¿Qué pasó en Jacarézinho?

La operación policial del 6 de mayo fue la más letal de la historia de Río de Janeiro. Este tipo de acciones están prohibidas desde el año pasado, por la pandemia. Les activistas de derechos humanos de Río leen esta violencia desmedida como racial. También es una violencia disciplinante que pervive como trauma entre quienes habitan en Jacarezinho. Las vidas negras en Brasil todavía no importan.

Era un joven pobre, negro y sensible, que creció en un universo de mucha violencia. Vive en una favela de Río conocida por ser uno de los lugares más violentos de la ciudad. Su talento para la fotografía le permitió hacer una carrera. Por medio de su mirada a través de la cámara, analiza el día a día de la favela en la que vive, donde la violencia parece ser infinita. Esta es la sinopsis de la película Ciudad de Dios (2002), que popularizó la dura realidad de aquellos que viven en las favelas de Río de Janeiro, ya sea por medio de la simpatía de algunos de sus personajes, o por el miedo que imponen, como el siempre recordado Zé Pequeno. 

Al retratar ficcionalmente al narcotraficante José Eduardo Barreto Conceição, quien actuó en las décadas de 1970 y 1980 en la favela que da nombre a la película, el largometraje habla de un fenómeno muy común en las periferias de la Ciudad Maravillosa: la captación de menores para el negocio de las drogas.  Son niños que crecen en un ambiente hostil, sin perspectiva de otro futuro y que terminan viendo en la venta o la colaboración con los narcos su única oportunidad. Historias que representan algo más que normal en las favelas de Brasil.

Ayudar a salvar a estos niños de las garras de la criminalidad fue la excusa utilizada por aquellos que llevaron a cabo el operativo policial que terminó con la muerte de 28 personas, una de ellas, un policía, en la Favela de Jacarezinho el jueves 8.

¿Cómo fue?

Era un jueves como otro cualquiera en la favela de Jacarézinho, cuando el operativo Exceptis irrumpió en las estrechas calles de esta comunidad de la zona norte de Rio de Janeiro. Tomó por susto a los vecinos y sorprendió a muchos de ellos en el interior de sus hogares, sin aviso, sin permiso. Ni la cama donde solía dormir una nena de tan solo 9 años fue liberada de la violación deflagrada de las balas que atravesaron el cuerpo de una de las víctimas que murió allí, tirada en el suelo de su habitación. La pieza que debería abrigar sueños infantiles, ahora es el tótem del trauma generado no solo en la nena, sino en toda la población de Jacarézinho. 

“Nadie está en contra de que la policía ejerza su papel de perseguir narcotraficantes. Nadie está defendiendo a los criminales. Lo que no se puede es ignorar que la gran mayoría de los ciudadanos sufre los efectos de una actitud como esta”, dice el profesor de UFRJ, activista por los derechos humanos y uno de los fundadores del Centro de Articulación de Poblaciones Marginalizadas, desde su residencia en la favela de la Mangueira, Babalawô Ivanir dos Santos. 

Según datos del Monitor de Violencia, el año pasado al menos 5.660 personas perdieron la vida en Brasil en acciones policiales, un promedio de 15 muertes por día. Río de Janeiro, específicamente, tuvo 575 muertes lo que llevó a una pequeña baja del índice nacional. Una de las razones fue la suspensión de operaciones en comunidades durante la pandemia por decisión de la Corte Suprema. Solo se pueden autorizar casos excepcionales.

Llegamos entonces a un punto llamativo de lo que se convirtió en la mayor matanza en un operativo policial en Río: este tipo de acciones están prohibidas desde el año pasado y sólo podrían ser ejecutadas bajo una previa y excepcional autorización. Por su lado, la policía garantizó que se cumplieron todos los protocolos exigidos por decisión del Supremo Tribunal Federal. El Ministerio Público confirmó que había sido advertido.

“La decisión de STF no impide que la policía haga sus deberes. Coloca protocolos y la Policía Civil cumple con todos”, dijo el Jefe de Policía Rodrigo Oliveira.

Sin embargo, los detalles de la persecución a 21 sospechosos, de los cuales solo 3 fueron detenidos y otros 3 fallecieron en la balacera, todavía no están claros. “Si esto era una operación de inteligencia, que fue muy estudiada antes, ¿por qué salió mal? El objetivo, de hecho, ¿era matar 28 personas?”, indaga Ivanir dos Santos. 

Las vidas negras en Brasil todavía no importan

Si bien la actuación de la policía está bajo investigación de la justicia, la repercusión que la matanza tuvo a nivel internacional puso la luz sobre una cuestión estructural de Brasil: el racismo y el poco valor que se les da a las vidas de negros y habitantes de las periferias del país. 

