Vivir con virus

LatFem reproduce la conversación pública entre Marta Dillon y Mariana Enríquez que se dio el miércoles 14 de junio de 2017 en el marco del Seminario “Efectos virales. Respuestas artísticas y políticas al vih en las últimas décadas”, organizado en MALBA por motivo de la exposición Tiempo partido de General Idea. La entrevista integra el libro Imágenes seropositivas compilado por Francisco Lemus de próxima publicación por EDULP.

Mariana Enríquez (ME): Estamos Marta y yo, Mariana; le voy a hacer algunas preguntas, no exclusivamente pero alrededor de su libro Vivir con virus. El libro compila la columna “Convivir con virus” que Marta publicó semanalmente durante casi diez años en Página 12. Vamos a hablar un poco de esto, de este pequeño cambio semántico. Pero, como para entrar en tema, Marta y yo trabajamos en Página 12, a metros, cada vez a menos metros, porque en este momento al diario lo están achicando. Nos estamos mudando, nos pusieron unas sillitas tipo secundario, estamos uno arriba del otro. Un espanto. Hablando de precariedad, la intemperie de los noventa no se terminó nunca. Pero para empezar con la intemperie de los noventa y entrar de lleno en la cuestión, te quería preguntar, ¿cómo te enteraste de que tenías vih? El contexto en el que te enteraste y lo que ocurrió… 

Marta Dillon (MD): Yo editaba una revista que se llamaba El libertino, y esa revista hizo dos muestras de arte erótico en el Centro Cultural Recoleta, que se llamaban Erotizarte. La segunda Erotizarte fue a fines de 1994. Hacía poco que habían muerto Liliana Maresca y Omar Schirilo. Llevábamos largas pérdidas acumuladas. Se había pensado en hacer una sala para los artistas que habían muerto de sida. Algunos de los sponsors de la exposición no quisieron que hubiera una sala dedicada al sida para no mezclar erotismo y vih. Algo muy raro. La cuestión es que esta prohibición para mí fue muy insultante y me retiré de la organización de la muestra. Cuando voy a la inauguración, estaba Jorge Gumier Maier que era la pareja de Schirilo, estaba Lucrecia Rojas, que había sido la pareja de Liliana Maresca. Trabajando ahí, nos damos cuenta de que las obras de Liliana y Omar, y no me acuerdo de quién más, estaban sin ninguna nominación. Se mostraban como obras anónimas, porque se había desarmado la sala a último momento. Fue un escándalo de proporciones. Denunciamos a los que habían quedado organizando la muestra. A raíz de ese escándalo, se volvió a reacomodar la muestra y se volvió a hacer la sala. Para la inauguración de esa sala, fui con la remera de Roberto Jacoby, que decía “Yo tengo sida”. Había varios talles, recuerdo que me había puesto una remera de niño. Me quedaba apretada, era joven y bella. En el curso de la inauguración, con esa remera, me empezaron a salir unas bolas increíbles en las piernas. En cuestión de horas, se me deformaron las piernas. Tuve que ir a la guardia. Ahí es donde me hacen el test del vih, con la remera que decía “Yo tengo sida”.

ME: ¿Cuántos años tenías?

MD: Tenía 28. 

ME: Eras chiquita. ¿Al otro día te dieron el resultado del test?

MD: Me dejaron internada hasta que estuvo el test, porque no podían saber qué era eso. De pie en un consultorio de dermatología, bien adornado con imágenes de sarcomas de Kaposi, me dijeron “Tu análisis de vih dio positivo, no sé si querés hablar con alguien, con un psicólogo…”.

ME: ¿Estabas sola?

MD: Sí, porque no esperaba que me fueran a dar el resultado de ese modo. Llamé a amigos. Estuve un rato en el jardín del Hospital Ramos Mejía, que es muy lindo. De ahí me fui a verlo a Feliciano Centurión, que también falleció de sida. Él fue quien me acogió.

ME: Otro de los protagonistas de las columnas terminó siendo tu médico, Marcelo Losso. ¿Cuándo lo conociste? 

