Foto: Agencia EFE
Se acerca el 14 de marzo y un fantasma recorre América Latina. Somos cientos de miles de feministas que la recordamos. El crimen de Marielle Franco y el de Anderson Pedro Mathias Gomes, el chofer que la acompañaba aquella noche de verano de 2018 por las calles de Río de Janeiro, están impunes. A tres años de su brutal asesinato, el legado de Marielle no no ha dejado de crecer.
Marielle -que nosotras, hispanohablantes, a veces pronunciamos “Mariel”, en realidad allá, en sus pagos, se dice “Mariéli”-, nació y vivió en la ciudad de Río de Janeiro, puntualmente en la zona norte, en una favela que se llama Maré. Favela y villa son sinónimos. Marielle era favelada. Villera. Negra. Mujer. Mamá joven. Lesbiana. Era militante socialista, del Partido Socialismo y Libertad (PSOL). También estudió en la universidad, de ahí sus títulos de Socióloga y Magíster en Administración Pública. Y era vereadora, es decir concejala o legisladora en su ciudad. Si, una negra villera y lesbiana legisladora, tal era su fuerza y su potencia organizadas. Es muy probable que su legado tenga que ver con eso que sentimos cuando conocemos la historia de una persona que evade el destino que le tenía reservado el capitalismo subdesarrollado, lo gambetea, le hace un caño y avanza contra viento y marea. Maré, el nombre del querido barrio de Marielle, significa marea. En un mismo cuerpo confluyen todas las interseccionalidades y el resultado es una luchadora organizada.
Sus compañeras, amigas, familiares, la extrañan mucho y pelean a diario por mantener vigente su memoria y para que se haga justicia por Marielle. La agenda de los derechos humanos y de la violencia institucional en Brasil era uno de los temas principales en la actividad política de la concejala carioca. Y, ¿paradójicamente?, la causa de su muerte. La familia de Jair Bolsonaro está en la mira por su participación en el crimen y aunque el Poder Judicial archivó el pedido de investigar al presidente por el asesinato de la concejala, la causa sigue rodeada de sospechas con testigos que mueren en circunstancias poco claras. Puede haber algún detenido, incluso saber quién disparó el gatillo, pero la justicia no es eso. Tal el estado de cosas.
“¿Cuántos más tendrán que morir para que esta guerra termine?”
Durante 2019 y principios de 2020 colaboré en el trabajo de traducción al español de la tesis de Maestría y de varios de los discursos de Marielle Franco. Es la única traducción y compilación en español de su obra. Publicado por Ediciones Tinta Limón, se trata del libro Laboratorio Favela. Violencia y política en Río de Janeiro. Descubrir a alguien a través de su obra es fascinante. En este caso, fue casi como descubrir por qué la mataron. Su anhelo fundamental estaba enfocado en desmantelar el círculo fatal de estigmatización, violencia, muerte e impunidad que se lleva la vida de tantos jóvenes negros de las favelas, en promover la seguridad ciudadana con un paradigma basado en los derechos humanos, en el desarrollo de las favelas no como un problema que hay que eliminar, sino como parte de la solución al gran problema habitacional de las ciudades brasileras. Su palabra escrita tiene tanta fuerza como su palabra hablada: “¡No seré interrumpida!” le gritaba a un grupo que, en pleno recinto legislativo de Río, pretendía acallarla reivindicando la última dictadura militar.
El pensamiento de Marielle merece circular o, como señala Frei Betto en el prólogo a la edición brasilera de su tesis, debe ser “leído, reproducido, distribuido, debatido y repartido como pan caliente capaz de alimentar la misma esperanza que encarna su autora”. El objetivo general de su tesis de maestría fue demostrar que la política de seguridad pública adoptada en el estado de Río de Janeiro reforzaba el modelo de Estado Penal y, por ende, el proyecto neoliberal. Intentaba demostrar también que el discurso hegemónico de la “guerra contra las drogas” es, en realidad, una iniciativa que logra “el apoyo del conjunto de la ciudad con una alusión a la paz, a través de recursos ideológicos, usados como instrumentos para conquistar la opinión pública y el sentido común, con el fin de sustentar las contradicciones de esta política”.
Marielle decía que lo que se evidencia en ese modelo es una política de exclusión y castigo a los pobres. En Brasil, la policía asesina jóvenes negros con frecuencia, con espantosa frecuencia. Las víctimas de la policía brasileña son en su amplísima mayoría (75%) hombres jóvenes negros asesinados con disparos en la nuca. La expectativa de vida de un joven negro en una favela es de 24 años.
