Este libro es de bordado es un libro de bordado y es feminista, de forma que también podría llamarse “Este es un libro feminista”, y punto. A la vez, es un libro bordado y escrito, es un objeto que no solo se contempla por la información que despliega, sino que también se lo mira, se lo toca, porque es hermoso hacerlo, ¿será eso lo que lo convierte en un objeto, también, artístico?
Lo que este libro, que releva los diversos puntos y familias del bordado, tiene de feminista está en todo lo que no se ve. Que el bordado solo es posible si una persona, en general una mujer, trasladó a otra persona, en general mujer, un saber que antes hubo de ser reservado a los quehaceres domésticos, que su valor estético fue dejado del lado de los útiles: de aquel tiempo virginal en el que las mujeres “hacen sus cosas” entre tarea doméstica y tarea doméstica. Cuando el ocio es impuesto, dedicarlo al placer es revolucionario, algo así dice la autora de estos bordados, de este libro y del texto letal que se adjunta al libro. Aldana, según leemos, es una joven de Bahía Blanca que quedó boyando entre el no trabajo, el estudio, la no esperanza, las ganas de pasarla bien, el dolor por un país que “retrocede y va hacia la derecha”, y en esa infractividad perturbadora de hiperconciencia se planta, borda y encuentra en ese ser mujer en el siendo del bordado algunas respuestas:
a-pensar, mientras se borda
b-construir una alternativa a la vida triste, mientras se borda
c-que la práctica individual de bordado devenga colectiva.
Hay feminismo en estos modos de tejer la vida que es como un texto. Hay feminismo porque como Aldana recoge en esas páginas sueltas escritas con conciencia y belleza, el bordado estuvo y está al servicio de las avanzadas radicales del feminismo (desde las Sufragistas hasta el Movimiento de liberación femenina y la Unión feminista Argentina en los años 70), pero también lo hay porque pone en cuestión el espacio doméstico como un espacio de no-productividad, y por tanto de no-remuneración, como si en el espacio doméstico las mujeres no pudiéramos ser generadoras de valor. Todo lo contrario: el bordado es una máquina de convertir la improductividad en utilidad. Y si no veamos cómo se llama este papel suelto del que vengo hablando: “Sobre la importancia del placer cuando el ocio es forzado”.
Pero hay otro motivo para leer este libro como feminista y es un motivo epistemológico muy simple: en tanto [rad-hl]el feminismo busca desandar los hilos del patriarcado, detectarlos, reconocerlos, desatarlos y presentar el deseo de un ordenamiento radicalmente diferente de la sociedad y los afectos, este libro de bordado comete el acierto de mostrarnos en el revés de las páginas cómo se ve el punto desde atrás. Ver el punto desde atrás, ver el revés de la trama, es y no es develar el truco de magia, es porque ahora vemos de qué está hecho el espectáculo, pero no lo es, no lo es, así como romper el patriarcado no basta para construir un mundo nuevo, sólo en el siendo del bordado se borda, es una acción, no tan solo un proyecto. Parece una tontería, lo es, pero lo diremos: para bordar sólo hay que bordar.[/rad-hl]
Este libro es de bordado nos demanda una disposición corporal y afectiva para pasar por él haciéndonos cargo de que leer es una experiencia, como esa que describe Aldana, cuando se sienta “con el ventilador pegándole en los pies” y borda; leer, decíamos, es como bordar, allá donde mires encontrarás solo la utilidad de esa inutilidad, porque sentir placer ya es, de algún modo, construir una alternativa a un modelo socioeconómico que se llama patriarcado, que se llama neoliberalismo y que en tándem sincronizado buscan no solo dejarnos sumisas sino también escondernos los hilos, los modos de ponernos los puntos, de esos sistemas.
El bordado está revestido de una utilidad trascendente: provoca placer cuando todo indica que deberíamos sufrir, ahí su potencia. Lo mismo con el feminismo, cuando deberíamos ser funcionales al patriarcado y al mercado, nosotras nos organizamos para pasarla bien y alejar las opresiones violentas que se nos pegan en el cuerpo adentro y afuera de las casas.
