Se suele decir que si nos remontamos al siglo XVII no hay poetas mujeres o que si las hay fueron invisibilizadas. Parte de esto es cierto con Katherine Philips, que por algunos es considerada como la primera poeta inglesa, recordemos que varios ponen a John Donne (1572-1631), el del poema “nunca preguntes por quién doblan las campanas, porque están doblando por ti”, como el primer poeta inglés. Bueno, Philips fue la primera que se atrevió, pero no estuvo sola, la acompañó Aphra Behn (1640-1689), que se convirtió en una popular dramaturga.
Desde hace unos años el traductor español Juan de Dios Torralbo lleva estudiando a ambas escritoras. De Philips se publicó a fines del año pasado Obra poética, que Torralbo tradujo junto a Ángeles García para Editorial Cátedra, el libro, de casi 600 páginas, llegó a la Argentina y se encuentra en algunas librerías desde principios de este año. Esto fue todo un acontecimiento para la lengua castellana, porque fue la primera vez en 350 años que se tradujo toda la obra poética de Katherine Philips, sin embargo este acontecimiento ha pasado casi inadvertido. Puede que haya sido la pandemia, la crisis económica, las elecciones, sea lo que haya sido lo cierto es que esta nota se inscribe como un pequeño acto de justicia.
¿Pero quién fue esta poeta o cómo llegó a ser conocida? Philips publicó una traducción en vida (La muerte de Pompeyo, de Pierre Corneille) y un libro de poesía (Poemas por la Incomparable Sra. Katherine Philips) que ella misma retiró de circulación, por lo que responder a esta interrogante se vuelve algo más complejo.
Uno de los primeros testimonios que hablan de su talento viene de John Aubrey (1626-1697) en su famoso libro Vidas breves, en él aborda a los personajes importantes de su siglo, porque Aubrey escribió estos ensayos biográficos porque pensaba que si no los escribía, iban a pasar al olvido. Por eso escribe de William Shakespeare, que no era el famoso ni canónico Shakespeare de nuestro tiempo, de Thomas Hobbes, de John Milton, de Edmund Spenser, de Eleonor Radcliffe y de, por supuesto, Katherine Philips.

Como Aubrey no conoció personalmente a estos personajes, se basó en dichos de conocidos y parientes, por lo que es impreciso en varias ocasiones, pero lo importante es cómo la consigna a Katherine Philips en pleno siglo XVII: “En la escuela amaba la poesía y escribió versos. Ese talento lo heredó de su abuela Oxenbridge”, “Mi prima Montagu me cuenta que tenía una cara roja y llena de espinillas; que copiaba versos en las tabernas y lemas en los vitrales en su cuaderno”, “Casada con James Philips del priorato de Cardigan, cerca de 1647 (es decir el año después de que el ejército estuvo en Putney) y de quien tuvo un hijo que murió (se menciona en su libro), y una hija que se casó con el señor Wgari”, “Se fue a Irlanda (después de su matrimonio) con Lady Dungannon (a quien ella llama Lucasia) y en Dublín escribe Pompey”.
Del ensayo de Aubrey podemos decir que desde temprano sintió afición por la poesía, que se casó con un parlamentario religioso y de buena posición, y que si bien no se puede asegurar del todo, pudo haber tenido una o dos amantes extraconyugales, aunque después los estudios culturales han señalado que estas relaciones se quedaron en el plano intelectual, platónico. Es decir que tomaba la poesía de Safo como modelo escritural.
Más de un siglo después de Aubrey, en una carta a una amigo fechada en julio de 1817, el poeta John Keats se quejaba de la calidad de muchas de las poetas mujeres de su época, sin embargo alaba La impar Orinda, de Katherine Philips. Orinda era como llamaban a esta poeta, y en la carta Keats señala: “Debes haber oído hablar de ella y seguramente leído su poesía; pero me agradaría que no, para tener el placer de sorprenderte con algunas estancias. Lo hago a la ventura. No lamentarás leerlas otra vez”.
“Por mi propio espíritu adivinaré si eres dichosa, y sólo gustaré de mi felicidad porque sé que te agrada. Nuestros corazones nos dirán en todo momento si alguna de nosotras está enferma o sana.”
Y enseguida lanza el poema: “Después de examinar todo lo que me favorece, he encontrado que nada lamento dejar tras de mí salvo tú, solamente tú. Separarme de ti me traería la muerte, si es que tú y yo pudiéramos separarnos”. Y luego versos más abajo continúa: “Por mi propio espíritu adivinaré si eres dichosa, y sólo gustaré de mi felicidad porque sé que te agrada. Nuestros corazones nos dirán en todo momento si alguna de nosotras está enferma o sana. //Sí, debo pretender alcanzar todos los honores, todo lo que es bueno o grande; aquella que sea la amiga de Rosannia, ha de serlo completamente; y si tengo algún valor para ello, es porque de ti lo recibo”. Para concluir al final con lo siguiente: “Sobre nuestra tumba se posará un rocío de tan rara cualidad que los ejércitos en lucha vendrán hasta reconciliarse. No pediremos ningún epitafio; sólo diremos: Orinda y Rosannia”. La Rosannia era nada menos que Mary Aubrey. Sin embargo, después del matrimonio de Mary, la principal destinataria de sus poemas fue Anne Owen, Lady Dungannon.
