Jauría: cuando el teatro hace justicia y memoria feminista

La obra escrita por el dramaturgo catalán Jordi Casanovas elige contar esa compleja zona de riesgo en la que viven niñas, adolescentes, mujeres, lesbianas y trans. La adaptación argentina puede verse de jueves a domingo en el Teatro El Picadero, en Ciudad de Buenos Aires, con un debate post-función para contribuir a formar públicos con perspectiva feminista. 

“Nos obstinamos en hacer como si la violación fuera algo extraordinario y periférico, fuera de la sexualidad, evitable. Como si concerniera tan sólo a unos pocos, agresores y víctimas, como si constituyera una situación excepcional, que no dice nada del resto (…) Es el proyecto mismo de la violación lo que hacía de mí una mujer, alguien esencialmente vulnerable”, dice Virgine Despentes en Teoría King Kong.

A pesar de que la violencia sexual es un riesgo inevitable, pocas piezas audiovisuales, libros y obras abordan de manera profunda y reflexiva esta forma de violencia machista que aparece en titulares y en las redes a diario acompañada por el chispazo de la indignación social. En una sociedad donde acumulamos infinitos discursos sobre el sexo ¿Este archivo tienen real representatividad de las experiencias femeninas en torno a la violencia sexual?

Jauría, la obra escrita por el dramaturgo catalán Jordi Casanovas elige contar esa compleja zona de riesgo en la que viven niñas, adolescentes, mujeres, lesbianas y trans. En Jauría, a pesar de que la palabra violación no aparece nombrada como tal, el relato representa una historia real: el juicio a “La Manada”, un caso paradigmático que se transformó en un hito feminista en la historia política de España, pero también dejó su huella en la jurisprudencia. Los protagonistas son un grupo de cinco varones acusado de violar a una joven de 18 años durante las fiestas de San Fermín, en Pamplona, el 7 de julio de 2016. “La Manada” es un título que se pusieron ellos mismos. Así se llamaba su grupo de Whatsapp en el que compartieron vídeos de la violación porque estaban convencidos que no habían hecho nada malo. Al nivel que los presentaron como evidencia de su supuesta inocencia. Ella los denunció y dos años después de los hechos, cuando tuvieron que dar respuesta en los estrados, la Audiencia Provincial de Navarra los condenó a 9 años de cárcel. Sin embargo, desestimaron la agresión sexual (la violación) y solo hablaron de abuso. El tribunal entendió que no existió violencia e intimidación, aunque sí consideró que hubo prevalimiento, que se produce cuando el agresor se aprovecha de una situación de superioridad con respecto a la víctima. 

Ante la impunidad judicial y la respuesta patriarcal, las calles de Pamplona, Madrid y Barcelona desbordaron de manifestantes: “No es abuso, es violación” y “Yo si te creo” eran las frases que gritaban miles y miles de españolas. “Aquí está tu manada”, le decían a la chica que no cumplía con el estereotipo y mandato de víctima ideal, por lo que había llegado al debate oral hiper vigilada por los medios de comunicación que cuestionaban su “vida normal”. Después de la apelación, el Tribunal Supremo finalmente endureció el castigo a 15 años de prisión. No puede analizarse esta decisión sin el contexto del #NiUnaMenos latinoamericano y el #MeToo de norteamérica. 

Además de mostrar los matices que puede haber en cada historia de violación, este caso en particular viene a recordarnos que no hay una única forma de atravesar y tramitar la violencia sexual como sobreviviente. Una mujer violada puede continuar con su vida o ponerla en pausa, puede desaparecer o silenciarse, puede hacer el mayor ruido posible. 

La solidez del discurso de la víctima hacen estallar todos los preconceptos que circulan sobre las víctimas y sobrevivientes de violencia sexual. Aunque podía haber exagerado el dolor, no lo hace. Cuando le preguntan si fue forzada a irse de la fiesta con los cinco, ella dice que no y subraya varias veces: “no creía que iba a pasar lo que pasó”. 

La obra, que puede verse en el Teatro Picadero de jueves a domingo, tiene un guión creado íntegramente a partir de los testimonios del proceso judicial. El expediente y el archivo judicial se vuelve un insumo valioso para hacer justicia y memoria feminista. Jauría se constituye como un acto de justicia y memoria feminista ante la exposición de los vídeos, la intimidad de la víctima ultrajada, la revictimización, el morbo y la falta de reflexión de los medios hegemónicos españoles. Otro relato es posible y no es que sea un nuevo lenguaje, se trata de jerarquizar y acentuar lo que verdaderamente importa, ahora que sí nos ven. La puesta teatral es acompañada por el contexto de efervesencia que dan los activismos para que esta conversación sea posible. Hace una década quizás hubiese sido imposible encontrar este nivel de reflexión. 

Jauría se trata de una apuesta de teatro documental que pone un espejo en el escenarios sobre la misoginia naturalizada, las estrategias de supervivencia que desarrollamos las mujeres, la revictimización y el amplio abanico de masculinidades violentas. Todos participan de la violación, pero no todos lo hacen de la misma manera ni se relacionan con el grupo igual. Hay ribetes en la corporatividad que despliegan en escena: la complicidad machista que solo tambalea ante una fiscal inquisidora. 

Los micromachismos, que no dejan marcas ni huellas, aparecen en la obra como un recordatorio de la necesidad urgente de que sean los varones quienes empiecen a traicionar al patriarcado.

La adaptación argentina de Jauría está dirigida por un hombre, Nelson Valente, e interpretada por otros cinco varones que pasan de ser los integrantes de La Manada a sus abogados defensores. La única actriz en escena, Vanesa González, representa a la víctima la mayor parte del tiempo y, luego, pasa a ser la fiscal. Alivio es la palabra que repiten quienes la ven en ese rol después de haberla observado la mayor parte del tiempo acorralada por La Manada.

¿Puede un varón escribir y dirigir una obra feminista? Jauría demuestra que sí. La mirada feminista, en este caso, está en la selección de parlamentos que evitan el morbo, las miradas de los actores que interpelan a quienes ocupan las butacas y los silencios que son una estaca en el pecho. Cuesta el aplauso al final de la función.

Como si fuera poco contar con esta obra en el teatro comercial, en este momento que atraviesa la Argentina donde las violencias machistas vuelven a estar en la conversación pública y ser el elefante en la sala de todas las dependencias públicas, Jauría suma un espacio de debate post-función. Un momento para reflexionar sobre los temas que atraviesan a la obra pero también en la búsqueda de audiencias con perspectivas feministas. Esta actividad es gratuita y se desarrolla los jueves de febrero y marzo. Además de quien escribe esta reseña, estarán Claudia Piñeiro, Ileana Arduino, Miriam Lewin y Nelson Valente. Este espacio, que está pensado especialmente para el público joven, es coordinado por María Zago.

Sumar a la escena teatral un debate sobre la cultura de la violación es, además de un acto de memoria y justicia feminista, una manera de no ser neutral hoy que todos los días tenemos una menos en Argentina.

Ficha técnica

Integrantes: Gustavo Pardi , Martín Slipak , Julián Ponce Campos , Lucas Crespi , Gastón Cocchiarale , Vanesa González

Director: Nelson Valente

Jauría tiene funciones jueves, viernes y sábados a las 20 en el Teatro Picadero: Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857, Entradas en venta por Plateanet.com