“Tómense el tiempo para mirarme” es la primera frase de Retrato de una mujer en llamas (Portrait de la jeune fille en feu), la cuarta película de Céline Sciamma que viene haciendo cine sobre la mirada y el deseo de las mujeres desde 2007.
Conocimos a la dupla Sciamma-Adèle Haenel en ese precioso y húmedo coming of age que es Naissance des pieuvres (Nacimiento de los pulpos, aunque su traducción al español fue Lirios de agua). En su debut Sciamma nos muestra el despertar sexual de tres quinceañeras, una de ellas interpretada por Haenel, a través de la metáfora del nado sincronizado: por arriba del agua todo es belleza, elegancia y fluidez; maquillaje que no se corre y peinados tirantes, pero por debajo están las piernas de las chicas como tentáculos, moviéndose frenéticas, desprolijas y con fuerza.
Tomboy (2011), término que al principio apodaba a los chicos rudos y luego comenzó a usarse para las chicas que se alejaban del estereotipo tradicional femenino y preferían actividades y ropa hasta el momento exclusivas de los varones, cuenta la historia de Laure (Zoé Héran), una niña de diez años que aprovecha una mudanza para presentarse ante sus nuevos amigos como Michaël. Sciamma aborda la identidad sexual y las cuestiones de género en la infancia con una sutileza que ya había demostrado en Naissance y que será una de las marcas registradas de su obra. Sin caer jamás, ni cerca, en la trampa didáctica, se pronuncia sobre los temas que le importan desde un recorte que prioriza los sentimientos de sus personajes. Las niñas crecen y en 2014 se estrena Bande de filles (con su linda traducción al inglés, Girlhood, y Banda de chicas en español) donde Mariame, una joven de dieciséis años negra que vive en los suburbios de París, entiende que la única manera de hacer frente a un mundo que la oprime y a un hermano mayor que la golpea en un barrio donde las leyes del patriarcado están fuertes y bien protegidas, es unirse a la pandilla de las chicas pesadas. El cine de Sciamma nos conmueve con lo íntimo, pero en voz baja nos recuerda que siempre es político. Hay una escena icónica donde las cuatro bailan ese himno que es Diamonds de Rihanna encerradas en un cuarto de hotel con vestidos que acaban de robar. El azul se vuelve cálido y Mariame tiene ahora algunas certezas sobre cómo quiere que sea su vida. Con este film que celebra la amistad entre mujeres en su singularidad, la sororidad y el empoderamiento, Sciamma cierra lo que ella llama su “trilogía del autodescubrimiento”.
Retrato de una mujer en llamas vuelve a poner a las mujeres en el centro: casi no aparecen hombres, ni delante ni detrás de cámara. Sciamma no los necesita en escena para mostrar el peso del patriarcado sobre sus protagonistas. Ambientada en el siglo XVIII, es su primera película de época y dijo en una entrevista que su objetivo era abordar temáticas tan actuales que sentía que ese uso del pasado, paradójicamente, le permitía más libertad, romanticismo y radicalidad.
El juego de miradas que había entre las chicas de Naissance sube de nivel y será el recurso favorito para contar una historia donde los diálogos son escasos y justos. Adèle Haenel es ahora Héloïse, la hija de una condesa que acaba de salir de un convento benedictino. Sciamma y Haenel fueron novias por varios años. En 2014 Haenel salió del closet y le declaró su amor en plena ceremonia de premios. Se separaron un tiempo antes de filmar esta película que fue un trabajo en conjunto y, también, un homenaje a esa relación. Marianne (Noémie Merlant) es una pintora parisina que llega a un castillo en una isla bretona para retratar a Héloïse por pedido de la condesa (Valeria Golino). Héloïse volvió a casa porque su hermana, recién casada con un noble milanés, se tiró por los acantilados en un gesto de liberación del deber ser; para arreglar esto, debe casarse con el noble y el retrato será su carta de presentación. Pero a Héloïse el casamiento la entusiasma muy poco y se niega a posar para el primer pintor elegido por su madre. Marianne tendrá que hacerse pasar por dama de compañía y pintarla en secreto, observar sus gestos y recordar la expresión de su rostro y la forma exacta en que apoya una mano sobre la otra mientras habla.
