Como un recordatorio de que el encuentro nos potencia, fueguitos se encendieron en plazas barriales y céntricas para cocer un guiso o para calentar parches de los tambores. Un poco de amor, un poco de glitter, de aquí para allá. Mensajes y llamadas para coordinar un punto desde donde salir a marchar. Este 8 de marzo, mujeres y disidencias de todo Uruguay se movilizaron para recordar que las calles siguen siendo nuestras, aunque los mensajes que muchas veces nos dedican medios y políticos nos configuran desmembradas, víctimas, subyugadas.
A esta fecha de reivindicación de nuestras vidas y nuestros derechos llegamos con al menos siete femicidios en lo que va del año, el hallazgo de dos cuerpos descuartizados en una fosa séptica la semana pasada, la denuncia de una violación grupal a la salida de un boliche y de otra por parte de policías dentro de un patrullero; pero también con la primera sentencia por transfemicidio y un movimiento feminista, diverso y organizado, que denuncia lo que falta y enuncia lo quiere y cómo lo quiere cambiar.
La previa a este 8M también estuvo marcada por la decisión de la central sindical PIT-CNT de hacer un Paro General en esta fecha, pero teniendo como mensaje el apoyo al referéndum para derogar 135 artículos de la Ley de Urgente Consideración (LUC) el 27 de marzo. Un paro para hombres y mujeres, con una consigna que se aleja de las reivindicaciones más “específicas” de esta fecha.
Pero esta marcha en la capital uruguaya será recordada por la convocatoria desde la articulación de organizaciones, mujeres y disidencias autoconvocadas llamada Tejido Feminista, que propuso concentrar en dos puntos diferentes (Plaza Libertad y Plaza de los 33) para movilizarse por la avenida céntrica 18 de Julio y bajar por dos calles hacia la Rambla montevideana.
Tejido Feminista es una articulación que convocó a esta marcha y a la del año pasado. Es una reactivación de lo que fue desde 2014 la Coordinadora de Feminismos. Siguiendo la propuesta de años anteriores, la organización es horizontal y la proclama se va armando en asambleas semanales y rotativas por distintos barrios. Este año tampoco hubo estrado, al final de la marcha se lee la proclama a viva voz, si el volante llegó a tus manos y si quedaste cerca de uno de los círculos de que arman espontáneamente para la lectura. Una proclama que cada vez es más poética, pero no deja de tener demandas y propuestas. Una proclama que profundiza cada vez más en la importancia del deseo como motor para cambiar este mundo injusto y patriarcal.
Bajo la consigna “Somos agua cuando la realidad es piedra”, el Río de la Plata nos encontró bailando a las ocho de la noche, dos horas después de haber salido del centro, mientras caía el sol anaranjado y seguían bajando las multitudes feministas inquietas por las calles Ejido y Santiago de Chile: las murguistas con sus trajes y maquillajes, con su ritmo y sus canciones, las maestras feministas, las patinadoras, las cooperativistas de FUCVAM, las folcloristas al rojo vivo, las deportistas, las locas, las candomberas, tamborileras y vedettes, las realizadoras audiovisuales, las muralistas, las que cocinan en las ollas, las Minervas, las Desmadre, las mujeres y disidencias de Radio Pedal, las actrices, las migrantes, las gordas, las vecinas de Barros Blancos, de Ciudad Vieja, de Jacinto Vera y Sayago, las migrantes, las viejas, las Mujeres de Negro y las de la Intersocial. Claro, faltan las presas -78% privadas de libertad por microtráfico de drogas- y las desaparecidas por redes de trata.
Y había muchas niñas. Hablo con Magui, que se tira al piso, cansada de caminar. Tiene un pañuelo violeta atado a su cintura, una vincha de unicornio y ganas de mostrar que en el camino encontró unos aros y otro pañuelo violeta con un puño. La movilización le pareció muy linda, aunque en el tramo que estuvo ella no cantaron nada. Es la primera vez que marcha. Lo hizo junto a su mamá, que ahora le insiste con seguir los pasos que faltan para llegar hasta la casa.
