Rosario Bléfari: método y artesanía del brillo

El 6 de julio de 2020 falleció Rosario Bléfari. Militante musical, tejedora de discos al crochet, artista total con risa de esquimal y feminidad paria en un mundo, el rock, donde los varones juegan a los autitos. Recorremos la vida de Rosario Bléfari como rosaristas, a dos años de su partida recordamos a una ícona de la generación que vivió el cambio de milenio con la autogestión como método. Este perfil forma parte de Cantos Cruzados, alianza de LatFem con Ruidosa de Chile.

En un hotel de 162 habitaciones en la patagonia argentina Rosario de 5 años entra a la cocina y pide un café con leche, se lo sirve el cocinero como si fuera patrona, ¿algo más, Rosarito? Nada más. A los pocos días, Rosario revuelve otro café con leche endulzado con mermelada, ya no quedaba azúcar ni dinero. Todo esto lo sabemos porque Rosario Bléfari fue cantora y cuentista de su vida. Como hija del personal de servicio, hasta los 19 años no conoció estar sentada a la mesa sin esperar el sobresalto de una campanita. Al revés, una vez que pudo, irrumpió suave e insolente en la gran fiesta de salón. Inventó un método para ofrecer exquisiteces de forma constante durante décadas, y así es recordada: como una artista total que llegó sin invitación a la fiesta de la cultura y puso su puesto de artesanías en el centro de la pista.

El barrio porteño de San Telmo fue el centro de la movida cultural de los 80 y Bolivia uno de los bares donde era las bandas más experimentales y novatas iban a probarse. Es 1989 y el grupo Suárez se sube por primera vez a un escenario. Cuatro tipos tocan de espaldas al público, una mujer al frente danza con los pies pegados al piso, es Rosario de pelo negro y corto, flaca y sexual como una planta. Bolivia era uno de los bares gerenciados por Sergio de Loof, bares que más que eso eran estaciones de generación y circulación de cultura subterranea. Rosarito de 24 años era una estudiante de arte dramático que estaba rodeada de artistas plásticxs y que sabía tocar la guitarra desde que se llamaba en diminutivo. En la casa había escuchado chamamé y entre sus influencias jugaban Paloma Valdez a la misma altura que The Velvet Underground. 

Cada viñeta de la entrada Rosario Bléfari en Wikipedia es una puerta de papel glasé al laberinto de su carrera. Como música, actriz, artista plástica o escritora, el paseo por el hotel Bléfari será como desayunar con ella en cada una de las 162 habitaciones. ¿Cómo puede estar en todas al mismo tiempo? ¿hay en su obra un método, un modo de hacer que le pone la firma a todo lo que toca? Determinar qué de la biografía de Rosario Bléfari, (nacida la noche buena de 1965 en otra ciudad turística, Mar del Plata), fue cincelando su método y su estilo es una tarea un poco improbable por fantasiosa, como intentar pegar las hojas de un cuaderno a martillazos, pero tratándose de ella, hay que empezar y el río nos llevará.

Rosario en un fotograma de Doli vuelve a casa de M. Rejtman (1986)

El mismo año que la chica Bléfari cantaba subida a un escenario enano como lideresa de su banda, Charly García lanzaba Cómo conseguir chicas. En los primeros años de Suárez, Rosario visitó a Charly García en su casa y le mostró sus canciones, él las grabó y le aconsejó nunca escribir canciones con  (en la Argentina se utiliza el voseo en la mayoría de sus territorios). Nunca más se vieron. También en 1989 The Stone Roses sacaba su primer disco, Pixies el segundo, dos bandas que iban a decantar influencia constante en la renovación del rock. Rosario había vivido activamente la cultura porteña en los 80, juguetona entre el pop, el pobrismo y el desbunde. En la postdictadura los reflujos del horror y el secreto seguían (¿siguen?) activando en el sentido social, y la cultura under era entonces un salvoconducto para esa energía libre que había resistido en las catacumbas. Rosario se forma en este caldo pero lo trasciende; Suárez nace en esa década pero es una banda de transición, no es ni de los 80 ni de los 90. Aquello clandestino, escondido en el circuito off por necesidad, en los 90 deviene afirmación de la independencia como modo de producción y como método. Un gesto de resistencia, pero también de impotencia.