Sciamma juega con el fantástico y el gótico de ese castillo a oscuras y lo contrapone a un exterior lleno de luz, rocas y mar donde la impecable fotografía de Claire Mathon y el sutil tratamiento del color llegan a su punto más alto. El primer encuentro comienza a oscuras con Héloïse de espaldas, la cámara la sigue hacia afuera, ella camina y después corre. Marianne corre atrás. El misterio y la expectativa aumentan al ritmo de la persecución hasta que, por fin, la capucha cae y vemos su desprolijo rodete dorado. Al borde del acantilado frena de golpe, gira y mira a Marianne: “He soñado con esto durante años”, le dice. “¿Morir?”. “Correr”.
Las miradas tardan en encontrarse y Sciamma toma más de la mitad de la película en mostrar que antes del amor surge el deseo. Marianne, que con su vestido rojo trae el fuego al castillo, despierta en Héloïse un interés por el arte hasta el momento reprimido. El retrato perfecto lo van a lograr entre las dos, la modelo no es pasiva, y en este sentido la película descarta el concepto de musa, a la vez que homenajea a las pintoras de fin del siglo XVIII, que fueron muchas y no figuran en los libros. Marianne estudia a Héloïse para poder pintarla, pero Héloïse también la observa a ella porque Retrato es todo sobre reciprocidad, admiración mutua y consentimiento. El primer beso ocurre en la playa, con las bocas tapadas (las miradas subrayadas) y el acto de correr el velo como consentimiento. “Si tenemos dos sujetos que se miran en pie de igualdad hay erotismo, quería mostrar el erotismo del consentimiento”, dice Sciamma en una entrevista. Es la película que necesitábamos porque nos propone un nuevo concepto del amor, ahí está su revolución. Un amor emancipador basado en la igualdad y la cocreación, sin posesión ni dominación que aunque termina, no se pierde. Y como lo importante son los vínculos, Sciamma dedica una subtrama a la sororidad. Cuando la condesa deja el castillo, Sophie (Luàna Bajrami), la joven criada, le dice a Marianne que está embarazada. “¿Querés un hijo?”, “no”, responde ella. A partir de allí se forma una comunidad, juegan a las cartas y discuten el mito de Orfeo y Eurídice. ¿Por qué Orfeo gira y mira a su amada aún sabiendo que en ese acto la condena al inframundo? “Elige la memoria de ella”, dice Marianne. “Tal vez ella le dijo que volteara”, responde Héloïse. Sciamma se inspiró en las memorias de la escritora francesa Annie Ernaux (L’événement), donde la autora cuenta que a sus 23 años se hizo un aborto ilegal y dice que nunca encontraremos en un museo una pintura llamada “Retrato de un aborto clandestino”. Las chicas acompañan a Sophie a abortar y Sciamma cambia la historia: Héloïse improvisa una cama y le pide a Sophie, todavía dolorida, que se acueste. “Vamos a pintar”, le dice a Marianne. Desde su estreno en Francia en septiembre del año pasado, la película ha recibido elogios de la crítica y algunos premios: Mejor Guión del Festival de Cannes, y su Palma Queer, por primera vez otorgada a una película dirigida por una mujer. Los premios rara vez reflejan el valor artístico de las obras, pero funcionan como termómetro de los acontecimientos políticos dentro de la industria. El film obtuvo ocho nominaciones en los Premios César, los Oscar del cine francés, y terminó ganando solo Mejor Fotografía. Roman Polanski, acusado y condenado por violación y abuso sexual, ganó Mejor Adaptación y Mejor Dirección por J’accuse. Haenel, Sciamma y Merlant se levantaron de sus asientos y al grito de “bravo la pédophilie!” (¡viva la pedofilia!) dejaron la sala. Meses atrás, Haenel había denunciado que durante el rodaje de Les diables, a sus doce años, el director Christophe Ruggia la acosó sexualmente. Fue una de las primeras actrices de alto perfil en denunciar abusos en Francia. Unos días antes de los César, Haenel dijo a The New York Times que “distinguir a Polanski es escupirle en la cara a todas las víctimas. Quiere decir: ‘No es tan grave violar a las mujeres’”. Ruggia negó todo a través de sus abogados.