicalista de Luz y Fuerza, el deporte del debate político. “Mi viejo era sindicalista, de Luz y Fuerza, un sindicalista que nunca cagó a sus compañeros, inclusive renunció a su cuadrilla de 100 compañeros. Él era capataz y para no venderlos, renunció. Mi mamá casi lo mata porque ya tenía cuatro hijos, pero renunció justamente para no vender a sus compañeros, porque tenía ética. Era un político ético y eso es lo que fui aprendiendo en las rondas. Mi viejo me llevaba y me sentaba a upa mientras discutía política y yo miraba y todo lo que se hablaba ahí. En la política eran varones”.
“Mi mamá era ama de casa, peluquera en el barrio, y todo el que pasaba y necesitara tenía un plato de comida en nuestra mesa. Mi mamá le daba de comer, tenía mucho compromiso con las otras personas. Que es lo que pasa siempre en el barrio, no hay individualismo, no es “yo me salvo sola”. Si acá no nos salvamos entre todas no nos salvamos. Yo eso lo mamé de chiquita con mi vieja y con mi viejo. Tiene que ver con esto de cómo te duelen las injusticias”, dice la Negra, rodeada de sus compañeras. “Yo era chiquitita y discutía desde siempre, nunca acepté la realidad como era. Siempre me molestaba. Fuimos a una escuela todos los hermanos —que es la Belgrano en Santa Fe— y tenía el A en donde iban todas las chicas ricas, los chicos ricos y el B donde íbamos todos los pobretones. No sé si eso es racismo y clasismo. Sigue hoy día, no es que cambió mucho entonces”.
La inundación
Cuando todavía no era la Negra, Claudia era la Flaca. Tuvo su fiesta de 15 en vestido rosado, aprendió el oficio de peluquera como su hermana y estudió sin haber terminado el secundario todavía, psicología social “por esa idea pichoniana de que cualquiera puede estudiar”. Tenía la plaza cerca y veía las luchas, cuenta, pero no sentía que fueran su lucha. Hasta que llegó la inundación.
Chalet es una casita que es así y así. Que por la chimenea sale el fuego así, así. Con el techo de tejas y a dos aguas. Pero en Chalet, la localidad santafesina donde María Claudia “la Negra” Albornoz nació, creció y donde todavía vive, hubo una gran inundación y lo perdieron todo. Fue en 2003, el río subía y subía, y el barrio se convirtió en una trampa mortal. El agua entraba por los zanjones, por las calles, las veredas y empezó a tapar las casas. Los medios hablaban de “catástrofe natural”, pero lo cierto fue que la causa fue una obra no terminada. Las defensas que frenaban los desbordes del río Salado eran obras inconclusas y eso provocó la tragedia. La zona inundada quedó abandonada a la desidia. Mucha gente trataba de salir, de escapar, perdiendo hasta la vida. Esa mecha encendió todo. “Fue un aprendizaje horrible”, dice la Negra. Pero a partir de entonces aprendieron a organizarse. Salvaron a quienes habían quedado en los techos. Hombres, mujeres, niñes, jóvenes, ancianos. Lxs habían dejado abandonadxs. Y cuando, finalmente, el agua bajó todo se había podrido. Y ahí las que se organizaron para recomponer todo —limpiar, tirar, reconstruir— fueron las mujeres. Se acompañaron con un plato caliente, dándose fuerzas unas a las otras.
“Ahí, cuando pasó la inundación, obviamente sentí que era una lucha que era mía y ahí empezamos. Plantamos la carpa negra y nos quedamos 198 días en la plaza con mi hijo, con un montón de vecinas, con los chicos, y ahí aprendimos un montón. Ahí conocimos a las Madres y a los organismos de derechos humanos de Santa Fe, con una lógica que nosotras no entendíamos hasta que empezamos a entender cómo era luchar por los derechos de nuestros barrios”. Por la inundación 130.000 santafesinas y santafesinos fueron evacuados, 15.000 viviendas fueron destruidas, murieron 23 personas y otro centenar falleció por causas directas e indirectas.
La ley
Hoy, veinte años después de aquella inundación que la empujó a la lucha, la Negra Albornoz es vocera de La Poderosa, una organización con 114 asambleas barriales en toda Latinoamérica. Acaba de llegar de Santa Fe, sí. Pero viene de Colombia, en donde se juntó con sus pares. “Allá, las empanadas se hacen con maíz”, cuenta, mientras nos sentamos en la mesa de madera y bancos largos, “además, para toda Latinoamérica el maíz es el alimento que más se consume y ancestralmente también en los pueblos originarios”. Afuera hace mucho frío, pero acá nos cobija el calor de las ollas y una parrilla con un tronco grueso. Petrona nos trae mate cocido y un bizcochuelo de polenta con pasas de uva. Con todo dispuesto, prendemos el grabador. Las cocineras dejan el guiso al fuego y se sientan alrededor.
