El mito urbano señala que la primera vez que se celebró el denominado Día del Trabajador, en Rosario, la oradora principal fue una anarquista y sindicalista: Virginia Bolten. Fue el primero de mayo de 1890. Cuentan que se subió al escenario con una bandera negra para denunciar la explotación de las obreras en la refinería en la que trabajaba. Encierra algo de leyenda porque en ese momento Bolten tenía 14 años. La potencia de sus discursos y posicionamientos dejaron una huella que la convirtió en leyenda. Según la historiografía feminista, en 1907 Bolten fue parte de un hito irrefutable para pensar los lazos entre sindicalismo, política y una genealogía feminista: la huelga de inquilinxs. En agosto de ese año, la Municipalidad de Buenos Aires decretó un aumento en los impuestos y lxs propietarios de los conventillos subieron los alquileres. Las mujeres y sus hijxs protagonizaron una protesta que devino en huelga: con escobazos resistían y sacaban a lxs abogadxs, escribanxs, jueces, bomberxs y policías que querían desalojar a las familias de las casas. La huelga se replicó en Rosario, Bolten terminó deportada al igual que Juana Rouco Buela y María Collazo. Las tres formaban parte del Centro Femenino Anarquista que tenía como sede la Sociedad de Resistencia de Conductores de Carros.
Las coordenadas feminismo y sindicalismo se intersectan de distintas formas en la historia argentina. Mucho tiempo antes de poder ingresar a la política tradicional en 1947. Cuenta Mabel Bellucci en este artículo que para enfrentar la fórmula Cámpora-Solano Lima, el PST armó la primera fórmula integrada por una mujer en 1973 Nora Ciapponi, obrera, luchadora sindical, feminista e internacionalista acompañó a Juan Carlos Coral. La propia lucha por el aborto legal en Argentina está marcada, de manera indeleble, por una feminista y sindicalista: Dora Coledesky, creadora de la Comisión por el Derecho al Aborto (CoDeAb) antecesora de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto en 1988, la primera organización que se propuso conquistar una ley en el Congreso desde el regreso de la democracia.
El relato contado desde una mirada patriarcal omitió, subestimó y hasta ocultó el lugar que ocuparon. En general, fueron otras mujeres quienes intentaron rescatar estas historias para construir un archivo propio que a su vez colaborara con la memoria feminista.
Sin embargo, el relato contado desde una mirada patriarcal omitió, subestimó y hasta ocultó el lugar que ocuparon. En general, fueron otras mujeres quienes intentaron rescatar estas historias para construir un archivo propio que a su vez colaborara con la memoria feminista. “La marea sindical. Mujeres y gremios en la nueva era feminista” el primer libro de la periodista y politóloga Tali Goldman hace un ejercicio de archivo, justicia y memoria feminista: contar la historia en clave feminista con una perspectiva a futuro. Sin pretensiones académicas ni análisis sobreactuados Tali Goldman escribe, en tono narrativo, aquello que no fue contado ni sistematizado. Ahora que sí nos ven, hay un lugar jerárquico para contar a las mujeres que disputaron espacios en distintos lugares.
El libro, publicado por editorial Octubre, es reflejo de la época. En la vereda de Azopardo 802, donde está ubicada la mítica sede de la Confederación General del Trabajo (CGT), todavía están pintados los pañuelos verdes que quedaron después de la histórica reunión en la que un grupo de 30 feministas y sindicalistas e integrantes de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito mantuvieron un encuentro con la Secretaria de Igualdad de Oportunidades y Género de la CGT, Noe Ruiz. Fue en la antesala de la discusión de la ley de interrupción voluntaria del embarazo en el Senado.
