Lorena Fries Monleón: “El feminismo institucional sin los márgenes de un feminismo más subversivo, capaz de deconstruir, pierde brújula”

Es abogada feminista, especialista en derechos humanos y política del partido Convergencia Social. Fue directora del Instituto Nacional de Derechos Humanos, que se creó en el 2010. Hoy es diputada por el 10° Distrito, Región Metropolitana de Santiago de Chile, y además ocupa el cargo de presidenta de la Corporación Humanas. Lorena Fries Monleón recibió a LatFem en su despacho para intercambiar sobre política feminista e institucionalidad de género. Esta conversación forma parte de “Institucionalizadas: cuando los feminismos se vuelven parte del Estado”, una investigación transnacional de LatFem sobre Argentina, Uruguay, Chile y Brasil con apoyo de FESminismos, proyecto regional de la Fundación Friedrich Ebert (FES).

—¿Cómo ves al movimiento feminista en Chile hoy?

—Han pasado tantas cosas en cuatro años…hasta el proceso constitucional uno diría que hay otra ola feminista, muy desencadenada por lo que pasaba en Argentina, en el mundo con el MeToo, y un cuestionamiento a los temas que tocaban el cuerpo: los temas de violencia, aborto, los temas por esa esfera.

Siempre estuvo la pregunta de si iba a trascender esa ola o no cuando estalló en 2018. Ya venía con un camino hecho, que fue clave en el proceso constituyente que siguió y que después se rechazó (el de 2022). La apuesta era si lograba cambiar estructuras. Muchas nos quedamos con la idea de que lo que iba a ser más bien era instalar un piso cultural más alto que el que habíamos tenido en los años anteriores. Yo creo que lo hizo pero, como el feminismo no está fuera de la coyuntura, es parte, después vino esta ola regresiva, que creo que es una reacción a los avances rápidos que logramos en esos años. En ese sentido, el feminismo está un poco aguantando el golpe y resistiendo. Creo que está por verse cuán profundamente caló en los años de 2018 en adelante para, por ejemplo, evitar que este nuevo proyecto constitucional llegue a puerto (se refiere al que fue rechazado en diciembre de 2023). Ahí creo que las feministas vamos a tener un rol fundamental. Es muy regresivo en términos democráticos y en términos también de los avances feministas.

En tu experiencia de todos estos años, sea dentro del Estado, en distintos roles, o afuera, en la sociedad civil, ¿cómo definirías qué es una política feminista? ¿Qué características tiene que tener? 

—Creo que se define por muchos elementos pero obviamente por la presencia de las mujeres en ese espacio. Hablo de presencia deliberativa. Por la capacidad de leer la realidad con una perspectiva de género feminista y por lo tanto de extraer las diferencias y los posibles impactos que puede tener un programa o una política respecto de las mujeres y, en ese sentido, las destinatarias. Finalmente, por las destinatarias. Lo que estamos buscando es transformar las condiciones de las mujeres y, además, la representación de las mujeres juega un rol importante en el imaginario. Entonces es clave que la política toque las desigualdades de las mujeres y también sean ellas las beneficiarias de esos programas o políticas, y no quede reducido a esta idea de lo que se llama “política rosa”.

¿Qué obstáculos has encontrado a lo largo de tu carrera para llevar adelante política feminista?

—Hay factores culturales, discursos de privilegio que se expresan en el cotidiano, de las relaciones de poder en el Estado. Menos ahora, con las nuevas generaciones, que son mucho más democráticas e incorporan el feminismo como parte del proyecto político. Pero eso no fue así durante treinta años. Era lo marginal dentro de la política, con pocos espacios.

Hay que sopesar lo que han significado estos cambios de la política feminista en tu rango de acción inmediata. El rango de acción inmediata de una feminista que está en un espacio de poder da cuenta de ciertos cambios que puedes hacer. Por ejemplo, tanto en el Instituto de Derechos Humanos como en la Subsecretaría, siempre tuve integración paritaria. Siempre hubo mujeres en los cargos de poder, sin masculinizar o feminizar los distintos espacios. Siempre hubo una contención cultural y una resistencia a los discursos machistas en esos espacios. Era algo que se establecía como requisito para trabajar en los espacios en los que yo estaba.