MD: A Marcelo lo conocía porque era el médico de Liliana Maresca y era infectólogo en el Ramos Mejía. Fue mi médico durante un montón de años, los mismos años que estuvo casado con Lucrecia, que, como les decía, fue la pareja de Liliana. Después de estar veinte años casada con un hombre, se separó y volvió a estar en pareja con una mujer. Cuento esto porque me parece que todas estas cosas tienen connotaciones. Son políticas. Mi médico decidió que no quiere ver una lesbiana más en su vida y me dejó de atender sin ningún aviso. Sin decirme por qué, no sé, pero yo lo interpreté así. Ahora me busqué una infectóloga lesbiana.

ME: Como para cerrar el círculo, pero como para abrirlo de vuelta, porque ya la nombramos varias veces y es otra presencia muy grande en este libro y vamos a volver a ella, quería preguntarte un poco sobre Liliana Maresca. ¿Era tu amiga? Bueno, era una artista que seguramente todos conocemos, ¿cuántos años tenía cuando murió?

MD: Liliana tenía 43 años cuando murió. Era mi amiga, la había conocido unos años antes. Estaba profundamente enamorada de ella. Liliana tenía una cosa: armaba redes, conectaba gente. Cuando nos conocimos, lo primero que hizo fue ponerme en contacto con otras amigas, Marcia Schvartz, Ana López, Alicia Herrero, Elba Bairon y otras artistas con las que, insistía ella, “tienen que hacerse amigas de Martita”. De hecho, nos hicimos amigas y son amistades que perduran en todos estos millones de años que pasaron. Para mí, esa capacidad de articular redes y de generar comunidad es como una constante en mi vida. Supongo que tiene que ver con algunos detalles de mi historia personal, tiene que ver con ser hija de desaparecidos, de una mujer desaparecida. Esto ahora parece imposible, pero en una época era ser como una desclasada. Algo de lo que no se hablaba. De las muchas exclusiones, que no vienen al caso, surge este deseo de generar una comunidad alternativa, una búsqueda de una familia propia. Liliana proveía esta posibilidad de trabajar en conjunto. Hicimos algunas intervenciones juntas y con Ana López; muchas de ellas rondando alrededor de la muerte. Me acuerdo de que hubo una muestra en un sótano, era sobre la muerte. Preparamos una corona. Yo tenía unos poemas que había escrito y con esos poemas prendimos fuego la corona. Todo esto en un sótano. Luego de la tragedia de Cromañón, es impensable hacer algo así. Obviamente, la muerte nos rondaba permanentemente. La fragilidad de los cuerpos y el deseo se tensaban con la misma fuerza.

ME: Son todos temas que están en la columna del diario. ¿Cómo fue la decisión de escribir sobre el tema en una columna y con la exigencia de hacerlo una vez por semana? Había que poner en palabras lo que pasaba en una semana, podés no tener ganas, podés tener miedo. Hay toda una cuestión de exposición. Ahora pasó el tiempo, pero, en ese momento, una mujer contando que tenía vih era algo fuerte. Era estar sola con ese relato. 

MD: Sí. Encima, el relato que buscaba implicaba correrse del caso clínico. Me acuerdo de que había alguna otra mujer visible, pero éramos muy pocas. Es gracioso porque lo visible también se cruza con ser lesbiana, pero, en el caso de las mujeres, la visibilidad siempre era un lugar de una enorme victimización, no así para los varones. La pobre que se había infectado, etcétera, etcétera. Siempre se buscaba un relato que no tuviera que ver con la sexualidad, o alguien que se había infectado por una transfusión. Como decís, era estar sola. Una frase que me pareció ideal para empezar a escribir la columna era “salgamos de este velorio en un descapotable”. Estaba inmersa en un contexto de muerte, en un contexto en el que las pocas campañas que había decían “metételo en la cabeza, el sida mata”. Obviamente, quienes ya teníamos el virus lo único que teníamos que hacer era sacarnos de la cabeza que el sida mata. No había discursos destinados a quienes estábamos infectados, mucho menos para las mujeres. Escribir la columna también significaba la búsqueda de comunidad, generar otros relatos, poner en primer plano el deseo, la pulsión vital, el anhelo de seguir conservando un cuerpo más allá de que ese cuerpo estuviera infectado, no el peligro a la muerte. Era una pelea semántica con esta idea de ser “portadora de la infección”. Por eso, en un principio, la columna se llamó “Convivir con virus”. Después te das cuenta de que en la convivencia hay una entidad demasiado grande para ese virus, pero tal vez era la que tenía en un primer momento.

