Una fiesta que alargue el fin del mundo

¿Qué buscamos encontrar (o perder) cuando vamos a una fiesta? ¿Qué rastros nos dejan? ¿Es cierto que hacemos la fiesta entre todes? ¿Qué pactos subyacen al darkroom? ¿Por qué hacemos fiestas? ¿Se puede hacer una fiesta por fuera de la lógica de los lugares comerciales? ¿Qué implica politizar la fiesta? El colectivo Antroposex¹, organizador de las PerraFest, arrima preguntas y búsquedas para pensar y habitar las fiestas.

Foto de portada: Archivo Antroposex

En medio del invierno, de los despidos y del caos coyuntural del país, decidimos organizar una nueva PerraFest pero la agenda está explotada. Hay una o dos fiestas todos los fines de semana. Entonces, junto a La Asamblea de la Noche, una coordinadora de fiestas y espacios culturales queer porteños y conurbanos, armamos algo histórico: un calendario para no superponernos. 

Los lugares no tienen fechas hasta el año que viene y las entradas siempre se agotan. Hay fiestas, hay sótanos, hay afters; hay electrónica para el mundo paki y para musculocas, fechas donde hay más gente en el darkroom que en la pista. ¿Qué pasa que las fiestas explotaron? ¿Qué buscamos encontrar (o perder) cuando vamos a una fiesta? ¿Qué (se) nos mueve en las fiestas? ¿Qué placeres nos convocan? ¿Qué rastros nos deja la fiesta, el baile, el coger, el chape, el popper, el luche y baile en el cuerpo? 

Compartimos preguntas y búsquedas que nos atraviesan sobre las fiestas que organizamos, las que nos gustan, las que defendemos y las que habitamos: fiestas queer electrónicas, cogederos y saunas para mostris, marikas, lesbianxs, travas.

Gestión del placer

— Ya tenemos glory hole y darkroom. También me gustaría invertir en una jaula.

— Yo me traje la palangana y los bebederos de perris. 

— Ese darkroom va a valer cada puto peso.

Hay algo en las fiestas que no se ve, pero es todo el trabajo previo que implica imaginarla, organizarla, gestionarla y negociarla. Primero, hablar con chongos que son los dueños de los lugares, arreglar con ellos el porcentaje que se quedan y qué sistema usar para la venta de entradas. Debatir cuánto cobrar, quién puede pagar y acordar tres cosas básicas: que se pueda coger, que den agua gratis y que no vigilanteen el género ni las prácticas en los baños. Además, convocar DJ’s —y que ese día puedan nuestras preferidas—; imaginar una temática, una estética, diseñar el flyer, hacer la difusión, armar el darkroom, generar otras espacialidades y producir toda la fanta para inventar fiestas que inviten al placer. Todo esto, trabajando con y para las amigas, de forma precarizada antes, durante y después de los otros veinte trabajos, sin ganar un peso —no porque nos parezca mal buscar ganar plata con las fiestas, sino porque no fue, hasta ahora, el objetivo de las PerraFest—. Mientras tanto, nos debatimos si hacer fiestas más seguido, sostener un público o hacer lo que podemos, en medio del horror que estamos viviendo, con los cuerpos agotados, despedidos y medicados. 

Otra cuestión sobre la que venimos balbuceando con otrxs trabajadorxs de la noche son los vínculos de la fiesta con la lógica del mercado. ¿Se puede hacer una fiesta por fuera de la lógica de los lugares comerciales? ¿Se puede escapar a la variable costo-beneficio económico para armar el darkroom o para poner el precio de la entrada? No queremos vivir de la fiesta pero el que nos alquila el lugar, sí. ¿Cómo conviven esos intereses? ¿Es posible una fiesta por fuera de la lógica del capital y de lo que ello puede conllevar para algunxs de sus participantes: comprar la entrada, ir, bailar, drogarse y garchar? ¿Consumir la fiesta y hasta la próxima? Quienes vienen a la fiesta, ¿son participantes, asistentes, colaboradores —reforma laboral mediante— o consumidores? ¿Es cierto que hacemos la fiesta entre todes? 

En Antroposex usamos una frase de una colega amiga, Luci C, que solía decirla cuando trabajabamos en la facultad: “Si sentís que todo fluye, es porque el laburo lo están haciendo otres”. ¿Será que somos workaholics de la noche?