El método de Rosario Bléfari es infalible, podría ser la entrada en un libro para artistas desmotivadxs. Qué dice el método: se puede ser dispersa y estar segura. Se puede metódicamente promover el caos. Desafinar a propósito. Se puede ser la chica al frente de una banda, ser la autora de casi todas las canciones y que la banda se llame como tu novio: Suárez. Se puede repetir el método en cualquier soporte: componer canciones, escribir poemas y cuentos, actuar, ordenar la casa, cantar, vestirse. Nada se abandona, todo se transforma. Aunque su muerte haya llegado demasiado pronto, su carrera en el arte musical es constante y voluptuosa como catarata.

Antes de Suárez, Rosario había tocado en un dúo con Wolly Von Forester, Temas lentos, que llegó a tocar en Cemento, centro concreto de la movida de los 80. Pero ese grupo acabó frustrado, una serie de desilusiones lo terminaron liquidando. Ser una banda era grabar, grabar o nada, y la nada llegó muy rápido cuando Daniel Melero les secuestró el material grabado para su sello Catálogo incierto, enojado por una discusión sobre poesía y teatro. Pero con Suárez iba a ser distinto, tenía que serlo. Conoció a Fabio Suárez, también estudiante de actuación, gracias a Vivi Tellas y Melero, referentes del teatro y la música, que además eran pareja. De esos primeros años no hay casi registro pero sí hay entrevistas en las que Rosario relata esa época como una trenza entre el amor y la música: juntarse a tocar era juntarse a enamorarse. Algo de esa desprolijidad que provoca el amor quizás haya quedado para siempre. “No fuimos un grupo de virtuosos. En cierto sentido, éramos bastante torpes”, recuerda Fabio Suárez, el Suárez de la banda, en una entrevista. ¿Cuánta de esa torpeza sería calculada por el método Bléfari? 

Rosario en Cemento, recital de Temas lentos.

Para Rosario lo familiar es el aire que se respira, que permite que todo pase. Lo familiar es combustible. La acechanza de las cosas sencillas, de lo cercano que se mira aún más de cerca hasta verse monstruoso o verse divino. Las letras de sus canciones hablan de las ciudades, de los bosques, de los ríos que vivió o de los que escuchó hablar. La palabra Suárez estaba presente en sus conversaciones, designaba la familia que componían, era mucho más que el apellido de uno de ellos. Suárez fue parte del método Bléfari: usar los elementos y palabras a mano, combinarlos de nuevas maneras y que el resultado suene brillante y renovado. Los Suárez, como los Carpenters, los Smiths, los Ramone, familias. Después de tocar algunas veces en vivo, el paso siguiente de Suárez debía ser grabar canciones en estudio y desde allí pronto llegaría el disco. Pero todo fue lento y es recién en 1992 cuando en el compilado producido por Pablo Schanton desde la revista Ruido (primero en cassette y luego en CD) Suárez graba sus primeras canciones. Brilla, una balada noise en la que Rosario canta con una suavidad arrulladora es una muestra de aquella primera intención de Suárez.

Si la voz y la poética de Rosario son una marca de su estilo, su performance en el escenario quizás sea su influencia más notable entre las mujeres que la seguían. Hay en ese modo de moverse algo sin género, un modo andrógino de sacudir la cabeza y llevar los pies a rastras, un baile que solo es femenino en la medida en que el cuerpo que lo produce canta agudo. Rosario tenía partes iguales de actriz de la nouvelle vague, de Kim Gordon de Sonic Youth y de amigo del barrio. Nada, poco, hay de lo conocido como femenino en los escenarios argentinos. Quizás algún eco a las divas de la canción, sabedoras de su poder escénico, como Violeta Rivas, pero punk. Rosario inaugura una feminidad otra, emparentada con la propuesta de María Fernanda Aldana, de El Otro Yo, con quien realizó varios proyectos artísticos. 

Sobre su forma de cantar, Rosario dijo en una entrevista que “El rock me dio la posibilidad de organizarme. Mi forma de cantar tiene que ver con rescatar cuestiones expresivas que me gustan. Busco particularidades o limitaciones artísticas que me puedan marcar. Hay un eco emocional que determina registros y combinaciones, y donde caben las desafinaciones. Eso siempre me interesó y es intencional”. Rosario actúa en el escenario sus propias canciones, las interpreta como si fueran el parlamento de una obra: “para templar y dominar mejor la expresión es importante que el autor mantenga agazapada, en segundo plano, la conexión original con la canción y un poco hacer de cuenta que no sabe de dónde vienen exactamente esas palabras (…) el autor no puede cantar, canta siempre un intérprete”, escribió sobre sí misma en el libro 10 discos del rock nacional presentadas por 10 escritores. El método incluye un manejo consciente de la afectación y el extrañamiento, cuando Rosario canta las canciones escritas por Rosario, quien canta es otra Rosario.

