Los lunes para Graciela “Grace” González Jara siempre son caóticos. Este 3 de junio no fue la excepción. Se despertó después de las siete de la mañana y durante el primer mate ya estaba discutiendo con un representante del Gobierno de la Ciudad porque desde hace semanas necesitan un aumento en las raciones para el merendero en el que trabaja, sobre la calle Corvalán en Villa 20. Las familias aumentan día a día y las tazas de leche no dan a basto. El pedido parece sencillo: 4 sachet de yogurt, 4 paquetes de galletitas y/o cereales para repartir entre quiénes se acercan de lunes a sábado. Sirven 165 raciones, diarias necesitan sumar 15. Sin embargo, aún no consiguen la aprobación oficial. “Pedimos más raciones porque nos dimos cuenta que muchxs pibes vienen a los talleres sin desayunar, entonces queremos aprovechar el encuentro para comer unas galletitas, charlar, tomar un mate cocido y poder hacer alguna actividad con la panza llena”, dice Grace ante una pregunta que parece obvia pero no se cansa de contarlo.
La necesidad persiste y desde el local de Proyecto Comunidad intentan contener la demanda “con lo que hay”, pero lo que hay cada vez es menos. “Lo que hay es 200 centímetros cúbicos de leche, 4 galletitas para cada niñx y pará de contar”, cuenta Marga, vecina de la Villa 20 e integrante de Proyecto Comunidad, mientras calienta en dos ollas grandes la leche en polvo. En el local también funciona Atalaya Sur, una iniciativa comunitaria para garantizar internet en la Villa 20, que hoy brinda WiFi a 1200 hogares. Además, hacen talleres de formación tecnológica para niñes y adolescentes, alfabetización, apoyo escolar, y cada quince días para adultos, la mayoría madres de esos niñxs que quieren aprender a usar la compu, el celular o hacer algún trámite.
La mañana del 3 de junio es especial para Grace y sus compañeras del barrio, hay varias actividades, algunas quieren ir a la marcha en Congreso, pero tienen que atender el merendero entre otras tareas de cuidado como alimentar a sus hijos, ir a buscar a la escuela a sus nietos, ocuparse de la cena y organizar la semana.
Grace y sus compañeras se encuentran a las nueve en la Casa de la Cultura Hilda Galarza, para la entrega de certificados de un grupo de promotoras de género en Villa 20. El sol ameniza el frío, que parece invernal, e ilumina toda la extensión de la calle Chilavert. Un gazebo con banderines de color verde y violeta corta el tránsito, dos integrantes de la casa cultural anuncian en una radio abierta que hay juegos para infancias y para adultos, un sector sobre la vereda en el que se hace serigrafía y en breve van a decir unas palabras las amigas de Mariel Jimenez, una joven de 31 años, vecina del barrio, víctima de femicidio. Después de las voces, suena en un altoparlante: “A cada minuto /, de cada semana /, nos roban amigas, / nos matan hermanas./ Destrozan sus cuerpos /, los desaparecen/, no olviden sus nombres por favor,/ señor presidente”, canción de Rocío Quiróz que se hizo viral en 2021.
Situaciones urgentes
“El hambre es violencia y lo que se está viviendo acá en el barrio es terrible”, dice Cyntia Caballero, vecina de la 20 y referente de la casa cultural Hilda Galarza. El espacio forma parte del Frente Papa Francisco, conformado por más de 90 comedores y merenderos populares que reclaman el reconocimiento y una asistencia alimentaria para poder paliar el hambre de miles de habitantes de los barrios populares de la Ciudad. Hoy sacaron a la calle lo que hacen en los talleres de género: juegos antipatriarcales y la carrera de los privilegios. “En esa nos quedamos todos los vecinos al fondo”, dice jocosa. Las promotoras de género son un grupo de seis mujeres vecinas del barrio que recibieron un certificado después de hacer un curso y que acompañan a víctimas de violencia; desde sentarse a tomar un mate a acompañarlas en los trámites judiciales, el objetivo es “tender un puente entre el Estado y la persona que está pasando una situación de violencia”.
