Los incendios que sabemos apagar

Maternidades, clase, raza, discriminación, homofobia, xenofobia, subrogación de vientres, adopción interracial, consumos problemáticos, diversidades, muerte ¿no son demasiados temas para una sola serie de ocho capítulos? No. La vida misma nos saluda cada día con esas problemáticas y muchas otras. Mujeres, lesbianas, travestis, trans estamos habituades a hacer malabares, sostener siete bandejas, apagar incendios por todas partes. Así se llama esta serie: “Pequeños incendios en todos lados” (HULU). Los conocemos, los encendemos y los aplacamos.

Después de romperla en Big Little Lies y The Morning Show -en su doble rol de protagonista y productora- Reese Whiterspoon vuelve con otra serie que tiene título de tres palabras. En Little Fires Everywhere es una ama de casa perfecta, obsesiva por el control, un poco desesperada por supuesto, con una familia perfecta, en una casa de muñecas, en una pequeña ciudad americana que parece de maqueta. Pero como sabemos, lo perfecto es enemigo de lo posible, entonces pronto aparecen las fisuras. 

Por una de esas rajas aparece Mia Warren (Kerry Washington), un espejo convexo, su némesis, antagonista perfecta de la rubia Elena Richardson (Reese). Mia es negra, maneja un auto viejo, es artista, es madre soltera y aparece un día en la ciudad de juguete. Esas ciudades a la que nos tiene tan acostumbradxs el cine norteamericano, con sus céspedes perfectos, sus podadoras pasando a la par y el centro como una caja de Playmobil.  Acomodándose al clásico de la estructura narrativa, el personaje extraño que irrumpe en el paisaje de una cotidianeidad, Mía llega a Shakers (así se llama el pueblo, lo busqué y existe) como parte de su trayectoria nómade en la que arrastra a su hija adolescente, Pearl.

Mia y Elena se conocen porque Elena le alquila a Mía una casa muy barata, casi a precio de ganga y además se fascina con esa mujer que es una especie de reverso de sí misma. La propia existencia de Mia es como una amenaza para Elena, pero también un imán. Se quiere hacer amiga. Y para eso, le pregunta si no quiere trabajar en su casa. En realidad, lo que le propone es que sea su mucama. Con las mejores intenciones, un lugar bastante transitado desde el clasismo condescendiente. “Las mujeres blancas siempre se quieren hacer amigas de sus empleadas”, le dice Mia a Elena. 

Mía, que vive en permanente mueca de desagrado, y primero le dice que ella no se dedica a eso, termina aceptando. Principalmente para estarle encima, porque Pear se hace amiga de lxs cuatro hijxs de Elena, dos chicas y dos pibes. Las dos familias se trenzan entre la hija lesbiana arty de Elena y la acogida que le dan los Richardson a Pearl. 

Son los ´90 y todo está a la vista pero no se nombra, o se nombra demasiado como la discriminación positiva que hace Elena con el novio negro de su hija mayor, o con la propia Pearl. Un poco Benetton sí, que la hija sea torta no tanto. Su *feminismo* se limita a tener una carrera truncada de periodista, un grupo de lectura con amigas donde analizan los Monólogos de la vagina -y se incomodan al decir “vagina”-, y decidir cuándo coge con su marido (Joshua Jackson), agendado para miércoles y sábados. Elena es una caricatura del feminismo neoliberal blanco y su hija mayor es una copia en miniatura de ella. No muy distinta a la madre y esposa obsesiva que hace en Big Little Lies

La trama se complejiza con la amiga rica de Elena y la amiga migrante china indocumentada de Pearl. Mía, que además de trabajar en la casa de los Richardson es de noche mesera en un restorán, trata de ayudar a su compañera de trabajo Bebe Chow a encontrar y recuperar a su hija. Aparece ahí el abanico de la sororidad, la hermandad de clase, el vínculo entre madres, y una subtrama acerca de la adopción interracial.

Little Fires abarca y aprieta, pero muchas veces pierde fuerza cuando los personajes y la historia se cristalizan y eso que aparece como esquemas opuestos rígidos, estáticos, obsoletos -buenxs/malxs, blancx/ negrx- se vuelve literal. La serie gana cuando se pone espesa, y la ayuda de Mía a su amiga Chow no es tan samaritana sino más bien vengativa y Mía no es sólo un espíritu libre sino también un poco manipuladora. O cuando los personajes se descubren a sí mismos en pequeñas agresiones, o apropiándose de prácticas, palabras, experiencias de otras identidades. 

“Ella es la mala, no yo!”, dice Elena en un momento sobre Mia. Justamente cuando esa convicción que la serie contradice desde el principio se pone en duda y navega en aguas inciertas la cosa se pone interesante. También cuando sutil hace paralelos para mostrar diferencias sociales: cuando Bebe Chow quiere comprar leche para su hijita y le faltan 70 centavos, en la farmacia la sacan rajando; cuando a la hija de Elena le faltan 70 centavos para el bondi el conductor le dice subi, no pasa nada. Las pequeñas llamas aquí y allá empiezan a arder. Y sabemos desde el principio que algo se va a prender fuego.