En ese momento, ni era tan fácil ser puto, ni era tan fácil ser drogadicta, ni era tan fácil tener sida siendo mujer. 

Marta Dillon

ME: ¿La idea de hacer la columna la llevaste primero a Página 12 o pasó por otro lado?

MD: Primero, llevé la idea a La maga, una revista cultural que salía de la escuela de periodismo en la que yo había estudiado, pero no la quisieron. Después, se la llevé a Carlos Polimeni, que en ese entonces dirigía el suplemento No de Página 12. Con Polimeni había trabajado muchos años antes en el diario Sur. Para ese entonces, ya tenía tres columnas escritas y se las di para que las leyera. Creo que a él le impactó algo del orden del sensacionalismo, porque me dijo “¿vos estás dispuesta a salir en el programa de Mirtha Legrand diciendo que tenés sida?”. Yo le dije “no, la verdad que en lo de Mirtha Legrand no, pero no tengo problema en decir que tengo sida”. Y ahí arrancamos. Al principio, eran quincenales y peleé para que sean semanales. No voy a decir que cavé mi propia tumba, pero fue un esfuerzo grande escribir una columna semanal. Cualquiera lo sabe. Sobre todo de un tema tan vago, porque, en un principio, era todo muy urgente y se morían muchos amigos. Había muchos relatos relacionados a los ritos de la muerte, que eso era algo que quería comentar, que hubo como una reinvención de los funerales, que no tenía que ver tanto con esos funerales furiosos de ACT UP, con ese funeral de denuncia, sino, al contrario, me parece que eran funerales que buscaban un relato amoroso de la muerte, un relato vital, como meter a contramano la vida dentro de la ceremonia de la muerte. Por ejemplo, me acuerdo de que en el de Omar Schirilo estaba lleno de caireles de las obras de él; en el caso de Lili, la velamos en su casa, cubierta de pétalos, sentadas en la cama donde habíamos pasado los últimos seis meses [No voy a llorar…]. Esto también tiene mucha relación con los velorios trava, con ese velorio de recuperar la puesta en escena que tiene la vida trava. Por ahí, si alguna trava me estuviera escuchando, se pelearía un poco con esto de la puesta en escena, pero hay un enorme esfuerzo por sostener una escena que justamente te la quieren robar en el momento de la muerte. El sida también tiene que ver con esto, con quiénes son los que duelan a quien muere, ¿es la familia? En ese momento, ni era tan fácil ser puto, ni era tan fácil ser drogadicta, ni era tan fácil tener sida siendo mujer. 

Convivir con virus,de Marta Dillon. Publicado por primera vez en 1997 por el diario Página 12, Buenos Aires. Fotografía: Adriana Lestido.

ME: Tener la posibilidad de planear el velorio era mucho. Estamos hablando de años donde todavía la mayoría de la gente se moría. 

MD: Sí, totalmente. Se planeaban. El de Lili, Omar, Feliciano, ahora se me van un montón de nombres, amigos que no eran artistas pero que también murieron de sida. La verdad, se acumulan de a montones. Se planeaban de una manera simple, en la medida de lo posible, pongan música, bailen… Me acuerdo de un amigo de Mendoza que falleció y que nos había pedido eso y que era una pelea tremenda con la familia. A su vez, cuando ya estaba muy mal, habían robado literalmente el cuerpo para meterlo en el living de su casa. Nosotros, los amigos y las amigas lo podíamos visitar en el hospital y cuando lo sacan del hospital, lo ponen en una cama ortopédica en el living de la casa y lo empiezan a velar pre-mortem. No nos dejan entrar más. Eso era insultante y era quitarle su vida, quitarle su inscripción en la historia.

ME: Estuvimos hablando de la comunidad, pero hay otra comunidad, además de la de los amigos, y de las familias elegidas y sobre todo de las familias que se eligen cuando vas a partir, que es la comunidad que se arma con la gente que no conocés, que se empieza a acercar, los que te mandaban cartas luego de leer tu columna.

