No, es una palabra corta; un chasquido, tal vez.
No, es un discurso negativo; una queja.
No, es lo que decís cuando no querés continuar, cuando no estás de acuerdo con algo.
No, como una dirección; dirigida hacia una persona o hecha contra un sistema o dada en una situación.
No, lo que anunciás que hacés o no hacés con tu cuerpo; como un gesto, como una retirada.
No, como la historia de cómo alguien rechaza lo que antes había soportado.
No, como una acción política; como un modo de producción de un común que dice suficiente, es demasiado; creando deseo desde la costumbre.
No, como un costo; lo que estás dispuest* a decir o a hacer a pesar de las consecuencias, sean cuales sean esas consecuencias.
No, como un logro: lo que decimos para nosotr*s mism*s, lo que recogemos l*s un*s de l*s otr*s.
No, como lo que está detrás de vos cuando empezás de nuevo; cuando intentas algo, cuando vas por otro camino.
Empecé con una serie de 10: 10 NOs
NoNoNoNoNoNoNoNoNoNo
Juntos, estos NO se convierten en una lucha y un grito.
Habrá más NO. La política es la acumulación de NOs.
Podemos volver al comienzo, a la brevedad de la palabra NO, una palabra pequeña con un gran trabajo por hacer, una palabra que utilizamos para hacer lo que corresponder y así crear un mundo en el que podamos ser.
Tenemos muchos NO detrás de nosotr*s: tenemos derechos debido a cuánt*s dijeron que no; NO a cómo eran juzgad*s, no humanos, menos que humanos, NO a cómo fueron excluid*s o a veces incluid*s, NO a cómo se construyó un mundo para permitir la seguridad, la felicidad y la movilidad pero solo de unos pocos.
La experiencia de ser subordinad*, considerad* inferior o de rango inferior, podría entenderse como una privación del NO. Ser privad* de NO debe ser determinado por la voluntad de otro. Decidirse es formar parte de un todo: la metáfora clásica de l*s sirvient*s (así como también de l*s obrer*s) son las manos; te conviertes en las manos de aquel a quien sirves; debes ser útil. Debes hacer lo que se te pide que hagas; cuando la obediencia es una parte necesaria para cumplir una función, el NO, no es una opción, aunque de alguna manera tampoco es SI, porque lo que sucede no requiere su consentimiento; quizás seas un SI ya sea que hayas o no hayas dicho SI, sí señor, sí señor; lo que significa que SI, cuando es dicho de esa manera, no es deseado.
Cuando estás obligado a aceptar, hacerlo no es la ausencia de fuerza. Michel Foucault en una frase frecuentemente citada escribió “si no hubiera resistencia, no habría relaciones de poder”. Una frase menos citada pero igualmente importante sigue: “Porque sería solo una cuestión de obediencia” (1997: 167). Judith Butler en una entrevista describió cómo “cuando alguien dice ‘no’ al poder, están diciendo ‘no’ a una forma particular de ser formad* por el poder. Están diciendo: no voy a ser sometid* de esta manera o por estos medios a través de los cuales el estado establece su legitimidad. La posición crítica implica un cierto “no”, un decir “no” como un “yo”, y esto, entonces, es un paso en la formación de este “yo” (2009, np). Decir NO se convierte en un hecho formativo; un sujeto proviene de (en lugar de causar) una voluntad de desobedecer. La desobediencia es cuando dices que NO sin que se te otorgue el derecho de decir no.
El escándalo: se llega a ser por negarse a no ser o no serlo.
Doble negativo: no al no.
Si dices que NO sin ser un* sujet* con derechos para determinar tu existencia, es posible que tu NO sea inaudible; un balbuceo. Cuando su NO se vuelve audible, será un signo de impertinencia, una palabra que ahora implica una “audacia grosera” pero que deriva del latín refiriendo a un estado de “desconexión” o directamente a algo “no relacionado”. Cuando se pronuncia un NO, se convierte en una señal de no estar dispuesto a formar parte; no dispuesto a subordinar tu voluntad; un NO como un desvio; NO como un devenir desviado. No, es una insubordinación no solo por el contenido del discurso (no se trata de aquello a lo que le dices no), sino porque decir NO es incorrecto cuando no tienes derecho a hacerlo. Una lucha contra el poder es una lucha por el derecho al NO, un derecho a NO estar de acuerdo con lo que se te pide que hagas o que seas.