Las PerraFest empezaron en una terraza del barrio porteño de Caballito en 2018. Allí, descubrimos el vicio hermoso y adrenalínico de trabajar con amigas, con lo bueno y lo malo, con lo que implica vivir corriendo en estos tiempos que no conocen ocio ni templanza, entre la manija y la manía buscando hacer tiempo y espacio para el descanso de los cuerpos en cucharita.

Crédito: Archivo Antroposex

Placer y peligro

El vapor sube desde el primer piso, donde está la pileta climatizada, al último, donde estoy. La sensación es como estar en una caja de resonancia, cálida y húmeda. En el primer camastro hay cuatro o cinco personas, besándose, unas arriba de otras. Una tiene máscara de látex. Algunas caras las reconozco; otras, no. Me cruzo con M. y me convida agüita. Voy al cuarto, donde está el segundo camastro y el glory hole. Me quedo mirando cómo cogen tres pibxs: dos le meten los dedos a unx que está en cuatro. Me miran como invitándome, pero prefiero observar. Después de un rato, salgo y camino por el pasillo que tiene a ambos lados los reservados —pequeños cubículos cerrados, cada uno con una pantalla donde se proyecta porno gay continuado en televisores muy viejos sin volumen—. Esa parte del lugar es como un laberinto, que termina en un baño sin puertas, que descubrí después de varias veces de perderme por ahí. 

Un poco a lo lejos, desde el microcine, viene un reggaeton lento —sí, aunque dijimos que no se podía poner música, las lesbianas always rebeldes pusieron música desde un parlantito—. Me detengo en el medio del pasillo y el reggaeton se apaga. Entonces, los otros sonidos toman relieve: gemidos, gritos sofocados, nalgadas y el cuerpo a cuerpo rítmico. Desde donde estoy no veo a nadie, solo escucho. Somos 150 mostris y lesbianas en un sauna, cogiendo, tocándonos adentro y afuera del agua, sofocándonos. Entre el vapor, las sonrisas de lxs lesbianxs curiosxs, lxs que no pararon de coger en toda la noche, lxs que solo miraron, lxs que quieren que hagamos esto una vez por mes —como si fuera fácil organizar un sauna todos los meses, pienso: ¿se podrá detener el tiempo acá?

Crédito: Luli Leiras

Históricamente, los saunas y los darkrooms son espacios hipercodificados para varones gays y cis, habitués de estos lugares, que saben qué hacer y cómo comportarse. Esto es parte de la larga historia de cómo varones y mujeres cis y LGBTI+ ocuparon (y ocupamos) el espacio. “Los trolos sabemos culear en público”, dice M. En cambio, nosotras éramos 150 lesbianxs en una pileta climatizada, a los gritos, chapoteando con los flota flota y recorriendo todos los recovecos del lugar. ¿Qué espacios tenemos habilitados para coger? ¿Qué nos atrevemos a hacer y no en grupo? ¿Qué es lo que hace que en una fiesta o en un sauna circulen otras prácticas y otros cuerpos?

La experiencia de la fiesta que queremos es necesariamente transformadora de unx mismx: no te vas igual que como llegás.

Llegué como una veinteañera a la fiesta, a las tres y pico de la mañana. Apenas bajé las escaleras vi a mis amigas. Todas, en el mejor momento de los estupefacientes. Me dieron la mejor bienvenida: chape y popper en ronda. Había un darkroom que estaba particularmente diverso. Me dieron ganas de entrar y ver qué pasaba. No se veía mucho pero divisé una pareja en un rincón. Apenas me acerqué, me invitaron a participar. Y ahí empezó una danza de equilibrio para no derretirnos. Estuvimos un buen rato. Cuando terminamos, nos fuimos cada uno por su lado y no supe quiénes eran. Es divertida y sexy esa fantasía de despojarse de palabras y de charla, y solo ir a gozar, sentir cuerpos y pasarla bien un momento, abstraídos de todo, solo con una buena música y gente predispuesta a eso, a pasarla bien.

Judith Butler nos habla de acordar en dejarse llevar. En la sexualidad mostri, a veces, la idea de riesgo está supuesta. Por la misma narrativa común de los vínculos, por un posible dejarse afectar. ¿Cómo discutimos permanentemente con la idea higienista de no contagio, de no peligro? Esta idea a veces supone que el no dejarme atravesar por nada me mantendrá a salvo. ¿Cómo la desarmamos en pos de otras formas del cuidado? ¿Cómo hacer para que hablar de fiestas, placer y deseo no termine siempre en hablar de violencias, peligros y profilaxis?