El rango de acción inmediata de una feminista que está en un espacio de poder da cuenta de ciertos cambios que puedes hacer.

Pero aún así son reductos pequeños. Son microescenas del poder. Si lo piensas más amplio, a mí me tocó mucha resistencia a políticas feministas que se veían como casi problemáticas hasta que se fueron institucionalizando en el Estado. Pero, por lo mismo, también se fueron como descolgando del movimiento feminista. Lo que tú lograbas institucionalizar a la vez se vaciaba. Ahora, eso es parte de todos los procesos de institucionalización: se van vaciando. Por eso es importante que las feministas que hemos estado, que estuvimos o que estamos en espacios de poder mantengamos un nexo con los movimientos feministas, que tienden a ser mucho más subversivos respecto del poder y de la deconstrucción necesaria en el poder.

Creo que es necesario y uno se pierde en las esferas del Estado si no vuelve a la sociedad civil y a ver cuáles son los temas que están levantando allí las feministas. Eso para mí es como una regla. Después de un cargo público, volver al activismo y a la militancia.

Todos los problemas que quieras están presentes cuando se trata de avanzar en una política feminista. Desde los partidos que hacen parte de los gobiernos, las propias estructuras del Estado, que están construidas desde una lógica masculina, que muchas veces impide que las mujeres formen parte de algo que es tan obvio en la política, que son los espacios de acuerdo o los espacios conspirativos, y hasta el impacto de las políticas, que muchas veces no consideran la desigualdad de género como un factor. 

Decías que las políticas presentadas como feministas eran vistas como problemáticas. ¿Por qué? ¿Podrás desarrollar esa idea?

—Porque lo que buscan es dar un estatus a las mujeres que no han tenido históricamente. Entonces lo que tenga que ver con la autonomía de las mujeres va a ser siempre cuestionado. Autonomía física, autonomía para participar y tomar decisiones que no solo involucran a las mujeres, sino que van mucho más allá, y autonomía económica, que también te va limitando las posibilidades de acceso. Entonces, se cree que la política feminista es para un grupo de mujeres y no para las mujeres.

No siempre es bueno, sobre todo desde un estado patriarcal, transformar esas dinámicas, porque significa siempre pérdida de poder para los hombres. Entonces “nunca es la oportunidad”, “nunca es el momento”. Por eso es tan importante, cuando surgen estas olas feministas, presionar al máximo para lograr avances: porque sabemos que después viene una reacción que hay que sostener por un tiempo.

Hablabas de la importancia de ir y volver del Estado a la sociedad civil o a la calle. ¿Cómo se garantizan esas instancias de diálogo entre esos dos campos, tratando de que la institucionalización no vacíe de contenido político?

—No hay una estrategia respecto de eso. Son búsquedas personales. Me desarrollé en la política escuchando a mujeres feministas mayores que yo, que decían que una entraba en un espacio de poder y quedaba muy sola. Por lo tanto, muy rápidamente tenía que incorporar prácticas que no necesariamente eran parte de lo que habíamos cuestionado respecto de esas prácticas.

Entonces, siempre pensé que en los espacios en los que una tenía que estar, tenía que, necesariamente, por una parte, compartir ese espacio con otras mujeres feministas, que es lo que hice a propósito del tema de la paridad en esas instancias, que se autodefinieran como feministas. 

Efectivamente, es como una especie de erizo, estás pendiente de un montón de patas y no solo de cómo llegas a una meta, sino que en ese transcurso lo hagas deconstruyendo cosas, que sea un proceso que vaya incluyendo, un montón de cosas. Por lo tanto, no hay una estrategia y más bien creo que es un aprendizaje personal. Ahora, si eres militante de un partido político y ese partido político abraza el proyecto feminista, eso hace parte de estos nuevos partidos políticos, por ejemplo el Frente Feminista, en el caso del Frente Amplio. No te voy a decir que hay mucho nexo tampoco, pero está la posibilidad de consultas recíprocas respecto de lo que está pasando en distintas materias.

