La lengua en el sexo: Seré pupera

¿Qué quiere decir la consigna feminista que llevás en la remera? La multiplicidad de sentidos que tiende a reunir una sola consigna puede encontrarnos en posiciones muy disímiles, incluso antagónicas. En esta entrega de La lengua en el sexo, preguntamos por los alcances de “mi cuerpo es mío” cuando se trata del ejercicio del comercio sexual en un contexto, además, de tantas exigencias para desear y ser deseable. “Para ciertos feminismos tu cuerpo es tuyo si se trata de que quieras interrumpir un embarazo, tu cuerpo es tuyo para que accedas a anticonceptivos, incluso tu cuerpo es tuyo en los vínculos que se supone que elegís. Pero a la hora de ejercer otras formas de las autonomías sexuales e identitarias, tu cuerpo no es tan tuyo.”

En grafitis, canciones, esténciles, banderas, pines, escritas en el cuerpo: las consignas son parte de la comunicación del hacer político, de las formas que encontramos para expresar aquello que deseamos, nos convoca, nos reúne, y también para decir lo que nos molesta, nos da rabia, nos subleva. A lo largo de la historia del feminismo, las consignas con las que se manifiestan demandas y visibilizan opresiones han ido variando, por ejemplo, según los contextos geográficos, históricos o de pertenencia. Por eso, salir hacia afuera a decir es además una declaración de principios, una carta de presentación, una explicitación de lo que nos identifica o define. Entretanto, la polisemia de estas frases tan instaladas en el “sentido común feminista” nos llama a revisitarlas desde otras perspectivas, precisamente porque la multiplicidad de sentidos que tiende a reunir una sola consigna puede encontrarnos en posiciones muy disímiles, incluso antagónicas.

Durante la segunda ola de feminismo, las vidas de algunas mujeres se vieron atravesadas por las propuestas de este movimiento que señalaba que las vivencias singulares, individuales y “privadas” eran parte de un entramado de opresiones, que las experiencias se engarzaban en todo un sistema político y cultural de poder que, a la vez, descalificaba y minimizaba esos recorridos singulares. Mientras se discutía salario, condiciones de trabajo, derechos políticos de los grupos minorizados, lo “privado”, lo de “puertas adentro”, quedaba relegado al universo de los problemas personales, a eso de que cada familia es un mundo, que los trapos sucios se lavan en casa. Y la idea de que lo personal es político vino a sintetizar esa realidad: que el sistema patriarcal se hacía vida cotidiana, existencia pequeña, y que las condiciones de desigualdad y violencias dentro de la casa-hogar son parte del engranaje del sistema sexo-género contra el que batallamos. Así, las formas de la sujeción y las decisiones sobre la propia vida quedaron para siempre en tensión, y de ese compendio de manifestaciones se fueron desprendiendo otros temas que desnaturalizaban mandatos y resignificaban deseos: la maternidad no es destino; ni dios, ni amo, ni marido; mujer que se organiza no plancha más camisas; Manolo, Manolo, hacete el pete solo

Ahora bien, si este disco feminista que empezó a sonar hace tantos años colaboró en repensar las existencias singulares dentro de un concierto colectivo, ¿qué versiones del hit Mi cuerpo es mío, yo decido bailamos? Inspirada en reivindicaciones ligadas al ejercicio de los derechos reproductivos, al acceso al aborto y a las libertades sexuales, esta consigna que aboga por la autonomía goza de gran consenso cuando se trata del reclamo por la interrupción voluntaria de embarazo pero no cuenta con el mismo apoyo coral cuando se la entona en la lucha por el reconocimiento del trabajo sexual, tema peliagudo si los hay, pues parece que cuando el cuerpo se sexualiza, se rompe el feminismo.

Los usos del propio cuerpo 

Reconocemos que la teoría feminista y algunos espacios políticos vienen problematizando la consigna mi cuerpo es mío desde diferentes perspectivas, por ejemplo: aquellas que la critican por su ánimo neoliberal y capacitista, las que tensionan el concepto de propiedad para hablar de los cuerpos o aquellas que discuten en torno a las configuraciones subjetivas de las corporalidades. Fusionando un poco todos estos ruidos, nos interesa reflexionar acerca de la ilusión que puede desplegar la consigna mi cuerpo es mío, yo decido, cuando construye una especie de sacralidad en torno a la decisión, que la despoja de la complejidad inherente del vivir con otres en este sistema heterociscapitalista. Ningune de nosotres diría que quienes salen de situaciones de violencia lo hacen soles, así como ningune diría que quienes abortan lo hacen en soledad. Sin embargo, en algunas situaciones la fuerza del yo singulariza experiencias que son colectivas. ¿Cuál es el sentido de propiedad que despliega el posesivo mío? ¿Qué potencia el yo decido y qué límites establece? ¿Para qué cuerpos y para qué vidas? ¿Cómo se construyen tales límites? ¿Hay una contradicción en la idea de cuerpo como propiedad cuando los márgenes de decisión son acotados? ¿Somos nuestres?