Hay que consignar que esta traducción pertenece a Julio Cortázar y se encuentra en el libro Vida y cartas de John Keats, de Lord Houghton, que se publicó en Argentina en marzo de 1955. Cortázar, como se sabe, además de traducir a Keats, lo admiraba y, producto de esto, escribió un ensayo sobre él. Y gracias a esta admiración por Keats, se recuperó para nuestra lengua uno de los pocos poemas de Katherine Philips.
Pero tuvo que transcurrir el primer año de la pandemia para que viera la luz Obra poética. Hace unos meses en la cátedra de literatura inglesa de la Universidad de Buenos Aires, Juan de Dios Torralbo dio una charla vía zoom sobre Katherine Philips, en esa ocasión explicó que en sus poemas, además de estar dirigidos a sus musas, homenajea a otros escritores, como William Cartwright, Abraham Cowley y el renombrado Henry Vaughan: “Evidentemente ella estaba buscando posicionamiento en el campo literario, lo que podemos entender como fama literaria”. De hecho, Vaughan fue quien primero la valoró.
Para entender la magnitud y la importancia de este posicionamiento en el campo literario, hay que remontarse a la Revolución Puritana, que se inició con la decapitación del rey Carlos I. En ese entonces Katherine Philips tenía diecisiete años y recién se había casado con James Philips; más allá de su juventud, desde esa época estaba en contra de la revolución y a favor de la monarquía, cosa que según Torralbo se reflejaba en sus textos: “¿Ustedes imaginan a una escritora que escribe, aunque fuera en manuscritos, poemas despreciando al republicano y aclamando al monárquico?“. De hecho uno de sus primeros poemas lleva por título ‘Sobre el doble asesinato del rey Carlos I’, lo que era una demostración de “gallardía”, aunque claro “aún no estaba abogando por la publicación impresa, pero lo escribió y el poema era conocido”.
En una monografía, John Butler agregó que la postura política en relación a la Revolución Puritana fue tan firme que “celebró debidamente la Restauración en 1660, pero no pudo evitar verse atrapada en los problemas de su marido. Como regicida, James Philips tuvo la suerte de evitar el enjuiciamiento, pero perdió su puesto como diputado”. Sin embargo, esto fue sólo por un tiempo, porque sir Charles Cotterell intercedió por su marido y le salvó la reputación. Lo que motivaba a Cotterell era que pretendía casarse con Anne Owen (Lucasia), cosa que finalmente no sucedió: “Katherine y Cotterell siguieron siendo amigos, y fue él quien preparó sus poemas para su publicación después de su muerte prematura de viruela en 1664, justo después de que ella regresara a Inglaterra de una visita a Anne en Irlanda”.
Cuando se analiza esta época de la historia de la literatura inglesa, generalmente se coloca a Katherine Philips junto a Aphra Behn; ambas fueron escritoras conocidas que desarrollaron una obra, pero hay diferencias que las marcan. Primero Philips no tenía la necesidad de publicar, porque tenía un buen pasar; Behn, en cambio, necesitaba vivir de la literatura, y fue, como dijo Torralbo, la “primera escritora inglesa profesional”. La obra de Philips, por su lado, fue catalogada como elegante, refinada y preparada para el elogio, mientras que la de Behn era sinónimo de grosería e inmoralidad. En cuanto a la educación, Behn era autodidacta y Philips había recibido desde muy niña la mejor educación. Quizá por estar precisamente en las antípodas resulta inevitable nombrarlas juntas a la hora de hablar de literatura inglesa del siglo XVII.
Behn además fue reivindicada por Virginia Woolf en Un cuarto propio precisamente por haber sido la primera escritora profesional: “Aphra Behn demostró que era posible ganar dinero escribiendo, aun teniendo que sacrificar quizás algunas cualidades agradables; y así, poco a poco, escribir dejó de ser señal de locura y trastorno mental y adquirió importancia práctica”. Woolf recuerda en este punto que una poeta anterior a Philips y Behn, Margaret Cavendish, fue tratada de loca por publicar sus libros sin recurrir al seudónimo. De esta poeta acaba de editarse en Chile Poemas atómicos (Descontexto), traducido por Lucas Margarit, y que pronto podrá encontrarse en las librerías argentinas. Este libro de Cavendish y Obra poética, de Katherine Philips son libros imprescindibles para mirar con los ojos actuales lo que sucedía hace 350 años cuando una mujer quería dedicarse a la escritura.