En la historia de la CGT sólo una mujer logró llegar a la cúpula. En 2004 cuando Susana Rueda ocupó ese lugar se encontró con que para pasar al baño en el cuarto piso, donde están los secretarios generales, tenía que pedir permiso, atravesar la oficina de Hugo Moyano y pedir prestada la llave. No había baños de mujeres en ese piso. Susana Rueda es una de las doce protagonistas del libro de Tali Goldman. Su historia es el reflejo de una situación estructural desigual: sólo el 18% de las secretarías, subsecretarías y prosecretarías sindicales son encabezadas por mujeres. Pero de ese 18%, el 74% abordan temáticas consideradas -desde una mirada sexista- “propias de la mujer”, tales como igualdad de género o servicios sociales.
Esto es: las organizaciones sindicales tienen a muy pocas mujeres en cargos de jerarquía y toma de decisiones pero ellas ahí están dando la pelea en uno de los espacios más resistentes a la infiltración feminista que insiste con desarmar esas desigualdades e inequidades históricas. El libro da cuenta de este estado de la cuestión a través de doce protagonistas representativas de distintos gremios, trayectorias disímiles y posicionamientos diversos.
Uno de los perfiles que aparecen en las páginas de La marea sindical es el de Claudia Lázzaro, secretaria de Género y de Derechos Humanos del Sindicato de Curtidores de la República Argentina: la primera mujer en llegar a ocupar una secretaría en ese sindicato. Un gremio que del total de los trabajadores solo un 2 por ciento son mujeres. La historia de Laura Córdoba, titular de la Secretaría de la Mujer, del gremio de Camioneros desde 2007 llega para destruir prejuicios: hay mujeres camioneras y sindicalistas. No se trata de un gremio cien por ciento de varones aunque ellos son siempre la cara visible.
Otra de las protagonistas es Ana Cubilla, Secretaria General del Sindicato Único de Obreros Rurales (SUOR) de Misiones, el gremio alternativo al monopólico UATRE del Momo Venegas. Otro capítulo tiene como protagonista a Andrea Herrera, la primera mujer que asumió como delegada por la seccional General Rodríguez de la Asociación de Trabajadores Lecheros de la República Argentina (ATILRA), y una de las principales organizadoras desde la Corriente Federal de los Trabajadores-CGT.
La historia de Graciela Jeréz, metalúrgica, delegada gremial en una planta que fabrica interruptores de luz también forma parte de La marea sindical. El perfil de la secretaría de Gremiales e Interior, María Elena Isasmendi, de la Asociación Obrera Minera Argentina es otro de los capítulos del libro. Viviana Benítez, la secretaria de Asistencia Social y Turismo del sindicato de los gráficos, también es protagonista.
Virginia Bouvet, Secretaria de la Organización de Asociación Gremial de Trabajadores del Subte y Premetro (AGTSyP) fue una de las primeras delegadas mujeres en el subte. Su primer mandato lo asumió a los 21 años, en 1997 y su historia forma parte de los doce perfiles que recorre la periodista.
A su vez, hay espacio en estas páginas para pensar el lugar de las mujeres, lesbianas, travestis y trans dentro de los movimientos sociales y la economía popular. La biografía de Jackie Flores, referente de la CTEP, aparece en el libro para poner la linterna sobre el lugar protagónico que están ocupando estas organizaciones en el feminismo hoy. La diputada del Frente para la Victoria (FpV) Vanesa Siley, que también es secretaria general del Sitraju forma parte del libro y su historia da cuenta de la doble pertenencia sindical y partidaria.
Tali Goldman intenta trazar una posible genealogía y rescata del archivo a la trayectoria vital de María Bernaviti de Roldán, que murió en 1989 y fue la primera mujer delegada sindical en Latinoamérica del frigorífico “Swift”, en la localidad de Berisso, al sur de la ciudad de Buenos Aires. “Doña María” tuvo un rol clave en la mítica movilización a Plaza de Mayo del 17 de octubre de 1945.
La apuesta de este libro -que se encuentra en todas las librerías- parece ser también el desafío de la escritura feminista hoy: nunca más un archivo sin feministas.