MD: Eso es increíble. Tengo cajas enormes de cartas, todavía las conservo. Había una respuesta muy inmediata. Lo de las cartas es impresionante, porque una de las cosas que yo ponía en escena en las columnas era el tema del rechazo en relación a la sexualidad, que en muchos casos eran rechazos brutales. Algo que pocas veces era contado. Yo lo contaba, pero, a la vez, me llegaban montones de cartas de gente que se proponía para amarme.

ME: ¿Y accediste a algunos?

MD: No, no podría. Creo que muchos años después accedí a ver a un fan y no me salió bien. 

ME: Volviendo al tema de poner en palabras el rechazo. No es solamente que tenés que tener un motivo concreto como un virus para no contar el rechazo, en general el rechazo se esquiva.

MD: Sí, es como el Kamasutra. Tenés que tener chupones y mordidas como para que sepan que cogés y entonces así seguís cogiendo. 

ME: Pero lo que es interesante de la columna es la tensión entre el deseo y el rechazo. Hay una parte en la que hablás con Gumier Maier, él te dice que te exponés mucho. Lo acabo de releer y es interesante. Adriana Lestido también te dice que te tenés que cuidar y vos decís que no hay preservativo para el corazón.

MD: Sí, tal cual.

ME: La tensión del deseo y del rechazo es constante porque en todas las columnas es como volver a probar, volver a probar, volver a probar, como una especie de resiliencia. Decir “yo no tengo por qué aceptar esto”. Me banco el rechazo, pero no tengo por qué aceptarlo. Es una forma de resistencia. 

MD: Para mí no hay otra manera de vivir que no sea insistiendo. Porque, en general, nos salen millones de cosas mal en la vida. Y sí, realmente vivir teniendo sida, teniendo vih, implicaba siempre la resignación de decir “bueno, ahora entonces no cogés más”. Había un discurso moral dentro del discurso médico que decía “bueno, ahora dejá de tomar alcohol…” A mí eso me resultaba insufrible, insoportable. Es decir, sentís el poder biomédico meterse de lleno en tu vida. La verdad es que de ninguna manera iba a aceptar esa forma de vivir victimizante, como pidiendo perdón por mis excesos; porque, además, no los termino de considerar excesos. Una se puede exceder alguna noche, pero tomar alcohol, fumar porro o coger, no son excesos, son parte de la vida. 

ME: Recién mencionaste el problema del poder biomédico. Esa tensión se presenta muy fuerte en los primeros años del vih en relación a la medicación, incluso con el cóctel que se dio a conocer en 1996 (que en Argentina se aprobó dos años después).

MD: Y gracias a una enorme lucha de las personas con vih. Hubo un activismo muy fuerte y, además, en esos dos años murió mucha gente en el camino. Es un montón de gente la que se quedó, compañeras con las que ocupamos la calle. En ese momento, yo lo estaba tomando porque mi papá me los compraba, él trabajaba en Aerolíneas Argentinas y había una azafata que me los traía. Esto era muy tremendo. Sentir que yo lo podía tomar y que la compañera que tenía al lado se estaba muriendo cuando se podía evitar.

ME: Aunque lo tomaras precariamente, porque conseguirlo de ese modo no era lo ideal.

MD: No, más vale, porque se podía interrumpir la llegada y eso podía complicar todo otra vez. De hecho, cuando los medicamentos se aprueban y se empiezan a dar, las obras sociales no querían cubrir las cargas virales. Era ridículo, porque según la carga viral comenzás a ver qué tipo de medicamento tomás, porque las medicaciones tienen sus problemas, su letra chica. Por ejemplo, algunas generaban lipodistrofia. Eso es algo de lo que nadie te habla. A mí nunca me dijeron que iba a tener lipodistrofia. De un día para el otro, me cambió por completo el físico. Un efecto secundario que realmente te modifica un montón, porque es tu cuerpo. A esta experiencia hay que sumarle la burocracia de las obras sociales. Fueron años álgidos y duros, la precariedad neoliberal, el fin del menemismo. La crisis del 2001 que se avecinaba, los cortes de ruta, etcétera. 

ME: Recuerdo que esos años de crisis fueron años en los que el acceso a la medicación era difícil, a veces no se conseguía.

MD: Todos esos años fueron tremendos. A su vez, no estábamos tan asentadas y asentados en los manejos de la medicación. Creo que ahora los que tomamos medicación hace veinte años, como yo, sabemos que si la interrumpimos no vamos a morirnos al día siguiente, pero en ese momento no teníamos esa seguridad y la obra social interrumpía el reparto por veinte días. Nos pasábamos los días llamando por teléfono, pidiendo por favor. Recuerdo lo desesperantes que fueron esos años, mucha impotencia. 