Sabemos que hay mucho estigma y prejuicios, desde “el afuera”, por decirlo de alguna manera, hacia quienes “están adentro”…

En el caso chileno esa ha sido la gran grieta del movimiento o los movimientos feministas. Siempre está esa tensión, dicotómica, lamentablemente, entre las autónomas y las institucionales. Por cierto, siempre caí en el lado de las institucionales. Creo que nunca lo hemos podido resolver. Mi mirada sobre sobre eso es que ahí hay mucho prejuicio con nosotras, también del mundo institucional hacia el feminismo autónomo.

Para mí lo importante es entender racionalmente que el feminismo institucional, sin los márgenes de un feminismo más subversivo, capaz de deconstruir, pierde brújula. Por lo tanto, es absolutamente necesario que mientras tú “te adecúas” a un estado patriarcal buscando tus bolsones de transformación, generando complicidades ahí adentro, tienes que estar siempre mirando lo que pasa ahí afuera. Creo que no necesariamente todos los grupos feministas lo tenemos claro. Ha sido una batalla interminable validar que desde el feminismo tú puedes ocupar distintos roles. El punto es ir problematizando ida y vuelta con los distintos lugares que ocupamos las feministas.

Eso creo que ha empezado a pasar ahora, antes no. Ha empezado a pasar porque las feministas de mi generación nos salimos de los partidos, lo que generó una tensión más grande respecto de la política y de lo político en el Estado. Pero hoy día, cuando las feministas, muchas de ellas, están dentro de los partidos, y los partidos están teniendo proyectos políticos que incorporan el feminismo, eso hace posible una relación más dialógica con los distintos lugares en que estamos las feministas.

Claro, incluso ha habido también, hablo un poco desde afuera de Chile, una circulación, entre algunas autónomas que tuvieron la oportunidad de pasar a la institucionalidad. Esos traspasos se dan también, no son posiciones estancas…

—Así es. Eso va generando no te voy a decir una uniformidad del feminismo sino que más bien permite ir matizando, no en un sentido conservador, lo que nos pasa en el cuerpo cuando estamos en espacios de poder, que es distinto a sostener tu propio cuerpo en la lucha feminista, aunque tengan elementos comunes, como la violencia, pero que se expresan de manera distinta.

Caracterizabas a un “feminismo institucional”. ¿Qué valor tienen las redes, si es que existen, entre las feministas institucionales o quienes están en espacios de poder?

—Existen. Han existido diría que a partir de los gobiernos de la presidenta  (Michelle) Bachelet. También en este, por lo menos en el Ejecutivo, hay una cierta sororidad, un pacto político entre las mujeres que las hace avanzar o priorizar ciertos temas para presionar dentro del Estado. En el Parlamento ha sido súper difícil. Recién hace dos o tres años se creó una bancada Julieta Kirkwood, que reúne a todas aquellas que nos autodefinimos como feminista y que vamos conversando agendas en la coyuntura para ir avanzando.

Es clave porque si no te puede pasar, en el caso del Parlamento, que las mujeres queden capturadas en comisiones de mujeres, de género, por ejemplo, y no tengan el peso que tienen otras comisiones. Cuando las mujeres se organizan en el espacio del Estado formalmente se devalúan esos espacios. En el Ejecutivo estas son reuniones que están por fuera de lo formal y, en ese sentido conspirativas, si tú quieres, desde una lógica feminista, y me parecen absolutamente necesarias. Desde el Parlamento está lo formal hace poco, entonces todavía falta profundizar más sobre qué significa una bancada que no sea solamente una agenda legislativa, sino transversalizar ese feminismo hacia dentro, hacia otros espacios dentro del Parlamento, entendiendo que ese es tu núcleo de salida, pero no de de permanencia al 100%, en el sentido de dedicarte solamente a ese espacio.

