Feda Baeza: “Una política cultural no se puede desentender de las múltiples poblaciones que existen”

La intelectual de las artes y exfuncionaria del sector cultural analizó las políticas culturales argentinas en un ecosistema polarizado que la ultraderecha presenta como batalla. El periodista Imanol Subiela Salvo la entrevistó para buscar en sus respuestas un talismán al que aferrarse para construir un futuro posible.

Fotos: Sol Avena

Mientras algunas personas esperan que se acomode solo el mundo a los cambios políticos y económicos que impulsa la extrema derecha, Feda Baeza participa activamente desde su lugar como curadora y gestora cultural: organiza exhibiciones, ciclos de performances, escribe libros y lleva adelante su tarea docente. No se queda paralizada frente a esas transformaciones que, para muches, sólo generan angustia y estupor. 

Primero, se formó como licenciada en Artes. Después, se convirtió en doctora en Historia y Teoría de las Artes en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Además, hasta el 10 de diciembre último, dirigió el Palais de Glace. Fue la única persona trans que estuvo al frente de un museo público en Argentina. Pero el contexto en el que sucedió su gestión es muy diferente del actual y de ese cambio de paradigma surgen estas ideas acerca del devenir del mundo del arte y la cultura.

— En este escenario político, ¿cómo ves la situación de las políticas culturales?

— Hablar de políticas culturales es hablar de la cultura oficial o estatal. Lo que yo veo que está pasando es que se está llevando todo hacia el lado de la omisión, se está buscando que ciertas cosas no formen parte de esa cultura oficial. La última noticia en este sentido es la del código de censura, que se está distribuyendo como un procedimiento no oficial para evitar algunos temas: todo lo que tenga que ver con el feminismo, lo que se vincule con la agenda LGBTIQ+ y también con todo lo que puede ser interpretado como una defensa del anterior Gobierno, o de algunos de los gobiernos del Frente para la Victoria. Queda afuera también todo lo que son críticas a la dictadura cívico-militar y menciones específicas de algunas artistas, como ocurre con el caso de Lali (Espósito). No estoy de acuerdo con la idea de que a un gobierno de ultraderecha no le importa la cultura oficial, más todo lo contrario, le importa mucho. Y esta actitud lo pone en evidencia.

¿Cuál creés que es el impacto de este tipo de interés por la cultura oficial?

— Pueden ser muchos los impactos y muy distintos. Este problema empieza cuando el Gobierno nacional usó como estrategia decir que era necesario el ajuste fiscal y que era necesario restringir los fondos de instituciones culturales, como el Fondo Nacional de las Artes o el Instituto Nacional del Teatro. Pero cuando vos escuchabas los discursos que defendían eso, por ejemplo, el que dio el secretario de Cultura Leonardo Cifelli cuando presentó su parte de la Ley Bases en el Congreso, lo que señalaba es que esos fondos no iban a ser suprimidos o restituidos a las a las entidades a las que se le estaban cobrando sino que, en realidad, lo que querían hacer era abolir esas instituciones para deshacerse de los consejos directivos y así deshacerse de cualquier instancia que implicara rendir cuentas, para asumir ese dinero y usarlo discrecionalmente. Al mismo tiempo que sucedía eso, el mundo de la cultura se presentó como una puerta de entrada para todo el universo discursivo de la ultraderecha, presentándose como los antagonistas de ese mundo o de algunas personas específicas, como el caso de Lali.

“La cultura se presentó como una puerta de entrada para todo el universo discursivo de la ultraderecha, presentándose como los antagonistas de ese mundo”

Podemos decir que el mundo de la cultura fue como un chivo expiatorio, una excusa para hacer entrar estos discursos.