Para 1994 llega, el primer disco de Suárez, Hora de no ver, y el videoclip promocional que realiza la banda junto a Esteban Sapir gira y gira en Music21 y MTV. La chica esa, rara y hermosa, está bailando en la tele vestida de rojo en una canchita de fútbol en la que en lugar de jugar con pelota juegan con instrumentos musicales. En un país futbolero eso es mucho más que un chiste. “Y para siempre las hojas morirían”, canta, con el corte de pelo que todas íbamos a tener en los 90-2000. 

Faltaba un lustro aún para que la banda llegara a su pico de popularidad, pero esos años de girar entre bares y boliches fueron constituyendo una suerte de militancia musical de una banda que era a la vez la conexión con otras bandas que era casi imposible escuchar en vivo si eras unx adolescente o veinteañerx de clase media, mediabaja. “Escuchábamos My Bloody Valentine, Sonic Youth, Primal Scream, Spiritualized, el Blue Lines de Massive Attack y hasta Suede”, contó Diego Fosser, baterista de la banda.

Pero la militancia era mucho más que musical. Ni Rosario Bléfari era solo la líder de una banda de rock ni Suárez era solo una banda. Formaban parte de una avanzada joven que la cultura comercial de los años 90 dejaba afuera. Bares, revistas, artistas, boliches, escritorxs, cineastas hacían parte de lo que se conocería como la escena alternativa. No había sellos ni escucha posible para Rosario y su banda, por eso crearon su propio sello, Feliz Año Nuevo (FAN), y formaron parte de un circuito de amistades amasadas en la empatía y la necesidad más que en la comunidad elegida. Los Brujos, Juana la loca, Babasónicos, como referentes más notables de una comunidad que finalmente se diluyó a fuerza de mercado. Para 1996, Suárez ya había grabado dos discos con su propio sello: Horrible (1995) y Galope (1996). Horrible era el primer disco de Suárez, según Rosario, porque se había concebido y grabado como tal. De esta época son algunos de los temas más recordados de la banda, por ejemplo Estrella solitaria.

No había palabras en español para definir la propuesta de Suárez, las crónicas de la prensa hablan de noise y naif, en España eran asociados al nuevo minimalismo intimista, cercano a bandas como Le Mans (con quienes grabarían un discazo en 2000) o La buena vida. El tercer álbum, Galope, salió en noviembre de 1996, y un año después en España por el sello Bailanta Records, de los directores de la revista Zona de Obras. Habiendo tocado muy poco en Buenos Aires y ciudades más pequeñas, Suárez se fue de gira a España. “Para nosotros era insólito porque, con excepción de Bahía Blanca y La Plata, nunca habíamos tocado fuera de Buenos Aires”, reconoce Rosario en una entrevista realizada por Yumber Rojas en 2018. Su poesía, como su voz, también iban a quebrar fronteras, como este poema que es canción en Horrible y luego abre GalopePorvenir.

También de esta época son las variadas colaboraciones del grupo con el cineasta Martín Rejtman. Bajo el seudónimo Kim Lee, realizaron con Rejtman un videoclip de la canción Saludos en la nieve, para para promocionar Horrible

Rosario come una manzana, lee, le habla a un micrófono. Ni el experimento audiovisual más low fi puede esquivar su belleza. Para Rejtman, que la dirigió en películas como Silvia Prieto (1999) y Rapado (1992), Rosario era pura presencia escénica, algo que la distinguía de otras actrices profesionales, ella no componía un personaje, sino que su personaje contaminaba toda la escena, de la misma manera que lo hacía cuando no estaba actuando. Así la recordó Rejtman: “No creo que haya en la historia del arte y la música argentina un personaje parecido a Rosario. Tendríamos que pensar, a lo mejor, en Violeta Parra en Chile o, tal vez, Patti Smith. Me acuerdo que Rosario me contó que la vio a Patti Smith una vez que fue a presentar una película a Venecia. La vio tocando en unos jardines de un parque sentada como tocando para unos amigos. Algo que Rosario podría haber hecho también”.