Esa tensión entre el espacio, el cuarto propio, y la necesidad de transversalización. A veces incluso al antifeminismo, a la derecha, al patriarcado mismo le conviene tenernos en un solo lugar…

—También yo creo que ahí hay una autocrítica que hacernos las feministas, porque nos cuesta harto salir de la zona de confort. Yo decidí meterme al Estado porque encontré que es injusto criticar a las compañeras si una no sabe lo que pasa. Ahí fue donde dije: me meto a ver qué pasa, si es tan difícil, si se puede o no se puede. Una empieza a ver los límites, pero también las posibilidades.

Yo decidí meterme al Estado porque encontré que es injusto criticar a las compañeras si una no sabe lo que pasa. Ahí fue donde dije: me meto a ver qué pasa, si es tan difícil, si se puede o no se puede.

Yo estoy en la bancada Julieta Kirkwood, no estoy en la comisión de género, me fui a dos comisiones que son bastante complejas, una es la de seguridad, y la otra es la de derechos humanos. En Chile, y en Argentina supongo que también, efectivamente, siempre había una tensión entre el movimiento de derechos humanos y el movimiento feminista, a propósito de que en Chile fue levantado por la Iglesia Católica. Entonces todos los temas que tenían que ver con el divorcio, con el aborto, eran problemáticos.

Con la especificidad, la particularidad y la transversalización tenemos un dilema. Por lo mismo nos toca la doble jornada de trabajo, como feministas hay que estar en ese espacio pero además transversalizar. Por ejemplo, mis compañeras en el Parlamento, mis compañeras feministas, están todas en la comisión de mujeres y género.

Hay que defender ese lugar de trinchera…

—Hay que defenderlos, hay que estar ahí, pero no puedes dejar a un lado la comisión de defensa o la comisión de hacienda. Entonces, es una doble pega, porque la particularidad te excluye y la transversalización te diluye. Esa es la tensión que tenés que manejar permanentemente.

Hay algunas que mencionan como estrategia no ponerle el rótulo, no ser tan explícito el rótulo feminista, cuando una presenta un proyecto de ley, una política determinada. ¿Qué te parece?

—A mí me tocó negar el feminismo durante la dictadura porque te podían perseguir por eso, luego decirlo así como despacito, en los primeros años de transición. Disfrazar los cursos de formación que hacían las juezas, por ejemplo, para no hablar de feminismo. La estrategia de usar “género” en vez de “feminista” ayudó pero le quitó subversión a la idea, al concepto. Ahora todo el mundo es feminista. Para alguien como yo es un tremendo logro que sea que sea reconocido, que tú puedas decir “feminista” y no pase nada.

Pero creo que hay que jugar con distintas estrategias dependiendo los espacios en los que estás. Yo puedo hacer política sin partir de una definición identitaria. El tiempo que estuve en el Instituto, presidía un consejo que tenía a cuatro personas del Opus Dei. Lo comprobé, cada vez que yo hablaba de una política feminista, de una mirada feminista, nada de eso salió. Pero si yo hablaba de derechos de las mujeres se iba permeando más. En la política uno tiene que saber dónde está su posición y desde ahí cómo desarrollar las distintas estrategias para lograr avanzar.

Mencionabas el gobierno de  Michelle Bachelet, en ese momento se creó el ministerio específico, en el segundo período. ¿Cómo fue eso para las institucionalizadas? 

—Hay que reconocer que Bachelet no era feminista en el primer gobierno. Me acuerdo que le llevé una encuesta que realizamos en Corporación Humanas anualmente sobre percepción política de las mujeres. Se la llevé y lo primero que me dijo fue “no soy feminista”. Eso cambió. Es el proceso que seguimos todas. Creo que ella, sí, modificó el imaginario. Eso permite tener otros horizontes. Además ella se fue convenciendo de la situación talibana que teníamos en Chile respecto de las mujeres, que ni siquiera era parecida a la argentina, la peruana, la boliviana. Estábamos más atrás en el primer gobierno.