En una democracia, un NO parece garantizado tanto como una libertad o como un derecho; la libertad de expresión como la libertad para decir no, la libertad de reunión como la libertad para reunirse en torno al no. Pero un NO puede desestimarse como impertinente en tanto groseria audaz o audacia grosera y puede ser juzgado como un acto de vandalismo político. Tantos rechazos son descartados en estos términos; puedes ser libre de decir que no, pero tu no se escucha como destructivo; ser escuchado tiene consecuencias (convertirse en un* aguafiestas es una consecuencia). Usualmente se piensa la decolonización de los programas de estudios como un deseo de destrucción de nuestros universales, como un modo de decir que no a la cultura, a la vida, a la felicidad (no podemos enseñar Kant, alguien se lamenta). Y luego el NO se juzga no solo como un modo de frenar a otr*s de hacer algo, sino tambien como un modo de frenarte a vos mism*s de convertirte en algo.
Puede ser que no te impidan decir que no, pero pueden hacer que sea muy costoso para vos poder decirlo. Poder decir que no.
El NO puede ser escuchado como una incitación a la violencia. La policía que cae sobre l*s manifestantes con mano dura, con armas, lo hace, como suele decirse, solo en caso de que exista violencia. Sin embargo, con mucha frecuencia cae sobre l*s manifestantes “violent*s”, habiendo creado previamente la violencia que se usa de forma retrospectiva como una justificación. Este argumento de “en caso de” ejercita ciertas historias, aunque se vuelve real con suma velocidad en el presente. Cuando una multitud es una mezcla de marrón y negro, es tratada “en caso de violencia” muy répidamente, como si las personas morenas y negras por el mero acto de reunirse fueran un caso de violencia.
Que el NO se escuche como una provocación, depende directamente de quien sea que este diciendo NO.
El NO puede ser expresado pero puede ser inaudible o incluso puede no ser expresable porque no puede ser audible. Quizás puedas decir que NO porque ellos no escuchan lo que dices; un NO, que dice NO. El NO puede ser no-performativo: lo que puedas decir, cuando estés diciendo algo, puede no provocar ningún efecto.
En Living a Feminist Life (2017) sugeri que acordar con algo puede ser una de las mejores formas de frenar que suceda. Mi ejemplo fue una política de diversidad que fue acordada luego de un largo proceso en el que estuvo detenida, pero que una vez reconsiderada, nunca se puso en práctica. Un SI, puede ser un camino hacia un NO, u otra forma de negación; un modo en el que las cosas pueden no pasar. Una organización puede decir que sí cuando no hay suficiente detrás de eso para aportar algo. Quizás el NO sea el gesto de libertad que se nos concede decir cuando no hay mucho más detrás de aquel NO para pensar. O quizás se nos da permiso para decir que no, o dirigirnos hacia algún lado con ese no, como un modo de ser contenidos; podes decir que no en un ejercicio de consulta o en una sesión de feedback sin que ese NO sea tomado en consideración o incluso para que efectivamente ese NO sea docilizado.
Entonces: cuando sacas el NO fuera de tu sistema, cuando lo expresas, el NO queda fuera del sistema.
Esto no significa que no tiene sentido decir que NO. Si tu NO es contenido, todavía podes soñar con que el contenedor empiece a gotear; que ese NO se derrame, llegando a todos lados. Si esperamos ese tipo de fuga, aun debemos sintonizar en cómo el NO puede participar en la reproducción de lo que es rechazado (la manera en que, por ejemplo, expresar declaraciones antirracistas puede participar en la creación de la apariencia de que el antirracismo es permitido, o incluso que el racismo no está permitido). Decimos NO al racismo, a pesar de lo mucho o poco que podamos implicarnos en la longevidad de lo que rechazamos; decimos que NO porque quien sabe eventualmente podamos atrapar algo a partir de aquella palabra, el NO como una trampa, como algo que puede causar más problemas a lo largo de nuestro camino.
Pero si, sabemos esto sobre el NO:
Necesitas más que un derecho a decir que NO, para que el NO sea efectivo.
Para el feminismo: El No es un trabajo político.
No significa no.
Un No se vuelve franco para marcar un punto. Puede parecer que “No significa no” es un acto de habla innecesario; la verdad como virtud; algo como verdad en virtud del significado de la palabra. Aprendemos que el significado del NO puede ser borrado por la historia; el NO puede ser torcido e incluso manipulado como su opuesto; el NO como un SI. Tenemos que decir que el NO significa NO porque el NO ha sido escuchado como un NO, porque incluso cuando las mujeres han dicho NO, han sido escuchadas como si dijeran sí.
