La lucha sigue: estudiantes en defensa de la universidad pública

​A más de un mes del veto a la ley de financiamiento universitario, los y las estudiantes siguen en pie de lucha. En la previa a la marcha universitaria del 12 de noviembre, cuentan en primera persona sus motivaciones y expectativas en el marco del plan de lucha para defender la universidad pública, sus temores y también en quiénes sueñan convertirse cuando terminen sus estudios. Crónica desde el interior de las tomas estudiantiles.

Colchones, apuntes y cacerolas en las aulas. Luego del nueve de octubre, con la ratificación del veto presidencial contra la Ley de Financiamiento Universitario, lxs estudiantes pusieron el cuerpo para defender su futuro y tomaron las universidades. 

Durante un mes, estudiantes de casi 100 instituciones nacionales asistieron a clases públicas y pasaron noches de vigilia con ciclos de películas, música o juegos de mesa. Con ellos se solidarizaron bandas de rock -como fue el caso del Unapalooza realizado por la Universidad Nacional de las Artes- y los directores de cine Lucrecia Martel y Nestor Frenkel. 

Muchxs son primera generación universitaria. Otrxs, militaron toda la vida y otrxs tantas por circunstancias personales terminaron liderando los centros de estudiantes. Para muchas pibxs esta es la primera vez que toman sus casas de estudio por el derecho a la educación. De cara a la próxima marcha del 12 de noviembre, cuentan en primera persona sus expectativas en torno a la defensa de la universidad pública, sus temores y también en quiénes sueñan convertirse cuando terminen sus estudios. 

En el descanso de la tormenta del miércoles 23 de octubre, la sede de Artes Visuales de la Universidad Nacional de las Artes (UNA), ubicada en el barrio de La Boca, se quedó sin luz a las cinco de la tarde. Más temprano se realizó una asamblea con una decena de personas que votaron por la continuación de la toma. 

“Este edificio está alquilado y es su primera toma. Es histórico”, cuenta Ailen de 22 años, presidenta del Centro de Estudiantes de Artes Visuales de la UNA. De abuelos radicales y padres progresistas, Ailen es segunda generación en ir a la universidad en su familia, pero la primera en militar e involucrarse en la política universitaria. En 2022, con las asambleas de estudiantes en Parque Lezama, se dio cuenta de la importancia de “organizarse” para construirse como persona y encontró en el Partido Obrero un espacio representativo. “Sin la universidad te quedás sin ningún tipo de laburo”, dice.

En el día hubo una feria de emprendedores y un dúo de raperos de Paso Del Rey, Merlo, dieron una sesión de freestyle. Dos compañeras de cursada, Camila y Maribel de 34 y 28 años, se sentaron en un colchón para charlar. “Está buena la toma para visibilizar lo que está pasando, pero siento mucha ansiedad”, dice Maribel.: “Me da bronca y angustia. Es difícil laburar y estudiar, subsistir como adulto. Me estoy juntando más con mis amigas para volar un rato y dejar de pensar”, agrega Camila

Mientras algunos salones estaban ocupados por alumnos y docentes para las clases públicas, en la fotocopiadora del primer piso estaba Bahía, de 19 años, esperando a que regrese la luz. Nativa de Necochea, llegó a Capital para estudiar dos carreras: Imagen y sonido en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y Visuales en la UNA. Desde principios de año va a todas las asambleas. “Las últimas fueron chocantes porque de pronto éramos 200 estudiantes organizados para hacerle frente al ataque. Es re lindo ver eso”, cuenta.

Símil a un estacionamiento, los muros del patio están intervenidos por pinturas y escritos de los estudiantes, varios hacenreferencia a la lucha por la educación pública. Hay escombros de una obra que, naturalmente, fueron apropiados por los pibes para su creación artística.  “Hace dos años presentamos un proyecto ante el concejo para que arreglen los baños. Recién ahora se están encargando de las cañerías. Tal vez era preferible destinar esa plata a nuestros docentes”, dice Ailen. 

Un día después, del otro lado de la General Paz, las universidades del conurbano bonaerense llamaron a continuar el plan de lucha con distintas actividades. Torta frita a las 16, una clase de RPG a las 18, debates sobre el cierre de Trenes Argentinos y un ciclo de películas por la noche. Este fue el cronograma del jueves 24 de octubre en la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de San Martín (UNSAM), zona norte de la Provincia de Buenos Aires. En sus 27 años de vida, es la primera vez que el alumnado toma la casa de estudios. Todo esto con el apoyo y la colaboración de personal docente y no docente. 

