Las estructuras sentimentales

La poeta y narradora Mercedes Araujo acaba de publicar la novela “Botánica sentimental” (Lumen), en donde historia familiar, educación sentimental, experiencia y mundo natural habitan relatos que dan existencia a los personajes. Como una enredadera, en las historias de la novela, tiempo, lenguaje y naturaleza anudan trayectorias vitales. El escritor Julián López la leyó para LatFem.

Me desperté a las siete, clareaba. Hoy el es día de terminar Botánica sentimental, me levanté, preparé el mate, me senté a leer. Para las últimas páginas prendí el primero de los cuatro cigarrillos que quedan en la cajetilla; es temprano para fumar, apenas las ocho. Muy temprano para alguien que dejó de fumar hace 22 años y disfruta tanto de eso que marea en las últimas pitadas, pero que es delicioso y tan elegante. Acabo de terminar Botánica sentimental.

Ayer dejé sobre el escritorio el vaso vacío en el que alguien tomó agua. Un vaso entero se tomó. Un vaso que por alguna razón necesité dejar ahí, porque creo que necesito ver el tiempo suspendido en las cosas, mucho tiempo de ver las cosas quietas para saber algo.

Acabo de terminar Botánica sentimental. Lloro. La mañana es espléndida y está detenida en el balcón, como si el mundo también fuese espléndido y ahora mismo estuviera así, detenido y para este momento de abrazar al libro.

Durante la lectura todo el tiempo pensaba: cómo sabe. Cuando era chico lo que más me gustaba de alguien era que supiera. Sabe mucho, decía, y encontraba ahí, sin sospecharlo, los primeros esbozos de una moral que siempre traté -tanto- de volver ética.

Botánica sentimental. Un libro deslumbrante, lleno de la oscuridad sensible de quien sabe mirar, lleno de la picardía de quien puede asomarse a las vidas de los demás con mirada ética. Que puede soltar sus pareceres y también liberarse de la interdicción a la que uno querría disciplinarse de que a uno las cosas le parezcan. Lleno del amor desapegado que pueden aprender los mamíferos destetados, los mamíferos lastimados, los mamíferos que atravesaron las muertes y abandonaron los resquemores para echarse en la barca de Caronte a mirar con ojos nuevos que no son propios, con ojos que saben que se mira -que uno mira- por sí, pero más porque la experiencia necesita ser mirada, porque tal vez la experiencia no sea más que una especie de reservorio en el que se acumula la mirada de los vivos y de los muertos y las de todos los del medio.

Botánica sentimental es un libro de historia argentina o de historia del desierto, o de la antropología de un lugar que a fuerza de temblar y romperse se volvió ultra conservador y violento y se fraguó así para perpetuar la maldad como garantía de supervivencia. Y es un libro que usa la lengua como una geografía de plano y de relieve, la explora con el afán historiográfico, dar cuenta de los temblores y las rajaduras familiares; la busca como al agua en ese desierto, como a la sed. Un libro que recupera hitos del cine, de la cultura popular, que no suelen aparecer con frecuencia en nuestros libros, las recupera para su propio cuento y marca el enlace de capas sociales que nunca son puras y siempre legan el resultado más interesante tal vez, un mestizaje inadvertido que solo puede leerse al bies, con perspectiva, con la alteración a la linealidad que promueve el tiempo.

La mañana es espléndida. Y es quieta. Ahora el sol se mete en este teclado en el que digito para escribir esta entrada de un diario íntimo que no escribo. Todo el tiempo de lectura me supe orbitando de algún modo en medio del proceso, porque la mejor literatura es la amistad que a veces proponen los libros, escritura y lectura en el tiempo en que Botánica sentimental fue dicho, fue escrito, fue apareciendo, fue templándose con felicidad, con perplejidad, con amargura, con soledad, con compañía.

La compañía que enjuga lágrimas, la compañía capaz de recoger las percepciones del lector como un saber indiscutible.

Supongo que a estas palabras, a esta entrada a un diario íntimo que no escribo, las apuran la admiración y el agradecimiento; la enormísima ternura que sentí por la donación con la que Mercedes Araujo bordó, dama mendocina al fin, este estandarte de belleza y hondura. Porque se escribe por ternura y generosidad, por un deber tierno y sacrificial y generoso. Y lleno de honor, de estar a la altura del convite, de estar entre vivos y entre muertos. Por la felicidad rasposa y dolorosa de estar vivos en una mañana espléndida y quieta. Como el mundo, en este instante.