ME: Además, había esquemas. ¿Cuántas pastillas tomabas por día?

MD: Uh, tomaba montones. No me acuerdo exactamente cuántas, pero tomaba las tres medicaciones separadas. La primera eran cuatro pastillas, la segunda dos, y la tercera, una. Siete. Después tenías que tomar una con la comida, otra separada de la comida y otra antes de irte a dormir porque te daban mareos. Tres. Ese era mi esquema. Siempre hacía un quilombo bárbaro, porque soy una persona desordenada.

ME: Es que pareciera que estaba armado para que te desordenes. Despertarte y acostarte a tal horario, etcétera. 

MD: Ese es otro tema. Siempre tener que estar exponiendo tu condición seropositiva, porque con semejante esquema andabas con pastillas en la cartera. Si invitabas a dormir a alguien a tu casa y se encontraba con el cóctel, era un problema. Me acuerdo de una vez que me pasó eso. Se había quedado un montón de gente a dormir a mi casa, garché con uno y a la mañana nos despertamos todos y todas. Eran épocas de la agrupación HIJOS. Estábamos de permanente happening. Entonces Raquel, mi amiga, me dice “¿te preparo las pastillas?”, y saca tres frascos. Yo daba por hecho que todo el mundo sabía que tenía vih, así que ni me había preocupado. Pero al pibe que había estado conmigo, se le deformó la cara, pensaba que se había acostado con un monstruo. Habíamos usado forro y todo, pero nada, fue otro de esos rechazos mitológicos.

ME: Aunque la gente se cuidaba, seguía teniendo miedo. Leyendo las columnas y viendo quién más estaba escribiendo, me di cuenta de que la mayoría de los textos sobre sida son un poco anteriores, digamos que acá “llegaron tarde”. Me pareció absolutamente abrumador la cantidad de textos muy buenos y diferentes entre sí que hay, pero casi exclusivamente de varones. Textos militantes, textos poéticos, textos más duros que hacen una disección técnica de la enfermedad, la investigación periodística de Randy Shilts. Una cantidad enorme, sin embargo, hay muy pocos textos de mujeres.

MD: Susan Sontag escribió El sida y sus metáforas (1988), es una relectura, una ampliación de otro libro que publicó diez años antes, La enfermedad y sus metáforas

ME: Pero no es un libro en persona. También está el trabajo fotográfico de Nan Goldin, ella como testigo de la muerte de la mayoría de sus amigos y amigas. Pero un hombre como Larry Kramer podía escribir una columna en un diario diciéndole a su comunidad “está todo bien si cerramos los baños públicos durante tres meses, es más importante vivir que coger”, básicamente él decía eso. Y, sin embargo, las mujeres siempre estaban invisibilizadas y mudas en la mayoría de los casos.

Muchas se infectan dentro de parejas heterosexuales, porque no pueden imponer el uso del preservativo, porque, en realidad, muchas veces coger es zafar de los golpes.

Marta Dillon

MD: Está directamente ligado a lo que significa ser mujer. En general, tenemos menos voz. Pero, además, cuando se trata de nuestra sexualidad, las infecciones están muy ligadas a la doble precariedad que tenemos las mujeres, en el sentido que muchas se han infectado en contextos de violencia de género. Muchas se infectan dentro de parejas heterosexuales, porque no pueden imponer el uso del preservativo, porque, en realidad, muchas veces coger es zafar de los golpes. Por otro lado, también ser drogadicta y ser mujer, digo drogadicta por el tema de quienes usaban agujas para consumir drogas, también hay una mirada doblemente condenatoria, porque están traicionando también a su género, están traicionando a sus hijos, al deber ser madre. Nosotras no venimos de una fiesta al vih, venimos de la precariedad y de heridas acumuladas. Incluso, si te contagiaste o si te infectaste por vía sexual, no venimos de una fiesta de garche como locas, y donde eso se podía compartir con las amigas y con los amigos. Si vos venías de una fiesta de garche, eso era clandestino. En estas situaciones es donde se cocina el silencio de las mujeres.