El reencuentro de los cuerpos post pandemia nos trajo cosas que no sabíamos que se podían extrañar, perder, olvidar. Ritmos distintos. Rituales de cuidado distintos. El desafío de volver a lo común. ¿Existen formas otras de consentir? ¿Qué es el consentimiento cuando se corre de lo paki-establecido? ¿Cuáles son los acuerdos en nuestra comunidades, los códigos y los subtextos? ¿Qué pactos subyacen al darkroom?

Crédito: Luli Leiras

Si salimos de la lógica liberal del contrato explícito, como si no existieran relaciones de poder en cada pacto, ¿podemos pensar que el contexto de la fiesta puede ofrecer un marco de cuidado? ¿Cómo construir una forma del cuidado no individualista y no punitiva que pueda complejizar la lógica binaria del abuso-no abuso, de la violencia-no violencia? Porque, quizás, también hay reglas no verbales que, como el humo o el vapor del sauna, tampoco controlamos y no por ser no explícitas son necesariamente difusas. La mayoría de las veces, el tiempo del darkroom no se lleva bien con el tiempo y las certezas de la lógica del consentimiento del feminismo mainstream. Puede pasar que aparezca algo que no querías, a veces los códigos fallan, se leen mal. Es una posibilidad que  la mirada punitiva no nos deja intentar. En la comunidad, en el mundo de las amigas de las fiestas queer, fuimos construyendo consensos —precarios, dinámicos, en proceso constante de reelaboración, eso seguro— sobre qué se puede y qué no.

La experiencia de la fiesta que queremos es necesariamente transformadora de unx mismx: no te vas igual que como llegás, te pueden pasar cosas que no estaban dentro de lo esperado, o dentro de lo previsible del propio deseo. 

Interrupciones para sobrevivir: el otro tiempo de la fiesta

El potlatch es una práctica ritual colectiva de los pueblos nativos de la costa del Pacífico, en el noroeste de Norteamérica. Consistía principalmente en el intercambio de regalos —mantas, cobres y collares hechos con caracolas— entretejidas con ceremonias magnánimas donde la tribu anfitriona demostraba su riqueza e importancia cuanto más regalaba, destruía, lanzaba al mar o prendía fuego sus posesiones. 

Siempre se pensó la idea de fiesta o celebración como interrupción, un tiempo y espacio en que se da vuelta el mundo, fuera del mundo. Pero una fiesta no necesariamente revierte el orden de las cosas. Por el contrario, en la mayor parte de las culturas, la fiesta ayuda a consolidarlo y reforzar las relaciones de poder que ya existen. Hay innumerables cauces institucionales creados para normalizar y/o tolerar la fiesta, regular en qué espacios se permite, cuándo, cómo, quiénes pueden hacerla; demarcar la fiesta y establecer sus límites, dónde la fiesta termina y recomienza la rutina, el orden, la estructura. El sistema permite la fiesta, siempre y cuando sea circunscrita a un espacio-tiempo y, luego, puedas volver a la vida productiva.

El mundo en que vivimos hoy está repleto de reglas institucionales diseñadas para normalizar las experiencias. ¿Se puede fugar de esas reglas? ¿Hacia dónde? ¿Cómo hacer que eso que circula en la fiesta empiece a contagiar, a contaminar? ¿Cómo hacer que la fiesta sea un espacio de intercambio? 

Siempre se pensó la idea de fiesta o celebración como interrupción, un tiempo y espacio en que se da vuelta el mundo, fuera del mundo. Pero una fiesta no necesariamente revierte el orden de las cosas. Por el contrario, en la mayor parte de las culturas, la fiesta ayuda a consolidarlo y reforzar las relaciones de poder.

“Insisto, no es una revolución. Es simplemente un espacio de cuidado, la fiesta es, para algunas personas, el único espacio donde te abrazaron esa semana. La fiesta que yo celebro, nuestras fiestas, son fiestas que abrazan lo queer porque no hay nada más violento que reproducir las lógicas heterosexuales en los espacios de fiestas. Lo heterosexual no les sirve ni a las heterosexuales. Nadie soporta eso, ese aburrimiento, esa violencia, ese desgaste y esa forma de hacer política es nefasta; ahí no hay forma de vincularse con la ternura, con el deseo. Yo sigo buscando una noche que refugia.”, dijo Manu Mireles, amiga de las pistas y las calles, activista no binarie en la presentación de Historia universal del after de Leo Felipe, en el stand del Orgullo y Prejuicio, FaGot Party y carroza Loca en la Feria del Libro de este año. 

