Madres y Abuelas trans: sin pañuelo y con los pies en el barro

Este 24 de marzo, Día de la Memoria, la Verdad y la Justicia, Marce Joan Butierrez y Solange Avena acompañaron la columna del Bachillerato Mocha Celis, en Ciudad de Buenos Aires. Marcharon junto a las Históricas Argentinas, travestis y trans sobrevivientes de la última dictadura cívico militar a las que nuestra cronista nombra como “Madres y Abuelas sin pañuelo y con los pies de barro”.

“Fue tremenda, para nosotras fue tremenda. Éramos muy chicas. Yo tenía 11 años y ella 10. Laburabamos en Camino de Cintura, era feo, todo campo. Te robaban, te metían presa 30 días, 60 días”, cuenta a LatFem una de las “históricas” sobre la dictadura. Aunque el promedio de vida de la población trans apenas rebasa los 35 años, quedan algunas sobrevivientes que caminaron las zonas de trabajo sexual entre 1976-1983. Claro que en ese entonces eran unas niñas, menores de 13 años casi todas, que con algún vestidito hechizo y unas mechas rubias en la cabeza se lanzaban a hacer la calle. Sí alguna de ellas desapareció, jamás lo sabremos por qué ninguna familia las extraño, nadie salió a buscarlas. “Para mí la dictadura fue muy terrible, muy terrible, porque perdí casi todo. Yo tuve que migrar a otro país, me prostituí. Mi vida es una lucha constante porque no se sí mañana me van a matar, no sé, no sé”, dice Paris, una transexual de 64 años a la que el Estado Argentino le negó su derecho a las cirugías de “cambio de sexo” por lo cual debió primero exiliarse en Francia donde reunió el dinero para poder operarse en Chile, único país de la región que permitía a las personas transexuales ser operadas. Aún a pesar de los años París sigue preguntándose cuánto tiempo más le queda antes de que alguien la mate. Así de profundo está impreso el miedo de las travestis y transexuales en el cuerpo, no importa que hoy el Estado propugne políticas de inclusión para la población trans, aún sigue electrizándose la piel cuando ven un patrullero cerca. Testimonios así, coinciden con los del terror que las personas detenidas y desaparecidas sobrevivientes experimentaron en los centros clandestinos de detención.

Para otras, la transición entre dictadura y democracia pasó sin pena ni gloria. “Yo no pasé esa parte de la dictadura, yo llegué en 1988 a Buenos Aires desde la provincia de Santiago del Estero. Tenía 14 años y la gente trans en ese tiempo era muy rústica. Me costó vivir en la calle, ser una transformista hasta que tome la decisión de ponerme siliconas. Me puse silicona a los 19 años y hacía la noche en Panamericana. Por eso hoy levanto esta bandera, por las muertas que se fueron sin conocer ningún derecho”, cuenta Karen, una sobreviviente de las bestiales matanzas policiales sobre panamericana que duraron desde 1983 a 1993. Su amiga Maria del Mar, salteña, también empezó a taconear la Panamericana a los 13 años pero todavía espera “que no haya tanta fobia en la gente, que sepan que somos gente igual que ellos y que no nos maten. Eso ya se tiene que terminar”. Aún para quienes vivieron el despertar democrático hubo pesadillas imposibles de olvidar. Durante aquellos primeros años el aparato represivo de la dictadura permaneció sumergido y operando de maneras menos visibles. Las travas de la Panamericana corrían de los Falcon verdes porque sabían que podían terminar bajo sus ruedas, reventadas a palos o pudriéndose a la vera de la ruta como una bolsa de silicona y perlutal.

Viviana “La Karateka” relata con poesía ese momento:

Y UNA JAURÍA,DE PERROS AZULES hambrientos, armados, violentos.