Hay una historia patriarcal: cómo se les da permiso a los hombres para escuchar en el NO un SI, para asumir que las mujeres están dispuestas, digan lo que sea que digan las mujeres, a pesar de lo que dicen, una historia que es central para la injusticia de la ley, que históricamente ha desacreditado el consenso de las mujeres sobre su propio cuerpo o conducta, como si vistiéndose de esta manera o haciendo aquello de aquel modo, estuvieran actuando un SI, incluso cuando ellas explícitamente están diciendo que NO.
Necesitamos escuchar la violencia que convierte un NO en SI.
También es posible que necesitemos escuchar los casos en los que el SI involucra la fuerza pero no es experimentado como un forzamiento, como por ejemplo cuando ellas dicen que sí a algo porque las consecuencias de decir que NO son demasiado altas (pérdida de acceso a los niños, a recursos o beneficios, a un lugar de residencia).
Puede ser que no digas que NO porque has sido advertid* de las consecuencias de decir que NO. Una advertencia que muchas veces toma forma de amenaza: si decís que no, entonces. Si no podeé hacerlo entonces, no podés decir que no.
Si tu posición es precaria, puede ser que no puedas permitirte el NO. Puede ser que digas que SI, porque no podes costear el decir que NO, lo que significa que podes decir que SI aún estado en desacuerdo con algo. Esta es la razón por la que las personas menos precarias tienen la obligación política de decir que no, de parte de aquellas personas que son más precarias y no pueden hacerlo.
Mi proyecto sobre la queja me esta enseñando mucho más sobre cómo opera el NO como una forma de expresión política. Estoy aprendiendo cómo sostener una queja puede ser el momento en el que se articula un NO; y cómo una queja puede emanar de una serie de NOs, que no necesariamente están articulados o puestos en palabras.
La cultura de la departamentación se configura en torno a la misoginia. Las bromas sexistas son usadas como un forma de construcción de lazo social, los comportamientos sexistas se han convertido en una rutina.
Entrás en una habitación, y se llena completamente de sexismo.
Se supone que debés reírte. No te reís. Solo por no reírte de una broma te escuchan decir que NO, como si hicieras una declaración. No tenés que decir nada. No reír se vuelve audible como discurso político porque este “no” se registra como una dirección diferente. Un NO se puede expresar en cómo no estás de acuerdo con algo; cómo no participas en algo. Cuando no te reís, te volves negativa, encarnas esa negatividad. Una vez que te conocen como una mujer que no se ríe de los chistes sexistas, que no se reirá nunca de los chistes sexistas, una vez que te conocen como feminista, la violencia se canaliza en tu dirección. Cuando se difunde por toda la sala todavía se siente dirigida (chistes sexistas y racistas: el punto es la dirección), pero se agudiza al estrecharse.
La violencia se redirige hacia aquell*s que no participan en la violencia, o aquellos que intentan desafiar la violencia. Cada vez que dices que NO, debes estar preparad* para un aumento en la intensidad de la violencia. Y luego: si presentas una queja formal sobre sexismo o acoso sexual, si transformas el NO en testimonio, esa violencia se amplifica aún más. Una queja se considera perjudicial para la reputación de las personas y las organizaciones. Cuando te conviertes en la causa del daño, te causan daño.
Decir NO a algo puede llevar a la intensificación de algo.
Tienes que seguir diciendo que NO cuando hay un esfuerzo para evitar que digas que NO.
Es por eso que necesitamos armar un sistema de apoyo feminista que nos permita continuar; decir que NO requiere tener lugares a donde ir. Y esto es a lo que nos referimos cuando pedimos espacios seguros: espacios en los que la violencia que intentamos corregir no se dirige directamente hacia nosotr*s. Es porque no es seguro para muchos decir que NO, que necesitamos espacios seguros.
Si cada vez que decís que no, te encontrás con más y más presión para no decir que NO, entonces cuanto más decís que NO, más tenés que decir que NO. Tenés que decir NO a lo que sigue diciendo que NO. Otra forma de decir esto: cuanto más te quejás, tenés más cosas por las cuales quejarte. Y esta es la razón por la que cuando decimos que NO nos dirigimos a un sistema. Un sistema se reproduce por la forma en que se detiene a los que dicen NO a un sistema. Aquellos que se quejan de un sistema, aquellos que intervienen diciendo que NO en algún momento, y diciendo que NO, a veces pueden ser una cuestión de no decir que sí, de no estar de acuerdo con algo, enfrentar toda la fuerza de ese sistema. Un sistema: puede ser lo que venga sobre ti; una tonelada de ladrillos.