Lo que pasa en la fiesta no está desvinculado del mundo en que esa fiesta sucede. Pero sí puede funcionar como pequeños refugios, abrazos, fugas. Como una forma de estirar el fin del mundo. Y se vuelve aún más urgente, en este contexto en el que la ultraderecha avanza en las cúpulas y en las bases, el homolesbotransodio se convierte en política de Estado y la ruptura del lazo social aparece en el horizonte. Como nos enseñaron nuestras referentas, al odio lo enfrentamos bailando porque nuestra venganza es ser felices.

Crédito: Archivo Antroposex

La fiesta, fuga y promesa

Eran los últimos dos temas, ya sabíamos. Quería culear con mi amiga J., nos habíamos cruzado en la fiesta pero no en el darkroom. Entro y estaba detrás del glory hole soñado, en cuatro, culeando, la muy zorra. Aprovecho para calzarme la pija y veo que la marica que se la está dando me mira. Registro en su rostro una mirada pícara, pero sin entender del todo la escena. Me acerco a ellos y me empiezo a pajear, algunos códigos de putos aprendí de escuchar a las amigas marikas, de verlas coger en espacios públicos. J. nota mi presencia, a la vez que la otra marica me hace lugar y le pregunta si me conoce. J. me dice que vaya despacito, que tenía la colita rota. “Si ya sabés que soy un amor…”, le contesto mientras me pongo el forro. La otra marika se queda mirando, se nota que es la primera vez que ve a un travo culear con una marika. Me divierte y lo miro de paso, quizás tengo suerte, pienso. Termino de ensalivarme la mano y de repente se corta la música. Alguien entra al darkroom y avisa: “Cayó la cana”. No lo puedo creer, qué mal timing. La otra marika se sube los pantalones y se va. J. se levanta, y me mira con cara de “será la próxima, amiga”. Suspiro. La yuta y el fin de fiesta, esa historia que no acaba nunca, pienso. Guardo la pija, calentísimo.

Al odio lo enfrentamos bailando porque nuestra venganza es ser felices.

La idea de “fin de fiesta” es ese llamado al orden heterocapitalista que nos hace pensar en el post fiesta ¿Cómo quedamos después de una fiesta? ¿Cómo quedan los cuerpos, cómo se sostiene ese cotidiano insoportable? ¿Cuál es el after care del after? Entendemos que esos rituales de cuidado entre quienes participamos de estos espacios también son necesarios. Lo dice nuestra madre MO: “¿Convence entregarnos a los placeres de la noche si después nos tenemos que bancar el bajón? ¿Qué viene después de la fiesta? La resaca y, con la resaca, la culpa, que si no la tenés, ¡te la inculcan!”. La resaca, esa depresión post fiesta de la que las sustancias son parte pero no únicas responsables, nos invita a pensar en la noche y los consumos, los cuidados y los riesgos, el ritual colectivo y la agonía individualista. ¿Para qué hacemos la fiesta?

Pensar la fiesta, ¿la hace menos fiesta? ¿Qué implica realmente politizar la fiesta? Lo que queremos proponer es rediscutir la distribución social de los placeres y comunalizar el derecho al vicio, al sexo, al ocio, al sauna y las piletas. Pensar la fiesta como zona temporalmente autónoma, laboratorio de auto-organización, éxodo, refugio colectivo. La fiesta como fuga, la fiesta como promesa.


¹ Antroposex es un colectivo interdisciplinario de activismo, estudios, docencia, investigación y experimentación en género y sexualidades. A partir de un deseo siempre disperso y motorizado por la exploración de formas artísticas, performáticas, teóricas y narrativas, desde 2008 el colectivo realizó seminarios, produjo contenidos y organizó actividades de reflexión, intervención y difusión, talleres, conversatorios, debates, zonas, saunas, escritos y notas periodísticas. Sus integrantes tejen en espacios diversos como son las políticas públicas, la academia universitaria, las organizaciones territoriales, los festivales de performance porno y posporno, el cine, el teatro, la noche. Antroposex organiza la
PerraFest.