Tener la voluntad política de alguien en un espacio de poder como es la presidencia te da un aval. Dio aval para aprobar la ley de aborto en tres causales. Sin ella seguramente se habría desistido de avanzar con eso. Hasta que llegó Bachelet siempre la excusa fue que no era el momento y no era la oportunidad de hacerlo. Fue fundamental, generó esta posibilidad de múltiples liderazgos feministas. Las reformas aumentaron la posibilidad de que más mujeres llegaran al Parlamento y que eso significara, por ejemplo, la creación de la bancada Julieta Kirkwood. Hicimos un estudio en Humanas, en esos años, que mostraba que la incorporación de mujeres feministas en el Parlamento había aumentado muchísimo los proyectos de ley que tenían el objeto de avanzar en igualdad de género. Entonces, efectivamente ella desencadenó un proceso que venía de antes, por cierto, pero que no había logrado todavía explosionar, como lo hizo en el 2018.

Mencionaste dos veces la palabra liderazgo. Me parece que hay un nudo ahí en la noción de liderazgo y que una como feminista puede ocupar ese lugar…

—Creo que siempre es una relación complicada. Tengo la impresión de que no siempre las feministas somos democráticas. Viví una una etapa muy intensa de activismo feminista en los noventa y en los dos mil, cuando el feminismo chileno estaba muy ligado a lo que había pasado en la dictadura y las estructuras democráticas del feminismo eran secundarias. Ahí iba quien hablaba fuerte y tenía capacidad de oratoria. Eso formaba liderazgos. Creo que si una abraza la teoría democrática en general, eso también debiera darse dentro del movimiento feminista. Creo que todavía es difícil para los movimientos feministas entender que a veces hay funciones que no necesariamente son jerarquías.

Mi mirada del feminismo hoy día es que es muy horizontal, muy asambleísta, lo que tiene poco sentido con un Estado patriarcal que es sumamente vertical. Ahí creo que hay que ir buscando formas que tienen que ver con la colaboración, la distinción de funciones en espacios de poder institucional, que no es necesariamente abrazar las jerarquías del Estado, pero sí que no todas somos responsables de todo, ni esto es Fuenteovejuna. Aquí se juegan también cuestiones que han venido siendo súper debatidas en la teoría política, que hay que ir aprendiendo y sorteando en conjunto.

Para mí lo más importante es que no se pierda la discusión a partir de las experiencias que vamos teniendo y van teniendo otras mujeres que están ahí y otras que a lo mejor nunca optarían por irse a la institucionalidad. Esa mirada crítica también ayuda. Yo no tiendo a estar en un lugar u otro, sino más bien a ver cómo nos necesitamos entre todas para no perder el horizonte político y tener efectivamente posibilidades de cambiarlo. También desde fuera, a menos que lleguemos a una revolución armada, no veo cómo vamos a salir de 2000 años de patriarcado, salvo que tú quieras optar por los micromundos. Esa es la diferencia, creo yo, con las feministas institucionales. Tengo mi micromundo, mi zona de confort, construyo con mis compañeras, me enfrento afuera, pero está el Estado, que es lo que tenemos hoy para transformar la realidad de la gente.

No es muy distinto a la situación que tienen todos los movimientos sociales. Vos hablabas de la revolución. Pienso en la revuelta de acá: ¿cómo traducir todo ese conjunto de demandas, de sentimientos, de rabia, de pensamiento, a, concretamente, una transformación en la sociedad a partir de la transformación del Estado? 