Suele decirse que es la abanderada del indie y la autogestión y aunque es muy cierto que su modo de producción se basó en el artesanado y la autosustentabilidad, también es cierto que algunas banderas se construyen con pedacitos de tela que sobraron de los trajes gastados en las batallas perdidas. “Nos mantuvimos en el under porque nunca tuvimos otra oportunidad, y porque fue nuestra decisión. No iba a esperar, ni a someterme a un casting. No quería ser elegida o descartada por otros, y a la vez nunca tuvimos una propuesta, jamás”; le contó Rosario a Romina Zanellato para su libro Brilla la luz para ellas (2020). Ella habitaba esa dualidad, entre ser independiente y saber que la independencia era imposible: “Pienso que soy independiente y aunque no lo soy porque dependo de todo, trataré de sobrevivir, no queda otra. Tejeremos nuestros discos al crochet, uno por uno”; dijo también unos años atrás, en una entrevista de 2018. Un poco de esta dependencia es retratada en su último libro, Diario del dinero (Mansalva, 2020). El vínculo con la economía define parte del método de Rosario, para quien a todo el mundo parecía serle mucho más fácil conseguir dinero. 

Rosario era una mujer en un mundo de varones y aprendió a usar eso a su favor. Otro elemento del método, también económico. En el documental El arte musical (Ugazio, 2020) Rosario charla durante la grabación de su último disco, le cuenta al sonidista que escuchó hablar del twerking feminista y de cómo se puede usar lo que antes oprimía para diversión y placer propio, “como yo, que me puse desnuda en la tapa de un libro”, dice mientras acomoda cables, “no para ellos, para mí” (se refiere a la tapa de Antes del río, libro de poesía editado por Mansalva en 2016). 

“Siempre me gustaron las heroínas que cruzaban un poco esa raya”, la raya es cambiar sumisión por acción. En esa conversación con Julia González de 2009 emparenta su método con el de la actriz cómica y cantante de tango y milonga Tita Merello (que curiosamente murió un día de cumpleaños de Rosario, la nochebuena de 2002). Cualquiera que haya escuchado a Rosario en vivo va a estar de acuerdo. No suele repararse en esa cualidad, pero en especial en los últimos años desplegó una gracia de humorista en sus intervenciones en vivo, se causaba risa, una risa que se volcaba sobre ella misma para desencadenarla en los demás —“su risa era de otro mundo/ del oído de otro mundo (…) Como risas de las mujeres esquimales que imitan/ las risas de las focas”, dice Arturo Carrera sobre Rosario en un poema llamado En una disco. Seguramente haya quedado registro (hay que buscar bien): en cada recital pequeño Rosario solía contar la anécdota que habitaba detrás de la canción, combinaba ser poeta, dramaturga, actriz, performer, una artista completa, una mujer artista completa en un mundo de varones jugando a los autitos: “Se supone que el rock es como con los autitos, subirse al árbol y todo eso”, le contó también a Julia González. Un apéndice del método quizás haya sido este: desapegarse del origen secreto de las canciones requería contarlas como sketchs donde una misma es un personaje y no alguien realmente afectado por la historia. El efecto era de carcajada fumona, tan parecida al amor.

En 1999 llega Excursiones. El disco más radiable y cancionero de Suárez, para entrar al nuevo milenio con ropa cómoda y fresca, preparades para la aventura que suponía un mundo partido al medio entre lo de adentro y lo de afuera de la industria cultural. Quizás la excursión era esa, al interior, a ver si río arriba frotando dos palitos podían hacer un fuego para entrar al centro de la escena. El disco abre con Río Paraná, para muches el himno de la banda. En una de las pocas veces que Rosario pisó la ciudad que tiene el nombre de su nombre (Rosario, en la Provincia de Santa Fe, atravesada por el río Paraná), alguien le preguntó por qué escribió esa canción si nunca había vivido cerca del río Paraná, y ella contó que la letra remite a relatos familiares en los que su abuela cruzaba el río Paraná en una balsa inestable para llegar a un baile del otro lado del río. 