En las afueras del edificio de Sociales hay una reversión moderna de Sin Pan y sin trabajo, el cuadro de 1884 de Ernesto de la Cárcova, con dos turros de San Martín igual de enojados y cansados que sus pares decimonónicos. Ella con su bebé y él, de visera, golpeando la mesa con el puño. “Proponemos una toma pacífica, cultural y de debate”, explicó Luna, presidenta del Centro de Estudiantes del IDAES (Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales), con las manos embadurnadas de masa de torta frita. “El lunes hicimos una olla popular en la escuela secundaria técnica de la UNSAM, en José León Suarez. El desfinanciamiento también afecta a estas instituciones”, detalla la joven de 24 años.

Militante desde el año pasado, su paso por la política universitaria arrancó cuando quiso viajar a Misiones para un encuentro de estudiantes de Antropología. “Yo estaba muy desconectada de los movimientos estudiantiles. Mi único objetivo era recibirme con el mejor promedio”, cuenta. El centro de IDAES la convocó porque “venía manijeando mucho la posibilidad de viajar”. 

Luna se define así misma como militante peronista. A punto de recibirse, por motivos laborales y sobre todo por la lucha estudiantil tuvo que pausar el armado de su tesis. “Las universidades del conurbano deberíamos unirnos y marchar juntas. Es la dinámica que queremos adoptar para reafirmarnos como sujetos políticos. ¿Qué es un país soberano sin sus profesionales?”, sostiene. 

Los estudiantes de las carreras de Humanidades ocuparon otro de los edificios del campus de la UNSAM. Se estaba impartiendo una clase pública y además los chicos invitaban a todos los que se acercaban a armar una bandera. Sentada en uno de los sillones estaba Abigail, estudiante de Historia de 21 años. Es de Merlo, zona oeste, y para ir a la facultad tiene que tomar dos colectivos, uno hasta Liniers y otro hasta San Martín. “Sin las tarifas sociales no podría estudiar”, dice.

Es primera generación universitaria. “En 2001 mi mamá fue cartonera y pudo terminar la escuela gracias al plan Fines. Siempre me dijo que estudie, que consiga un título”, relata. Hoy en día las dos tienen un emprendimiento de cocina que les permite vivir. Usaba una campera deportiva de color celeste, en su pecho un tatuaje del sol de mayo y una cadenita con la cara de Evita. Su progreso social y también su vocación por aprender historia se lo agradece al estado. “No tenía plata para comprarme libros y gracias a los manuales actualizados que bajaba el Ministerio de educación aprendí sobre la Última dictadura, el Menemismo y otros hechos”, informa.

No tan distintos

Puan, la película de María Alché y Benjamín Naishtat, se comercializó como la historia de un conflicto entre dos profesores universitarios de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires con dos modelos de cátedra distintos. Tal vez por eso su final, con el cierre de la facultad por la falta de presupuesto, es tan sorpresivo como angustiante. Como expresó una vez la escritora de terror argentina Mariana Enriquez, los cuentos de aliens y monstruos cósmicos no dan tanto miedo como las problemáticas de la vida cotidiana. 

Epicentro del conflicto, la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires fue una de las primeras en llamar a las tomas estudiantiles a principios de octubre. Isa, presidenta del Centro de estudiantes, cuenta que la semana pasada decidieron levantarlas porque al gobierno nacional le llegó el mensaje de lo que son capaces de hacer. “Volvimos a juntarnos y a pensarnos como movimiento estudiantil”, destaca. Para la marcha del 12 de noviembre, llaman a los estudiantes del secundario y también a los sectores educativos de la Ciudad de Buenos Aires a que los acompañen porque “todo el nivel educativo está teniendo ajustes”.

La joven es de Río Negro y milita en La Mella desde el 2019. Estudia Ciencias de la educación y es tercera generación universitaria. Concluye: “Los que tuvimos el privilegio de tener una familia que pudo haber estudiado tenemos la responsabilidad de defender la educación pública”. 

