El color malo

Con los pies en el barro de una isla del Tigre, la narradora de El amor blanco (Híbrida, 2022), la nueva novela de Agustina Paz Frontera (codirectora de LatFem), disecciona el amor, los rituales de la feminidad y los protocolos de las sustancias compartidas. La escritora Marina Mariasch, editora de la novela, presentó el libro con este texto que anuncia la llegada del “nuevo feminismo”.

Quizás una frase podría condensar esta novela: 

Me la imaginaba diferente

o

Sonrío y disimulo

Hay grandes posibilidades de que no pase nada

No hay a dónde ir

Todas están en la primera página.

Este es el comienzo de una historia de amor. O más bien, el comienzo de El amor blanco, que es la narración de un fragmento de una historia de amor. 

Durante un tiempo se pensó al capitalismo con caracter frío, sin emociones, guiado por la racionalidad burocrática, ajeno a los sentimientos. Pero sabemos que no es así, que el comportamiento económico está profundamente ligado con las relaciones íntimas, que los intercambios afectivos están intrínsecamente empapados de las relaciones de poder, dinero y su reparto, del trabajo y su división de tareas, de la inversión y la obtención de beneficios. 

Por eso, un quesito no es sólo un quesito. Un quesito para la picada puede contener, además de cuajada, el signo claro de una relación de fuerzas, marca de jerarquías, quién toma decisiones, quién lleva los pantalones y quién se hace la keratina. Esto último en el sentido de someter el cabello a un tratamiento químico de domesticación y brillo que supone embellecimiento, un ritual típico de la feminidad, nada del otro mundo. 

Si es blanco, negro, o más bien marrón, como el agua del río y la tierra que abunda y se convierte en barro, no importa. Hay amor. Y el amor se sostiene en esa atmósfera espesa que aloja partículas imperceptibles como las picaduras de mosquito. Pinchan, pican, hacen roncha. Pero no matan. Como una científica, hay en la novela de Agustina una narradora que determina su propio campo de estudio con ella adentro y observa con precisión ese proceso tan invisible y sutil de acumulación y desplazamiento. 

La energía se acumula silenciosa en las capas más profundas de la tierra y un día o una noche, decide liberarse. Expande sus ondas. Las ondas colisionan primero contra una placa, luego contra la otra. Se parte en dos. Una grieta, una zanja que expone todo. Una grieta en el medio de la cama, de la casa, del mundo, que exhibe obscena la división de clases, lo molesto que es ver lo feo. Mientras él, en la ventana infinita del celular, vía de escape, nuestro tercer ojo, no la ve. Dice: está todo bien, ¿no ves que está todo bien? Estoy perfecto.

Pero el blanco no es un color, es literalmente acromático, es en sí mismo una contradicción, como quien pide al mismo tiempo una toalla y un toallón. Según Kandinsky, el blanco es un color excéntrico, con movimiento de resistencia. Sería como un ventilador que tira mierda. Pero también, dice Vasily, es un silencio lleno de posibilidades. 

¿Es esta una novela feminista? ¿Tenemos que hacernos esa pregunta? Lamentablemente no podemos no hacérnosla. Porque nos dimos un golpe y quedamos así. Porque Agustina también quedó así. Si hubiera que responderlo —porque tampoco es que haya que responder a todas las preguntas—, yo diría que es una novela del nuevo feminismo. Es un término que escuché ayer. El nuevo feminismo no es victimista ni está en los protocolos. Tiene el ojo puesto en los grises. O más bien: en lo que parece ser blanco. ¿Será el que trae El amor blanco, entonces, el tan mentado fin del amor? ¿o de al menos, como anuncia Vivian Gornick, el fin de la novela de amor?

Creo más bien que es comienzo de algo, de otra cosa. De una narrativa donde no hay buenos y malos, donde la guerra, al decir de Jules Falquet, es una guerra de baja intensidad. A veces tan poco intensa que se vuelve irreconocible, que es parte de la vida, como toda paz, que es armada.

Hay que tener entonces la inteligencia, la honestidad y la agudeza que caracterizan a Agustina Paz (no es apellido) que hilvanan una profunda reflexión literaria y poética con elegancia para revelar que el amor está tan presente y constante, tan invasivo y poluido como la comida o el aire, sin los cuales tampoco podemos vivir. Pero para salir del pantano tenemos que tirarnos del pelo nosotras mismas.

Una pareja se va a pasar unos días a la isla para estar juntos o para estar solos. ¿Cuál es el clima ideal para el amor, cuál es el paisaje? Acá el aire pesa, las nubes tapan el sol y por momentos el río, marrón, cubre el pasto. El agua, en todos sus estados, es una influencia permanente. Sobre todo cuando está en el aire, haciendo más densa la atmósfera. Pero también cuando está quieta, estancada. O cuando se mezcla con la tierra y se vuelve barro. Si se apoya la oreja en la tierra se escucha el galope de sus teclas: lo que Agustina Frontera escribe no estalla; viaja a través de materiales sólidos. La narradora disecciona como observadora y protagonista las posibilidades de un amor que se empantana. Analiza la elección que su novio hace de los quesos, el tiempo que pasa con el celular, sus propios manotazos de ahogada. Mientras, la dieta del amor se desbalancea y todo se pone cada vez más blanco. Como el cielo cuando se nubla, el azúcar, la luz que encandila y las cosas que hacen mal.

Comprar acá.