Advertencia. Lo que sigue a continuación debería ser una entrevista, pero antes de que nadie lo advierta la Negra convierte esta charla en una asamblea. Ya sabe contestar preguntas, sabe lo que siempre le preguntan: cómo se incorporó a la militancia, cómo se hizo feminista, qué fue la inundación en su vida, cómo es Chalet, ser la vocera de la Poderosa. Y sabe qué quiere contar: todo eso y la ley por un reconocimiento salarial para las cocineras comunitarias.
“Nosotras lo que pedimos es salario para las trabajadoras comunitarias, porque cuando vos estás cocinando no podés estar trabajando en otra cosa. No podés estar o vendiendo o haciendo una changa o limpiando la casa de otra familia, o cuidando enfermos que son más o menos los trabajos que nosotros podemos acceder. Estar trabajando en esa cocina te lleva hasta diez horas. Depende de la cantidad de raciones que haga el comedor comunitario”, explica la Negra.
Las compañeras la escuchan atentas, acotan con sus historias, cuentan cómo se acercaron a La Poderosa, cómo acercaron a vecinas descreídas que les decían que ahí, en el feminismo, eran todas lesbianas. “Lo que yo rescato, y me encanta, es que esta ley no la escribieron solamente para La Poderosa, sino para todas”, dice la compadrita. “Una vecina me dijo ‘¿Qué vas a hacer ahí?’. Yo tenía un hijo adolescente, rebelde, rebelde, y veía que acá se juntaban y había apoyo escolar y demás. Entonces, un día le dije a mi hijo ‘yo te voy a llevar con la Poderosa’ porque yo quería que se incentive en algo para que deje de ser tan rebelde, porque siempre estamos lidiando con muchas cosas de inseguridad, que los chicos tienden a drogarse y demás, y yo soy una mamá sola que me aterrorizaba esa idea. No le quiero ver arrebatar las carteras de nadie. Entonces lo traje un día, hablé con una con una maestra que estaba de acuerdo, lo traje y se enderezó y no me despegué más”, cuenta una compañera.
Cuando las compañeras hablan, la Negra se calla. De eso se trata la ley de reconocimiento salarial que presentaron en el Congreso y que ahora está en debate en la Comisión de Mujeres y Diversidad de la Cámara de Diputados de la Nación Argentina, presidida por Mónica Macha. La Negra pregunta a las compañeras si conocen cómo es el camino de entrada de un proyecto de ley y qué son las comisiones en Diputados. Entonces, a continuación da una descripción clara y ordenada para explicar por qué este cambio de sector les da esperanzas. “Vieron que nosotras avanzamos ayer. En esta comisión que está ahora creemos que se va a avanzar más rápido. Ahora lo que se está discutiendo es el tema de las licencias con los sindicatos, eso es lo que está pasando ahora. Y después pasamos a lo comunitario, donde estamos nosotras y dos leyes más que ya presentaron otros grupos.” Se refiere a las ley de envases y a la de cuidados. “Ahora tenemos esa perspectiva, la diputada que preside esa comisión nos escuchó con atención”.
Aclara también que esta ley que tanto persiguen, porque las cocineras alimentan a 10 millones de personas, forma parte de un paquete que integran lo que se dio en llamar “las tareas de cuidado”: “todas aquellas actividades que son indispensables para que las personas puedan alimentarse, educarse, estar sanas y vivir en un hábitat propicio para el desarrollo de sus vidas”. La Negra explica: “Nos deben la ley de las cocineras, nos deben la ley del Trabajo Comunitario. El trabajo de cuidado es un tema que ya está en discusión en el mundo. Y esto forma parte también de otra ley que es enorme que presentó el Gobierno, que es Cuidar en Igualdad. Pero como no la van a aprobar en bloque porque son muchas cosas, la van desmenuzando. Después que terminen el tema de la licencia van por lo comunitario”.
Desmontar prejuicios
Para lograr el reconocimiento que implica la ley, lo primero que hay que hacer es desmontar los prejuicios que pesan sobre los pobres. “La pobreza es como una representación social en donde, en esa representación, la de esas personas, nosotras somos vagas, no hacemos nada, vivimos del Estado, tenemos hijos para cobrar plata. Así construyen un enemigo. El enemigo somos nosotras, somos nosotros en los barrios populares, son los ladrones, somos lo horrible, somos los más feos, los más sucios. Y para desarmar esa idea nosotras tenemos que mostrar nuestra construcción. Por eso, el esfuerzo de contar todo el tiempo lo que hacemos. Y eso también es como rendir cuentas todo el tiempo.” —dice la Negra — “Tenemos que estar rindiendo cuentas de lo que hacemos y de lo que somos, pero no tenemos problema en rendir cuentas porque realmente lo que hacemos se puede mostrar, se puede ver y se ve en los barrios populares en donde estamos. Estamos muy orgullosas de esa construcción, entonces la mostramos, no tenemos problema. Pero para desmontar esa otra idea que construyeron también las empresas de medios que responden a grupos económicos, que les conviene que nosotras seamos el enemigo, ¿no? ¿Por qué les conviene? Porque somos mano de obra barata, porque si te sentís lo peor no reclamás derechos. Como decía Belén —una de las cocineras que está sentada en la asamblea improvisada— agachás la cabeza y obedecés al patrón, ¿no?”.