ME: En una de tus primeras columnas, contás una historia que se relaciona con esta precariedad. Es sobre una señora que conociste en el Ramos Mejía. Contalo vos mejor…

MD: Es una historia tremenda. Una señora, empleada doméstica, que trabajaba en una casa, estaba cortando cebolla para preparar la comida de la familia. Se cortó un dedo y justo llegó el hijo de la familia con una herida y ella lo atendió con su dedo cortado. Se infectó de ese modo. Se infectó por esa casualidad, pero ¿es una casualidad? En realidad, no lo es, es una mujer que a pesar de tener la mano herida fue a atender al otro herido, el herido de la familia.

ME: Hay algo muy lindo en el relato. Ella te dice que no le quiere contar a sus hijos, y vos le decís contáselo porque te van a ayudar.

MD: Para mí, siempre el tema de la visibilidad está rondando. Esto de contarlo también es darle la oportunidad a las otras personas de tomar una postura, de darles la oportunidad de que te cuiden y que se cuiden a sí mismos o a sí mismas. Bueno, sabemos que puede haber rechazo, incluso en los hijos, pero si no se pone en común no existe la posibilidad de generar redes de cuidado. 

ME: Bueno, abramos a preguntas. 

MD: ¿Quieren que les cuente cómo nos protegemos las lesbianas? No nos protegemos. Es un gran tema. Ya que estoy, me hago la pregunta y contesto. Desde ya, las personas toman diferentes decisiones. Una de mis largas luchas, y que está en las columnas reiteradas veces, es el tema del sexo oral entre mujeres o hacia las mujeres. Efectivamente, no hay ni un solo caso registrado en que alguien se haya infectado practicándole sexo oral a una mujer. Pero cuando yo les insistía a los médicos con esto, ellos me decía, “no hay estudios”. “¿Y por qué no hay estudios?”, les preguntaba, “porque la incidencia es tan baja que nadie se preocupa en hacer un estudio”, “pero entonces es una práctica segura”, “no, no podemos decirlo porque no hay estudios”. Realmente, si eso no es poder de policía sobre la sexualidad de las mujeres, díganme qué es. Y lo cierto es que cuando yo llevaba alguna pareja mía, mujeres en general, ese mismo médico que no lo decía en público, decía “no hay problema”. Sí hay algún de tipo prevención, por ejemplo, no lavarse los dientes por las dudas que te hagas una herida o revisar de no tener una herida muy abierta en la boca. Pero después las prácticas son seguras. Por supuesto, se puede usar preservativo en los dildos y hacer otras cosas, pero es muy baja la concentración de virus en el flujo vaginal.

ME: Tenés que estar veinte horas…

MD: No solamente tenés que estar veinte horas, que es posible, sino que además tiene que haber un lugar de entrada, no entra por la boca: tiene que haber una herida en la boca. Tiene que haber una herida en las manos, pero una herida visible. Y tiene que entrar un litro de flujo vaginal dentro de una herida. Es decir, es complicado. Por eso ser lesbiana es una linda manera de cuidarse.

Público: Quería preguntar por qué dejaste de escribir la columna en el 2004. 

MD: Porque no daba más. Me pasaban dos cosas: por un lado estaba, saliendo en el suplemento Joven y yo ya no era joven. Bueno, no para ese suplemento. Me empezaba a sentir incómoda. Y, además, escribir una columna semanal es difícil. Sentía que estaba papeando. Después, seguí escribiendo otro tipo de columnas pero esta ya había llegado a un punto.

ME: Fueron diez años, es mucho tiempo. Una por semana. No puedo ni imaginármelo.

Público: Volví a leer Vivir con virus y me impresionó cuánto hay de pedagogía. No únicamente la cosa del deseo, sino pedagogía del coger, cómo coger digamos. Me parece que ahí hay un registro realmente interesante en un momento en el que las técnicas de “coger bien” se habían vuelto en un espacio de marketing. Ahí las columnas plantean una tensión bien interesante. Te quería preguntar si en el momento de las columnas, donde vos generabas este tipo de intervenciones, había diálogos con el feminismo. Qué pasaba con el feminismo como movimiento, había diálogo, ¿daban bola? Supongo que alguna conexión había porque en lo que propones en tus columnas hay una articulación central: el debate sobre el género, la sexualidad, el cuidado, el cuerpo femenino, etcétera.