“¿Qué pasa con los lugares como Villa 20 que estamos lejos de Congreso? Yo siempre fui a Ni una Menos, pero hoy a muchas nos cuesta llegar hasta allá porque son casi mil pesos de SUBE”, se pregunta Cythia Caballero
En la casa cultural Hilda Galarza, también hacen talleres de arte, tienen una juegoteca, clases de apoyo escolar, cerámica, capoeira, murga y los martes funciona el taller de formación en géneros. Asimismo es un punto de entrega de bolsones de comida. Comenzaron hace cinco meses brindando alimento a 20 familias, hoy ya son 100 las que se acercan a buscar el bolsón cada semana. “El gobierno de Milei no reparte absolutamente nada, entonces estamos en la lucha, conseguimos ayuda de provincia de Buenos Aires y desde el gobierno de Ciudad nos ofrecieron sacar la tarjeta ciudadana, es muy poco pero todo suma, hoy nadie llega a fin de mes y nos tenemos que ayudar entre todos”, dice Cyntia sobre una de las situaciones más urgentes en el barrio: el hambre.
Mientras tanto, un grupo de pibas llevan un cartel con la foto de Mariel Jimenez y la pegan en las rejas de una escuela junto a las fotos de otras víctimas de femicidio. Hace una semana el barrio está atravesado por la noticia del femicidio de Mariel, presuntamente asesinada por su ex pareja Cristian García. Ayelén, una de las jóvenes está ahora hablando con Grace, le pide si puede ir hoy al corte que están organizando en Pola y Av. Cruz. “Acá los vecinos nos cuidamos entre todos, muchas hoy no pueden ir a marchar, entonces vamos a hacer una actividad cerca de la casa de Mariel”, dice Ayelén. Grace acepta la invitación. “No voy a ir al Congreso, me quedo en el barrio”, escribe en los grupos de whatsapp y agita a otras vecinas para que otras se sumen al corte por Mariel.
“El gobierno nacional no solo acopia los alimentos que deberían llegar a los comedores sino que persigue a vecinas y trabajadoras del barrio”, dice Grace
En ese sentido Cyntia se pregunta: “¿Qué pasa con los lugares como Villa 20 que estamos lejos de Congreso? Yo siempre fui a Ni una Menos, pero hoy a muchas nos cuesta llegar hasta allá porque son casi mil pesos de SUBE”. Para ella es momento de que los feminismos villeros hagan lo que les resulte mejor en cada territorio. “Las violencias se ejercen sobre nosotras. Nuestro feminismo como villeras no tiene nada que ver con el feminismo blanco. Nosotras nos criamos en otro contexto, vivimos otras violencias, otras realidades y la lucha por el hambre y por las violencias es lo que hoy nos urge. ¿Cómo haces para ir hasta el Congreso si estás pendiente de alimentar a tus hijos?”, dice con rabia.
Grace, que escucha las palabras de Cyntia, agrega que en el barrio se están construyendo muchos espacios de contención: “Hay redes ya creadas que son las que estamos trazando las propias villeras, para seguir en esta pelea de desigualdades y es importante seguir reforzándolas”.
Los rastros de la urbanización
Desde la casa cultural hasta el local de Proyecto Comunidad hay diez cuadras que atraviesan el barrio Papa Francisco, un sector de la reurbanización de la Villa 20 que fue inaugurado hace poco más de un año y el sector conocido como “el macizo”, colindante con las vías del tren y la Escuela de Cadetes de la Policía Federal. En el transcurso de esas cuadras Grace se cruza con vecinas que la saludan y le piden cosas: colchones, horarios del merendero, una reunión, algún hueco en la agenda para tomar un mate. También se cruza con uno de sus hijos y coordinan el almuerzo en el hogar, una prepizza que le encargan a Marga. La zona Papa Francisco tiene calles de asfalto, una plaza, una escuela, el Centro de Salud y Acción Comunitaria (Cesac), todo es blanco y parece reluciente en contraste con las casas de material apiladas, que están cruzando la cuadra. Grace asegura que es “pura fachada”. El alumbrado y las luminarias de cada esquina, dejaron de funcionar a los días de inaugurado el barrio. El reclamo tiene meses, sin embargo los siguen pateando mientras se acostumbran a habitar la oscuridad de la noche, que entre el cemento es intimidante.