La década terminó con Suárez, y dejó un último EP, 29:09:00, que contiene versiones de temas de la banda española Le Mans. “Sebastián Carreras –artífice de Entre Ríos y del sello Indice Virgen– nos propuso que tocáramos sus temas en el marco de la visita de dos de sus integrantes, Ibon y Teresa, a la Argentina. Ese fue el último disco que grabamos”, contó Rosario. Sin saberlo, se estaban acercando al final de la banda. El último gran recital fue el 4 de febrero del año 2001 en el Club Hípico de Palermo en el Festival Argentina en Vivo 2 organizado por la Secretaría de Cultura y Comunicación de la Nación para empujar la escena alternativa (¡desde el Estado!). Eran ocho bandas y solistas, Daniel Melero, María Gabriela Epumer, Leo García, Turf y Los 7 Delfines, entre otras. Entre banda y banda un conductor de la TV le pregunta a Rosario

—¿Cómo es para vos estar acá tocando con esa panza?

Y ella le responde (algo así):

—No tiene nada malo. Es más emocionante que siempre, y está bueno para el bebé.

La canción que acaba de tocar es Asesina y la bebé de la panza a los meses sería Nina, hoy también música. Rosario hablaba mucho de Nina, la acompañaba y la llevaba a lugares, le recomendaba canciones, lecturas, trataba de entenderla y alentarla. “La invito a cantar porque me gusta que sienta la desenvoltura con el público. Esa es mi manera de ayudarla. Si alguien está dispuesto a escucharte, podés seguir adelante”, contó en una entrevista de abril de 2018.

Una vez que parecía que al fin Rosario había construido su propio hotel, en 2001, junto con la crisis que sacudió el país, Suárez se separa. La banda se disuelve con un activo de 5 discos y un EP y ella inicia una carrera solista. “La primera vez que toqué sin la banda, percibí la misma insolencia”, reconoció en 2006. Otro gesto redundante, su insolencia. ¿Cómo puede la nostalgia ser insolente, cómo puede el drama? Puede. Lo que sigue son siete discos solistas y proyectos de bandas con nuevos compañeros musicales, como Los Mundos Posibles junto a Julián Perla y Sué Mon Mont junto a Gustavo Monsalvo en la guitarra, Marcos Díaz en el bajo y Tifa Rex en la batería.

Pero en paralelo a la carrera musical Rosario sigue participando en películas (acá hay un hilo con fragmentos de todas ellas), en la TV, donde tuvo una columna sobre libros, en obras de teatro, sigue escribiendo, cada vez más obsesivamente buscando aprender a escribir, estudia Artes de la escritura en la Universidad Nacional de las Artes. Rosario nunca para, como la niña que se escapa por la ventana del hotel gigante a jugar en el bosque, Rosario va a ir siempre con cautela y obstinación atrás de lo que busca, recostada sobre la idea de que “la confianza se entrena”, como tituló a su último texto publicado, el 21 de junio de 2020.

Rosario retratada por Nora Lezano

“Siempre hoy, siempre hoy, siempre es hoy, el destino se acabó”, canta en una canción que es como un mantra eléctrico, electrónico como casi todo lo de esos primeros años del milenio. Es Agitado, segundo track de Cara, su primer álbum solista. Al año siguiente Gustavo Cerati fue nominado al Grammy por Siempre es hoy, de 2002. Quién inspiró a quién, gran pregunta para hacerle a la historia. En esos años era difícil escuchar a Rosario tocar, ella intentando compartir su temas, el público pidiendo hits de Suárez, un tironeo que no cedió hasta que tuvo sus propios temas rompetodo cuando salió Estaciones, en 2004. Canciones que funcionan como el fondo de sonido de escenas de amor y drama, imposibles de esquivar. La poesía se vuelve prístina, apropiable por cualquier viviente, especialmente Estaciones.

Para 2005 Rosario participa de un compilado producido por la artista electrónica alemana Gudrun Gut, 4 woman no cry y en 2006 ya saca otro disco, Misterio relámpago, donde da otra vuelta más de tuerca a su estilo, el arte de hacer siempre algo distinto. Misterio relámpago es más ruidoso y, claro, misterioso. Más punky. Si en Estaciones el arte de tapa la mostraba con una bikini roja y zapatos de taco alto sobre un fondo blanco mega pop, en este disco Rosario está en penumbras, confundida en el cielo negro estrellado. Un disco en el que la rabia vuelve intacta y necesita de toda una banda para sostenerla. Rosario tiene “un lobo suelto dentro de mis pensamientos”. Más guitarras, más velocidad, más distorsión. 

