Una lectura equivocada de los feminismos contemporáneos señala que las denuncias de las violencias misóginas tienen una genealogía corta. A lo largo de la historia, las mujeres, lesbianas, travestis y trans señalaron aquello que las oprimía como pudieron. Empujadas por la tracción de las manifestaciones callejeras desde Ni Una Menos en adelante, montadas sobre la potencia propaladora de la virtualidad, esas denuncias toman una dimensión y un impacto diferente, masivo. Tienen la vorágine y el tono de las redes sociales. Se enuncian desde la radicalidad. ¿Cómo puede medirse el impacto de su transformación? Una respuesta posible es pensar que además de un pacto estatal para terminar con estas violencias es urgente un pacto social. En la atmósfera del pacto social, que exige una transformación radical, se inscribe el libro de Belén López Peiró. Un pacto que empieza por recuperar el valor de la palabra de las mujeres y todas las identidades feminizadas.
Por qué volvías cada verano es la primera novela de la autora. Cuenta cómo atravesó un abuso entre los 13 y los 16 años, a la intemperie de la niñez, de la adolescencia y de un pueblo de la provincia de Buenos Aires. El abusador: su tío, un policía bonaerense.
La historia particular que narra el libro puede leerse en una trama más amplia. No se trata de un relato excepcional. Según el informe del Observatorio de Violencia de Género de la provincia de Buenos Aires (OVG) para 2017 había 2.252 agentes de la fuerza con investigaciones sumariales administrativas en trámite por hechos de violencia familiar/violencia machista. En el 13% de esas situaciones investigados se utilizó el arma reglamentaria. El arma del tío de Belén aparece en las situaciones de abuso: sobre la mesa de luz del cuarto de ella, sobre un armario de la cocina.
El libro es la oportunidad para complejizar la tonalidad de las denuncias que a diario aparecen en las redes sociales. Por qué volvías cada verano responde a la propia pregunta del título que invierte la direccionalidad de la sospecha hacia las personas victimizadas. Es un libro que confía en la palabra. Aún en la palabra de aquellas personas que desconfían de la protagonista. La escritora intercala una multiplicidad de voces con el gélido lenguaje de un expediente judicial. La lectura tiene la velocidad y el ritmo del peregrinaje que tiene que atravesar una joven que quiere denunciar una situación de violencia sexual.
Habla el novio de la madre, su madre, su padre, su hermano, su abogado, la tía, la prima, otrxs parientes, el primer novio, la psicóloga, los peritos, los operadores judiciales y el tío abusador. La polifonía del relato es clave para entender cómo se construye la impunidad de un abuso intrafamiliar. Pero también cómo se desarma. El primero en advertir el abuso es el novio de la madre de Belén. Y ahí hay una pista del pacto social contra el patriarcado: traicionar la complicidad machista es posible.
Por qué volvías cada verano es mucho más que una operación de resiliencia. Es una ventana de oportunidad para problematizar los temas que aborda. El abuso aparece narrado a contrapelo de la pedagogía de crueldad que naturaliza estas situaciones. La violencia institucional, la doble moral, la revictimización del sistema judicial con las denunciantes, la idea de víctima: todos los temas aparecen en el libro sin lugares comunes ni reflexiones simplistas.
No hay una única forma de transitar una situación de violencia sexual. Llevar la denuncia al sistema de administración de justicia no es, muchas veces, garantía de justicia. Hacer público aquello que era íntimo puede ser una de las tantas formas de dar batalla. Todas son maneras de politizar lo ocurrido. Contárselo a un grupo de amigas y buscar una salida colectiva, también. La autora transita, al menos, dos caminos: mientras la causa judicial avanza hacia un inminente juicio oral y público, ella no espera y escribe el libro para recorrer su propia justicia feminista.
No hay una única forma de transitar una situación de violencia sexual. Llevar la denuncia al sistema de administración de justicia no es, muchas veces, garantía de justicia. Hacer público aquello que era íntimo puede ser una de las tantas formas de dar batalla. Todas son maneras de politizar lo ocurrido. Contárselo a un grupo de amigas y buscar una salida colectiva, también. La autora transita, al menos, dos caminos: mientras la causa judicial avanza hacia un inminente juicio oral y público, ella no espera y escribe el libro para recorrer su propia justicia feminista.