Para que las cosas sean -por ejemplo, el amor, la felicidad, la amargura- hay que escribirlas antes que decirlas o gritarlas. “Es el poder profético de la escritura”, dice Camila Sosa Villada. En “Las Malas”, su primera novela, escribe, dice y grita para narrarse a sí misma y a la comunidad de las travestis cordobesas del Parque Sarmiento, las olvidadas, las que no aceptan dejarse ganar por la tristeza, las reinas, las que luchan por salir al sol. Una novela que te arrastra desde la primera hasta la última página y que, cuando la terminás de leer, necesitás que la lea todo el mundo.
Villada nació en La Falda, Córdoba, en 1982. Aprendió a escribir antes de entrar a la escuela, lo primero que garabateó fue el nombre de varón con el que la anotaron. Le enseñó su padre, el mismo que años después llegaría a decirle “vas a terminar en una zanja por ser así”. Con el paso del tiempo, además de asumir otro nombre, fue construyendo una voz propia, poética en “La novia de Sandro” y ensayística en “El viaje inútil”, un texto bellísimo sobre el sentido de la escritura. Estudió Comunicación Social y Licenciatura en Teatro en la Universidad Nacional de Córdoba. Montó varias obras –“Carnes tolendas”, “El cabaret de la Difunta”, “Despierta, corazón dormido/Frida”- y actuó en cine y en una miniserie.
“Las malas”, editada por Tusquets en su colección Rara Avis, está entre la autobiografía y la ficción. Esa tensión, sostenida en una “prosa verídicamente trava”, permite que “las malas” aparezcan con cuerpo y alma. No es fácil construir una voz para narrar a lxs humilladxs. Rodolfo Walsh, por ejemplo, lo hizo con los trabajadores cruzando periodismo y ficción para desautomatizar los modos de lectura. “Si quieren lean esto como una novela”, decía, mientras denunciaba crímenes de Estado. También acá vale el aviso porque los relatos pueden ser fantásticos pero antes fueron sufrimiento -o felicidad- de unas vidas travestis cansadas de la humillación. Es la historia de la Tía Encarna, por ejemplo, la protectora de todas las desamparadas del Parque, que se convierte en madre de un niño abandonado, al que bautiza El ángel de mis ojos y ama con locura, pero con quien decide morir, acorralada por la moral burguesa que nunca cesa de hostigarlxs.
Hace algunos años cuando estuvieron de moda los libros sobre los setenta, crónicas y testimonios sobre la militancia política de aquella época, y los tres tomos de “La voluntad” reinaban en ese registro, Enrique Symns publicó una novela autobiográfica llamada “El señor de los venenos”, una escritura filosa que anunciaba que entre aquellas subjetividades revolucionarias habían existido también experiencias lisérgicas. Una entrada oblicua para pensar aquella época de otros modos. Así también puede leerse “Las malas”, como otro modo de pensar este tiempo de lucha contra el patriarcado y el heterocisexismo. Ni pura militancia ni puro arte, ni esencialización del sujeto mujer ni pura deconstrucción.
“Irse de todos los lugares. Eso es ser travesti”, afirma Villada, “y también las ganas de prender fuego todo”, agrega en un libro nacido desde un resentimiento creativo que cepilla a contrapelo hasta el propio feminismo para mostrar todo lo que nos falta comprender de las travestis, de la prostitución, de otras formas de amar y de vivir. Porque este libro nos enrostra, sin buscarlo, nuestra pasividad e indiferencia ante la existencia radical de las travestis. De ahí que, aún sin proponérselo, desnude nuestra hipocresía. Porque una cosa es leer a Judith Butler, que contiene y tranquiliza con su andamiaje teórico, pero otra, asomarse a experiencias que, entre la exclusión y la fiesta, enseñan que el cuerpo puede ser la única patria cuando a través de él se revelan todas las justicias, todas las desigualdades.