Las compañeras asienten. Belén aprueba, cuenta cómo cambió su vida desde que se organizó con otras. Después se levanta a revolver la olla. La Negra cuenta que al principio tuvo dudas de entrar en un movimiento mixto, pero que el funcionamiento de la Poderosa, esa moto del Che que camina todo terreno, además es my feminista: “Acá también la mayoría somos mujeres, no solamente en La Poderosa, sino en todos los movimientos. Y esto de la feminización de la pobreza tiene que ver con que la mayoría de las mujeres son pobres y la mayoría de los empobrecidos son mujeres. En el mundo, no solamente en la Argentina”.
“Y todo empezó a cambiar desde que fuimos tomando fuerza como feminismo villero, ¿no? Cuando nos identificamos con un feminismo que es nuestro, que es nuestra construcción. El feminismo villeroes el que sale de las tripas de las mujeres que vivimos en los barrios populares, que nos negaron un montón de derechos, que nos ningunean, que tenemos estas tripas así y en caliente, porque queremos otro mundo donde no siempre seamos la que perdemos, queremos ganar, por eso queremos ganar la ley y es algo que vamos a ganar este año”, sigue la Negra convencida y la aplauden.
“Desde ese lugar tomamos poder y ahí empezamos a levantar la cabeza y decir no, no, no, nosotras no somos vagas, trabajamos y mucho, y a veces trabajamos más que aquellos que tendrían que trabajar mucho. Entonces desde ahí empezamos a tomar este poder que tiene que ver con nuestra ronda de feminismo, con compartirnos palabras, con entender el mundo en donde estamos, en el en donde nos pusieron, digamos, en situación de pobreza, porque nosotras no somos pobres, estamos empobrecidas.”
Una red de vida
La ronda podría seguir horas, días. La Negra pregunta por las enfermedades, las felicia por no tener diabetes, “porque nosotrxs tomamos mucho mate con azúcar porque te quita el hambre”, les habla del poder médico, dice que a nadie se le dice “doctor” salvo a quienes tengan un estudio superior de doctorado. Pero la gente afuera del comedor ya se acumula con sus tuppers o latas de dulce de batata vacíos para llenarlos de guiso. Mientras volvemos, la Negra sigue: “Acá hay mucha vida. O están limpiando la calle o en la casa de las mujeres en donde están acompañando situaciones de violencia… O sea, hay mucho trabajo comunitario más allá de lo fundamental de la cocinera, que es la fundamental. Por eso hicimos el recorte ahí, porque entendíamos que esas compañeras venían trabajando hace mucho tiempo sin ningún tipo de reconocimiento y con una invisibilidad total.”
Y sigue: “A nosotras nos traen la mercadería cuando te la traen y no entienden que hay gente que está cocinando. O sea, ¿cómo sale ese fideo seco del paquete, cómo llega a la mesa con una vianda o a la mesa de los vecinos? Las mujeres somos las que sostenemos los comedores. Y el hecho de que el compañero Nacho (Levy, ex vocero de la Poderosa y fundador del movimiento) haya dicho “le pasamos la vocería a la compañera, cuando estamos por cumplir 20 años, es un mensaje al interior. Pero también hacia afuera. Al interior en donde decimos es móvil, digamos, se puede mover, no tiene qué quedarse y tampoco tiene porque quedarse ahí mucho tiempo, tienen que venir jóvenes, mujeres, jóvenes, a empezar a tomar estos lugares de confianza.”
“A veces dicen que esto que hacemos en los comedores, con el apoyo escolar, es una micropolítica, Parece que la macropolítica la hacen aquellos que hacen política institucional. Mentira, es una mentira. Nosotras hacemos macro política. Si no tuvieran lo que nosotras sostenemos, no podrían comer 10 millones de personas. Si eso es micropolítica, perdónenme, pero la macro no existe. La macro la hacemos nosotras todos los días en lo cotidiano, en los barrios populares. Sin este trabajo no se sostendría la paz social del país. Sin el trabajo comunitario de toda la organización que tenemos en los barrios esto explota, como pasó en el 2001, que no había este nivel de organización. Entonces nos deben y nos deben la ley de las cocineras, nos deben la ley del Trabajo Comunitario.”