—Y es a nivel global también. Tiene que ver con la necesidad de encontrar alternativas. Creo que también hay algo de eso. La globalización, el mundo neoliberal, lo que nos ha hecho es sentar una cancha tan rígida para hacer política que no encontramos una alternativa. Porque todas las alternativas que tenemos son miradas hacia atrás. ¿Pero cómo salimos de esto, de la razón y la subjetividad neoliberal, que también es parte nuestra? Si no estamos en esa lógica de que no te permea nada. Te permea todo. Frente a eso, los márgenes, la sospecha, son métodos que las feministas siempre hemos tenido y que pueden ir buscando. De hecho creo que es lo más completo en términos de proyecto político que hay en la izquierda, y quizás el movimiento ambiental, ecológico, que no está articulado como proyecto político todavía. El problema es más amplio.

¿Cuál es tu evaluación y tu reflexión de la existencia de esos espacios específicos como los Ministerios de las Mujeres y/o Género? 

—No es fácil porque siempre, al final, depende de cuál es la relevancia política que tenga el ministerio en términos institucionales y de jerarquía. Para aquellos que tienen subsecretaría es más jodido que para aquellos que tienen un ministerio. De todas maneras, lo que va pasando es que es el ministerio con menos presupuesto. Sirve para visibilizar, para establecer ciertas políticas de cuidado de las mujeres en general, para amortiguar ciertos niveles de desigualdad. Pero la falta de peso político que tiene claramente atenta contra los resultados, y sobre todo la particularidad. Si no tienes una cuestión rectora respecto de las políticas de género que está sostenida desde las instancias más altas de un gobierno, es probable que logres algunas cosas, pero no que el Estado asuma una política feminista, que es un poco lo que partió haciendo este gobierno, definirse como un gobierno feminista. Las más viejas dijimos “uy, esto capaz que no resulte”.

Pero está esta posibilidad. Todavía no logro leer el impacto que ha tenido el hecho de que la ministra de la Mujer y la Equidad de Género (Antonia Orellana) sea parte del comité político. No logro leer todavía el impacto. Entonces, mientras más arriba en la estructura del Estado esté el tema feminista, es mejor para efecto de la realización de cosas y de transversalizar, si es que puedes hacerlo. Si no, te quedas de nuevo entre lo particular de la política rosa y la transversalización, y ninguna de las dos termina resultando por sí sola.

Sí, y la exposición también es un factor. Es un área más para exponer como chivo expiatorio desde la misma política.

—Es verdad, pero quizás en el caso nuestro está muy sectorizado el Ministerio de la Mujer. Más bien es un ministerio que cuida a las mujeres. En ese cuidado no es tan cuestionada. Me parece que el rol del ministerio es generar masa gris, en términos feministas. Pero para mí la posibilidad de estar cerca de las esferas más altas es que otros hablen por el feminismo también, que no quede solo en las voces feministas. Ahí también hay otro dilema, “¿por qué los hombres van a hablar de feminismo?”. La transversalización no es solo el tema, también tiene que ver con los sujetos.

Ahí nos volvemos un poco policías de género, viene la que sabe y dice si esta política está bien o no. Nos pone en un lugar siempre incómodo.

—Pero va a ser más fácil si tú tienes un gobierno paritario, va a ser más fácil si estás en la estructura más arriba, va a ser más fácil si estás vinculada con los movimientos que están fuera del Estado, va a ser más fácil si colectivamente puedes definir qué estrategias para qué cosas. Creo que eso es casi como la política masculina en versión feminista, pero tengo la impresión de que todavía no logramos articular todo eso. Tampoco sé si lo vamos a lograr y si es tan deseable, puede ser también una mirada mía, que de tanto estar en el mundo institucional esté mirando elementos que de allí sirven para esto y que no necesariamente son así.

Desde varios sectores se critica a las políticas feministas y se habla de que son políticas posmodernas, identitarias o que se ocupan de la sexualidad de determinadas personas, que discriminan positivamente a las mujeres respecto de los varones. Pero también hay críticas que tienen que ver con que no atacan al origen de la desigualdad en nuestras sociedades. No solamente nos critican desde posiciones antifeministas de derecha, sino también desde espacios compañeros, espacios más de izquierda…

—Sí, pero a nivel intelectual, no tanto en el mundo de la política. Ahí todavía opera la inhibición que hemos logrado establecer. 