Hacerle justicia al libro es imposible, digamos que sólo podemos hablar con propiedad de este libro bordando, o colocando a continuación las palabras que acompañan al libro mismo. Todo muy confuso, sí, enrevesado pero delicado.
Fragmento de Este libro es de bordado.
Sobre la importancia del placer cuando el ocio es forzado
Si no recuerdo mal, quizás este libro se empezó a bordar pocos días después de Año Nuevo, o puede que haya sido la misma noche del 31, no estoy del todo segura. Nunca me llevé muy bien con las fiestas ni con el verano. Así que sentarme a bordar en el garage de mi casa, con el ventilador pegándome en los pies para amortiguar el calor, fue la manera más inmediata que encontré para enfriar la impotencia y pensar en qué iba a hacer. ¿Con qué? Con todo. En enero del año pasado tenía 25 años y estaba más o menos como hoy: desempleada, estudiando, y trabajando informalmente para poder terminar de pagar esos estudios. No sabía lo que iba a pasar en el año más nefasto que recuerdo haber vivido en mi corto cuarto de siglo y sin embargo, entre las pocas buenas cosas que no sabía que iban a suceder, existía la posibilidad de que este libro paseara por los ojos y las manos curiosas de un montón de chicos, chicas, mujeres y hombres de mi ciudad. Fue un mal año, con alguna que otra chispa.
Mientras bordaba, pensaba en la utilidad de la inutilidad de eso que hacía. Era un escape personal que indudablemente me hacía sentir mejor, ¿pero cómo contribuía eso a construir una alternativa, un plan B al aplastante avance de estas políticas que, si bien no son de todo nuevas, volvieron mejor disfrazadas que nunca? No importaba cuán complejo era un punto en particular, cuánta concentración demandaba hacer un punto herringbone doblemente enlazado, no podía quitarme de encima esa mezcla agridulce que se sentía hacer algo que me encantaba sin dejar de percibir que el mundo seguía avanzando, hacia la derecha y marcha atrás. Sin embargo, estaba convencida de dos cosas. La primera, que la única emergencia verdadera era abandonar la torpeza de actuar precipitadamente, de modo que detenerse a pensar era ya una medida de primera necesidad. Y la segunda, que sentir placer en el hacer ya es, de algún modo, construir una alternativa a un modelo socioeconómico que alimenta como perros rabiosos la meritocracia y la eficiencia.
Mi problema era otro entonces: ese placer que sentía era individual y quería compartirlo. Guardármelo solo para mí no tenía demasiado sentido. Quería invitar a otros a que hicieran lo mismo, a frenar un ratito en el medio de la urgencia y probaran bordar, para que contaran después en qué habían estado pensando. Es que para cualquiera que lo haya experimentado alguna vez, bordar siempre traslada el pensamiento a otros lugares que trascienden lo meramente técnico y material. Más allá de la concentración que requiere sujetar entre dos dedos una aguja y trazar líneas, pareciera ser que en verdad la cabeza se divide en una suerte dos planos que trabajan en simultáneo: por un lado, el proceso técnico, y por otro, la reflexión. A medida que la aguja sube y baja del derecho y el revés del soporte, aparecen preguntas de todo tipo. Hay gente que no da puntada sin hilo, dicen. Yo pienso que no hay puntada sin una cabeza que reflexione. Sin embargo, ¿cómo podía invitar a otros a hacer su propio libro de bordado o a construir sus familias de puntos? ¿funcionaría plantearlo como consigna en mis talleres? Entonces empecé a preguntarme por otras bordadoras y bordadores que, en ese preciso instante o aún siglos atrás, también habían estado bordando en contextos donde la coyuntura política y social era claramente desfavorable para sentir placer frente al hacer, el ocio o el instante de reflexión.