Pero, el método de la dispersión se impone. En 2008 sale Calendario y vuelve la ternura, un disco que Rosario hace prácticamente sola, escribe, produce, graba, edita, canta, toca, se cansa de esperar a lxs demás, se cansa de la sala de ensayo, de congeniar tiempos y modos. “En ‘Calendario’ hay poco más que una guitarra criolla limpia y una guitarra eléctrica sucia, y las dos van entrelazándose mientras siguen a la melodía de la voz en sus devaneos. No hay estribillos, y de hecho hay temas en los que ni siquiera encontrás una frase que se repita”, dice el periodista Lucas Garófalo en un hermoso texto. “Quise hacer mi propio calendario, ya que Julio César nos dejó el suyo, intentar armar mi propia cuadrícula y hacerlo a mi tiempo sin dependencias externas. En este caso tomarme mi tiempo fue no esperar, no ser demorada por causas externas, en la medida de lo posible”, le contó Rosario a Julia González en esa entrevista ya tantas veces citada en este texto (¿qué seríamos sin las periodistas musicales?). Son canciones cinematográficas, con melodías y arreglos incidentales, relatos donde los personajes principales son ficticios o son otros. Para llegar a este ejercicio (“Quería que la canción no fuera la ideología del autor. Está buena la posibilidad de que la canción pueda presentar otros personajes”) Rosario se basó en un método que usaron Arturo Carrera y Teresa Arijón en el libro de biografías Teoría del cielo (1992). Leamos qué leyó Rosario: 

“Todos los mapas y sus recorridos llevan a un mismo lugar: el infinito lugar común de los niños”

Y sí, Calendario trae canciones aniñadas, con la verdad de lxs niñxs, letras para “leer como si escucháramos un disco” (cita de Gilles Deleuze que aparece en el prólogo de Teoría del cielo). De todos los temas de Calendario, es Reservado el que lleva al límite ese capricho justo que se siente al habitar en la niñez

En 2011 vuelve un disco de banda con Privilegio. Y en 2013 Rosario arma un supergrupo del Indie con músicos de otras bandas de la escena: Sue Mon Mont. Desde entonces Rosario vuelve costumbre la generación de proyectos en los que su figura pregnante derrama potencia y visibilidad. Nace el rosarismo. Así a Sue Mon Mont podemos agregar Los Cartógrafos, su trabajo conjunto con Nahuel Ugazio y Romina Zanellato en una visionaria avanzada del podcast; Paisaje escondido, las sociedades provisorias con otrxs músicos con lxs que gira; los libros de poemas, o Los mundos posibles (2018), dúo muy convocante junto a Julián Perla, donde otra vez las melodías soportan todo y el amor se expresa sin los tabiques que antes la chica Bléfari reservaba al cliché de la canción romántica. En 2019 sale Sector apagado, la banda está conformada por Alejo Auslender (guitarras eléctricas), Nicolás Merlino (bajo eléctrico), Federico Orio (batería, percusión, coros) y la propia Rosario (voz, guitarra acústica). Es otro disco de Rosario, en el que confluyen todas sus caras a la vez. Pero es el último que Rosario lanza como solista. El último, ultimísimo es, justamente, Por última vez, un EP de Suárez, del 2020.

A principios de ese año, el de la peste, Rosario se va a descansar a la casa de su padre, en la provincia de La Pampa. La recomendación médica prescribía reducir el estrés, su cuerpo había atravesado por un cáncer cuyo tratamiento la había dejado en estado de inmunodepresión. El cierre de fronteras provinciales, el aislamiento y la cuarentena la encontraron allí, viviendo con su padre, en una casa de provincia con jardín. Mientras pasa el tiempo, realiza obras a distancia, postea en sus redes, pone una carpa sobre su propia cama, cuelga estantes, descubre sus raíces indígenas y lee, Rosario escribe. Y escribe sobre su método:

“En las entregas anteriores estuve tratando de exponer un posible método propio de quehacer artístico, una forma de hacer las cosas que me interesan que consiste en abordarlas todas al mismo tiempo, empezando y abandonando, continuando, atendiendo, cruzando, avanzando y descartando”.

“Puedo decir a esta altura que mi método funciona, estoy segura, pero este experimento se me fue de las manos: ahora todas las personas del mundo lo están probando”.

Ahora todas las personas del mundo lo estamos probando.