Para Douglas Belchior, el activista de derechos humanos por el combate al racismo y creador del Uneafro, un centro preparatorio que ayuda a adolescentes afrobrasileños a ingresar a la Universidad, “del mismo modo que en la favela puede faltar el agua, las calles pueden no tener pavimento, este tipo de violencia pasa a ser socialmente aceptable”, dice. 

Negro Belchior, como es conocido, explica que “esta realidad ampliada solo se hace posible en Brasil porque este es un país de mayoría negra”. Según él, si en las favelas y en las periferias hubiese una mayoría de blancos “eso no pasaría, porque la sociedad estaría indignada. Porque, al fin y al cabo, la dignidad es un derecho de los seres humanos. Los blancos son (humanos) y los negros no lo son. Por eso fue un crimen racial. Todos los grandes crímenes en Brasil son raciales”, resume. 

Para el profesor de la UFRJ, el costado racial de la chacina de Jacarézinho es innegable. Para él, hay un trasfondo Lombrosiano en el que “el criminal nato” responde a características fenotípicas, y que la policía aplica justamente a estas poblaciones. “Uno en la favela o es un criminal o es un sospechoso. Por supuesto que esta población no es tratada como ciudadana. Por eso lo de la violación de los hogares de las personas”, concluyé Ivanir. 

Luego de que la matanza fuese la noticia principal de los medios nacionales y recibiera duras críticas de la ONU y hasta cuestionamientos por parte del gobierno de Estados Unidos, la Policía de Río intentó justificar la carnicería diciendo que 25 de los vecinos asesinados tenían algún antecedente de desrespeto a la ley en su historial. “Ahí  tenes la construcción de una narrativa de seguridad pública que miente para la sociedad, que crea justificativas absolutamente equivocadas para el accionar permanente de la policía”, comenta Douglas Belchior. 

Las cicatrices de la esclavitud

En la noche del viernes 7 una multitud tomó las calles de la comunidad de Jacarézinho, ignorando los riesgos que una aglomeración puede representar en tiempos de pandemia, para pedir justicia. 

En las pancartas se leían los clamores por respeto a la vida de aquellos que poco o nada tienen y en los semblantes se notaba el cansancio de una población que sufre con una invisibilización endémica. “Nosotros no podemos aceptar la operación de la manera en que fue hecha, como si eso no pudiese ocurrir con cualquier de nosotros negros que estamos viviendo en esas comunidades”, convoca Ivanir y dice que no tiene noticia de matanzas deste tipo en operativos hechos en los sectores más privilegiados de la población brasileña. Resuena lo mismo en la pregunta que evoca Belchior “¿vos logras imaginar un operativo semejante a este en Leblon? ¿En la zona sur de Río, en un condominio cerrado, en un barrio blando de clase media? ¡No! Solo se hace posible una incursión violenta como esta en un barrio de mayoría negra”, concluye. 

Los medios de Brasil dudaron en clasificar las muertes del operativo como ‘Chacina’ -matanza-,  sin embargo, aquellos que militan la igualdad de derechos no dudan en decir que “fue crimen premeditado, una ejecución extrajudicial, ejecución sumaria, chacina, masacre, crimen de estado”, enfatiza Negro Belchior. Para el activista, esta fue “una acción de la policía con autorización del gobernador, quien es responsable por ser el comandante en jefe de las armas del Estado”, dice. 

Belchior recuerda que el gobernador de Río, Cláudio Castro, estuvo reunido con el presidente Bolsonaro un día antes de los hechos de Jacarézinho y que, luego de lo ocurrido, el presidente “apoyó el discurso criminal de los comandantes de la policía, que justificaron su opinión diciendo que los muertos eran vagos”.  Bolsonaro se manifestó en Twitter el domingo posterior a la matanza. Escribió: “Al tratar como víctimas a traficantes que roban, matan y destruyen familias, la prensa y la izquierda los iguala al ciudadano común, honesto que respeta las leyes y al prójimo”. 

En el caso de Jacarézinho se actuó “a lo grande”, pero la policía de Río de Janeiro lo viene haciendo en dosis homeopáticas, sistemáticamente, remarca Belchior.  

La respuesta para el accionar de las fuerzas de seguridad en esta comunidad está en los libros de historia. “La sociedad brasileña es racista, es estructuralmente racista, socialmente racista, culturalmente racista. Nosotros tenemos que recordar que este país es fruto de una experiencia de esclavitud absurdamente violenta que duro casi 400 años, en un sistema mercantil en que seres humanos africanos eran tratados como objetos sin alma”, recuerda Belchior. 

El señala que la sociedad brasileña “no hizo un ajuste de cuentas con su historia, no promovió ningún tipo de reparación, no hizo el balance de lo que significó la esclavitud” y apunta al hecho de que sus consecuencias las podemos ver en episodios como las masacres del tiempo presente.