Villera, negra y mujer
A ella le gustaba presentarse así: “Soy una mujer negra, sin embargo, antes que eso, he hablado mucho de que antes de reivindicar y comprender lo que era ser una mujer negra en el mundo, yo ya era favelada. Nacida y criada en Maré, que para quien no es de Río, es un complejo de dieciséis favelas, y se llama complejo porque es un conglomerado y no porque aquel lugar sea más complejo que otro en la ciudad, ya que estamos hablando de una favela inmersa en Río de Janeiro y que, por lo tanto, es tan compleja como lo son otros barrios”. Una serie de genuinas pretensiones la acompañaban por los pasillos y salones de la Legislatura carioca: “dialogar, proponer políticas, tener proyectos de calidad, ocupar esta Casa de una manera que tienda a desmitificar este lugar donde muchas veces las personas tienen dificultades, tienen miedo, no vienen, entonces creo que hay que derribar los muros de la Cámara, que las personas puedan llenarla de favelados, llenarla de negros y negras, llenarla de mujeres trans, llenarla con todo porque tenemos derecho”. Una Legislatura más favelizada, más ennegrecida, con identidades más diversas. Una de sus compañeras de equipo, Lana, fue la primera mujer trans en tener su identidad autopercibida correspondiente con su nombre social garantizado. “Una llega y empuja a otra, este es un lema principalmente de las mujeres negras”.
“Yo soy legisladora porque nosotras somos necesarias”
“Ser mujer negra es resistir y sobrevivir todo el tiempo. La gente mira nuestros cuerpos disminuyéndonos, investigan si debajo del turbante hay droga o piojos, niegan nuestra existencia (…) Podríamos hacer una encuesta objetiva preguntando a cuántas mujeres y hombres blancos les revisaron el cabello y la respuesta sería “a ninguno”. Estamos expuestas y somos violentadas todos los días. Para que la discusión se amplíe es fundamental comprender que estamos en una posición de trato diferente. Es necesario reconocer el racismo”. Te invito a releer esa cita y a pensar en el racismo en la Argentina. No miremos para otro lado, el racismo no sólo está cruzando la frontera. Así como el feminismo nos enseñó que somos educadas en el machismo, también en estas latitudes del continente nos hace falta reconocer que somos educadas en el racismo.
Una de las iniciativas legislativas que más me gusta de Marielle y su equipo es el Espacio lechuza, un jardín maternal extendido al horario nocturno. Un proyecto pensado para las familias, a sabiendas de que la responsabilidad sobre les hijes recae casi exclusivamente en las mujeres. El diagnóstico es que esas mamás luchonas cuidan, trabajan, militan, y estudian de noche. Por lo tanto, si no hay espacios de cuidado donde puedan estar tranquilas de llevar a sus hijes, ese cuidado recae en otras mujeres de la familia, y así se vuelve infinito el círculo de las tareas de cuidado feminizadas y la pauperización de las mujeres.
Su legado: nuestras tareas
Hace un par de años que me hago esta pregunta: ¿Qué significa Marielle para nosotras, feministas argentinas? Debe haber cientos de respuestas posibles, ojalá las haya. Creo que su muerte pone de relieve el riesgo, la posibilidad latente de que un brutal asesinato como ese vuelva a suceder. Y significa también la bronca infinita de que hayan matado a una más de las nuestras. ¿Cuántas vidas de militantes, dirigentes y dirigentas sociales son arrebatadas por los poderes de turno en América Latina cada año? Hace cincuenta años eso se llamó Plan Cóndor. Guerreras y guerreros que ponen cuerpo corazón y cabeza a luchar por los derechos humanos y la madre tierra, principalmente. Si hasta aquí esta nota es un humilde homenaje, ahora quisiera expresar cuáles son las tareas a las que nos orienta Marielle. No claudicar, ser antirracistas, abrir el movimiento feminista a tal punto que se sientan parte integrante todas las compañeras que faltan, seguir ganando lugares en las instituciones, no callar, hablar de más, si es necesario.
Hoy, a tres años de su asesinato, está tan viva la lucha tanto como el luto por Marielle y se fundamenta en cuatro cosas: buscar justicia, defender la memoria, multiplicar el legado, regar las semillas. La democracia está en disputa en toda nuestra región, y la corrosión a la que puede llegar se parece muy poco al Estado de derecho. Podemos ser parte del legado de Marielle, y lo seremos cada vez que apoyemos colectivamente a las mujeres de los barrios populares que quieran ocupar espacios en la política, para que los lugares de toma de decisiones sean más abiertos y populares. Si esas mujeres son negras y marronas, más todavía. Por si acaso queda algún atisbo de duda, las vidas negras importan.