En los espacios más jóvenes, en los viejos no. Ahí siguen diciendo “no, yo ya no me deconstruí, lo siento”. Pero en los espacios más jóvenes yo creo que sí. También tengo la impresión de que es un debate positivo, es positivo que siga existiendo. Aquí hubo mucho debate no solo con hombres de izquierda, sino sobre si existía el feminismo liberal o no, si el feminismo es de izquierda o no es. Luego, dentro de la izquierda, si el feminismo no es marxista, si no habla de la estructura económica.

Creo que eso está muy bien que se haga. Hay que tener igual estrategias para trabajar y yo por lo menos soy súper Nancy Fraser en esas cosas. Por lo tanto, creo que tienes que tener estrategias de reconocimiento y de redistribución. Si no, no funciona.

Hablaste varias veces de la paridad como una herramienta fundamental. ¿La recomendás como una herramienta que deberíamos incorporar en todos los ámbitos?

—Sí, absolutamente. Aunque sea si quieres una paridad inicialmente devaluada por la devaluación de lo femenino y de las mujeres. Con el tiempo eso cobra fuerza. Sigue siendo cierto que cuando vas a una reunión de gabinete y son diez hombres y dos mujeres, las mujeres no hablan. Además, si en ese gabinete de diez hombres, una de esas dos mujeres se levanta y hace un discurso feminista queda afuera. Entonces me parece que la paridad es no solo por un sentido democrático sino que también porque es una forma de sostener el discurso feminista y las reacciones que produce en los espacios de poder. Entonces, a mí me parece bien fundamental que eso esté.

Hablamos de violencia política pero queremos profundizar, ¿es un tema de agenda acá en Chile? ¿En qué situación está la valoración de ese problema?

—Está súper atrás, porque en el caso nuestro, pocas mujeres en espacios de poder se dan cuenta de la violencia política.

Lo que busca es inhibir su participación, a través de las redes, con estas cosas zalameras o lascivas de los tipos en los espacios de poder. No se habla mucho de eso. Es como si desde el mundo de las mujeres en la política viéramos lo que está pasando allá con la violencia hacia las mujeres en el espacio privado, en la calle, pero hay muy poca conciencia de eso.

He preguntado a compañeras jóvenes, porque también tiene que ver con las edades y los discursos. Entonces, no siempre se dan cuenta, por ejemplo, de la violencia en las redes. Dejan las redes. Salen y ya pasó. De eso todavía hay muy pocos registros. Sabiendo que además esto se produce sobre todo en las mujeres que están en política, en los espacios locales, mucho más que en los espacios parlamentarios.

Las chicas en el 2018 abrieron la violencia a la esfera pública, a la calle, a la educación, con el acoso, los profesores que te chantajean sexualmente. Pero en la esfera política es un tema que no se ha abierto. He visto compañeras que en el parlamento iban y eran acosadas por los diputados. ¿Por qué no denunciaban? Porque no se atrevían, porque perdían la posibilidad de incidir políticamente.

El lugar de víctima tampoco nadie lo quiere…

—Y es re fácil para el patriarcado tenernos en el lugar de víctima. Por eso la violencia te pone en lugar de víctima que empata súper bien con el discurso patriarcal.

Y con un discurso feminista también.

—Sí. Tengo la impresión de que los movimientos feministas más jóvenes han vuelto a ese discurso. Mi construcción en el feminismo era un feminismo libertario. Tú aprendías individual y colectivamente por ensayo y error hasta dónde ibas llegando con las cosas. Cuando un profesor te acosaba, lo que tú hacías era organizarte con otras compañeras y no ibas más a su clase. Hoy en día, cuando un profesor te acosa, tú le pides a la autoridad que lo eche. Hay un feminismo normativo punitivista que a mí me tiene un poquito asustada. Para todo lo demás somos abolicionistas, pero cuando se trata de violencia contra la mujer, entonces subamos las penas, ojalá lo castremos. Creo que nos falta integrar más la idea de proyecto político.