4 gritos que atemorizan/ 2 palabras que paralizan/ 6 mariposas que corriendo intentan tomar vuelo/una de 6 cae al suelo/ 2 itacas que al aire hacen fogueo/ 2 9mm que hacen punta y abren fuego/ 8 manos empuñadas en 4 gatillos /3 de 5 detonaciones que hacen impacto/ 3 perforaciones/ un vestido corto de lentejuelas plateado ensangrentado/ 20 soles dorados volando en el aire/100 súplicas por piedad/ 200 súplicas por compasión/10 huesos fisurados/ varios pedazos de carne desgarrada/un peine/un espejo/un labial color bermellón/un bolso Louis Vuitton de imitación/un cuerpo que se arrastra/1000 quejidos de dolor/ un alud de silencio sepulcral extremo que se vuelve protagonista en un escenario/ sangre/ una gran bolsa negra/una camioneta oscura de traslado.

Y UNA JAURÍA, DE PERROS AZULES,

hambrientos, armados, violentos.

Una casa que espera/una vela encendida frente a una estampita religiosa/una cama vacía/ 1 portarretratos/ 2 poesías sin leer en el cajón de una mesa de luz/una caja de calmantes/ un cenicero/4 colillas/ 20 fotos en 2 álbumes/ 1 plato en la mesa/ 1 pequeña heladera con agua y resto de fideos hervidos junto a un cuarto de petaca de café al coñac/1 pedazo de limón.

1 cuarto de laboratorio frío/ 4 cámaras 8° bajo cero/ 2 ventanas/1 luz general/ 3 reflectores redondos/3 pinzas/1 bisturí/ 2 sierras pequeñas/ 2 agujas/ 1 rollo de hilo tanza/metros de gasa y algodón/ 15 frascos de ensayo/ 2 litros de alcohol/ 3 litros de formol/3 pares de guantes de látex quirúrgico/3 barbijos/3 cofias/ 6 camisolines/ 1 cuerpo con caderas y glúteos siliconados/1 pene/2 prótesis mamarias/1 piel despellejada/ 70 kilos de carne fileteada/ 4 litros de sangre coagulada/ 360 músculos por analizar sobre una plateada camilla de metal sin sábanas,

Y sin embargo estos cuerpos siguen luchando alegremente contra esa jauría de perros azules. Es increíble ver a La París de pie pidiendo por una educación con memoria, a La Trachyn con su bandera representando al Tigre, a La Estrella de Avellaneda con sus dedos en V. Es imposible no emocionarse al verlas porque ellas son nuestras Madres y Abuelas, sin pañuelo y con los pies de barro. Ellas son las que se animaron a luchar cuando no había siglas, políticas públicas, ni ministerias. Ellas no hicieron rondas en Plaza de Mayo, pero inventaron un teje para llevarles a las presas su bagayo durante las largas detenciones, inventaron con viveza una forma de meter la pinzita de depilar al calabozo para que todas puedan mantenerse estupendas, crearon formas de vida en torno a los viejos colectivos abandonados del Rincón de Milberg donde por mucho tiempo vivieron entregadas a una alegría que no tenía sentido, pero las habitaba. Fueron manada de mariposas, y se merecen llevar un pañuelo blanco en sus cabezas. Son Madres y Abuelas que aún siguen reclamando justicia para sus hermanas e hijas muertas, para las que descansan en tumbas con nombres masculinos, para las que siguen viviendo en Europa temerosas de que la violencia regrese y se las lleve. Y nuestras nuevas generaciones le hacen homenaje con banderas, con gritos, con escucha paciente. En torno a la mágica presencia de nuestras “históricas” gravitan las voces de nosotras, sus hijas, hijos e hijes que las homenajeamos con abrazos, con emoción y con memoria. Nos vamos transformando también nosotras en manadas, en bestias hambrientas de justicia que cómo dice Luana Salvá -referenta de las Históricas Argentinas- “no queremos más proyectos empobrecedores, queremos la reparación histórica para nuestras compañeras trans sobrevivientes de la dictadura militar, pero también para las sobrevivientes de la democracia”. Aunque la democracia llegó demasiado tarde a nuestras vidas, daremos nuestra vida para defenderla.