Con el feminismo no tenía ningún diálogo. Yo me fui haciendo feminista sin nombrarme siquiera como feminista a lo largo de las columnas.

Marta Dillon

MD: Con el feminismo no tenía ningún diálogo. Yo me fui haciendo feminista sin nombrarme siquiera como feminista a lo largo de las columnas, y creo que para mí el tema del diagnóstico de vih positivo fue central en mi conciencia feminista por todo esto que estuvimos hablando. Por sentir la doble precariedad, por sentir los muros de silencio, por sentir el rechazo, por el modo en que me veían como monstruosa por reclamar mis ganas de seguir cogiendo, o por decir que por ahí tenía ganas de tener hijos. Era muy joven, tenía 28 años. Y eso no era bien visto “¿qué clase de monstruo quiere concebir un hijo teniendo vih?”. Creo que el feminismo tampoco se ocupó mucho de la infección del vih, para nada, para nada. Y cuando las lesbianas empezaron, fue problemático porque comenzaron a demandar ser consideradas dentro de la problemática de la infección. Para mí lo hacen desde el peor lugar del mundo: la profilaxis. Esto de utilizar guantes, etcétera. Qué se yo, para mí en algún momento puede ser muy erótico el tema del guante y otras prácticas como el fist fucking. Está bueno tener los guantes, pero demandar un lugar en la profilaxis y en la represión de las prácticas, no. Hoy esto me resulta muy problemático, por eso hice la pregunta, un poco en chiste, “¿quieren saber cómo nos infectamos las lesbianas?”. Porque me parece que tiene que ver con los sistemas de financiamiento. Esta inscripción de las lesbianas dentro de la temática de las infecciones (piden plata para…). Lamentablemente, es así, es eso, no figura dentro del catálogo, aun cuando insisto que el tema de la violencia contra las mujeres y la infección por vih son indisolubles. Son realmente indisolubles, porque la violencia es el campo que se prepara para que entre la infección.

Público: En relación a las lesbianas. Recién ahora se están haciendo historiografías de los lugares de las lesbianas en el propio movimiento. Siempre quedaron bastante invisibles, como en casi todos lados. Hay cierta invisibilidad con respecto al lugar de cuidado que ocupaban con sus amigos maricas enfermos, ¿sabés algo sobre esta experiencia? ¿Cómo se nombraban en el activismo local, sobre todo en el primer momento de emergencia del vih?

MD: Quedaron invisibilizadas. Además, en relación a las lesbianas y el vih, está la problemática de las bisexuales. Más allá de que yo elijo ser lesbiana como identidad, mis prácticas han sido bisexuales o pansexuales. Muchas veces, las bisexuales se presentaban como amenaza a la comunidad lésbica, porque son las que “traen el virus de otros”, el otro mundo. Pensando de vuelta en Liliana Maresca. Quien la cuida, quien le devuelve una mirada erotizada de su cuerpo aún enfermo es una mujer, es una mujer que la ama y que la mira con deseo hasta cuando pesaba cuarenta kilos. Y son muchas las mujeres que cuidamos en la comunidad LGBTTIQ. Las lesbianas cuidamos. Pero no creo que esto se haya pensado de alguna manera en particular. Más no puedo contestar, porque desconozco.

Muchas gracias por la invitación y muchas gracias a Mariana, que en medio de su vorágine aceptó esta invitación.
ME: No, con mucho gusto, gracias por venir.

Esta entrevista integra el libro Imágenes seropositivas. Prácticas artísticas y narrativas sobre el vih en los años 80 y 90 compilado por Francisco Lemus de próxima publicación por EDULP.

Autor*s: María Laura Rosa, Mario Cámara, Fernanda Carvajal, Alicia Vaggione, Gabriel Giorgi, Mariano López Seoane, Javier Gasparri, Equipo re, Sol Henero, Luis Matus, Olivier Debroise, Jorge Gumier Maier, Roberto Jacoby, Marta Dillon, Mariana Enríquez, Pablo Pérez, Diego Trerotola y Francisco Lemus.

Fotografía de portada: Alejandro Kuropatwa, Sin título, serie Cóctel, 1996. Archivo Alejandro Kuropatwa, Buenos Aires.