— Creo que se necesitó de eso para ganar el espacio en la discusión política a partir de la discusión cultural. También para marcarle el terreno a otras expresiones, incluso algunas también de derecha. El mismo Javier Milei siempre señaló que la primera escena a ganar era la batalla cultural. Después dio lugar a la discusión partidaria y política, pero antes había hecho todo un trabajo de difusión en el campo cultural. La narrativa que se propone tiene un tono refundacional. Es decir, plantean que es necesario retomar ciertas banderas conservadoras de una sociedad que se vio “afectada” por la irrupción global de lo que ellos creen que es la izquierda. Para mí es importante entender el conflicto entre la lucha discursiva de las derechas para entender qué es lo que está pasando. El gobierno de ultraderecha se diferencia de otras expresiones de derechas a través de la batalla cultural. Si vos ves, ahora mismo, quiénes son los ministros, cómo es el programa económico, etcétera, etcétera, etcétera, el Gobierno tiene un montón de similitudes con lo que había en el macrismo. No hay tanta diferencia. La diferencia central es discursiva y cultural porque podemos pensar, por ejemplo, que la agenda woke, de algún modo, también era una agenda neoliberal porque proponía liberar los recursos y planteaba que se necesita que las personas más capacitadas accedan a los lugares más productivos para hacer desarrollar el sistema, independientemente de su identidad. Frente a esto, la ultraderecha dice: “no, nosotros lo que tenemos que hacer es preservar un modelo de sociedad que está constituido sobre ciertas desigualdades, no vamos a renunciar a levantarlas y no importa el costo económico que eso tenga”. Lo que identifica al gobierno de ultraderecha es que si se asume ese costo económico pueden mantener los espacios de poder que quieren sostener y perpetuar. Ese es el objetivo por detrás de cualquier política cultural que implementan, perpetuar esa desigualdad.

¿Cuáles son las desigualdades que podés identificar en las instituciones culturales públicas?

— En el campo de las artes visuales hay algunas desigualdades históricas. Por ejemplo, los museos nacionales son 23 en todo el país, de los cuales 17 están en la Ciudad de Buenos Aires. O sea, la población argentina paga 23 museos nacionales, pero la mayoría están en un solo distrito que, si lo querés mirar desde un modo neoliberal, es el distrito que más podría bancarse una infraestructura cultural. Eso es concentración e inequidad. Y si vas todavía más finito al asunto, de los 17 museos nacionales, 15 están en el eje norte de la ciudad, concentrados en dos barrios. A su vez, sus patrimonios tienen en su mayoría artistas hombres, cisgenero e infinidad de gente blanca. Sin embargo, la diferencia entre lo que pasaba antes y lo que pasa ahora es que en este contexto es imposible hacer algo contra esa desigualdad. Un modo que la ultraderecha tiene para que las cosas sigan siendo así es simplemente no hacer nada, porque la inercia del sistema cultural es ser así, es ser inequitativo.

“Si vos ves, ahora mismo, quiénes son los ministros, cómo es el programa económico, etcétera, etcétera, etcétera, el Gobierno tiene un montón de similitudes con lo que había en el macrismo. La diferencia central es discursiva y cultural”

Si desde las políticas culturales se insiste con esto, ¿qué riesgos aparecen?

— Sobre todo que muchas poblaciones queden invisibilizadas. El problema de la cultura oficial es que tiene la obligación de representar la diversidad de los modos de vida porque la representación de los modos de vida asegura su existencia. Es decir, la invisibilidad de una subjetividad, o su negación, es un paso previo a su extinción o a su disciplinamiento total. El reconocimiento de esa subjetividad marginalizada genera que exista la posibilidad de que sea una voz en la discusión de lo común y de lo público. Esa es la carga, el peso y la riqueza que la cultura oficial tiene. Por eso, una política cultural no se puede desentender de las múltiples poblaciones que existen. Más allá de lo estatal, la cultura, obviamente y afortunadamente, rebasa los perímetros de las estructuras oficiales porque las estructuras oficiales son una pequeñísima porción de la existencia del mundo cultural, que es muy amplio y que alberga múltiples expresiones. Lo que pasa es que la cultura oficial tiene la posibilidad de instituir espacios de visibilidad pública que a veces no están asegurados. Es muy probable que grandes ciudades como Buenos Aires, Rosario, Córdoba o Tucumán tengan ecosistemas culturales que permitan la existencia de esa diversidad que el Estado puede no reconocer, pero qué pasa en aquellos lugares donde eso no está y donde el Estado va a empezar a tener menos presencia. ¿Cómo se garantiza esa visibilidad si no hay circuito posible por fuera del oficial?