La calle Araujo a la altura del Local de Proyecto Comunidad, es de tierra y material, todavía persisten algunos charcos producto de la lluvia del fin de semana anterior. Un cartel desgastado con el abrazo de Perón y Evita se extiende sobre la puerta, siempre abierta, que da lugar a talleres de robótica, fibra óptica y copas de leche. A las 15 empiezan a llegar vecinas en busca de la merienda. Marga llega 20 minutos antes, calienta agua, enciende las dos hornallas de una cocina muy pequeña, llena dos ollas grandes con agua y a cada una le agrega un paquete de leche en polvo. Revuelve en simultáneo con dos cucharones, cada tanto frena y recibe un mate. Un vecino pasa por el local, parece que viene por un tema urgente. Grace lo recibe y están una hora y media conversando en la oficina “así pasan los días, no es solo servir una copa de leche, solucionar temas técnicos, es un espacio de contención, como tantos otros comedores y merenderos del barrio”, dice Marga mientras llena una jarra de leche y reparte un paquete de cereales a una señora mayor.
Marga llegó a Villa 20 hace 38 años, era una adolescente cuando viajó desde Asunción, Paraguay, con su mamá en busca de su padre desaparecido durante la dictadura cívico militar en Argentina. Hoy vive con su mamá, sus dos hijos y sus tres nietos. Además de cocinar para vender y para su familia, ayuda a las personas migrantes que llegan al barrio a hacer trámites relacionados con la documentación o las cuestiones de salud. Por las tardes colabora en el merendero de Proyecto Comunidad. En el transcurso de dos horas, todas las que se acercaron al local a buscar un vaso de leche, fueron mujeres. Madres o abuelas. Una estadística que no sorprende teniendo en cuenta que el trabajo doméstico no remunerado recae mayormente sobre feminidades. Según datos del último informe de la Dirección Nacional de Economía, Igualdad y Género de cada 10 mujeres realizan estas tareas y le significan en promedio 6,4 horas diarias. Mientras tanto, el gobierno de Javier Milei niega la violencia de género, la brecha salarial y la desigualdad en el trabajo, un discurso de odio que se traduce en ajuste e invisibiliza una realidad cotidiana.
Marga se va media hora antes, a buscar a uno de sus nietos a la escuela. Grace queda a cargo, a las 16.40 se acerca la última vecina, se lleva la merienda y se va corriendo porque quiere llegar a la marcha en calle Pola y Av. Cruz, para pedir justicia por Mariel Jimenez. Grace se abriga, tiene la mirada cansada, cierra el local con movimientos automáticos, se asegura de dejar todo ordenado y sale para la manifestación. A los 20 metros se pregunta: “¿Cerré con llave?”. Otras diez cuadras, esta vez a paso rápido y en línea recta hasta Av. Cruz. Lo poco que queda de sol ya no calienta y la humedad se siente fuerte en los pasillos de la 20.
Al pasar por la puerta de un comedor de Barrios de Pie, Grace frena, lo señala y dice que no con la cabeza, recordando algo que le da bronca. “Es uno de los comedores allanados hace tres semanas, el gobierno nacional no solo acopia los alimentos que deberían llegar a los comedores sino que persigue a vecinas y trabajadoras del barrio, dice ”. Más tarde, Macarena Barrera, integrante de Barrios de Pie y trabajadora del comedor Castorcitos dirá al respecto: “Cuando cayeron a allanar la casa de una de nuestras compañeras eran las cinco de la madrugada y estaba amasando pan para el comedor”. Una escena que refleja la persecución política directa a mujeres cocineras, trabajadoras, que sostienen una red de cuidado en muchos barrios, en lugar de poner el foco en resolver el hambre y la pobreza.
Grace se sienta sobre unos escalones de la estación Cruz del premetro. En la esquina de Avenida Cruz ya hay siete policías de la Ciudad de Buenos Aires, además de dos patrulleros que, al parecer, se enteraron de la convocatoria por el femicidio de Mariel. “Organizarnos con nuestrxs vecinxs es lo que nos está salvando, la solidaridad de quienes vivimos en el barrio”, reflexiona Grace. Un grupo de vecinas y un puñado de organizaciones se acercan al punto de encuentro con con cartulinas violetas, afiches y fotos y marcadores. Aplauden y gritan: “Justicia por Mariel”, “Ni una menos, vivas nos queremos”. Las voces retumban en la avenida, entre colectivos en hora pico, en un canto que también es el eco de la marcha en el Congreso y en otros territorios, donde miles de personas marchan contra el odio, el hambre y la crueldad.