En un país donde en el primer semestre de 2021 se registraron 3927 casos de violencia contra niñas, niños y adolescentes, casi la misma cantidad de casos que en todo 2020 (4911); donde el 56% de las víctimas son niñas, el 55% de tiene menos de 12 años, el 19% de los casos son abusos sexuales y el 38% de los agresores son los padres, pensar que Magui, Itatí y tantas otras se reivindican como feministas y sus cuerpecitos muestran esa suerte de empoderamiento en un mundo que parece más montado para destinarles maltrato, es esperanzador verlas. Crecieron al calor de estas marchas que se sostienen y crecen desde hace cinco años, aunque cada vez que terminen muchas pensemos “qué viene después”.
“El feminismo no es solo un movimiento que se dedica a exigir, denunciar y señalar lo que está mal. Queremos transformar todo y eso implica pensar nuestras acciones políticas desde el deseo y el goce. Destacamos la idea del tejido porque es lo que hemos podido generar entre nosotras para sostenernos vivas”, dice una de las voceras de Tejido Feminista, Valentina Machado.
En Uruguay la pobreza, la desocupación y el hambre también tiene cara de mujer: del 7% de población desempleada a diciembre de 2021, 5,8% son varones y 8,5% mujeres. “La suba de los precios de la comida y de los alquileres nos preocupa y, para subsistir, los malabares son nuestros”, agrega Machado.
Una marea feminista
La imagen de la marea supera la inspiración de aquella verde que llenó calles y plazas del mundo cuando pedíamos, desde Argentina, aborto legal, seguro y gratuito. La marea uruguaya tiene múltiples sentidos: el más literal, una capital y un país que no le da la espalda al río, sino que lo mira de frente y lo abraza orgulloso. Es un encuentro de asfalto con agua, en la Rambla, que recuerda la interdependencia de la vida y que no podemos seguir contaminando ni explotando un bien común esencial: “nuestra lucha es antiextractivista”, dice Valentina, “si vamos a poner la vida en el centro, esa vida no es solo humana; tenemos que entender que estamos en medio de una crisis ambiental y nos manifestamos contra el sistema de devastación que actúa sobre nuestros cuerpos y territorios”.
Llegar a la amplitud de la Rambla y tenerla para nosotras fue también ver la movilización más masiva que tiene la ciudad desde hace 5 años desde otra perspectiva. Como dice Claudia Guastavino, que participa en el movimiento de ollas populares y merenderos desde que comenzó la pandemia: “Me encantó cambiar el recorrido habitual y transitar por otras zonas, llegar a otros lugares. Me dio otra dimensión de cuántas éramos. Me encanta ver la diversidad, la convivencia y me pareció que éramos muchas”.
“Multitudinaria, masiva, fuerte, con muchos colectivos”, agrega Marisol, compañera de Claudia en el merendero. Ellas marcharon con cooperativistas de la Federación de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua (FUCVAM) y dicen que “estuvo de más sumarse a otro colectivo” porque vieron “desde otro lugar” a esas compañeras, pudieron conversar sobre cómo dan la lucha desde adentro, en un ámbito como el de la construcción de viviendas, que sigue muy masculinizado.
Entre la primera columna que llega, la que bajó por Santiago de Chile, algunas sienten desazón, un vacío. “Llegamos y pensamos ‘ahora qué’”, dice Sofía. Pero empieza a encontrarse con otras amigas entre la multitud. Ese milagro. Que ellas te encuentres a vos, qué deseo cumplido. “Tener momentos de alegría es romper un sistema de violencia y dolor”, afirma Valentina.
Frente a la Rambla, la performance Tsunami de Resistencia danza por cuarta vez. “¡Están pintadas!”, grita una niña, señalando a las siete bailarinas pintadas de turquesa. “¡Están desnudas!”, sigue la pequeña. Baila con ellas, les sigue el ritmo. Gozar nuestros cuerpos, de todas (las) formas. Las amazonas charrúas terminan la performance con un grito y quedamos en silencio. Antes de aplaudirlas, se cuelan los cánticos de la columna que todavía baja por Ejido: “¡Arriba el feminismo, que va a vencer, que va a vencer!”.
Afirmar que “somos agua cuando la realidad es piedra” es potenciar nuestra capacidad de cambio de un sistema que amalgama opresiones, mostrando que con paciencia y creatividad horadamos la dureza con que el mundo nos trata. Ser agua, también, es ir al encuentro de otras compañeras que luchan allá lejos, al otro lado del río y del océano. Por eso esta huelga se nombra “transfeminista, antirracista y migrante”.