Mónica Mayer, Lo normal, 1978 (selección de una postal de la obra)

Estos son los puntos de inflexión que hoy nos interesa desbaratar, porque las concepciones sobre las sexualidades, los deseos, los usos de los cuerpos y el trabajo siguen tamizados por criterios morales y de buenas costumbres. Entonces para ciertos feminismos tu cuerpo es tuyo si se trata de que quieras interrumpir un embarazo, tu cuerpo es tuyo para que accedas a anticonceptivos, incluso tu cuerpo es tuyo en los vínculos que se supone que elegís. Pero a la hora de ejercer otras formas de las autonomías sexuales e identitarias, tu cuerpo no es tan tuyo. Por eso, si trabajás de pute “vendés el cuerpo”, “sos prostituida”, “le hacés el juego al patriarcado”, es decir, abandonaste esa condición de libre para convertirte en cosificada, en víctima del sistema patriarcal prostituyente, o sea, sos la desagenciada del feminismo. Entonces ¿quiénes sí estarían pudiendo decidir y quiénes son víctimas de las decisiones de otres? ¿Cuán lindas, libres y locas nos queríamos al final? ¿Dónde quedó lo de la revolución en las casas, en las camas y en las plazas? 

Y aquí viene la cantinela del reconocimiento del trabajo sexual. Tal cual. Estas diferencias profundas no solamente polarizan los feminismos, sino que también direccionan las perspectivas de las políticas públicas y de las instituciones. Cuando en 2020 el Ministerio de Desarrollo Social de Nación impulsó el Registro Nacional de Trabajadoras y Trabajadores de la Economía Popular e incluyó a les trabajadores sexuales como parte se picó, el reconocimiento duró unas horas y finalmente se retiró. Lo mismo pasa como en loop con situaciones de la misma sintonía. Pasó estos días con el intento de quitar a les trabajadores sexuales de la lista de poblaciones clave que contempla el Proyecto de Ley Nacional de Respuesta integral al VIH, Hepatitis virales, otras infecciones de transmisión sexual y Tuberculosis (con perspectiva anti-discriminatoria y anti-estigma que viene a reemplazar la actual) que se resolvió hablando de “poblaciones clave” en el dictamen de las comisiones que expidió la Cámara de Diputades, pero la bronca quedó.

Son los grandes yunques con los que tenemos que lidiar cotidianamente, y que también queremos desbaratar: no se trata de que no estén de acuerdo y que nunca considerarían recurrir al trabajo sexual para sus propias vidas — como aquelle que apoya el aborto pero no lo haría—, se trata de que tienen suficiente llegada para hacer de su punitivismo política de estado. Porque el feminismo abolicionista, ahora de corte radfem, impulsa estas prácticas policíacas arraigadas a discursos anti-eróticos que configuran las experiencias de todes y profundizan los borramientos de determinadas voces y determinados cuerpos según normas morales muy enquistadas, que además se entraman con otras de racialización, género, capacidad, pertenencia de clase. Así, es evidente que algunes no pueden decidir tanto después de todo, y que tan juntas no estamos ahora que sí nos ven


En los discursos activistas de las libertades sexuales muchas veces se cancelan las voces de les trabajadores sexuales ¿Qué implica este silenciamiento? ¿Cuál es la disputa de sentidos en torno a las sexualidades, el trabajo y las opresiones desde este posicionamiento? ¿Hermana, no era que me creías? Problematizar los criterios que definen adecuado/inadecuado, decente/obsceno, autorizado/vedado en torno a las decisiones que se toman sobre el cuerpo invita a revisitar los universos discursivos de las consignas que abrazamos para evidenciar las prácticas de aniquilamiento que velan. Pensar en las variables de inclusión/exclusión de las prácticas feministas que reniegan del trabajo sexual para ubicarlo en el plano de lo que jamás puede ser una elección, nos ayuda además a seguir preguntando cómo circula el erotismo en un contexto de tantas exigencias para desear y ser deseable y en un contexto con tantas exigencias para trabajar. Más que mi cuerpo es mi templo, mi cuerpo mi kiosco, bailemos.