Y así: el NO requiere un trabajo político; tenes que encontrar una manera de seguir adelante; tenes que encontrar formas de trabajar con otr*s para no seguir adelante. A veces he usado la voluntad para describir ese trabajo político. El esfuerzo por adquirir la voluntad de desobedecer es el esfuerzo no solo de decir NO, sino de decirlo públicamente, de decirlo en voz alta o de realizarlo a través de la propia acción corporal o inacción.
Con el NO, saltamos.
Damos un salto.
Ahora mismo; necesitamos a much*s diciendo NO, NO a la austeridad, NO al desmantelamiento del estado de bienestar, NO a la destrucción de los servicios públicos; NO al mundo que hace desechables algunas personas, que convierte la pobreza en crimen; la muerte en la política.
Estos NO pueden comenzar como no a una injusticia, a una violencia que permite que se revele un sistema, violencia política, como la violencia del incendio de la Torre Grenfell, una violencia que mostró la condición racial del capitalismo como lo que es: un sistema que hace que las personas pobres, muchas de las cuales también son morenas y negras, sean más vulnerables a la muerte. Podríamos recordar aquí la poderosa descripción de Ruth Wilson Gilmore del racismo como “la producción y explotación, sancionada por el estado o extralegal, de la vulnerabilidad diferenciada por grupo a la muerte prematura” (2007, 28). Capitalismo racial: cuánt*s son condenados a muerte. Para llorar las muertes de aquell*s que perdieron la vida en Grenfell Tower, cuyas vidas fueron tomadas, las muertes que aún no se han contado; una falla en el conteo que parece mostrar quién cuenta más, quién cuenta menos, es comprometerse con el NO. Decimos NO a esta sentencia, pedimos un conteo.
Frente a la brutalidad, el horror de este desastre político, frente a la tristeza de tantas vidas tomadas, tantos comunes devastados, me ha resultado difícil encontrar palabras. Y he sido agradecida por aquell*s que han sido capaces de levantarse y articular un NO en medio de la ruptura. Pienso en las palabras enviadas por el diputado laborista David Lammy, Aditya Chakrabortty, Youssef El-Gingihy, Divya Ghelani entre much*s otr*s. Amplificación: necesitamos convertirnos en los micrófonos de los demás, elevar los sonidos del NO, una cadena de resistencia.
Necesitamos escuchar a los sobrevivientes.
El NO precedió este desastre. No fue un accidente que las quejas del Grupo de Acción de Grenfell sobre los riesgos de incendio en su edificio (entre otras formas de negligencia que afectan la vida y el bienestar de los residentes de Lancaster West Estate) no se escucharan. Es importante recordar cómo su NO se hizo inaudible; cómo fueron escuchados como creadores de problemas, como ruido; cómo fueron amenazados con la ley; cómo la queja no se escucha al ser oída como una difamación, sino que arruina la reputación de una compañía o persona. Estropear: estropear un paisaje, revestirlo como cubierta; sin contar como encubrimiento; estropear deportes, estropear, manchar; empañar una imagen. No escuchar una queja sobre un sistema, está integrado en el sistema; un sistema se reproduce a sí mismo por la forma en la que el NO, no se escucha más que como evidencia de no ser merecedor (de una audiencia, de una vivienda, de una seguridad). Incluso el mínimo de atención se vuelve demasiado pedir. Cuando se haya hecho desechable, su NO se eliminará.
Decimos que NO; NO a esta disposición de NO. Levantamos nuestras voces al decir que NO a esta violencia e injusticia. El NO puede convertirse en una forma de rechazo crítico, como podría sugerir Angela Davis; ese NO, implica compromiso, el NO requiere tiempo y trabajo mientras luchamos por comprender el sistema desde el cual una injusticia se abre como un agujero; el NO como parte de un proyecto de contraconocimiento, para contrarrestar con el conocimiento; el NO como una lucha para no reproducir las injusticias que existen.
Cuando vivimos con aquello a lo que le decimos NO, vivimos con el NO.
Escuchamos NO. Clamás NO como un discurso político.
Necesitamos NO ahora; necesitamos NO para ser muchos, para ser impulso.
*Versión original en https://feministkilljoys.com/