El primero de noviembre, cuando se levantó la toma de las facultades de la Universidad de Buenos Aires, hubo un evento de trabajo en el edificio de la Facultad de Ingeniería ubicado en Paseo Colón. Su centro de estudiantes, dirigido por el Movimiento Linealmente Independiente (MILI) planeaba intervenir un cartel de obra sobre las escalinatas. “Queremos que las personas vean la cantidad de renuncias y licencias que piden los docentes”, explica Florencia, presidenta del centro. En lo que va del año 120 profesores abandonaron sus cargos. Otros pidieron licencia en busca de un trabajo en el sector privado que les pague mejor. Para concientizar sobre la precarización, los docentes les muestran los recibos de sueldo a sus alumnos.

“En la segunda asamblea no votamos más una toma. Ahora nos parece más importante hacer actividades para seguir visibilizando la lucha”, contó. Según la presidenta, la última vez que tomaron la facultad fue en 2008 y no hacen asambleas desde 2016. “Es una característica de Ingeniería. Si se involucra, significa que el panorama general está muy mal”, detalla. Y añade: “Ahora tendríamos que tener disponible la oferta de cursos de verano y no está. Nunca nos pasó esto”. 

Florencia es de Moreno, Provincia de Buenos Aires, quiere ser ingeniera en informática y los días que cursa trae a su hijita a la facultad donde es “cuidada entre todos los compañeros”. “En mi familia soy la primera en ir a la universidad. Mis papás no hicieron el secundario, mi hermano fue el primero en terminarlo”, dice.

Joaquín, otro compañero de la agrupación, tiene 21 años y estudia Ingeniería Civil. Con respecto al ambiente de la facultad, opina: “Siento que a nivel general el estudiantado de Ingeniería está desinformado. Les falta leer o estar al tanto de lo que pasa, a diferencia de la gente de Humanidades o Sociales. Se concentran mucho en lo suyo y sus estudios”.

Tras los pasos de la lucha estudiantil

Córdoba es una provincia pionera. Tiene la primera universidad de Argentina, fundada por jesuitas en el año 1613, y en 1969 surgió el Cordobazo, un movimiento estudiantil y obrero con una magnitud igual o mayor a Mayo del 68. Su accionar debilitó a la dictadura de Juan Carlos Onganía que llamó a elecciones democráticas. 

En 2023 fue una de las provincias cruciales durante las Elecciones generales y el Balotaje. Milei se impuso con 600 mil votos contra los 203 mil de Sergio Tomás Massa. Actualmente buena parte de las facultades de la Universidad de Córdoba (UNC), entre ellas Derecho, Económicas, Artes, Filosofía y Ciencias Sociales, fueron tomadas por sus estudiantes tras el veto presidencial.

“La toma es una herramienta de última instancia. No queríamos que los chicos pierdan días de clase”, informa Rodrigo, estudiante cordobés de Comunicación con orientación en Política. “Sentí una fraternidad muy fuerte con mis compañeros porque nos unimos por un bien común. Hicimos asambleas de más de 300 personas”, relata. A la hora de definir el estudiantado de su provincia, dijo que “es muy federal”.

Mariana tiene 30 años, es de Buenos Aires, estudia en el Profesorado de Francés pero este año se mudó a Córdoba para impulsar su organización, Comuna Socialista, en la provincia. “Espero que la próxima marcha sea masiva, pero estoy convencida de que la lucha puede crecer si crecemos nosotras y nosotros, sus protagonistas, si pensamos en cómo podemos educarnos mejor”, sostiene. Además alertó sobre los graves ataques que hubo en varias facultades, como en Psicología de la UNC y la de Quilmes.

“Es la primera vez que me choco con éste nivel de organización y militancia estudiantil”, confiesa Antonella de 26 años, estudiante de Trabajo Social de la UNC. Nativa de La Pampa, se mudo a Córdoba para poder formarse. No milita en ningún partido, participó de las asambleas y una noche se quedó a dormir en su facultad. Es primera generación universitaria de su familia, como la mayoría de los alumnos de la universidad cordobesa. “Siento mucha admiración por la capacidad y el amor que le ponen los compañeros, docentes y trabajadores a la lucha”, dice. 

Aunque no deja de sentirse angustiada por “presenciar cotidianamente cómo se desarman los proyectos y los futuros de todos ellos”, sabe que está contenida. “Nos tenemos, somos un movimiento fuerte y las amenazas nos hacen crecer. Saber que no estás solo y que estás haciendo algo siempre calma”.