¿Qué puede hacer el sector del campo cultural que se opone a esto?

— Lo que como agentes de la cultura podemos hacer es vertebrar ciertas estrategias para luchar frente a la parcialización de la cultura oficial porque estas políticas culturales empiezan a tomar un partido claro en una dirección, más bien por omisión que por acción. Eso es lo que está empezando a pasar, hay temas en la agenda pública que empiezan a desaparecer, sumado a que el espiral discursivo de la ultraderecha solo tiende a su radicalización. No tiene otra escapatoria y lo ha hecho en todos los contextos en los que apareció. El campo cultural progresista, y un poco es lo que estoy intentando hacer cada vez que me toca estar en algún espacio de gestión, debería salir a escuchar la diversidad de voces que existen y a tener otra amplitud sobre qué es lo que se escribe, qué es lo que se produce en las artes visuales o qué pasa con las narrativas audiovisuales, siendo que estamos demasiado acostumbrades a que sean relatos de clase media, de personas blancas y masculinas.

“El problema de la cultura oficial es que tiene la obligación de representar la diversidad de los modos de vida porque la representación de los modos de vida asegura su existencia. La invisibilidad de una subjetividad, o su negación, es un paso previo a su extinción o a su disciplinamiento total”.

En relación a la producción artística actual, ¿cómo creés que impacta todo esto en el tipo de obras que se están haciendo?

— Lo que empiezo a ver es que si no tenés un ecosistema de producción sólido y si la cultura oficial no se hace cargo de este tipo de cosas, empezás a hacer lo que querés. Con mucha debilidad, con mucha vulnerabilidad, pero al menos no estás atada a nada. Y eso creo que puede ser un factor interesante para producir porque si no estás atada a nada, finalmente, podés empezar a vivir en tus propios términos. Como hipótesis, creo que puede haber un achicamiento y una radicalización en el mundo del arte y el tipo de obra que se produzca.

¿A qué te referís con radicalización?

A lo que apunto es que si no tenés ningún estímulo de la cultura oficial y encima te enfrentás a un sistema súper reducido dentro del mercado del arte, ya no estás atada a nada y podés vivir y producir bajo tus propias reglas. Entonces, es esperable que en las obras que surjan aparezcan expresiones que radicalizan los modos de vida. Eso puede generar la existencia de otras narrativas que abran otras visiones del mundo. De hecho, ya está pasando y lo veo en artistas como Mabel, la Masi Mamani o Quillay Méndez, por mencionar algunos ejemplos. Los espacios que a mí me llaman la atención son los que producen voces que cuestionan el reparto del mundo existente, ese que ya sabemos que es desigual. Como gestora o como parte del universo cultural, quiero interponer imágenes lo suficientemente enternecedoras, sexys e interpelantes que muestren que otros ordenamientos del mundo son interesantes porque permiten otro rango de conocimiento, uno distinto de la realidad que vivimos.

“El campo cultural progresista debería salir a escuchar la diversidad de voces que existen y a tener otra amplitud sobre qué es lo que se escribe y se produce”

¿Cómo te imaginás el día después? Suponiendo que esto es un proceso que llega a su fin o que luego va a venir otra cosa diferente que no sea de ultraderecha.

Me cuesta pensar en esos términos, en el después. La moneda está en el aire. Las consecuencias de esto son imprevistas. Entonces, creo que depende de nosotres inclinar la balanza hacia un lado. Ahora tenemos el tiempo para mejorar nuestras discusiones del mejor modo posible, de sofisticarlas y de amparar y de bancar esas voces que queremos que transformen ese campo y que nos transformen a nosotres mismes en ese proceso. Otra vez, la moneda está en el aire y quienes tengamos alguna posibilidad de hacer algo lo tenemos que hacer ahora.