En Uruguay las compañeras con más trayectoria, entrevistadas en Institucionalizadas, estaban preocupadas porque es maravilloso que haya muchísimas más en las calles, que el feminismo haya desbordado los límites del activismo, pero después consensos en los que no estamos en la misma página con un montón de otras chicas. Están en una remera, en una frase, “lo personal es político”, pero después no hay una profundización. 

—En las más jóvenes se da la experiencia, la colectivización de la rabia de lo que han vivido. Creo que es un feminismo menos formado. Nosotros leíamos lo que se nos ponía delante, desde los setenta en adelante agarrábamos todos los libros, quizás porque no teníamos mucho más espacio que las ONG, se daban discusiones, por ejemplo de la ley de SIDA.

Querías ganar la discusión. No alcanzaba con decir: soy feminista, tengo razón.

—Claro. Ahora es: me volví feminista y ya sería todo. Salvo los cuadros súper preparados, como Antonia Orellana, que es un cuadro feminista realmente potente. Falta formación.

Yo era la más joven de las viejas. La Tere (Teresa Valdés) era una de mis grandes. La crítica que yo tenía con la Tere era la misma, ella decía “les tenemos que enseñar”, yo decía que no, y ella decía “pero, mi chiquilla, ya pasamos por esto, escuchen un ratito”. Creo que ese tránsito todavía no logramos ver cómo hacerlo bien.

Además es tan fuerte la necesidad de reconocimiento que tienen, sobre todo, las más mayores. Muchas feministas más jóvenes ya pueden hablar de igualdad salarial, deciden sobre sus cuerpos, sus prácticas sexuales. A nosotras no nos tocó nada de eso. Entonces, creo que falta ver cómo se mira eso y cómo se integra. Por lo menos en la práctica chica, en mi espacio, en Humanas, siempre metemos gente más joven, porque también hay cosas que tú ya no entiendes. 

Me parece interesante que traen o que priorizan otras agendas. Esta cuestión de la violencia como agenda política principal de las políticas de género es, desde un punto de vista, siempre un problema…

—Tú no vas a bajar la violencia si no tienes una agenda integral de transformación de las mujeres, que lleva la paridad, pero lleva transformación en lo económico, etcétera. Si no, no hay caso…

Por más refugios para mujeres que construyan…

—No dan abasto, tendría que haber un policía por cada mujer. La priorización de agendas de violencia que no tienen otras patas, la verdad es que lo que hacen es sostener este discurso victimizante, punitivista y que le quita agencia a las mujeres.

La priorización de agendas de violencia que no tienen otras patas, la verdad es que lo que hacen es sostener este discurso victimizante, punitivista y que le quita agencia a las mujeres.

Es un dilema porque una lo puede intelectualizar y discutir, pero después cuando el tema se hace masivo te desborda. ¿Cómo haces para controlar los márgenes de la discusión? La violencia aparece como una agenda súper liberal, individualista, pero que se puede pensar de una manera colectiva también…

—La pregunta sobre lo colectivo y lo comunitario está hoy día fuera de la cuestión política. Si hubo levantamiento de la ola feminista en el 2018 es desde la lógica individual y eso es parte del neoliberalismo. Ahí también hay un choque con las más viejas, que venimos de la dictadura, cuando si tú no estás ahí con otras feministas, te morías de depresión y de soledad. Esa práctica no es la práctica de hoy día, cuando la subjetividad es una subjetividad neoliberal. Más allá de que, como decís tú, la racionalices, la cuentes, pero estás respirando esa mierda.

“Institucionalizadas: cuando los feminismos se vuelven parte del Estado” es una investigación especial transnacional de LatFem sobre Argentina, Uruguay, Chile y Brasil con apoyo de FESminismos, proyecto regional de la Fundación Friedrich Ebert (FES).